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El éxtasis de Gabriel Cap.1 y 2



El profesor Gabriel Emerson estaba sentado en la cama, desnudo, leyendo La Nazione, el periódico de Florencia. Se había despertado temprano en la suite del ático del Palazzo Vecchio del Gallery Hotel Art y había pedido desayuno al servicio de habitaciones, pero no había podido resistir la tentación de volver a la cama para ver dormir a la joven que estaba en ella.
Estaba tumbada de lado, de cara a él, y respiraba suavemente. El diamante que le adornaba la oreja brillaba casi tanto como sus mejillas, sonrosadas por el calor de la estancia, bañada por la luz del sol que entraba por los altos ventanales.
Las sábanas estaban deliciosamente revueltas y olían a sándalo y a sexo. Los ojos de Gabriel se iluminaron mientras recorrían sin prisa la piel desnuda y el cabello de Julia. Cuando volvió a la lectura del periódico, ella se movió y gimió. Preocupado, dejó el diario a un lado.
Julia se llevó las rodillas al pecho y se las abrazó, enroscándose. Murmuraba algo que él no logró descifrar a pesar de inclinarse hacia ella.
Tensándose de repente, Julia soltó un grito desgarrador y los brazos se le enredaron con las sábanas, lo que la alteró aún más.
—¿Julianne? —Gabriel le apoyó la mano en el hombro, pero ella se encogió ante su contacto.
Luego empezó a murmurar su nombre, cada vez más asustada.
—Julia, estoy aquí —dijo él, levantando la voz.
Cuando iba a volver a tocarla, ella se sentó en la cama de un brinco, tratando de recobrar el aliento.
—¿Estás bien?
Gabriel se acercó a ella, resistiendo el impulso de tocarla. Julia respiraba entrecortadamente. Al ver que la estaba observando, se cubrió la cara con la mano.
—¿Julia?
Tras un tenso minuto, ella lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Gabriel, frunciendo el cejo.
Julia tragó saliva con dificultad.
—Una pesadilla.
—¿Sobre qué?
—Estaba en el bosque, detrás de la casa de tus padres, en Selinsgrove.
Las cejas de Gabriel se unieron, formando una línea detrás de las gafas negras.
—¿Y por qué soñabas con eso?
Ella inspiró hondo y se cubrió con la sábana hasta la barbilla. La tela, blanca y tupida, se tragó su menuda figura antes de extenderse como una nube por toda la cama. A Gabriel le recordó a una estatua ateniense.
Acariciándole la mejilla con los dedos, insistió:
—Julianne, háblame.
Ella se removió bajo su penetrante mirada azul, pero Gabriel no se dejó conmover.
—El sueño empezaba muy bien. Hacíamos el amor bajo las estrellas y me dormía entre tus brazos. Pero cuando me despertaba, te habías ido.
—¿Has soñado que te hacía el amor y te abandonaba? —preguntó él, tratando de ocultar su incomodidad.
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—Una vez me desperté en el huerto sin ti —le reprochó ella suavemente.
El fuego que ardía en las entrañas de Gabriel se apagó bruscamente. Pensó en aquella mágica noche, seis años atrás, cuando acababan de conocerse. Habían hablado y se habían abrazado. Al despertarse a la mañana siguiente, él había ido a dar un paseo, dejando a una Julia adolescente durmiendo sola. La ansiedad de ella era comprensible, y muy lamentable.
Le soltó los dedos con que apretaba la sábana con fuerza y se los besó uno por uno, arrepentido.
—Te quiero, Beatriz, y no voy a abandonarte. Lo sabes, ¿verdad?
—Si me dejaras ahora, me dolería mucho más.
Gabriel le rodeó los hombros con el brazo, acercándola a su pecho. Infinidad de recuerdos de la noche anterior se agolparon en su mente. La había visto desnuda por primera vez y la había iniciado en la intimidad de dos personas que hacían el amor. Ella le había entregado su inocencia y Gabriel creía que la había hecho feliz. Había sido una de las mejores noches de su vida. Reflexionó unos instantes.
—¿Te arrepientes de lo que pasó anoche?
—No. Me alegro mucho de que hayas sido el primero. Lo he deseado desde que te conocí.
Él le acarició la mejilla con el pulgar.
—Me siento honrado de haberlo sido. —Se inclinó hacia ella, mirándola fijamente—. Pero lo que de verdad quiero es ser el último.
Julia sonrió y levantó la cara para unir sus labios con los de él. Antes de que Gabriel pudiera abrazarla, las campanadas del Big Ben resonaron en la habitación.
—Ignóralo —le susurró Gabriel al oído, empujándola para tumbarse sobre ella.
Julia buscó con la mirada el iPhone de él, que estaba sobre un escritorio.
—Pensaba que no te llamaría más.
—No voy a responder, así que no tiene importancia. —Arrodillándose entre sus piernas, tiró de la sábana—. En esta cama sólo estamos tú y yo.
Ella lo miró a los ojos mientras Gabriel se pegaba a su cuerpo. Cuando estaba a punto de besarla, apartó la cara.
—No me he lavado los dientes.
—No me importa. —Gabriel la besó en el cuello, deteniéndose para notar cómo el pulso se le aceleraba.
—Me gustaría arreglarme un poco antes.
Él resopló, frustrado, y se apoyó en un codo.
—No permitas que Paulina nos estropee el día.
—No pienso permitirlo. —Julia rodó hasta el extremo de la cama y se levantó, tratando de llevarse la sábana con ella para cubrirse, pero Gabriel se lo impidió, agarrándola con fuerza.
—Necesito la sábana para hacer la cama —bromeó, mirándola con ojos brillantes.
Julia sujetaba el otro extremo de la sábana y a Gabriel le recordó a una pantera a punto de saltar sobre su presa. Se volvió buscando la ropa, pero estaba fuera de su alcance.
—¿Qué problema hay? —Él apenas podía contener la risa.
Julia se ruborizó y sujetó la sábana con más fuerza. Echándose a reír, Gabriel finalmente la soltó y la abrazó.
—No tienes de qué avergonzarte. Eres preciosa. Si de mí dependiera, nunca volverías a llevar ropa.
Le besó dulcemente el lóbulo de la oreja, acariciándole el pendiente. Estaba
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seguro de que su madre adoptiva, Grace, estaría encantada de que esos pendientes hubieran ido a parar a Julia. Con un último beso, la soltó y volvió a sentarse en la cama.
