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50 SOMBRAS MÁS OSCURAS:Capitulo 3



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3

Lo único bueno de estar sin coche es que, en el autobús que me lleva al
trabajo, puedo enchufar los auriculares al iPad que llevo en el bolso y escuchar todas
las maravillosas piezas que Christian me ha grabado. Cuando llego a la oficina, tengo
una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
Jack levanta los ojos hacia mí, atónito.
—Buenos días, Ana. Estás… radiante.
Su comentario me sonroja. ¡Qué inapropiado!
—He dormido bien, gracias, Jack. Buenos días.
Frunce el ceño.
—¿Puedes leer esto por mí y redactarme los informes correspondientes
para la hora de comer, por favor? —Me entrega cuatro manuscritos. Ante mi gesto de
horror, añade—: Solo los primeros capítulos.
—Claro.
Sonrío aliviada, y él me responde con una gran sonrisa.
Conecto el ordenador para empezar a trabajar, mientras me termino el café
con leche y me como un plátano. Hay un correo electrónico de Christian.
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 08:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Ayúdame…
Espero que hayas desayunado.
Te eché en falta anoche.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:33
Para: Christian Grey
Asunto: Libros viejos…
Estoy comiéndome un plátano mientras tecleo. Llevaba varios días sin
desayunar, de manera que supone un paso adelante. Me encanta la aplicación de la
Biblioteca Británica… he empezado a releer Robinson Crusoe… y, naturalmente, te
quiero.
Ahora déjame en paz: intento trabajar.
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿Eso es lo único que has comido?
Puedes esforzarte más. Necesitarás energía para suplicar.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:39
Para: Christian Grey
Asunto: Pesado
Señor Grey, intento trabajar para ganarme la vida… y es usted quien
suplicará.
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¡Vamos!
Vaya, señorita Steele, me encantan los desafíos…
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Estoy sentada frente a la pantalla sonriendo como una idiota. Pero tengo que
leer esos capítulos para Jack y escribir informes sobre todos ellos. Coloco los
manuscritos sobre mi mesa y empiezo.
A la hora de comer voy a la tienda a buscar un bocadillo de pastrami
mientras escucho la lista de temas de mi iPad. El primero es de Nitin Sawhney, una
pieza tradicional titulada «Homelands»… es buena. El señor Grey tiene un gusto
musical ecléctico. Vuelvo hacia atrás y escucho una pieza clásica: «Fantasía sobre un
tema de Thomas Tallis», de Ralph Vaughan Williams. Oh, Cincuenta tiene sentido del
humor, y le quiero por eso. ¿Se me borrará esta estúpida sonrisa de la cara alguna vez?
La tarde pasa lentamente. En un momento de inactividad, decido escribirle
un correo a Christian.
De: Anastasia Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 16:05
Para: Christian Grey
Asunto: Aburrida…
Estoy mano sobre mano.
¿Cómo estás?
¿Qué estás haciendo?
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 16:15
Para: Christian Grey
Asunto: Tus manos
Deberías venir a trabajar conmigo.
No estarías mano sobre mano.
Estoy seguro de que yo podría darles mejor uso.
De hecho, se me ocurren varias opciones…
Yo estoy con fusiones y adquisiciones rutinarias.
Todo es muy árido.
Tus correos electrónicos en SIP se monitorizan.
Christian Grey
Presidente distraído de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. No tenía ni idea. ¿Cómo demonios lo sabe él? Observo la
pantalla con el ceño fruncido, reviso rápidamente los e-mails que he enviado y los voy
borrando.
A las cinco y media en punto, Jack se acerca a mi mesa. Lleva un atuendo
informal de viernes, es decir, unos tejanos y una camisa negra.
—¿Una copa, Ana? Solemos ir a tomar una rápida al bar de enfrente.
—¿Solemos…? —pregunto, esperanzada.
—Sí, vamos casi todos… ¿vienes?
Por alguna razón desconocida, que no quiero analizar demasiado a fondo,
me invade una sensación de alivio.
—Me encantaría. ¿Cómo se llama el bar?
—Fifty’s.
