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Pídeme lo que quiera o dejame - Epílogo


Epílogo
Igual que mi hermana tuvo un divorcio exprés, organiza una boda exprés.
En agosto, toda la familia nos reunimos en Villa Morenita y celebramos un buen bodorrio por todo lo
alto, al que unimos el bautizo del pequeño Eric. Decidimos hacerlo todo junto. Volver a reunir a todos
los asistentes no es fácil y no queríamos que faltara nadie.
En esta ocasión, unimos a México con España en una boda y en un bautizo Alemania con España. Los
amigos de mi padre se ríen y dicen que nuestra familia es como la ONU.
La madre de Dexter y éste cantaron rancheras y mi padre, con el Bicharrón, se arrancaron por
bulerías. Ni qué decir tiene que cuando la Pachuca entró por rumbitas, allí se organizó la marimorena y
bailó hasta el apuntador.
Pero ¡qué guasa tenemos los españoles!
Todos lo pasamos de vicio y Raquel es locamente feliz. Se lo merece. De nuevo es una mujer casada,
enamorada de un hombre que le corresponde como merece, y con perspectivas de vivir en España.
Concretamente en Madrid. Juan Alberto lo está organizando todo para su traslado. Lo primero son ella y
su bebé. Nunca lo dudó.
Mi padre no cabe en sí de gozo. Está orgulloso de sus niñas y de sus yernos. Según él, Eric y Juan
Alberto son dos verdaderos hombres que se visten por los pies, responsables y juiciosos. ¡Toma ya!
Sólo hay que verle la cara para saber que por fin es tremendamente feliz. Nos falta mamá, pero
sabemos que desde el cielo disfruta de nuestra felicidad y es tan dichosa como nosotros.
Frida y Andrés, junto con el pequeño Glen, acudieron desde Suiza. Están bien y felices y yo me río
con Frida cuando me cuenta que en Suiza ya han encontrado con quién jugar.
Björn vino solo. Pero solo, lo que se dice solo, estuvo cinco minutos. Las amigas de mi hermana y las
mías babean ante el dandy alemán. Han caído todas bajo su influjo y él tiene para todas. ¡Increíble lo de
Björn!
Sonia se presentó con su nuevo ligue, un hombre más joven que ella. Está claro que quiere seguir
disfrutando de la vida y del amor y que nada, ni las miradas en ocasiones reprobadoras de su hijo, la
pararán. Como ella dice siempre: ¡Vive y deja vivir!
A Eric le ha costado, pero por fin lo ha entendido.
¡La vida sólo se vive una vez!
Marta con su novio Arthur disfrutó de la juerga. Bailó hasta quedar agotada y en un par de ocasiones,
juntas gritamos aquello de «¡Azúcar!».
Mientras Susto y Calamar correteaban por Villa Morenita. Simona y Norbert no daban crédito.
México y España no tienen nada que ver con Alemania y en esa boda/bautizo quedó totalmente
manifiesto.
Dexter y Graciela continúan su particular luna de miel. Ellos pasan de boda, pero estoy segura de que
no tardará en llegar.
La madre de Dexter, tras ver la boda exprés de Juan Alberto con mi hermana, ya sueña con la boda de
su hijo. Sé que lo conseguirá y que allí estaremos nosotros, sus amigos, para acompañarlos.
Flyn y Luz siguen con su particular buen rollo. Lo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro y, a
pesar de que se cargaron la tarta de boda al poner un petardo, se salvaron de ser castigados, porque
explotó en la cocina y no en el salón. No quiero ni imaginar la que se hubiese liado si estalla ante mi
hermana Raquel y su flamante marido. Sólo de imaginármelo me parto de risa.
Mi niño, mi bebé precioso, mi pequeño Eric, durante la boda fue de mano en mano. Todos querían
coger al hermoso pequeñín y él encantado. No lloró, sino que disfrutó, y yo más. Así pude gozar de la
boda de mi hermana junto a mi amor. El hombre más maravilloso del mundo y que sé que me quiere con
locura.
Eso sí, seguimos discutiendo. Seguimos siendo como la noche y el día y, continuamente, cuando uno
dice blanco el otro dice negro. Pero como dice Malú en nuestra canción, nos regalamos amor y nos
regalamos la vida. Sin él, mi vida ya no tendría sentido y sé que a él le ocurre lo mismo.
A finales de agosto, tras pasar varios días en Jerez, Eric y yo, junto a Simona y Norbert, los
pequeñajos y los perros regresamos a casa. Un poco de tranquilidad antes de comenzar el curso escolar y