Ella aprovechó para meterse corriendo en el baño. Antes de que cerrara la puerta, Gabriel pudo disfrutar del espectáculo de su precioso trasero cuando soltó la sábana.
Mientras se lavaba los dientes, Julia pensó en todo lo que había pasado. Hacer el amor con Gabriel había sido una experiencia muy emocional. Todavía sentía las réplicas en el corazón. Era comprensible, teniendo en cuenta su historia en común.
Julia estaba enamorada de él desde que habían compartido una casta noche en un huerto de manzanos, cuando tenía diecisiete años, pero al despertarse a la mañana siguiente, él había desaparecido. Confuso por las drogas y el alcohol, Gabriel la había olvidado.
Pasaron seis años hasta su siguiente encuentro y ni siquiera entonces la reconoció.
Cuando volvió a verlo, el primer día de su curso de doctorado, en la Universidad de Toronto, le había parecido atractivo pero frío, como una estrella lejana. En aquel momento, no había creído posible que pudieran ser amantes. No le cabía en la cabeza que el temperamental y arrogante «Profesor» pudiera corresponder a sus sentimientos.
Había tantas cosas que no sabía al principio. El sexo era un magnífico medio para aprender mucho sobre otra persona. Y cuanto más descubría de Gabriel, más la martirizaban los celos. La idea de él haciendo lo que había hecho con ella con otra mujer —en su caso, con muchas mujeres— le encogía el corazón.
Sabía que las anteriores relaciones de Gabriel habían sido distintas. Sabía que sólo habían sido encuentros casuales, en los que los sentimientos y el afecto no jugaban un papel importante. Pero también sabía que había desnudado a esas mujeres, que las había visto desnudas y había penetrado en sus cuerpos. ¿Cuántas de ellas se habrían quedado con ganas de repetir la experiencia? Paulina era una. Gabriel y ella habían mantenido el contacto a lo largo de los años, tras concebir y perder a una hija en común.
La nueva visión que tenía del sexo había cambiado un poco la percepción del pasado de él y la volvía algo más comprensiva con la situación de Paulina. Y mucho más cauta ante el peligro de perderlo, con esa o cualquier otra mujer.
Se agarró al lavabo al sentirse sacudida por una oleada de inseguridad. Gabriel la amaba, ella no lo dudaba. Pero también era un caballero y si no se hubiera quedado satisfecho con su encuentro, nunca se lo diría.
¿Habría estado a la altura? Julia le había hecho preguntas y no había dejado de hablar en todo el rato, cuando la mayoría de sus amantes probablemente debían de guardar silencio. Casi no había hecho nada para complacerlo y, cuando lo había intentado, él se lo había impedido.
Las palabras de su ex novio le volvieron a la mente para martirizarla.
«Eres frígida. Vas a ser un desastre en la cama.»
Apartó la vista del espejo mientras se planteaba lo que podía pasar si Gabriel no quedaba satisfecho en la cama. El espectro de la traición levantó la cabeza, trayendo consigo visiones de él acostándose con su mejor amiga.
Enderezó los hombros. Si pudiera convencer a Gabriel de que tuviera paciencia con ella y la instruyera, estaba segura de que sería capaz de complacerlo. Él la amaba. Le daría una oportunidad. Y ella le pertenecía. Estaba grabado en su ser de tal modo que era como si la hubiera marcado a fuego.
Al volver al dormitorio, lo vio a través de la puerta abierta de la terraza. Al dirigirse hacia allá, le llamó la atención un jarrón lleno de lirios de color lila intenso, mezclados con otros más pálidos. Otros amantes le habrían regalado rosas rojas, pero
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Gabriel no.
Abrió el sobre medio oculto entre las flores.
Queridísima Julianne:
Gracias por tu regalo, de valor incalculable.
Lo único valioso que tengo para darte a cambio es mi corazón.
Es tuyo,
Gabriel
Julia leyó la nota dos veces, sintiéndose llena de amor y alivio. Esas palabras no parecían escritas por un hombre insatisfecho. Aparentemente, Gabriel no compartía sus preocupaciones.
Él estaba tomando el sol en el futón de la terraza. Se había quitado las gafas y tenía el pecho gloriosamente expuesto. Al ver su cuerpo musculado, de casi metro noventa de altura, Julia tuvo la sensación de que Apolo en persona había ido a visitarla.
Al notar su presencia, Gabriel abrió los ojos y se dio unas palmaditas en el regazo. Cuando ella se sentó, él la abrazó y besó apasionadamente.
—Hola, hola —murmuró, apartándole un mechón de pelo de la cara y mirándola con atención—. ¿Qué te pasa?
—Nada. Gracias por las flores. Son preciosas.
Él le rozó los labios con un suave beso.
—De nada. Pero se te ve preocupada. ¿Es por Paulina?
—Me preocupa que te llame, pero no, no es eso. —La expresión de Julia se iluminó de repente—. Gracias por la nota. Era justo lo que necesitaba.
—Me alegro. —Gabriel la abrazó con más fuerza—. Pero cuéntame qué te preocupa.
Ella jugueteó con el cinturón del albornoz hasta que él le cubrió la mano con la suya.
—Anoche... ¿fue todo como lo habías imaginado? —Julia levantó la vista.
Gabriel soltó el aire bruscamente. La pregunta lo había pillado por sorpresa.
—Qué pregunta tan rara.
—Sé que para ti tiene que haber sido distinto que para mí. No estuve demasiado... activa.
—¿Activa? ¿De qué demonios estás hablando?
—No hice nada para complacerte —respondió Julia, ruborizándose.
Él le acarició la sonrosada piel con la punta del dedo.
—Me complaciste muchísimo. Sé que estabas nerviosa, pero disfruté tremendamente. Ahora nos pertenecemos el uno al otro. ¿Hay alguna otra cosa que te preocupe?
—Te exigí que cambiáramos de postura, aunque tú preferías que yo estuviera encima.
—No me lo exigiste, me lo pediste. Sinceramente, Julianne, me encantaría que me exigieras cosas de vez en cuando. Me gustará saber que me deseas con tanta desesperación como yo te deseo a ti. —Más relajado, Gabriel le dibujó círculos con el dedo alrededor de un pecho—. Llevabas tiempo soñando con tu primera vez y querías que fuera de una determinada manera. Yo no quería quitarte la ilusión, pero me preocupaba hacerte daño. Lo de anoche también fue una experiencia nueva para mí.
