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No te escondo nada - Sylvia Day - Cap.13

Me apreté el cinturón de la bata.
—Voy a vestirme y me voy.
—¡Qué? —Gideon me miró enfurecido—. ¿Irte adónde?
—A casa —contesté agotada—. Creo que necesitas asimilar todo esto.
Cruzó los brazos.
—Podemos hacerlo juntos.
—No creo que podamos. —Lo miré con determinación y una profunda pena inundó
mi vergüenza y mi desgarradora decepción—. No mientras me mires como si sintieras pena
por mí.
—No soy de piedra, Eva. No sería un ser humano si no me preocupara.
Las emociones que había sentido desde el almuerzo se fusionaron en un dolor
abrasador en el pecho y un depurador arrebato de rabia.
—No quiero tu maldita compasión.
Se pasó las dos manos por el pelo.
—Entonces, ¿qué demonios quieres?
—¡A ti! Te quiero a ti.
—Ya me tienes. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
—Tus palabras no significan nada si no puedes corroborarlas. Desde el momento en
que nos conocimos, me has deseado. No has sido capaz de mirarme sin dejar bien claro que
quieres follarme hasta reventar. Y eso ha desaparecido, Gideon. —Me ardían los ojos—.
Esa mirada... ha desaparecido.
—No lo estás diciendo en serio. —Me miró como si me hubieran salido dos
cabezas.
—Creo que no sabes cómo me hace sentir tu deseo. —Envolví mi cuerpo entre mis
brazos, cubriéndome el pecho. De repente, me sentía desnuda en el peor de los sentidos—.
Hace que me vea hermosa, que me sienta fuerte y viva. Yo... no puedo soportar estar
contigo si ya no sientes eso por mí.
—Eva, yo... —Su voz se desvaneció y quedó en silencio. Su rostro era severo y
distante y sus puños apretados le caían a ambos lados.
Desaté el cinturón de la bata y me la quité.
—Mírame, Gideon. Mira mi cuerpo. Es el mismo del que anoche no te cansabas. El
mismo que querías penetrar con tanta desesperación que me llevaste a esa habitación de
hotel. Si ya no lo quieres... Si no se te pone dura mirándolo...
—¿Te parece esto lo suficientemente dura? —Se rompió el cordón de los pantalones
y se los bajó para mostrar la pesada y venosa longitud de su erección.
Los dos nos lanzamos a la vez, colisionando. Nuestras bocas se deslizaron sobre el
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cuerpo del otro mientras él me levantaba para envolver sus labios con mis piernas. Tropezó
con el sofá y caímos, y aguantó el peso de los dos con una sola mano extendida.
Me tumbé debajo de él, jadeando y sollozando, mientras él se ponía de rodillas en el
suelo y me lamía la barbilla. Se movía con brusquedad e impaciencia, sin la sutileza a la
que me tenía acostumbrada, y me encantó. Me gustó más cuando se levantó por encima de
mí y me metió la polla. Yo no estaba muy húmeda y aquel ardor me hizo ahogar un grito. Y
entonces, me puso el pulgar en el clítoris, restregándolo en círculos y haciendo que mi
cadera se agitara.
—Sí —gemí, pasando mis uñas por su espalda. Ya no estaba gélido. Estaba
ardiendo—. Fóllame, Gideon. Fóllame fuerte.
Eva. —Tapó mi boca con la suya. Me agarró el pelo con el puño
inmovilizándome, mientras me embestía una y otra vez, machacándome con fuerza y hasta
el fondo. Dio una patada contra el brazo del sofá impulsándose contra mí, llevándome a su
orgasmo con decidida furia—. Mía... mía... mía...
El rítmico golpeteo de sus pesadas pelotas contra la curva de mis nalgas y la dureza
de su posesiva letanía, me volvió loca de deseo. Sentí que me aceleraba con cada punzada
de dolor mientras mi sexo se tensaba con una excitación cada vez mayor.
Con un largo gemido gutural, empezó a correrse y su cuerpo flexionado tembló
mientras se vaciaba dentro de mí.