—Me tomas el pelo.
Me mira extrañado.
—No. ¿Tiene algún significado para ti?
—No, perdona. Nos vemos ahora allí.
—¿Qué te apetecerá beber?
—Una cerveza, por favor.
—Muy bien.
Voy al baño y le mando un e-mail a Christian desde la BlackBerry.
De: Anastasia Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:36
Para: Christian Grey
Asunto: Encajarás perfectamente
Vamos a ir a un bar que se llama Fifty’s.
Para mí esto es una mina inagotable de bromas y risas.
Tengo muchas ganas de encontrarme allí contigo, señor Grey.
Ana xx
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 17:38
Para: Anastasia Steele
Asunto: Riesgos
Las minas son muy, muy peligrosas.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:40
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Riesgos?
¿Qué quieres decir con eso?
De: Christian Grey
Fecha: 10 de junio de 2011 17:42
Para: Anastasia Steele
Asunto: Simplemente…
Era un comentario, señorita Steele.
Hasta pronto.
Más pronto que tarde, nena.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me miro en el espejo. Cómo puede cambiar todo en un día. Tengo más
color en las mejillas y me brillan los ojos. Es el efecto Christian Grey. Discutir un
poco con él por e-mail provoca eso en una chica. Sonrío ante mi imagen y me aliso la
camisa azul claro… la que Taylor compró para mí. Llevo también mis vaqueros
favoritos. La mayoría de las mujeres de la oficina llevan tejanos o faldas anchas.
Tendré que invertir también en un par de faldas anchas. Puede que lo haga este fin de
semana e ingrese el talón que Christian me dio por Wanda, mi Escarabajo.
Cuando salgo del edificio, oigo que gritan mi nombre.
—¿Señorita Steele?
Me vuelvo, sorprendida, y una chica joven con la piel cenicienta se me
acerca con cautela. Parece un fantasma… tan pálida y extrañamente inexpresiva.
—¿Señorita Anastasia Steele? —repite, y sus facciones permanecen
estáticas aunque esté hablando.
—¿Sí?
Se para en la acera y se me queda mirando como a un metro de distancia, y
yo, totalmente inmóvil, le devuelvo la mirada. ¿Quién es? ¿Qué quiere?
—¿Puedo ayudarte? —pregunto.
¿Cómo sabe mi nombre?
—No… solo quería verte.
Habla con una voz muy baja, inquietante. Y tiene un pelo oscuro como el
mío, que contrasta radicalmente con su piel blanca. Sus ojos son castaños, color
whisky, pero inexpresivos. No hay la menor chispa de vida en ellos. La tristeza
aparece grabada en su precioso y pálido rostro.
—Lo siento… pero estoy en desventaja —le digo educadamente, intentando
ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral.
La miro de cerca, y tiene un aspecto raro, descuidado y desvalido. La ropa
que lleva le va dos tallas grande, incluida la gabardina de marca.
Se echa a reír, con un sonido extraño y discordante que incrementa mi
ansiedad.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta con tristeza.
Mi ansiedad se convierte en miedo.
—Perdona… ¿quién eres?
—¿Yo? No soy nadie.
Levanta un brazo para pasarse la mano por la melena que le llega al
hombro, y al hacerlo se le levanta la manga de la gabardina y se le ve un sucio vendaje
alrededor de la muñeca.
Dios…
—Que tenga un buen día, señorita Steele.
Da media vuelta y sube andando la calle mientras yo me quedo clavada en
el sitio. Veo cómo su delgada silueta desaparece de mi vista, perdiéndose entre los
trabajadores que salen en masa de sus despachos.
¿De qué iba eso?
Confusa, cruzo la calle hasta el bar, intentando asimilar lo que acaba de
pasar, mientras mi subconsciente levanta su fea cabeza y me dice entre dientes: Ella
tiene algo que ver con Christian.
El Fifty’s es un bar impersonal y cavernoso, con banderines y pósters de
béisbol colgados en las paredes. Jack está en la barra con Elizabeth y Courtney, la otra
ayudante editorial, dos tipos de contabilidad y Claire, de recepción, con sus
característicos aros de plata.