Soltándola, le sirvió leche y café de dos jarras distintas y colocó una bandeja con el desayuno en el banco entre los dos. Había fruta y dulces, tostadas y Nutella, huevos duros y queso. Y algunos Baci Perugina, que Gabriel había conseguido dándole una 12
generosa propina a un empleado para que fuera a la calle a comprarlos, junto con el ramo de lirios del Giardino dell’Iris.
Julia empezó comiéndose uno de los Baci, con los ojos cerrados de puro placer.
—Has encargado un banquete.
—Me he despertado con una hambre de lobo esta mañana. Te habría esperado, pero... —Se disculpó negando con la cabeza y, eligiendo una uva, miró a Julia con los ojos brillantes—. Abre la boca.
Cuando ella lo hizo, Gabriel le metió la uva en la boca, acariciándole el labio inferior al retirar los dedos.
—Y tienes que beber esto... por favor. —Le alcanzó una copa llena de zumo de arándanos con soda.
Ella puso los ojos en blanco.
—Eres exageradamente protector.
Él negó con la cabeza.
—No, así es como se comporta un hombre enamorado que quiere que su amante esté en plenas condiciones físicas para resistir todo el sexo que planea practicar con ella. —Le guiñó un ojo.
—No voy a preguntarte de dónde sacas ese tipo de información. Dame el zumo.
Y arrebatándole la copa de la mano, se lo bebió de golpe sin apartar la vista de él. Gabriel se echó a reír.
—Eres adorable.
Julia le sacó la lengua y se preparó un plato para desayunar.
—¿Cómo te sientes esta mañana? —le preguntó él, abandonando el tono de broma.
—Bien —respondió ella, después de tragar un trozo de queso Fontina.
Gabriel apretó los labios, como si no fuera ésa la respuesta que había esperado.
—Hacer el amor cambia las cosas entre un hombre y una mujer —insistió.
—¿No estás contento con... bueno... lo que hicimos? —Julia había palidecido bruscamente.
—Por supuesto que estoy contento. Lo que trato de averiguar es si tú lo estás. Y empiezo a temerme mucho que no es así.
Ella bajó la vista y volvió a juguetear con el cinturón del albornoz.
—Cuando estaba en la facultad, las chicas de mi planta se reunían y hablaban de sus novios. Una noche, contaron su primera vez. —Se mordisqueó una uña—. Sólo unas cuantas dijeron cosas buenas. Las demás historias eran horribles. Una explicó que habían abusado de ella cuando era pequeña. Otras habían sido forzadas por un novio o un pariente. Muchas estuvieron de acuerdo en que la primera vez había sido incómoda o las había dejado frustradas. El único recuerdo que tenían era el de su pareja gruñendo y acabando rápidamente. Pensé que si eso era a lo máximo que podía aspirar, más me valía seguir siendo virgen.
—Qué horror.
Julia se quedó mirando la bandeja del desayuno.
—Quería ser amada. Me pareció preferible tener una relación casta a través de cartas. Una conexión de la mente y el corazón en vez de una relación sexual. No estaba nada convencida de que fuera a encontrar a alguien que pudiera darme las dos cosas. Simon, desde luego, no me amaba. Y ahora que estoy teniendo una relación satisfactoria con un dios del sexo, no soy capaz de devolverle el placer que me da.
Gabriel alzó las cejas.
—¿Dios del sexo? Ya es la segunda vez que lo dices. Te aseguro que no...
Ella lo interrumpió, mirándolo fijamente. 13
—Enséñame. Estoy segura de que anoche no fue tan satisfactorio para ti como otras veces. Te prometo que si tienes paciencia conmigo, aprenderé.
Gabriel maldijo en voz baja.
—Ven aquí. —Alargando la mano, la atrajo hacia él y la sentó sobre su regazo. Guardó silencio un instante mientras la abrazaba y suspiró antes de decir—: Das por sentado que mis anteriores relaciones fueron satisfactorias, pero te equivocas. Tú me diste algo que nadie me había dado antes: sexo y amor al mismo tiempo. Eres la única de mis parejas que ha sido mi amante en el auténtico sentido de la palabra.
Le dio un beso muy dulce, una confirmación solemne y silenciosa de sus palabras. Y después continuó:
—El deseo previo y el atractivo de la mujer son cruciales para disfrutar de la experiencia. Y puedo afirmar que tu atractivo y el deseo que sentía por ti fueron muy superiores a cualquiera de mis experiencias anteriores. Añade a eso que era la primera vez que le hacía el amor a una mujer en el auténtico sentido del término... No tengo palabras para describir lo que sentí.
Ella asintió, pero algo en su actitud lo inquietó.
—Te prometo que no lo estoy diciendo para tranquilizarte. —Se detuvo como si estuviera eligiendo las palabras cuidadosamente—. A riesgo de parecer un neanderthal, tengo que reconocer que tu inocencia me resulta tremendamente erótica. Pensar que yo soy la persona que has elegido para que te instruya en los secretos del sexo... Pensar que alguien tan decente como tú puede ser al mismo tiempo tan apasionada... —Dejó la frase a medias y la miró fijamente—. Puedes aprender técnicas y posturas que te harán ser más hábil sexualmente, pero es imposible que me resultes más atractiva ni que nuestras relaciones sean más plenas.
Julia se inclinó hacia él para besarlo.
—Gracias por cuidar tan bien de mí anoche —susurró, ruborizándose.
—Y respecto a Paulina, ya me ocuparé de ella. Por favor, no te preocupes.
Julia volvió a centrarse en el desayuno, resistiéndose a la urgencia que sentía de discutir.
—¿Me contarás cómo fue tu primera vez? —dijo.
—Preferiría no hacerlo.
Mientras se comía una pasta, Julia buscó un tema de conversación más seguro. Sólo se le ocurrió hablar de las dificultades económicas por las que atravesaba Europa.
Gabriel se frotó los ojos con las dos manos. Podría mentirle, pero después de todo lo que ella le había dado, se merecía conocer sus secretos.
—¿Recuerdas a Jamie Roberts?
—Por supuesto.