Me agarré a él mientras llegaba a su orgasmo, acariciándole la espalda y besándolo
con fuerza en el hombro.
—Espera —dijo con brusquedad apretando las manos por debajo de mí y aplastando
mis pechos contra él.
Gideon me levantó y se sentó conmigo montada a horcajadas en su cintura. Mi sexo
resbalaba tras su orgasmo, lo cual le hizo más fácil volver a introducirse en mí.
Sus manos me apartaron el pelo de la cara y luego limpiaron mis lágrimas de alivio.
—Siempre me la pones dura, siempre me pones caliente. Siempre me vuelvo medio
loco de tanto desearte. De haber algo que pudiese cambiar esto, lo habría hecho antes de
que llegáramos tan lejos. ¿Lo entiendes?
Mis manos rodearon sus muñecas.
—Sí.
—Ahora, demuéstrame que me deseas después de esto. —Tenía el rostro encendido
y humedecido y sus ojos me miraban oscuros y turbulentos—. Necesito saber que haber
perdido el control no significa que te haya perdido a ti.
Aparté sus manos de mi cara y las bajé hasta mis pechos. Cuando él los cubrió con
la palma de sus manos, extendí las mías sobre sus hombros y sacudí mi cadera. Él no estaba
duro del todo pero enseguida se puso mientras yo empezaba a ondularme. Con sus dedos
sobre mis pezones, moviéndolos y tirando de ellos, hacía que me invadieran oleadas de
placer y aquella sutil estimulación llegaba a lo más profundo de mí ser. Cuando me acercó
a él y se metió uno de mis duros pezones en la boca, yo grité y mi cuerpo se encendió
deseando aún más.
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Agarrándome los muslos, me levantó. Cerré los ojos para concentrarme en la forma
en que salía de mí. Después, me mordí un labio por el modo en que me estiraba al volver a
entrar.
—Así —murmuró lamiéndome todo el pecho hasta llegar al otro pezón, agitando la
lengua por la punta dura y dolorida—. Córrete para mí. Quiero que te corras mientras
montas en mi polla.
Moviendo mis caderas, sentí el placer de la exquisita sensación de que él entrara en
mí de una forma tan perfecta. No sentí vergüenza ni remordimiento alguno mientras llegaba
al frenesí montada en su pene duro, ajustando el ángulo de manera que su gruesa corona se
restregara justo donde yo quería.
—Gideon —susurré—. Ay, sí... Ah, por favor...
Me agarró la parte posterior del cuello con una mano y la muñeca con la otra,
arqueando su cadera para entrar un poco más hondo.
—Eres tan hermosa, tan sensual... Voy a volver a correrme por ti otra vez. Eso es lo
que provocas en mí, Eva. Nunca tengo suficiente.
Gemí cuando todo se puso rígido, cuando llegó la dulce tensión después de los
golpes rítmicos y profundos. Yo jadeaba con desesperación y movía con fuerza las caderas.
Metí la mano entre las piernas y me masajeé el clítoris con la yema de los dedos para
acelerar el orgasmo.
Él ahogó un grito y echó la cabeza hacia atrás sobre el cojín del sofá mientras se le
marcaban las venas del cuello por la tensión.
—Noto que estás a punto de correrte. El coño se te pone muy caliente y tenso, muy
goloso.
Sus palabras y su voz me hicieron caer. Grité cuando sentí el primer temblor fuerte
y luego otra vez, mientras el orgasmo se extendía por mi cuerpo y mi sexo se contraía
espasmódicamente alrededor de la férrea erección de Gideon.
Los dientes le rechinaron y él me apretó hasta que sus puños empezaron a aflojarse.
Después, me agarró la cadera hacia arriba y se movió con fuerza dentro de mí. Una vez,
dos. Al tercer empujón pronunció mi nombre con un gruñido y se vació con fuerza
haciendo que mis últimos temores y dudas se echaran a dormir.
No sé cuánto tiempo estuvimos tumbados en el sofá, conectados y juntos, con mi
cabeza sobre su hombro y sus manos acariciando la curva de mi columna vertebral.