—¡Hola, Ana!
Jack me pasa una botella de Bud.
—Salud… gracias —murmuro, afectada todavía por mi encuentro con la
Chica Fantasma.
—Salud.
Chocamos las botellas y él sigue conversando con Elizabeth. Claire me
sonríe con simpatía.
—¿Cómo te ha ido tu primera semana? —pregunta.
—Bien, gracias. Todo el mundo ha sido muy amable.
—Hoy se te ve mucho más contenta.
—Es viernes —balbuceo enseguida—. ¿Y tú, tienes planes para el fin de
semana?
Mi táctica de distracción patentada funciona, estoy salvada. Resulta que
Claire tiene seis hermanos y se va a Tacoma a una gran reunión familiar. Se muestra
bastante locuaz y me doy cuenta de que no he hablado con ninguna mujer de mi edad
desde que Kate se fue a Barbados.
Con aire distraído, me pregunto cómo estará Kate… y Elliot. Tengo que
acordarme de preguntarle a Christian si ha sabido algo de ellos. Ah, y Ethan, el
hermano de Kate, volverá el martes que viene, y se instalará en nuestro apartamento.
No creo que a Christian le guste demasiado eso. Mi encuentro de antes con la extraña
Chica Fantasma va desapareciendo de mi mente.
Mientras charlo con Claire, Elizabeth me pasa otra cerveza.
—Gracias —le sonrío.
Resulta muy fácil charlar con Claire —se nota que le gusta hablar—, y me
bebo una tercera cerveza sin darme cuenta, cortesía de uno de los chicos de
contabilidad.
Cuando Elizabeth y Courtney se van, Jack se viene con Claire y conmigo.
¿Dónde está Christian? Uno de los tipos de contabilidad se pone a hablar con Claire.
—Ana, ¿crees que tomaste una buena decisión viniendo a trabajar con
nosotros?
Jack habla en un tono suave y está un poco demasiado cerca. Pero he notado
que tiene tendencia a hacer eso con todo el mundo, incluso en la oficina.
—Esta semana he estado muy a gusto, gracias, Jack. Sí, creo que tomé la
decisión correcta.
—Eres una chica muy lista, Ana. Llegarás lejos.
Me ruborizo.
—Gracias —mascullo, porque no sé qué más decir.
—¿Vives lejos?
—En el barrio de Pike Market.
—No muy lejos de mi casa. —Sonriendo, se acerca aún más y se apoya en
la barra, casi acorralándome—. ¿Tienes planes este fin de semana?
—Bueno… eh…
Le siento antes de verle. Es como si todo mi cuerpo estuviera sintonizado
con el hecho de su presencia. Se relaja y se despierta a la vez, una dualidad interior y
rara… y noto esa extraña corriente eléctrica.
Christian me pasa el brazo alrededor del hombro como una muestra de
afecto aparentemente relajada, pero yo sé que no es así. Está reclamando un derecho, y
en esta ocasión, es muy bien recibido. Me besa suavemente el pelo.
—Hola, nena —murmura.
Al sentir su brazo que me rodea no puedo evitar sentir alivio, y excitación.
Me acerca hacia sí, y yo levanto la vista para mirarle mientras él observa a Jack,
impasible. Entonces se gira hacia mí y me dedica una media sonrisa fugaz, seguida de
un beso rápido. Lleva una americana azul marino de raya diplomática, con unos
vaqueros y una camisa blanca desabrochada. Está para comérselo.
Jack se aparta, incómodo.
—Jack, este es Christian —balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me
estoy disculpando?—. Christian, Jack.
—Yo soy el novio —dice Christian con una sonrisita fría que no alcanza a
sus ojos, mientras le estrecha la mano a Jack.
Yo levanto la vista hacia mi jefe, que está evaluando mentalmente al
magnífico espécimen varonil que tiene delante.
—Yo soy el jefe —replica Jack, arrogante—. Ana me habló de un ex novio.
Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.
—Bueno, ya no soy un ex —responde Christian tranquilamente—. Vamos,
nena, hemos de irnos.