Gabriel se apartó las manos de los ojos.
—Perdí la virginidad con ella.
Julia alzó mucho las cejas. Jamie y su dominante madre nunca habían sido muy amables con ella y no le caían demasiado bien. No tenía ni idea de que la agente Roberts, que la había interrogado tras el asalto de Simon el mes anterior, hubiese sido la primera mujer para Gabriel.
—No fue una gran experiencia —dijo él en voz baja—. Podría definirse más bien como una experiencia traumática. No la amaba. Me sentía un poco atraído por ella, pero no había afecto entre nosotros. Fuimos al instituto juntos. Un año se sentó a mi lado en historia. —Se encogió de hombros—. Después de clase, nos veíamos y tonteábamos y al final...
»Jamie era virgen, pero me mintió y dijo que no lo era. No fui nada atento con ella. Fui egoísta y estúpido. —Maldijo—. Luego dijo que no le había dolido mucho,
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pero había bastante sangre. Me sentí como un animal y siempre me he arrepentido.
Parecía avergonzado y Julia sintió la culpabilidad irradiando por todos los poros de su piel. La explicación de Gabriel la había hecho sentir mal, pero ahora entendía mejor su actitud de la noche an terior.
—Lo siento, es horrible. —Julia le apretó la mano—. ¿Por eso estabas tan preocupado anoche?
Él asintió.
—Pero ella te engañó.
—Eso no es excusa para mi comportamiento. Ni antes ni después. —Carraspeó—. Ella dio por sentado que estábamos saliendo, pero yo no estaba interesado en ella. Eso empeoró las cosas, claro. Pasé de ser un animal a ser un animal y un idiota. Cuando la vi en Acción de Gracias, le pedí que me perdonara. Llevaba años sin verla. Fue muy comprensiva.
»Siempre me he sentido culpable por tratarla mal. Desde entonces, no he vuelto a acostarme con una virgen. —Carraspeó de nuevo—. Había. Hasta anoche.
»Se supone que la primera vez es dulce, pero rara vez es así. Mientras a ti te preocupaba no complacerme, yo estaba preocupado por no hacerte daño. Tal vez fui demasiado cuidadoso, demasiado protector, pero no podía soportar la idea de causarte dolor.
Olvidándose del desayuno una vez más, Julia le acarició la cara.
—Fuiste delicado y generoso. Nunca me había sentido tan feliz. Percibí tu sentimiento. Noté que me estabas haciendo el amor no sólo con tu cuerpo. Gracias.
Como si quisiera demostrarle que no estaba equivocada, Gabriel la besó apasionadamente. Julia gimió cuando él hundió las manos en su pelo. Le rodeó el cuello con los brazos. Gabriel bajó las manos y le abrió un poco el albornoz, mirándola inseguro a los ojos.
Ella asintió.
Él le recorrió el cuello con suaves besos hasta llegar al lóbulo de la oreja.
—¿Cómo estás? —quiso saber, dándole un mordisquito.
—Muy bien —susurró, mientras Gabriel volvía a recorrerle el cuello con los labios.
Él se apartó un poco para verle la cara mientras le colocaba una mano sobre el vientre.
—¿Te duele?
—Un poco.
—Entonces deberíamos esperar.
—¡No!
Gabriel se echó a reír.
—¿Decías en serio lo de hacer el amor aquí fuera? —le preguntó, con su característica sonrisa seductora.
Julia se estremeció, pero le devolvió la sonrisa, enredándole los dedos en el pelo y atrayéndolo hacia ella. Gabriel le abrió el albornoz y resiguió sus curvas con ambas manos antes de besarle los pechos.
—Al despertarte estabas muy tímida —le hizo notar, dándole un beso sobre el corazón—. ¿Qué ha cambiado?
Ella le acarició una pequeña hendidura que tenía en la barbilla.
—Supongo que nunca me sentiré cómoda del todo estando desnuda. Pero te deseo. Quiero que me mires a los ojos y me digas que me amas mientras entras en mi cuerpo. Lo recordaré mientras viva.
—Y si se te olvida, yo te lo recordaré —susurró él. 15
Tras quitarle el albornoz, la tumbó de espaldas.
—Tienes frío.
—No si me abrazas —murmuró Julia, sonriendo—. ¿No quieres que me ponga encima? Me gustaría probarlo.
Él se quitó el albornoz y los bóxers y la cubrió con su cuerpo, apoyando una mano a cada lado de su cara.
—Alguien podría verte, querida. Y no pienso permitirlo. Este precioso cuerpo es sólo para mis ojos. Aunque tal vez los vecinos y los que pasen por la calle puedan... oírte durante la próxima hora.
Gabriel se echó a reír cuando ella contuvo el aliento al oír su dulce amenaza, mientras un escalofrío la recorría de la cabeza a los pies.
Apartándole el pelo de la cara, la besó.
—Mi objetivo de esta mañana es ver cuántas veces soy capaz de darte placer antes de que no pueda contenerme más.
Ella sonrió.
—Me gusta cómo suena eso.
—A mí también. Déjame oírte.
El cielo azul se volvió rosado, mientras el sol de Florencia brillaba, calentando a los amantes a pesar de la brisa. A su lado, el café con leche de Julia se enfrió y se enfurruñó por haber sido ignorado.
Tras una corta siesta, Julia usó el MacBook de Gabriel para enviarle un correo a su padre y vio que tenía dos mensajes importantes en la bandeja de entrada. El primero era de Rachel.
¡Jules!
¿Cómo estás? ¿Se está comportando mi hermano? ¿Ya os habéis acostado? Sí, ya sé que es una pregunta ABSOLUTAMENTE impertinente, pero venga, si estuvieras saliendo con cualquier otro hombre ya me lo habrías contado.
No pienso darte ningún consejo. La verdad, trato de no pensar en ello. Sólo quiero saber si eres feliz y si te trata bien.
Aaron te envía recuerdos.
Te quiero,
Rachel
Posdata: Scott tiene novia. Lo llevaban en secreto, así que no sé cuánto tiempo hace que están juntos. Le he dado la paliza para que me la presente, pero de momento no hay manera. Tal vez sea profesora.
Julia se echó a reír y se alegró de que Gabriel se estuviera duchando y no pudiera leer por encima de su hombro. Sabía que le molestaría que su hermana hiciera preguntas tan personales. Se tomó unos momentos para pensar la respuesta antes de empezar a teclear.
