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Cautivada por ti - Sylvia Day - Cap.2

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2
—Cielo.
El impacto de la voz de Gideon en mis sentidos fue tan contundente como lo había sido la
primera vez que la oí. Refinada pero ronca y llena de sensualidad, me dejaba pasmada tanto en
la oscuridad de mi dormitorio como por teléfono, cuando su rostro incomparablemente
hermoso no podía distraerme.
—Hola —dije acercando un poco más a la mesa mi sillón giratorio—. ¿Te pillo en mal
momento?
—Siempre que me necesites, estaré aquí.
Había algo en su voz que no estaba bien.
—Puedo llamarte luego.
—Eva. —Su tono autoritario al pronunciar mi nombre hizo que se me encogieran los dedos
de los pies dentro de mis Louboutin de tiras—. Dime qué necesitas.
«A ti», estuve a punto de responder, lo cual era casi una locura teniendo en cuenta que
acababa de follarme hasta dejarme sin sentido tan sólo un par de horas antes..., después de
haber estado haciéndolo durante casi toda la noche.
—Necesito un favor —dije en vez de eso.
—Me encantará cuando tengas que devolvérmelo.
Mis hombros se liberaron de parte de la tensión acumulada. Me había herido al mencionar
el nombre de Corinne del modo en que lo había hecho, y la discusión que había venido después
seguía presente en mi cabeza. Sin embargo, tenía que dejarla a un lado, olvidarla.
—¿Los de seguridad tienen la dirección postal de todos los empleados de Crossfire? —
pregunté.
—Tienen copias de sus documentos de identidad. ¿Por qué?
—La recepcionista de aquí es amiga mía y lleva toda la semana de baja por enfermedad.
Estoy preocupada por ella.
—Si lo que quieres es ir a su casa para ver cómo está, deberías pedirle su dirección.
—Lo haría si me devolviera las llamadas. —Pasé la punta del dedo por el borde de mi taza
de café y me quedé mirando el conjunto de fotografías de Gideon que decoraban mi escritorio.
—¿Es que no os habláis?
—No, no nos hemos peleado ni nada de eso. No es propio de ella que no se ponga en
contacto conmigo, sobre todo cuando está llamando todos los días al trabajo para decir que
está enferma. Es una chica muy cariñosa..., ¿sabes de quién te hablo?
—No —contestó él con voz cansina—. No tengo ni idea.
Si hubiese sido otro hombre el que había dicho eso, habría pensado que estaba siendo
sarcástico. Pero no Gideon. No creo que hablara en realidad con las mujeres de un modo muy
elocuente. Muchas veces se mostraba despistado cuando hablaba conmigo, como si el
aprendizaje de sus dotes sociales no estuviera completo en lo que se refiere a tratar con el sexo
opuesto.
—Entonces, vas a tener que creer mis palabras, campeón. Sólo... quiero asegurarme de que
está bien.
—Mi abogado está aquí mismo, pero no tengo por qué preguntarle si es legal que te dé la
información que me pides para el fin que has dicho. Llama a Raúl. Él la encontrará.
—¿De verdad? —Una imagen de un experto en seguridad de pelo y ojos oscuros cruzó mi
mente—. ¿Le parecerá bien?
—Cielo, se le paga para que le parezca bien todo.
—Ah —repuse jugueteando con mi bolígrafo.
Sabía que no debía incomodarme utilizar los recursos de Gideon, pero me hacía sentir
como si en nuestra relación la balanza se inclinara más hacia su lado. Aunque no creía que
fuera a echármelo nunca en cara, tampoco creía que me viera como a una igual, y eso era muy
importante para mí.
Se había ocupado él solo de asuntos de los que debería haberme ocupado yo, como el
horrible vídeo de Sam Yimara en el que salíamos Brett y yo. Y de Nathan.
—¿Cómo me pongo en contacto con él? —pregunté a pesar de ello.
—Te envío su número en un mensaje de texto.
—Vale. Gracias.
—Quiero que Angus, Raúl o yo mismo estemos contigo cuando vayas a verla.
—Eso resultaría un poco raro, ¿no crees?
Miré hacia el despacho de Mark para asegurarme de que mi jefe no me necesitaba para
nada. Intentaba no hacer llamadas personales desde el trabajo, pero Megumi llevaba sin venir
cuatro días seguidos y no me había devuelto ni una sola de mis llamadas ni de mis mensajes
en todo ese tiempo.