—Por favor, quedaos a tomar una copa con nosotros —dice Jack con
amabilidad.
No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de
reojo a Claire, que, naturalmente, contempla a Christian con la boca abierta y franco
deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en otras
mujeres?
—Tenemos planes —apunta Christian con su sonrisa enigmática.
¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.
—Quizá en otra ocasión —añade—. Vamos —me dice cogiéndome la
mano.
—Hasta el lunes.
Sonrío a Jack, a Claire y al tipo de contabilidad, tratando de ignorar el
gesto de disgusto de Jack, y salgo por la puerta detrás de Christian.
Taylor está al volante del Audi, que espera junto a la acera.
—¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién mea más lejos?
—le pregunto a Christian cuando me abre la puerta del coche.
—Porque lo era —murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra
la puerta.
—Hola, Taylor —le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.
—Señorita Steele —me saluda Taylor con una amplia sonrisa.
Christian se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los
nudillos.
—Hola —dice bajito.
Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Taylor nos oye, y agradezco que no
vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Christian. Tengo que
echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre él aquí mismo, en el asiento
de atrás del coche.
Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.
—Hola —jadeo, con la boca seca.
—¿Qué te gustaría hacer esta noche?
—Creí que dijiste que teníamos planes.
—Oh, yo sé lo que me gustaría hacer, Anastasia. Te pregunto qué quieres
hacer tú.
Yo le sonrío radiante.
—Ya veo —dice con una perversa risita—. Pues… a suplicar entonces.
¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya?
Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.
—Creo que eres muy presuntuoso, señor Grey. Pero, para variar,
podríamos hacerlo en mi apartamento.
Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.
—Taylor, a casa de la señorita Steele, por favor.
—Señor —asiente Taylor, y se incorpora al tráfico.
—¿Qué tal te ha ido el día? —pregunta.
—Bien. ¿Y el tuyo?
—Bien, gracias.
Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.
—Estás guapísima —dice.
—Tú también.
—Tu jefe, Jack Hyde, ¿es bueno en su trabajo?
¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con vuestro concurso de meadas?
Christian sonríe maliciosamente.
—Ese hombre quiere meterse en tus bragas, Anastasia —dice con
sequedad.
Siento que las mejillas me arden, abro la boca nerviosa, y echo un vistazo a
Taylor.
—Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de
esto? Ya sabes que él no me interesa en absoluto. Solo es mi jefe.
—Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su
trabajo.
Me encojo de hombros.
—Creo que sí.
¿Adónde quiere ir a parar con esto?
—Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.
—Christian, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo…
Todavía. Solo se acerca demasiado.
—Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta
inmoral grave… o acoso sexual.
—Solo ha sido una copa después del trabajo.
—Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.
—Tú no tienes poder para eso. —¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en
blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda
velocidad—. ¿O sí, Christian?
Me dedica su sonrisa enigmática.
—Vas a comprar la empresa —murmuro horrorizada.
En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.
—No exactamente.
—La has comprado. SIP. Ya.
Me mira cauteloso y pestañea.
—Es posible.
—¿La has comprado o no?
—La he comprado.
¿Qué demonios…?
—¿Por qué? —grito, espantada.
Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.
—Porque puedo, Anastasia. Necesito que estés a salvo.
—¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!
—Y no lo haré.
Aparto mi mano de la suya.
—Christian…
Me faltan las palabras.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí. Claro que estoy enfadada contigo. —Estoy furiosa—. Quiero decir,
¿qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando
en ese momento?
Palidezco y vuelvo a mirar inquieta y de reojo a Taylor, que nos ignora
estoicamente.
Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control
cerebro-boca!
Christian abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo
le devuelvo la mirada. Mientras ambos nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el
interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y
reproches en potencia.
Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y
Taylor aparca por fin frente a mi apartamento.
Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la
puerta.
Oigo que Christian le dice a Taylor entre dientes:
—Creo que más vale que esperes aquí.
Noto que le tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar
las llaves de la puerta principal.
—Anastasia —dice con calma, como si yo fuera una especie de animal
acorralado.