Gideon apretó los labios contra mi sien y murmuró:
—Quédate.
—Sí.
Me abrazó.
—Eres muy valiente, Eva. Muy fuerte y honesta. Eres un milagro. Mi milagro.
—Puede que un milagro de la terapia moderna —me burlé, mientras mis dedos
jugaban con su abundante pelo—. Y aun así, estuve realmente jodida durante un tiempo y
todavía quedan algunos problemas que no creo que pueda superar nunca.
—Dios mío. La forma en que te tiré los trastos al principio... Pude haber echado a
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perder todo lo nuestro antes incluso de empezar. Y la cena de beneficencia... —Se
estremeció y enterró la cara en mi cuello—. Eva, no me permitas que eche a perder esto. No
permitas que te aleje de mí.
Levanté la cabeza para mirarlo a la cara. Era increíblemente guapo. A veces, me
costaba asimilarlo.
—No puedes criticar a posteriori todo lo que hagas o lo que me digas por culpa de
Nathan y de lo que me hizo. Eso nos terminará separando. Acabará con nosotros.
—No digas eso. Ni siquiera lo pienses.
Le alisé el ceño con unas caricias de mi dedo pulgar.
—Ojalá no hubiera tenido que contártelo. Ojalá no tuvieras que saberlo.
Me agarró la mano y apretó las yemas de mis dedos contra sus labios.
—Tengo que saberlo todo, cada parte de ti, exterior e interior, cada detalle.
—Las mujeres deben guardarse algún secreto —bromeé.
—Conmigo no tendrás ninguno. —Me agarró del pelo y me rodeó la cadera con un
brazo apretándome contra él, recordándome, como si pudiera olvidarlo, que seguía estando
dentro de mí—. Voy a ser tu dueño, Eva. Es lo más justo, puesto que tú eres la mía.
—¿Y qué pasa con tus secretos, Gideon?
Su rostro se convirtió en una máscara inexpresiva, un acto tan fácilmente
conseguido que supe que se había convertido en algo natural en él.
—Empecé desde cero cuando te conocí. Todo lo que creía que era yo, todo lo que
pensaba que necesitaba... —Negó con la cabeza—. Estamos descubriendo juntos quién soy.
Tú eres la única que me conoce.
Pero no lo conocía. No de verdad. Lo estaba llegando a entender, conociéndolo
poco a poco, pero seguía siendo un misterio para mí en muchos aspectos.
—Eva... si simplemente me dijeras qué es lo que quieres... —Se esforzó por tragar
saliva—. Puedo ser mejor si me das la oportunidad. Pero no... No te des por vencida
conmigo.
Dios mío. Podía triturarme con total facilidad. Unas cuantas palabras, una mirada
desesperada, y yo me abría en canal.
Le acaricié la cara, el pelo, los hombros. Estaba tan destrozado como yo, de un
modo que todavía no conocía.
—Necesito algo de ti, Gideon.
—Lo que sea. Dime lo que es.
—Necesito que cada día me cuentes algo que no sepa de ti. Algo revelador, por muy
pequeño que sea. Necesito que me prometas que lo vas a hacer.
Gideon me miró con recelo.
—¿Lo que yo quiera?
Asentí, sin estar segura de qué pensar ni de qué podía esperar sonsacarle.
Soltó un fuerte suspiro.
—De acuerdo.
Le besé suavemente, una muestra silenciosa de agradecimiento.
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—Salgamos a cenar. ¿O quieres que pidamos algo? —me preguntó acariciando mi
nariz con la suya.
—¿Estás seguro de que debemos salir?
—Quiero tener una cita contigo.
No había modo de que pudiera negarme a aquello, no cuando era consciente del
gran paso que suponía para él. Un gran paso para los dos, en realidad, puesto que la última
vez que habíamos salido juntos había terminado en desastre.
—Suena romántico. E irresistible.
Su alegre sonrisa fue mi recompensa, al igual que la ducha que nos dimos para
limpiarnos. Me encantaba la intimidad de lavar su cuerpo tanto como me gustaba la
sensación de las palmas de sus manos deslizándose por el mío. Cuando le cogí la mano y la
puse entre mis piernas, animándolo a que metiera dos de sus dedos dentro de mí, vi el
familiar y bienvenido calor de sus ojos al tocar la esencia resbaladiza que había dejado
detrás.