Hola, Rachel:
El hotel es precioso. Gabriel ha sido encantador y me ha regalado los pendientes de diamantes de tu madre. ¿Lo sabías?
Me siento culpable así que, por favor, si no te parece bien que me los haya dado, dímelo.
Respondiendo a tus preguntas, sí, me trata muy bien y soy MUY feliz.
Saluda a Aaron de mi parte. Ya tengo ganas de que llegue Navidad. 16
Todo mi cariño,
Julia
Posdata: Espero que la novia de Scott no sea profesora. Gabriel se burlaría de él sin piedad.
El segundo correo era de Paul. Aunque seguía deseando que entre ellos hubiera habido algo más, estaba contento de haber podido salvar su amistad. Estaba dispuesto a mantener sus anhelos a raya, porque no quería perderla definitivamente. Aunque le doliera, tenía que admitir que desde que Julia había vuelto a verse con su novio, Owen, estaba radiante. (Aunque nunca se lo había mencionado ni tenía intención de hacerlo.)
Hola, Julia:
Siento no haberme podido despedir de ti personalmente. Te deseo unas felices Navidades. Tengo un regalo para ti. ¿Podrías darme tu dirección en Pensilvania para enviártelo?
Estoy en la granja, tratando de sacar tiempo para avanzar en el proyecto, entre reuniones familiares y ayudar a mi padre. Podría decirse que mi rutina diaria está llena de estiércol...
¿Quieres que te lleve algo de Vermont?
¿Una vaca frisona?
Feliz Navidad,
Paul
Posdata: ¿Sabías que Emerson acabó admitiendo el proyecto de Christa Peterson? Al final va a resultar que los milagros de Navidad existen.
Julia se quedó mirando la pantalla sin saber cómo interpretar la posdata de Paul. ¿Podría ser que Gabriel hubiera admitido el proyecto de Christa porque ésta lo hubiera amenazado?
No quería hablar de ese tema tan desagradable durante el viaje, pero estaba preocupada. Tras responderle a Paul dándole su dirección, le escribió un breve correo a su padre asegurándole que Gabriel la estaba tratando como a una princesa. Luego cerró el portátil y suspiró.
—Ese suspiro no ha sonado muy feliz —comentó Gabriel a su espalda.
—Creo que no voy a volver a revisar el correo en todo el viaje.
—Buena idea.
Al volverse, Julia lo vio mojado de la ducha, con el pelo alborotado y con sólo una toalla blanca alrededor de las caderas.
—Eres hermoso —dijo sin pensar.
Él se echó a reír y la ayudó a levantarse para poder abrazarla.
—¿Tiene debilidad por los hombres y las toallas, señorita Mitchell?
—Sólo por uno en concreto.
—¿Estás bien? —preguntó él, mirándola con preocupación y una expresión hambrienta.
—Tengo alguna molestia, pero ha valido la pena.
Gabriel entornó los ojos.
—Si te hago daño, quiero que me lo digas. No me escondas nada, Julianne.
Ella puso los ojos en blanco.
—No me duele nada. Es una molestia, pero nada grave. No me he dado cuenta antes porque tenía otras cosas en la cabeza. Me distraes, Gabriel.
Él sonrió y le dio un sonoro beso en el cuello.
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—Tienes que dejar que empiece a distraerte en la ducha. Estoy harto de ducharme solo.
—Eso no suena mal. ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras?
Gabriel fingió reflexionar
—Deja que piense. Sexo apasionado y ruidoso con mi amada en la habitación y al aire libre... Sí, estoy muy bien.
La abrazó con tanta fuerza que el albornoz de Julia absorbió algunas gotas de su torso.
—Las molestias no durarán mucho. Pronto tu cuerpo me reconocerá.
—Ya te reconoce. Y te echa de menos —susurró ella.
Él le abrió el albornoz para besarle el hombro. Tras apretarle cariñosamente la cintura, se dirigió a la cama, cogió un bote de ibuprofeno de la mesilla de noche y se lo dio.
—Tengo que acercarme a los Uffizi para una reunión. A la vuelta iré a buscar el traje nuevo a la sastrería. —La miró preocupado—. ¿Te importaría ir sola a comprarte el vestido? Te acompañaría, pero temo que la reunión se alargue.
—En absoluto.
—Si estás lista en media hora, podemos salir juntos.
Julia siguió a Gabriel al baño, olvidándose de Paul y de Christa.
Después de ducharse, se secó el pelo mientras, a su lado, él se preparaba para afeitarse con precisión militar. Rindiéndose a su atractivo, Julia se olvidó de su pelo y se quedó observándolo descaradamente.
Seguía desnudo de cintura para arriba y la toalla le cubría lo justo. Tenía los ojos entornados detrás de las gafas y el cabello húmedo peinado hacia atrás.
Julia se aguantó la risa ante su evidente búsqueda de la perfección. Usaba una brocha con mango de madera oscura, con la que mezcló el jabón hasta conseguir una espuma espesa. Tras extendérsela por la cara, se afeitó usando una anticuada navaja.
(Para algunos profesores, las maquinillas desechables no eran suficiente.)
—¿Qué pasa? —preguntó Gabriel, al darse cuenta de que se lo estaba comiendo con los ojos.
—Te quiero.
Él la miró con cariño.
—Yo también te quiero, querida.
—Eres la única persona no británica que conozco que usa la palabra «querida».
—No es verdad.
—¿Ah, no?
—Richard solía llamar así a Grace —respondió Gabriel, con una melancólica mirada.
—Richard es chapado a la antigua, en el buen sentido de la palabra —replicó ella con una sonrisa—. Me gusta que hayas salido a él.
Gabriel resopló y siguió afeitándose.
—Tan chapado a la antigua no debo ser, o no te habría hecho el amor al aire libre. Ni estaría fantaseando con enseñarte alguna de mis posturas favoritas del Kama Sutra —añadió, guiñándole un ojo—. Pero sí soy un cabrón engreído y vivir conmigo no es fácil. Vas a tener que domesticarme.
—¿Cómo se hace eso, profesor Emerson?
—No dejándome nunca —respondió con un murmullo, volviéndose hacia ella.
—Eso no me preocupa. Lo que me preocupa es perderte.