Suspiro y me giro para mirarle a la cara. Estoy tan enfadada con él que mi
rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.
—Primero, hace tiempo que no te follo… mucho tiempo, tal como yo lo
siento; y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay
Seattle, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a
estancarse… necesita diversificarse.
Yo le miro fija, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores
incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus grises profundidades.
—Así que ahora eres mi jefe —replico.
—Técnicamente, soy el jefe del jefe de tu jefe.
—Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté
tirando al jefe del jefe de mi jefe.
—En este momento, estás discutiendo con él —responde Christian irritado.
—Eso es porque es un auténtico gilipollas —mascullo.
Christian, atónito, da un paso hacia atrás. Ay, Dios. ¿He ido demasiado
lejos?
—¿Un gilipollas? —murmura mientras su cara adquiere una expresión
divertida.
¡Maldita sea! ¡Estoy enfadada contigo, no me hagas reír!
—Sí.
Me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral.
—¿Un gilipollas? —repite Christian.
Esta vez sus labios se tuercen para disimular una sonrisa.
—¡No me hagas reír cuando estoy enfadada contigo! —grito.
Y él sonríe, enseñando toda la dentadura con esa sonrisa deslumbrante de
muchachote americano, y yo no puedo contenerme. Sonrío y me echo a reír también.
¿Cómo podría no afectarme la alegría que veo en su sonrisa?
—El que tenga una maldita sonrisa estúpida en la cara no significa que no
esté cabreadísima contigo —digo sin aliento, intentando reprimir mi risita tonta de
animadora de instituto.
Aunque yo nunca fui animadora, pienso con amargura.
Se inclina y creo que va a besarme, pero no lo hace. Me huele el pelo e
inspira profundamente.
—Eres imprevisible, señorita Steele, como siempre. —Se incorpora de
nuevo y me observa, con una chispa de humor en los ojos—. ¿Piensas invitarme o vas a
enviarme a casa por ejercer mi derecho democrático, como ciudadano americano,
empresario y consumidor, de comprar lo que me dé la real gana?
—¿Has hablado con el doctor Flynn de eso?
Se ríe.
—¿Vas a dejarme entrar o no, Anastasia?
Yo intento ponerle mala cara —morderme el labio ayuda—, pero sonrío al
abrir la puerta. Christian se da la vuelta, le hace un gesto a Taylor, y el Audi se
marcha.
Es raro estar con Christian Grey en el apartamento. Parece un sitio muy
pequeño para él.
Sigo enfadada: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como
supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que
yo. Esa idea me resulta desagradable.
¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo?
Soy una adulta —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para
tranquilizarle?
Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal
enjaulado, y mi rabia disminuye. Verle aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos
terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… le quiero, y mi corazón se
expande con un júbilo exaltado y embriagador. Él echa un vistazo por todas partes,
examinando el entorno.
—Es bonito —dice.
—Los padres de Kate lo compraron para ella.
Asiente abstraído y sus vivaces ojos grises descansan en los míos, me
miran.
—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizada por los nervios.
—No, gracias, Anastasia.
Su mirada se ensombrece.
¿Por qué estoy tan nerviosa?
—¿Qué te gustaría hacer, Anastasia? —pregunta dulcemente mientras
camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja.
Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.
—Sigo enfadada contigo.
—Lo sé.
Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté
tan enfadada.
—¿Te apetece comer algo? —pregunto.
Él asiente despacio.
—Sí, a ti —murmura.
Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme,
pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios.
Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista, me mira a los
ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me
aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre
las entrañas. Le deseo.
—¿Has comido hoy? —murmura.
—Un bocadillo al mediodía —susurro.
No quiero hablar de comida.
Entorna los ojos.
—Tienes que comer.
—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.
—¿De qué tiene hambre, señorita Steele?
—Creo que ya lo sabe, señor Grey.
Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.
—¿Quieres que te bese, Anastasia? —me susurra bajito al oído.
—Sí —digo sin aliento.
—¿Dónde?
—Por todas partes.
—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte
hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.
Estoy perdida; no está jugando limpio.