—Mía —murmuró tras besarme.
Aquello me hizo deslizar las dos manos hasta su polla y susurrarle lo mismo a él.
En el dormitorio, cogí de la cama mi vestido nuevo y me lo puse por encima.
—¿Lo has elegido tú, Gideon?
—Sí, así es. ¿Te gusta?
—Es bonito. —Sonreí—. Mi madre dijo que tenías un gusto excelente... excepto por
tus preferencias por las morenas.
Me miró justo antes de que su magnífico culo desnudo desapareciera dentro de su
inmenso vestidor.
—¿Qué morenas?
—Ah, buena respuesta.
—Mira en el cajón de arriba de la derecha —gritó.
¿Estaba intentando evitar que pensara en todas las morenas con las que le habían
fotografiado, Magdalene incluida?
Dejé el vestido sobre la cama y abrí el cajón. Dentro había una docena de conjuntos
de lencería de Carine Gilson, todos de mi talla, en una amplia variedad de colores. También
había ligas y medias de seda aún dentro de sus embalajes.
Levanté la vista hacia Gideon cuando volvió a aparecer con su ropa en la mano.
—¿Tengo un cajón?
—Tienes tres en el vestidor y dos en el baño?
—Gideon —dije sonriendo—, normalmente se tardan meses en reunir el valor para
dejar un cajón.
—¿Cómo lo sabes? —Dejó su ropa sobre la cama—. ¿Has vivido con algún otro
hombre aparte de Cary?
Lo fulminé con la mirada.
—Tener un cajón no es vivir con alguien.
—Ésa no es una respuesta. —Se acercó y me apartó suavemente a un lado para
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coger unos calzoncillos.
Al notar su retirada y que su humor se ensombrecía, contesté antes de que se
apartara.
—No, no he vivido con ningún otro hombre.
Inclinándose sobre mí, Gideon me dio un beso brusco y fuerte en la frente antes de
volver a la cama. Se detuvo a los pies dándome la espalda.
—Quiero que esta relación signifique más para ti que ninguna otra que hayas tenido.
—Así es. Hasta ahora. —Apreté el nudo de la toalla entre mis pechos—. Aún me
cuesta un poco. Se ha convertido en algo importante muy rápidamente. Quizá demasiado
rápido. No dejo de pensar que es demasiado bueno para ser verdad.
Se dio la vuelta y me miró.
—Puede que sea así. Si lo es, lo merecemos.
Fui hacia él y dejé que me estrechara entre sus brazos. Allí es donde quería estar
más que en ningún otro sitio.
Me dio un beso en la cabeza.
—No soporto la idea de que estés esperando que esto se acabe. Eso es lo que estás
haciendo, ¿verdad? Eso es lo que parece.
—Lo siento.
—Tenemos que conseguir que te sientas segura. —Me pasó los dedos por el pelo—.
¿Cómo podemos hacerlo?
Vacilé un momento y, a continuación, me decidí a contestar.
—¿Irías conmigo a una terapia de pareja?
La caricia de sus dedos se detuvo. Se quedó en silencio un momento, respirando con
fuerza.
—Piénsalo —le sugerí—, quizá si lo examinamos podemos ver qué pasa.
—¿Lo estoy haciendo mal? ¿Contigo y conmigo? ¿Tanto la estoy fastidiando?
Me retiré para poder mirarlo.
—No, Gideon. Eres perfecto. Perfecto para mí, al menos. Estoy loca por ti. Creo
que eres...
Me besó.
—Lo haré. Iré.
Lo amé en ese momento. Con locura. Y al momento siguiente. Y durante todo el
camino de lo que resultó ser una cena deslumbrante e íntima en el restaurante Masa.
Éramos una de las tres únicas parejas del restaurante y a Gideon lo saludaron por su nombre
nada más verlo. La comida que nos sirvieron estaba increíblemente buena y el vino
demasiado caro como para pensar en ello. De lo contrario, no habría sido capaz de beberlo.