—Entonces no tienes de qué preocuparte. 18
2
Nerviosa, Julia se acercó a Gabriel, que la esperaba en la sala de estar de la suite. Él se había ocupado de que la atendieran en la tienda Prada de la ciudad y ella no se había hecho de rogar. Había elegido un vestido de tafetán azul Santorini, con tirantes y escote de pico. La falda tenía mucho vuelo y recordaba a los vestidos que llevaba Grace Kelly en la década de los cincuenta. Le sentaba estupendamente.
Sin embargo, el encargado de la tienda había querido modernizarlo con unos cuantos accesorios y le había aconsejado llevarse un elegante bolso de mano de piel plateada y unos zapatos de tacón de piel color mandarina, que a Julia le parecían peligrosamente altos. El conjunto se completaba con un chal negro de cachemira.
Se detuvo ante él, con su pelo largo ligeramente ondulado y los ojos brillantes. Se había puesto los pendientes y el collar de perlas de Grace.
Gabriel estaba sentado en el sofá, haciendo unos retoques de última hora a las notas de la conferencia. Al verla, se quitó las gafas y se levantó.
—Estás impresionante. —La besó en la mejilla y la hizo dar una vuelta para verla bien—. ¿Te gusta?
—Me encanta. Gracias, Gabriel. Sé que cuesta una fortuna.
Los ojos de él descendieron hasta los zapatos.
—¿Pasa algo? —preguntó ella, parpadeando, la viva imagen de la inocencia.
Gabriel carraspeó sin apartar la vista de sus pies.
—Esos zapatos... son...
—Bonitos. Sí, lo sé —se burló ella, disimulando la risa.
—Decir bonitos es quedarse corto —replicó él, con la voz ronca.
—Bueno, profesor Emerson, si me gusta la conferencia, tal vez pueda dejármelos puestos... cuando volvamos.
Gabriel se enderezó la corbata y esbozó una sonrisa arrogante.
—¿Ah, sí? Pues ya me aseguraré de que le guste la conferencia, señorita Mitchell. Aunque tenga que repetirla especialmente para usted, entre las sábanas.
Al ver que se ruborizaba, la abrazó.
—Tenemos que irnos —dijo, dándole un beso en la coronilla.
—Espera. Tengo un regalo para ti.
Julia desapareció y regresó con una cajita con la marca de Prada en la tapa.
Él pareció francamente sorprendido.
—No tenías que traerme nada.
—Lo sé, pero quería hacerlo.
Gabriel sonrió mientras la destapaba. Al retirar el papel de seda, vio una corbata de color azul Santorini, con un estampado casi invisible.
—Es preciosa, gracias —dijo, dándole un beso en la mejilla.
—Hace juego con mi vestido.
—Ahora todo el mundo sabrá que nos pertenecemos el uno al otro.
Se quitó la corbata verde que llevaba y empezó a ponerse la que ella le había regalado.
Gabriel llevaba el traje nuevo que le había encargado a su sastre favorito de la ciudad. Era negro, con solapas sencillas y dos cortes en la parte de atrás. Julia se quedó admirando el traje, pero lo cierto era que prefería admirar al hombre que iba dentro.
«No hay nada más sexy que un hombre poniéndose la corbata», pensó.
19
—¿Te ayudo? —se ofreció, al ver que a Gabriel le costaba sin la ayuda de un espejo.
Él asintió y se inclinó hacia adelante, apoyándole las manos en la cintura. Ella le ajustó el nudo y le colocó bien el cuello de la camisa. Al acabar, le deslizó las manos por las mangas hasta llegar a los gemelos que le sujetaban los puños.
Gabriel se la quedó mirando con la cabeza ladeada.
—Me pusiste bien la corbata cuando te llevé a cenar a Antonio’s. Estábamos en el coche.
—Lo recuerdo.
—No hay nada más sexy que ver a la mujer que amas arreglarte la corbata. —Le cogió las manos—. Han pasado muchas cosas desde ese día.
Ella se puso de puntillas para darle un beso en los labios, teniendo cuidado de no mancharlo de carmín.
Él le susurró al oído:
—No sé cómo voy a mantener a los florentinos alejados de ti esta noche. Vas a tener que permanecer pegada a mí todo el rato.
Julia soltó un grito cuando él la levantó en volandas y la besó con ardor, lo que hizo que tuviera que retocarse el pintalabios y que ambos tuvieran que asegurarse de que estaban presentables antes de salir de la habitación.
Gabriel no le soltó la mano durante el breve paseo hasta los Uffizi y tampoco cuando entraron. Un caballero bastante rechoncho, con una pajarita estampada, los guió hasta la segunda planta tras presentarse como Lorenzo, el ayudante del dottore Vitali.
—Professore, me temo que lo necesitamos —dijo Lorenzo, mirando las manos entrelazadas de Gabriel y Julia.
Él la sujetó con más fuerza.
—Es por... ¿cómo lo llaman? ¿Lo de la pantalla? ¿PowerPoint? —Lorenzo señaló hacia la sala, que empezaba a llenarse de gente.
—La señorita Mitchell tiene un asiento reservado —dijo Gabriel, irritado con Lorenzo por su manera de ignorar a Julia.
—Sí, professore, me encargaré personalmente de acompañar a su fidanzata a su sitio. —Y saludó a Julia respetuosamente con una inclinación de cabeza.
Ella abrió la boca para sacarlo de su error, pero en ese momento Gabriel le besó el dorso de la mano, murmurando una promesa contra su piel. Un instante después, había desaparecido y Lorenzo la acompañó a su lugar de honor en la primera fila.
Una vez aposentada, se entretuvo mirando a su alrededor. Se fijó en lo que parecían ser miembros de la jet set florentina, mezclados con académicos y autoridades locales. Se alisó la falda, disfrutando del susurro del tafetán. Los invitados, que iban muy arreglados, estaban rodeados por una nube de fotógrafos. Julia se alegró de haberse comprado el vestido nuevo. No quería que Gabriel tuviera que avergonzarse de ella en un acto tan importante.
La conferencia iba a tener lugar en la sala Botticelli, dedicada a las principales obras del autor. De hecho, el atril estaba situado entre El nacimiento de Venus y La Virgen de la granada, mientras que La primavera quedaba a la derecha del auditorio. El cuadro que debería haber ocupado la parte izquierda había sido retirado y en su lugar habían colocado una gran pantalla, donde se proyectarían las imágenes del PowerPoint de Gabriel.