—Por favor —murmuro.
—Por favor, ¿qué?
—Tócame.
—¿Dónde, nena?
Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la
mano, y él se aparta inmediatamente.
—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de
alarma.
—¿Qué?
No… vuelve.
—No.
Niega con la cabeza.
—¿Nada de nada?
No puedo reprimir el anhelo de mi voz.
Me mira desconcertado y su duda me envalentona. Doy un paso hacia él, y
se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.
—Oye, Ana…
Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—A veces no te importa —comento quejosa—. Quizá debería ir a buscar
un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas.
Arquea una ceja.
—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?
Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?
—¿Has seguido tomando la píldora?
Maldita sea. La píldora.
Al ver mi gesto le cambia la cara.
—No —mascullo.
—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.
—¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.
—Lo sé, nena.
Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus
brazos y me estrecha contra su cuerpo.
—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus
ardientes ojos grises—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la
verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.
Ah… ¿desde cuándo?
—Yo ya he sido seducida y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por
favor —digo casi gimoteante.
Me sonríe con ternura.
—Come. Estás demasiado flaca.
Me besa la frente y me suelta.
Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.
—Sigo enfadada porque compraras SIP, y ahora estoy enfadada porque me
haces esperar —digo haciendo un puchero.
—La damita está enfadada, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.
—Ya sé después de qué me sentiré mejor.
—Anastasia Steele, estoy escandalizado —dice en tono burlón.
—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio.
Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto
sencillamente adorable… de Christian travieso que juega con mi libido. Si mis armas
de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarle lo hace aún más
difícil.
La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de
trabajar en eso.
Mientras Christian y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesta y
anhelante, y él, relajado, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo
comida en el piso.
—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.
—¿A comprar?
—La comida.
—¿No tienes nada aquí?
Se le endurece el gesto.
Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadado.
—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus
talones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?
Christian parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con
la cesta de la compra.
—No me acuerdo.
—¿La señora Jones se encarga de todas las compras?
—Creo que Taylor la ayuda. No estoy seguro.
—¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.
—Un salteado suena bien.
Christian sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de
preparar algo rápido.
—¿Hace mucho que trabajan para ti?
—Taylor, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo.
¿Por qué no tenías comida en el apartamento?
—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizada.
—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesto.
—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.
Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar.
Si no me hubiera ido, ¿me habrías ofrecido la alternativa vainilla?, me
pregunto vagamente.
—¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.
—Cerveza… creo.
—Compraré un poco de vino.
Ay, Dios. No estoy segura de qué tipo de vino tienen en el supermercado
Ernie’s. Christian vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.
—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.
—Veré qué tienen.
Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. Le veo
salir por la puerta muy decidido, con su elegancia natural. Dos mujeres que entran se
paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto
desaliento.
Le deseo tal como le recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de
rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente
frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm…
Christian entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con
ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se le ve muy raro, muy distinto de
su porte habitual de presidente.
—Se te ve muy… doméstico.
—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.
Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo
empiezo a vaciarlas, él saca una botella de vino y busca un sacacorchos.
—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese
cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.
Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se
disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su
presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntos que me ruborizo solo
de pensarlo, y aun así apenas le conozco.
—¿En qué estás pensando?
Christian interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y
la deja sobre el sofá.
—En lo poco que te conozco, en realidad.
Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.
—Me conoces mejor que nadie.
—No creo que eso sea verdad.
De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Robinson
aparece en mi mente.
—La cuestión, Anastasia, es que soy una persona muy, muy cerrada.
Me ofrece una copa de vino blanco.
—Salud —dice.
—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras él mete la botella en la
nevera.
—¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.
—No, no hace falta… siéntate.
—Me gustaría ayudar.
Parece sincero.
—Puedes picar las verduras.
—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.
—Supongo que no lo necesitas.
Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira,
confundido.
—¿Nunca has picado una verdura?
—No.
Lo miro riendo.
—¿Te estás riendo de mí?
—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Christian,
creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré.
Le rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.
—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con
cuidado.
—Parece bastante fácil.
—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con
ironía.