Gideon era carismático y misterioso. Su encanto, relajado y seductor.
Me sentía guapa con el vestido que había elegido para mí y estaba de buen humor.
Él conocía lo peor que se podía saber de mí y, aun así, seguía conmigo.
Sus dedos me acariciaron el hombro... dibujando círculos en mi nuca... bajando por
la espalda. Me besó en la sien y me acarició bajo la oreja con la nariz, tocando ligeramente
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con su lengua mi piel sensible. Por debajo de la mesa, su mano me apretaba el muslo y me
tocaba la parte posterior de la rodilla. Todo mi cuerpo vibró al sentirlo. Lo deseaba tanto
que dolía.
—¿Cómo conociste a Cary? —me preguntó mirándome por encima del borde de su
copa de vino.
—Terapia de grupo. —Apoyé mi mano sobre la suya para detener su movimiento
hacia la parte superior de mi pierna, sonriendo ante el travieso brillo de sus ojos—. Mi
padre es policía y había oído hablar de un terapeuta que supuestamente tenía una habilidad
tremenda con niños salvajes, que es lo que yo era. Cary también estaba viendo al doctor
Travis.
—Habilidad tremenda, ¿eh? —Gideon sonrió.
—El doctor Travis no es como los demás terapeutas a los que he ido. Su consulta es
un viejo gimnasio que ha transformado. Tiene una política de puertas abiertas con «sus
chicos» y estar por allí era para mí más real que tumbarme en un sofá. Además, no había
normas estúpidas. Tenía que haber una verdadera honestidad en ambas direcciones o se
cabreaba. Siempre me gustó eso de él, que se preocupara lo suficiente como para que le
afectara.
—¿Elegiste la Universidad Estatal de San Diego porque tu padre está en el sur de
California?
Torcí la boca irónicamente al ver que conocía algo más de mí que yo no le había
dicho.
—¿Cuánto has descubierto sobre mí?
—Todo lo que he podido encontrar.
—Me gustaría saber hasta dónde has llegado.
Levantó mi mano hasta sus labios y me la besó.
—Probablemente no.
Yo negué con la cabeza exasperada.
—Sí, por eso asistí a la Universidad Estatal de San Diego. No había pasado mucho
tiempo con mi padre cuando era niña. Además, mi madre me estaba asfixiando.
—¿Y nunca le dijiste a tu padre lo que te había pasado?
—No. —Giré el pie de mi copa de vino entre los dedos—. Sabe que yo era una
chica rabiosa y problemática, con problemas de autoestima, pero no sabe lo de Nathan.
—¿Por qué no?
—Porque no puede cambiar lo que ocurrió. Nathan fue castigado legalmente. Su
padre pagó una gran cantidad de dinero por daños. Se hizo justicia.
Gideon habló con calma:
—No estoy de acuerdo.
—¿Qué más se puede esperar?
Dio un largo sorbo antes de contestar.
—No está bien decirlo en plena cena.
—Ah. —Como aquello sonaba siniestro, sobre todo cuando iba acompañado por su
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mirada fría, volví a centrar mi atención en la comida que tenía delante. No había menú en
Masa, solo omakase, así que cada bocado era un placer sorprendente y la escasez de
clientes lo hacía parecer como si tuviéramos todo el local para nosotros solos.
—Me encanta verte comer —dijo un momento después.
Lo fulminé con la mirada.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Comes con gusto. Y tus pequeños gemidos de placer me la ponen dura.
Choqué mi hombro con el suyo.
—Según tú mismo has dicho, siempre la tienes dura.
—Por tu culpa —contestó sonriendo, lo que hizo que yo también sonriera.
Gideon comía con más calma que yo y no miró siquiera la astronómica cuenta.
Antes de salir, me colocó su chaqueta sobre los hombros.
—Vamos mañana a tu gimnasio —dijo.
Yo lo miré.
—El tuyo está mejor.
—Por supuesto que sí. Pero yo iré adondequiera que tú prefieras ir.