—No me vengas con eso de que «es una cosa de chicas», Eva. En esto tienes que darme
algo a cambio.
Entendí a qué se refería. Estaba preocupado por mi viaje a San Diego y estaba dejándolo
pasar. A cambio, yo tendría que ceder un poco en lo demás.
—Vale, vale. Si no está de vuelta en la oficina el lunes, ya veremos lo que hacemos.
—Bien. ¿Algo más?
—No. Eso es todo. —Mis ojos volvieron a una foto de él y sentí una punzada de dolor en el
corazón, como siempre que lo miraba—. Gracias. Espero que pases un día estupendo. Te
quiero con locura, ¿sabes? Y no, no espero que tú vayas a decirme lo mismo si tu abogado está
ahí contigo.
—Eva. —Había un tono de dolor en su voz que me emocionó más de lo que las palabras
podrían haberlo hecho—. Ven a verme cuando salgas del trabajo.
—Claro. No olvides llamar a Cary para lo de tu avión.
—Eso está hecho.
Colgué y apoyé la espalda en la silla.
—Buenos días, Eva.
Me volví y vi a Christine Field, la presidenta ejecutiva.
—Buenos días.
—Quería felicitarte de nuevo por tu compromiso. —Sus ojos pasaron por encima de mi
hombro en dirección a las fotografías enmarcadas que tenía detrás de mí—. Lo siento, no sabía
que Gideon Cross y tú estabais saliendo.
—No pasa nada. Trato de no hablar de mi vida privada en el trabajo.
Aunque lo había dicho en un tono despreocupado, pues no quería contrariar a una de las
socias de la empresa, esperaba que Christine pillara la indirecta. Gideon era el centro de mi
vida, pero necesitaba que algunas partes de ella me pertenecieran sólo a mí.
Se rio.
—Eso está muy bien. Pero demuestra que no estoy muy atenta a lo que pasa por aquí.
—Dudo que se esté perdiendo nada importante.
—¿Eres tú el motivo por el que Cross ha acudido a nosotros para la campaña de Vodka
Kingsman?
Hice una mueca de dolor para mis adentros. Por supuesto, debía de pensar que yo le había
recomendado mi jefe a mi novio, pues debía de suponer que Gideon y yo llevábamos saliendo
el tiempo suficiente como para que la noticia del compromiso tuviera lógica. Decirle que yo
llevaba trabajando en Waters Field & Leaman más tiempo del que llevaba con Gideon, cuando
me habían contratado apenas dos meses antes, daría pie a especulaciones que no quería que
circularan.
Y, lo que es peor, estaba bastante segura de que Gideon sí había utilizado la campaña del
vodka como excusa para atraerme a su mundo tal y como él quería. Eso no significaba que
Mark no hubiera hecho un trabajo fenomenal en la licitación. Yo no quería que mi relación
con Gideon restara importancia a mi jefe y a sus logros.
—El señor Cross acudió a la agencia por su cuenta —contesté ciñéndome a la verdad—. Y
fue una muy buena decisión. Mark estuvo genial en la presentación.
Christine asintió.
—Así fue. Bueno, te dejo para que sigas trabajando. Por cierto, Mark también ha estado
elogiando tus virtudes. Nos alegra tenerte en nuestro equipo.
Conseguí responder con una sonrisa, aunque mi día había tenido un comienzo difícil.
Primero, Gideon me había hecho tambalear con su mierda sobre Corinne. Después, había visto
que Megumi seguía de baja. Y ahora descubría que me trataban de un modo diferente en el
trabajo porque mi nombre estaba unido al de Gideon de una forma muy significativa.
Abrí mi bandeja de entrada y empecé a revisar el correo electrónico. Sabía que Gideon
quería que yo sintiera lo mismo que él estaba sintiendo, así que había utilizado a Corinne en
mi contra. Yo era consciente de que hablar de Brett iba a suponer un problema y por ese
motivo lo había ido aplazando, pero no albergaba segundas intenciones cuando había hablado
de él ni cuando lo había besado. Le había hecho daño a Gideon, sí, pero podía decir con toda
sinceridad que no lo había hecho de forma consciente.
Por otra parte, él sí había tenido intención de hacerme daño. Yo no me había dado cuenta
de que era capaz de hacerlo ni de desear hacerlo. Algo importante había cambiado entre
nosotros esa mañana. Y sentí como si un pilar de nuestra confianza estuviera tambaleándose.
¿Era él consciente de ello? ¿Entendía lo importante que era ese problema?