Julia, consciente del honor que suponía dar una conferencia en un lugar tan especial, rezó una breve plegaria de agradecimiento. Durante su viaje de estudios a Florencia, había visitado aquella sala al menos una vez por semana. Las obras de Botticelli la inspiraban y relajaban al mismo tiempo. 20
La tímida estudiante que era en aquella época no se habría podido imaginar que dos años más tarde acompañaría a un renombrado especialista en Dante a aquel mismo lugar.
Se sentía como si le hubiera tocado la lotería. No, era mil veces mejor que eso.
Más de un centenar de personas abarrotaban la sala y algunas tuvieron que quedarse de pie en la parte de atrás. Julia contempló a Gabriel mientras le presentaban a varios invitados con aspecto de ser importantes.
Gabriel era un hombre muy atractivo, alto y guapo, con una belleza de facciones muy marcadas. Las gafas de montura negra y el traje oscuro le sentaban muy bien.
Cuando otras personas se ponían delante y le impedían contemplarlo, Julia se concentraba en su voz. Dedicaba un comentario amable a todo el mundo y no parecía tener ninguna dificultad en pasar del italiano al francés o al alemán (incluso su alemán era sexy).
Le subió la temperatura al recordar su cuerpo debajo del traje. Lo rememoró desnudo y en tensión sobre ella y se preguntó si él tendría recuerdos parecidos cuando la observaba.
Justo en ese momento, sus miradas se cruzaron y él le guiñó un ojo. El brillo travieso de sus ojos le hizo pensar en el episodio de aquella mañana en la terraza. Un agradable estremecimiento le recorrió la espalda.
Gabriel permaneció sentado educadamente, mientras el dottore Vitali lo presentaba. Durante un cuarto de hora, el hombre detalló los logros académicos del profesor Emerson. Si uno no se fijaba mucho, Gabriel aparentaba estar relajado, casi aburrido, pero a Julia no se le escapaba su nerviosismo. Lo delataba el modo compulsivo en que ordenaba las notas, que no eran más que un esquema para su charla.
Gabriel había hecho algunos cambios de última hora. No podía hablar de musas, de amor y de belleza sin hacer alguna referencia a la diosa de ojos castaños que se había entregado a él con tanta valentía la noche anterior. Julia era su inspiración. Lo había sido desde que tenía diecisiete años. Su hermosura serena, su generosidad y su bondad le habían llegado al corazón. Había llevado su recuerdo como un talismán contra los demonios de la adicción.
Ella lo era todo para él y quería que todo el mundo lo supiera.
Tras muchos halagos y aplausos, Gabriel ocupó su lugar tras el atril y se dirigió al público en un italiano fluido.
—Mi conferencia de esta noche será poco ortodoxa. A pesar de no ser experto en historia del arte, hablaré de la musa de Sandro Botticelli, La bella Simonetta. Al pronunciar estas últimas palabras, buscó a Julia con la mirada.
Ella sonrió, tratando de ocultar el rubor de sus mejillas. Conocía la historia de Botticelli y Simonetta Vespucci. Simonetta era conocida como la Reina de la Belleza en la corte florentina, antes de morir a la temprana edad de veintidós años. Que Gabriel la comparara con ella era un halago muy grande.
—Desde el enfoque de un profesor de literatura, la obra de Botticelli es interesante porque en ella se encuentran varios arquetipos de mujer. Desde un punto de vista histórico, se ha debatido mucho sobre el grado de intimidad entre Simonetta y Botticelli y sobre hasta qué punto ella era la verdadera fuente de inspiración de sus obras. Me gustaría pasar por alto esas discusiones para que nos centráramos en una comparación formal de varios de los personajes representados.
»En las tres primeras imágenes, reconocerán las ilustraciones a tinta de Dante y Beatriz en el Paraíso.
Gabriel no pudo evitar admirarlas también, transportándose a la primera visita de Julia a su casa. Fue la noche en que se dio cuenta de que quería complacerla, porque 21
cuando era feliz era todavía más hermosa.
Mientras contemplaba la serenidad de la expresión de Beatriz, la comparaba con la de Julia que, totalmente concentrada, admiraba el trabajo de Botticelli con la cabeza ladeada. Gabriel quería que se volviera hacia él.
—Fíjense en el rostro de Beatriz —dijo, bajando la voz mientras miraba a su amada a los ojos—. El rostro más hermoso...
»Empecemos con la musa de Dante y la figura de Beatriz. Aunque estoy seguro de que no es necesario, permítanme recordarles que Beatriz simboliza el amor cortés, la inspiración poética, la fe, la esperanza y la caridad. Es el ideal de perfección femenina, inteligente, compasiva, vibrante, con ese amor entregado que sólo puede venir de Dios. Ella inspira a Dante a ser mejor persona.
Deteniéndose un momento, se pasó la mano por la corbata. Aunque la tenía recta, fingió enderezársela. Julia parpadeó para que él supiera que había recibido su mensaje.
—Ahora, fíjense en el rostro de la diosa Venus.
Todos los ojos en la sala, excepto los de Gabriel, se centraron en El nacimiento de Venus. Él echó un rápido vistazo a sus notas mientras los presentes disfrutaban de una de las obras más importantes de Botticelli.
—Parece que Venus tiene la cara de Beatriz. Repito que no estoy interesado en hacer un análisis histórico de las modelos. Sólo les pido que se fijen en las similitudes entre las figuras. Representan a dos musas, a dos tipos ideales, uno teológico, otro terrenal. Beatriz es la amante del alma; Venus es la amante del cuerpo. La bella Simonetta de Botticelli tiene dos caras. Una es el amor que se sacrifica o ágape; la otra es el amor sexual o eros.
La voz de Gabriel se volvió más ronca y Julia sintió que a ella le subía la temperatura.
—En el retrato de Venus, el énfasis se pone en la belleza física. A pesar de que representa el amor sexual, mantiene una evidente modestia, cubriéndose con el cabello. Fíjense en su expresión recatada y en cómo se cubre el pecho con la mano. Su timidez, en vez de disminuir el erotismo del retrato, lo aumenta. —Se quitó las gafas para dar más fuerza a sus palabras y miró a Julia fijamente—. Mucha gente no se da cuenta de que la modestia y la dulzura de carácter tienen un gran potencial erótico.