—¿Algún lugar sin entrenadores serviciales que se llamen Daniel? —le pregunté
con dulzura.
Me miró arqueando la ceja y haciendo una mueca con los labios.
—Cuidadito, cielo, o tendré que pensar en algún castigo apropiado por haberte
burlado de mi actitud posesiva.
Me di cuenta de que no me había vuelto a amenazar con unos azotes. ¿Era
consciente de que el dolor infligido con el sexo era para mí una provocación? Aquello me
devolvió a un lugar de mi mente al que nunca quise regresar.
Durante el camino de vuelta a casa de Gideon, me acurruqué entre sus brazos en el
asiento trasero del Bentley, con las piernas apoyadas en uno de sus muslos y la cabeza
sobre su hombro. Pensé en el modo en que los abusos de Nathan seguían afectando a mi
vida, sobre todo a mi vida sexual.
¿A cuántos de esos fantasmas podríamos exorcizar Gideon y yo juntos? Tras aquel
breve atisbo de juguetes que había visto en el cajón de la habitación del hotel, estaba claro
que él tenía más experiencia y sexualmente era más atrevido que yo. Y el placer que yo
había obtenido antes por la ferocidad de su forma de hacerme el amor en el sofá me
demostraba que podía hacerme cosas que nadie más podía.
—Confío en ti —susurré.
Apretó los brazos alrededor de mi cuerpo.
—Vamos a ser buenos el uno para el otro, Eva —murmuró con los labios sobre mi
pelo.
Cuando esa misma noche me quedé dormida en sus brazos, lo hice con aquellas
palabras en mi cabeza.
—No... ¡No! No... ¡Por favor!
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Los gritos de Gideon me levantaron de la cama y el corazón me latía con fuerza. Me
costaba respirar mientras miraba asustada al hombre que se retorcía a mi lado.
Gruñía como una bestia salvaje, dando puñetazos con las manos y patadas con los
pies sin parar. Yo me aparté, con miedo de que me golpeara sin querer mientras dormía.
—Caliéntame —dijo jadeando.
—¡Gideon! Despierta.
—Ca... lién... ta... me... —Arqueó la cadera con un bufido de dolor. Se mantuvo así,
con los dientes apretados y la espalda doblada, como si la cama ardiera debajo de él.
Después, se dejó caer y el colchón se sacudió mientras él rebotaba.
—Gideon. —Alargué la mano hacia la lámpara de la mesilla de noche con la
garganta ardiéndome. No podía llegar a ella y tuve que apartarme las mantas enredadas
para poder acercarme. Gideon se retorcía del dolor y se revolvía con tal fuerza que movía la
cama.
La habitación se iluminó con un repentino destello de luz. Me giré hacia él...
Y lo encontré masturbándose con espantosa fiereza. Con la mano derecha se
agarraba la polla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y la bombeaba con una
rapidez despiadada. Con la mano izquierda se agarraba a la sábana ajustable. Su rostro se
retorcía por el suplicio y el dolor.
Temiendo por su seguridad, le empujé en el hombro con las dos manos.
—Gideon, joder. ¡Despierta!
Mi grito atravesó su pesadilla. Abrió los ojos y se incorporó, mirándome
frenéticamente.
—¡Qué? —gritó mientras el pecho le palpitaba. Tenía la cara encendida y los labios
y las mejillas rojos por la excitación—. ¿Qué pasa?
—Dios mío. —Me pasé las manos por el pelo y me levanté, cogiendo la bata negra
que había dejado colgada de los pies de la cama.
¿Qué ocurría en su mente? ¿Qué podía hacer que alguien tuviera unos sueños
sexuales tan violentos?
—Estabas teniendo una pesadilla. Me has asustado —respondí con voz agitada.
—Eva. —Bajó la mirada hacia su erección y su rubor se oscureció por la vergüenza.
Me quedé mirándolo desde mi sitio seguro junto a la ventana, mientras me ataba el
cinturón de la bata con fuertes tirones.
—¿Qué estabas soñando?