El teléfono de mi mesa sonó y respondí con mi saludo habitual.
—¿Cuánto tiempo ibas a esperar hasta contarme lo de tu compromiso?
Un suspiro escapó de mis labios antes de que pudiera controlarlo. Estaba claro que mi
viernes se estaba poniendo cada vez más difícil.
—Hola, mamá. Iba a llamarte durante el almuerzo.
—¡Anoche lo sabías! —me acusó—. ¿Te lo pidió de camino a la cena? Porque no dijiste
nada de ningún compromiso cuando hablamos de que él fuera a pedirle permiso a tu padre o a
Richard. Vi el anillo en el restaurante Cirpiani’s y estuve segura, pero como no dijiste nada, no
insistí, ya que últimamente has estado muy susceptible. Y...
—Y últimamente tú has estado infringiendo la ley —respondí.
—... Gideon también llevaba anillo, así que se me ocurrió que quizá se trataba de una
especie de promesa o algo parecido...
—Lo es.
—... ¡Y luego leo lo de tu compromiso en internet! De verdad, Eva. ¡Ninguna madre
debería descubrir por internet que su hija se va a casar!
Me quedé mirando la pantalla sin expresión alguna.
—¿Qué? ¿En internet?... ¿Dónde?
—¡Elige! Page Six, Huffington Post... Y deja que te diga de nuevo que es imposible
preparar una boda en condiciones antes de final de año.
Mi alerta diaria de Google no había llegado aún a mi bandeja de entrada, así que hice una
búsqueda rápida, tecleando a tanta velocidad que incluso escribí mal mi nombre. No importó.
La conocida Eva Tramell ha conseguido el premio gordo, aunque no literalmente hablando,
claro está. El empresario multimillonario Gideon Cross, cuyo nombre es sinónimo de exceso y
lujos, no elegiría otra cosa que no fuese platino para introducirlo en el dedo de la mujer que
llevará su apellido (véase fotografía izquierda). Una fuente de Cross Industries ha confirmado
el valor del enorme pedrusco que Tramell luce en la mano izquierda. No ha habido
declaraciones en cuanto al anillo que se le ha visto llevar a Cross (foto derecha). Está
previsto que la boda se celebre antes de final de año. Tenemos que preguntarnos a qué vienen
tantas prisas. Acaba de dar comienzo la operación Vigilancia del Embarazo de Gideva.
—¡Dios mío! —susurré horrorizada—. Tengo que dejarte. Debo llamar a papá.
—¡Eva! Tienes que venir aquí después del trabajo. Tenemos que hablar de la boda.
Por suerte, mi padre estaba en la costa Oeste, lo cual me daba al menos tres horas,
dependiendo de su horario de trabajo.
—No puedo. Me voy a San Diego este fin de semana con Cary —repuse.
—Creo que vas a tener que aplazar todos tus viajes durante una temporada. Tienes que...
—Empieza sin mí, mamá —contesté desesperada mientras miraba el reloj—. No tengo
pensado nada en especial.
—No puedes estar hablando en seri...
—Te dejo. Tengo que trabajar.
Colgué y, a continuación, abrí el cajón de la mesa donde guardaba mi móvil.
—Hola. —Mark Garrity se apoyó sobre el borde de mi cubículo y me ofreció una de sus
encantadoras sonrisas ladeadas—. ¿Lista para la acción?
—Eh...
Mi dedo se detuvo sobre el botón de casa de mi teléfono. Me debatía entre hacer aquello
por lo que me pagaban, trabajar, y asegurarme de que mi padre se enteraba de la noticia de mi
compromiso por mí. Normalmente, la elección no habría supuesto ningún dilema. Me gustaba
demasiado mi trabajo como para ponerlo en peligro holgazaneando. Pero mi padre había
estado muy bajo de ánimos desde que se había liado con mi madre y estaba preocupada por él.
No era del tipo de hombres que se tomaran a la ligera el hecho de acostarse con una mujer
casada, aunque estuviera enamorado de ella.
Volví a dejar el teléfono en el cajón.
—Por supuesto —respondí apartándome de la mesa y cogiendo mi tableta.
Cuando me acomodé en mi asiento de siempre delante de la mesa de Mark, le envié a mi
padre un mensaje desde la tableta en el que le decía que tenía que contarle algo importante y
que lo llamaría a mediodía.
Aquello era lo mejor que podía hacer. Esperaba que fuera suficiente.

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