Él me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo
comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por
favor… así estaremos aquí todo el día.
Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que
necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos.
Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, él se queda muy quieto.
—Sé lo que estás haciendo, Anastasia —murmura sombrío, mientras sigue
aún con el primer pimiento.
—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.
Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las
chalotas y las judías verdes, chocando con él a cada momento.
—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo
pimiento rojo.
—¿Picar? —Le miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica.
Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Él se queda inmóvil otra vez.
—Si vuelves a hacer eso, Anastasia, te follaré en el suelo de la cocina.
Oh, vaya, esto funciona.
—Primero tendrás que suplicarme.
—¿Me estás desafiando?
—Puede.
Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se
inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.
—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera.
Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Christian
Grey, y solo él puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados
de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la
nevera. Cuando me doy la vuelta, él está a mi lado.
—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.
—No, Anastasia. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.
Su voz es tenue y seductora.
Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del
otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo
mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de
venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo
mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.
De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo
hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y
oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua
encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa
hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.
—¿Qué quieres, Anastasia? —jadea.
—A ti —gimo.
—¿Dónde?
—En la cama.
Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a
mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita.
Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.
—¿Ahora qué? —dice en voz baja.
—Hazme el amor.
—¿Cómo?
Madre mía.
—Tienes que decírmelo, nena.
Por Dios…
—Desnúdame —digo ya jadeando.
Él sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia él.
—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza
a desabrocharme despacio.
Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él
no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me
saca la blusa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga
al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la
cremallera.
—Dime lo que quieres, Anastasia.
Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.
—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la
base de la oreja hasta la garganta.
Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de
besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.
—Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe
antes de dejarse caer de rodillas ante mí.
Oh, me siento tan poderosa. Mete los pulgares en mis pantalones y me los
quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para
librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Él se
para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.
—¿Ahora qué, Anastasia?
—Bésame —musito.
—¿Dónde?
—Ya sabes dónde.
—¿Dónde?
Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis
muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo
increíblemente excitada.
—Oh, encantado —dice entre risas.
Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y
me agarro a su cabello. Él no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca,
una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…
—Christian, por favor —suplico.
No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.
—¿Por favor qué, Anastasia?
—Hazme el amor.
—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna.
—No. Te quiero dentro de mí.
—¿Estás segura?
—Por favor.
No ceja en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.
—Christian… por favor.
Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi
excitación.
Es tan erótico…
—¿Y bien? —pregunta.
—¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándole con un ansia febril.
—Yo sigo vestido.
Le miro boquiabierta y confundida.
¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso
atrás.
—Ah, no —me riñe.
Por Dios, quiere decir los vaqueros.
Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y
me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho
el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y
lo libero. Uau.
Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué?
¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa?
Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita los calcetines,
y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y
se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me
meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…
—Ah. Ana… oh, despacio.
Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y
junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.
—Joder —masculla.
Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo,
hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me
siento como Afrodita.
—Ana, ya basta. Para.
Vuelvo a hacerlo (suplica, Grey, suplica), y otra vez.
—Ana, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No
quiero correrme en tu boca.
Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en
pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como
un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros
tirados en el suelo. Está jadeando, como yo.
—Quítate el sujetador —ordena.
Me incorporo y hago lo que me dice.
—Túmbate. Quiero mirarte.
Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto.
Me mira y se relame.
—Eres preciosa, Anastasia Steele.
Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al
hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo
y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene.
No… Para. Te deseo.
—Christian, por favor.
—¿Por favor, qué? —murmura entre mis pechos.
—Te quiero dentro de mí.
—¿Ah, sí?
—Por favor.
Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta
quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde en mi interior
con un ritmo deliciosamente lento.
Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su
posesión, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirle, para unirme a él, gimiendo
en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos
encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy
despacio, dentro y fuera una y otra vez.
—Más rápido, Christian, más rápido… por favor.
Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a
moverse de verdad —catigador, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará
mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan
debajo de él.
—Vamos, nena —gime—. Dámelo.
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora,
en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre.
—¡Ana! ¡Oh, joder, Ana!

Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.

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