el trabajo nos vendrá bien.
Sorprendentemente y sin que yo diga nada, Eric me pregunta si me he vuelto a plantear lo de trabajar
para Müller. Sinceramente, lo he pensado, pero ahora, con mi pequeño, no quiero. Sé que lo haré dentro
de un tiempo, cuando vaya a la guardería, pero de momento decido quedarme con él en casa y disfrutarlo
antes de que crezca, salga con chicas, mire revistas guarras y fume porros, como dice mi hermana.
Eric al saber mi decisión, sonríe y asiente. Eso lo hace feliz.
Una mañana de septiembre, salimos con nuestros dos chavalotes a pasear por Múnich. Hace buen día
y queremos aprovecharlo. Somos una familia y hemos planeado algo para sorprender a Flyn, a nuestro
niño. Desde que el pequeño Eric llegó a casa, siempre nos llama mamá y papá. Su felicidad es la nuestra y
en más de una ocasión nos hemos tenido que esconder para que no nos vea emocionarnos como dos
tontos.
Cuando aparcamos el coche, los cuatro paseamos y, con una sonrisa en los labios, llegamos hasta el
puente de Kabelsteg, donde está puesto nuestro candado. Nuestro candado del amor.
Eric y yo vamos de la mano, mientras Flyn guía el carrito con su hermano.
—Halaaaaaa, ¡cuántos candados! —dice sorprendido.
Eric y yo nos miramos, sonreímos y, tras localizar dónde está el nuestro, nos paramos.
—Mira, Flyn —le digo—. Mira qué nombres pone en ese de arriba.
El niño lo mira y, alucinado, pregunta:
—¿Sois vosotros?
—Sí, jovencito, somos nosotros —contesto, agachándome para estar a su altura—. Éste es uno de los
puentes del amor de Múnich y Eric y yo hemos querido formar parte de ello.
Flyn asiente y Eric pregunta:
—¿Qué te parece la idea?
Él se encoge de hombros y responde:
—Bien. Si es un puente de enamorados, me parece bien que estén vuestros nombres. —Y fijándose en
otros candados, añade—: ¿Y por qué en esos candados hay otros más pequeños?
Eric, agachándose junto a nosotros, explica:
—Esos candados más pequeños son el fruto del amor de los candados grandes. Cuando las parejas
han tenido hijos, los han incluido en ese amor.
Flyn asiente y, mirándonos, pregunta:
—¿Hemos venido a poner el candado de Eric?
Yo niego con la cabeza y entonces, mi amor, sacando dos candados grabados más pequeñitos de su
bolsillo, se los enseña y dice:
—Hemos venido a colgar dos candados. Uno que pone Flyn y otro que pone Eric.
Él parpadea y, emocionado, dice:
—¿Con mi nombre también?
Yo sonrío y, abrazándolo, contesto:
—Tú eres nuestro hijo como lo es Eric, cariño. Si no ponemos los cuatro candados, nuestra familia no
estará completa, ¿no crees?
Él asiente y murmura:
—Guayyyyy.
Eric y yo sonreímos y, entregándole los candados, le explicamos cómo unirlos al nuestro. Después,
tras besar todos las dos llaves, las tiramos al río.
Mi rubio me mira y yo le guiño un ojo. Siempre hemos sido una familia, pero ahora lo somos más.
Quince minutos más tarde, mientras Flyn corre delante de nosotros y yo guío el carrito del bebé,
pregunto:
—¿Eres feliz, cariño?
Eric, mi amor, mi Iceman, mi rubio, mi hombretón, mi vida, me aprieta más contra él y, besándome en
la cabeza, responde:
—Como no te puedes ni imaginar. Contigo y los niños a mi lado tengo todo lo que necesito en la vida.
Asiento. Lo sé, me lo hace saber todos los días. Pero deseosa de intrigarlo, murmuro:
—Todo… todo, no.
Eric me mira.
Yo me paro.
Echo el freno al cochecito y, tras abrazarlo por el cuello, él vuelve a afirmar:
—Tengo todo lo que quiero, pequeña, ¿a qué te refieres?
Juguetona, lo miro y digo:
—Hay una cosa que tú siempre has querido y que yo aún no te he dado.
Sorprendido, arruga el entrecejo y pregunta:
—¿El qué?
Intentando contener la risa, lo beso. Eric es delicioso, lo adoro. A escasos centímetros de su boca,
susurro:
—Una morenita.
Me mira ojiplático.
Se le corta la respiración.
Palidece.
Yo me troncho de risa y, al entender mi guasa, pregunta divertido:
—¿Tú me quieres volver loco otra vez con las hormonas?
Le doy un azote en el trasero y, besándolo, murmuro:

—Tranquilo, Iceman, de momento estás a salvo, pero ¿quién sabe? Quizá algún día…

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