Él negó con la cabeza y bajó la mirada humillado, un gesto de vulnerabilidad que no
había visto ni reconocía en él. Fue como si otra persona hubiera ocupado el cuerpo de
Gideon.
—No lo sé.
—Y una mierda. Hay algo en ti, algo que te corroe por dentro. ¿Qué es?
Se recuperó visiblemente mientras su cerebro se esforzaba por despertar del todo.
—Sólo ha sido un sueño, Eva. Son cosas que le pasan a la gente.
Me quedé mirándole, dolida porque utilizara ese tono conmigo, como si yo
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estuviera siendo irracional.
—Que te den.
Se puso derecho y tiró de las sábanas para ponerlas sobre su regazo.
—¿Por qué te enfadas?
—Porque estás mintiendo.
Su pecho se ensanchó mientras tomaba aire. A continuación, lo dejó escapar
rápidamente.
—Siento haberte despertado.
Me apreté el puente de la nariz sintiendo que un dolor de cabeza iba cobrando
fuerza. Los ojos me escocían por la necesidad de llorar por él, llorar por cualquiera que
fuese el tormento que había sufrido. Y llorar por nosotros, porque si no me dejaba entrar
ahí, nuestra relación no iría a ningún lado.
—Una vez más, Gideon: ¿qué estabas soñando?
—No me acuerdo. —Se pasó una mano por el pelo y dejó caer las piernas por el
borde de la cama—. Tengo algunas cosas en la cabeza y probablemente me van a mantener
despierto. Voy a trabajar un rato en el despacho. Vuelve a la cama e intenta dormir.
—Había unas cuantas respuestas correctas para esa pregunta, Gideon. «Hablemos
de ello mañana» habría sido una de ellas. E incluso un «no estoy preparado para hablar de
ello» habría estado bien. Pero tienes el valor de actuar como si no supiera lo que estoy
diciendo y me hablas como si estuviese loca.
—Cielo...
—No. —Coloqué los brazos alrededor de mi cintura—. ¿Crees que me ha resultado
fácil hablarte de mi pasado? ¿Crees que no me ha dolido abrirme en canal para dejar que
saliera todo lo feo? Habría sido más sencillo cortar contigo y salir con otra persona menos
importante. Quizá algún día sientas lo mismo por mí.
Salí de la habitación.
—¡Eva! Eva, maldita sea, vuelve aquí. ¿Qué te pasa?
Aceleré el paso. Sabía cómo se sentía: aquellas náuseas en su estómago que se
extendían como el cáncer, la rabia, la impotencia y la necesidad de acurrucarse en privado y
buscar la fuerza para volver a meter los recuerdos en aquel agujero profundo y oscuro
donde seguían viviendo.
No era una excusa para mentir ni desviar la culpa hacia mí.
Cogí el bolso de la silla donde lo había dejado al llegar de cenar y me apresuré
rápidamente hacia la puerta y hacia el vestíbulo que llevaba al ascensor. Las puertas del
ascensor se cerraban conmigo dentro cuando, a través de la puerta de la calle, lo vi entrar en
la sala de estar. Al verlo desnudo estuve segura de que no podría venir detrás de mí,
mientras que sus ojos me aseguraban que yo no me iba a quedar. Se había puesto otra vez la
máscara, aquel rostro increíblemente implacable que mantenía al mundo a una distancia de
seguridad.
Temblando, me incliné sobre la barra de metal en busca de apoyo. Me debatía entre
mi preocupación por él, que me empujaba a quedarme, y lo que había aprendido con mucho
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esfuerzo y que me aseguraba que esta forma de enfrentarse a los problemas no estaba hecha
para mí. Para mí, el camino hacia la recuperación estaba pavimentado con verdades
difíciles, no con negaciones y mentiras.
Dándome pequeños toques en las mejillas húmedas al pasar por la tercera planta,
respiré hondo y me recompuse antes de que se abrieran las puertas en la planta de abajo.
El portero llamó con un silbido a un taxi que pasaba y actuó de manera tan
profesional que hizo como si yo fuera vestida para trabajar en lugar de lucir unos pies
descalzos y una bata negra. Le di las gracias sinceramente.
Y estaba tan agradecida al taxista por llevarme a casa rápidamente que le di una
buena propina y no me importaron las furtivas miradas que recibí de mi portero y del señor
de la recepción. Ni siquiera me importó la mirada que me brindó la despampanante y
escultural rubia que salió del ascensor mientras yo esperaba, hasta que olí en ella la colonia
de Cary y me di cuenta de que la camiseta que llevaba puesta era de él.
Recibió mi estado a medio vestir con una mirada divertida.
—Bonita bata.
La rubia se fue con una sonrisita.
Cuando llegué a mi planta, encontré a Cary esperando con la puerta abierta y
vestido con una bata suya.
Se enderezó y abrió los brazos hacia mí.
—Ven aquí, nena.
Fui directamente hacia él y lo abracé con fuerza, mientras todo su cuerpo olía a
perfume de mujer y a sexo fuerte.
—¿Quién es la chica que acaba de marcharse?
—Otra modelo. No te preocupes por ella. —Me condujo al interior del apartamento
y cerró la puerta con llave—. Cross ha llamado. Ha dicho que venías para acá y que tiene
tus llaves. Quería asegurarse de que yo estaba aquí y despierto para que pudieras entrar. Por
si te interesa saberlo, parecía hecho polvo y preocupado. ¿Quieres que hablemos de ello?
Dejé el bolso sobre la barra de la cocina al entrar.
—Ha tenido otra pesadilla. Una realmente mala. Cuando le he preguntado por ella,
él lo ha negado, ha mentido y después ha actuado como si estuviera loca.
—Ah, lo típico.
El teléfono empezó a sonar. Rápidamente le di al interruptor de la base para apagar
timbre y Cary hizo lo mismo con el auricular que había dejado sobre la barra. A
continuación, saqué mi teléfono móvil, cerré el mensaje que me decía que tenía varias
llamadas perdidas de Gideon y le envié un mensaje de texto: «En casa sana y salva. Espero
que duermas bien el resto de la noche».
Apagué el teléfono y volví a meterlo en el bolso; luego cogí una botella de agua del
frigorífico.
—Lo que me repatea es que esta noche yo le había contado toda mi basura.
Cary me miró asombrado.
—¡Lo has hecho! ¿Y cómo se lo ha tomado?
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—Mejor de lo que me podía esperar. Nathan va a desear no haberle conocido nunca.
—Me terminé la botella—. Y Gideon aceptó ir a la terapia de parejas que me aconsejaste.
Creía que habíamos superado los obstáculos. Puede que así fuera, pero aun así nos hemos
dado contra un muro.
—De todas formas, parece que estás bien —dijo apoyándose sobre la barra—. Sin
lágrimas. Muy tranquila. ¿Debo preocuparme?
Me froté el vientre para liberar el miedo que se había arraigado en él.
—No. Me pondré bien. Sólo... quiero que funcionen las cosas entre nosotros.
Quiero estar con él, pero mentir sobre asuntos serios supone para mí un impedimento.
Dios. Ni siquiera podía pensar que quizá no superaríamos aquello. Estaba nerviosa.
La necesidad de estar con Gideon hacía que el pulso me bombeara con fuerza.
—Eres dura de pelar, nena. Estoy orgulloso de ti. —Se acercó a mí, estrechamos los
brazos y apagamos las luces de la cocina—. Vamos a dormir. Mañana será otro día.
—Creía que las cosas entre Trey y tú iban bien.
Adoptó una espléndida sonrisa.
—Cariño, creo que me he enamorado.
—¿De quién? —Apoyé la mejilla en su hombro—. ¿De Trey o de la rubia?
—De Trey, tonta. La rubia sólo me ha servido para hacer un poco de ejercicio.
Tenía muchas cosas que decir al respecto, pero no era el momento de entrar en el
historial de Cary sobre sabotajes a su propia felicidad. Y quizá centrarse en lo bien que le
iban las cosas con Trey fuera lo mejor en ese momento.
—Así que por fin te has enamorado de una persona buena. Tenemos que celebrarlo.

—Oye, eso lo debería decir yo.

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