Julia jugueteó con la cremallera del bolso para resistir el impulso de removerse en la silla. Gabriel volvió a ponerse las gafas.
—El eros no es igual que la lujuria, según Dante. La lujuria es uno de los siete pecados capitales. El amor erótico puede incluir el sexo, pero no se limita a éste. El eros es el fuego del enamoramiento y del afecto; lo que se conoce como «estar enamorado». Y créanme cuando les digo que eros es muy superior a sus rivales en todos los aspectos.
Julia se fijó en el desprecio con que pronunciaba la palabra «rivales», desprecio que subrayó con un movimiento de la mano. Tuvo la sensación de que estaba descartando a todas sus anteriores amantes con un simple gesto, mientras sus ojos azules seguían clavados en ella.
—Cualquier persona que haya estado enamorada conoce la diferencia entre el eros y la lujuria. No hay comparación. La segunda es una sombra del primero, una sombra vacía y frustrante.
»Por supuesto, podría objetarse que es imposible que una sola persona sea a la vez la representación del ideal, tanto del eros como del ágape. Pero permítanme que les diga que esa afirmación es una forma de misoginia, ya que sólo un misógino puede decir que las mujeres tienen que ser santas o seductoras, vírgenes o putas. Por supuesto que una mujer, o un hombre, puede ser ambas cosas. La musa puede ser la amante tanto
22
del cuerpo como del alma.
»Miren por favor el cuadro a mi espalda, La Virgen de la granada.
Una vez más, los ojos de los asistentes se volvieron hacia otra de las pinturas de Botticelli. Gabriel vio con satisfacción que Julia se acariciaba uno de los pendientes de diamantes, como si quisiera comunicarle que entendía sus palabras y que las recibía con gusto. Como si comprendiera que él le estaba revelando su amor por medio del arte. Sintió que el corazón se le henchía de satisfacción.
—Volvemos a ver la misma cara repetida en la figura de la Madonna. Beatriz, Venus y María, una trinidad de mujeres ideales, las tres con el mismo rostro. Ágape, eros y castidad, una combinación embriagadora que haría que el hombre más duro se desmoronara, si tuviera la suerte de encontrar a una mujer que encarnara los tres tipos de amor.
Una tos que sonó sospechosamente burlona resonó en la sala. Molesto por la interrupción, Gabriel fulminó con la mirada a alguien en la segunda fila, sentado detrás de Julia. El autor de la tos repitió su ofensa, lo que dio pie a que se entablara una lucha cargada de testosterona entre Gabriel y el italiano ofendido.
Consciente de que tenía un micrófono delante, Gabriel reprimió el impulso de maldecir. Con una última mirada amenazadora a su detractor, siguió con su conferencia.
—Hay personas que afirman que Eva fue tentada con una granada y no con una manzana. Respecto a la obra de Botticelli, son muchos los que ven en la granada un símbolo de la sangre de Cristo durante su martirio y de la nueva vida que surge tras la resurrección.
»Para mí, la granada simboliza el fruto del Edén. La Virgen es una segunda Eva, y el niño, un segundo Adán. Con la Madonna, Botticelli se remonta a la primera mujer, el arquetipo de la feminidad, de la belleza y de la compañera.
»Eva era la única compañía de Adán y, por tanto, simboliza también el ideal de la compañera, es decir, la filia, el amor que surge de la amistad. Es la clase de amor que se profesaban María y José.
Le falló la voz y se tomó un momento para beber agua antes de continuar. Al comparar a Eva y a Julia se había sentido vulnerable, desnudo. Se había remontado a la noche en que le había dado una manzana y había dormido abrazado a ella.
El público empezó a murmurar, preguntándose por qué la breve pausa para beber se estaba alargando tanto. Gabriel alzó la vista hacia su amada. Necesitaba desesperadamente que ella lo entendiera.
Los labios de Julia, rojos como el rubí, le sonrieron y Gabriel soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta.
—La musa de Botticelli es santa, amante y amiga a la vez. No es un cromo ni una fantasía adolescente. Es real, complicada y fascinante. Una mujer digna de ser adorada.
»Se habrán dado cuenta de que el idioma griego ofrece la posibilidad de hablar sobre los distintos tipos de amor con más precisión. Los que quieran profundizar en el tema, encontrarán un interesante tratado escrito por C. S. Lewis, llamado Los cuatro amores.
Tras carraspear, sonrió al auditorio.
—Por último, fíjense en el cuadro a mi izquierda, La primavera. No nos extrañará encontrar los rasgos de la musa en el personaje central, pero al fijarnos en Flora, a la derecha, vemos que de nuevo es muy parecida a Beatriz, a Venus y a la Madonna.
»Lo más curioso es que Flora aparece dos veces en la obra. Si desplazamos la vista hacia la derecha, la vemos embarazada de Céfiro, el viento de poniente, 23
representado a la derecha de la imagen, cerniéndose sobre la segunda aparición de Flora, que aquí es una ninfa del bosque. Su expresión denota miedo. Está tratando de huir de su posible amante, mirándolo aterrorizada. En cambio, cuando está embarazada, su expresión es serena. Su miedo ha sido reemplazado por satisfacción.
Julia se ruborizó al recordar la amabilidad con que la había tratado Gabriel la noche anterior. Había sido tierno y dulce y en sus brazos se había sentido adorada. Al pensar en el mito de Céfiro y Flora se estremeció y deseó que todos los amantes fueran tan delicados con sus amadas como Gabriel lo había sido con ella.
—Flora representa la consumación del amor físico y la maternidad. Es el ideal de afecto, de amor familiar, el tipo de amor que siente una madre por su hijo, o entre amantes comprometidos, los que tienen una relación que no se basa sólo en el sexo o el placer. La relación clásica de un matrimonio de muchos años.
Sólo Julia se dio cuenta de que Gabriel se agarraba al estrado con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Igual que sólo ella se fijó en que la voz le temblaba ligeramente al pronunciar las palabras «embarazada» o «maternidad».
Miró sus notas con el cejo fruncido y ella reconoció su vulnerabilidad y tuvo que hacer un esfuerzo para no ir a abrazarlo. Impaciente, empezó a mover la punta de uno de sus zapatos color mandarina.
Gabriel vio el movimiento y tragó saliva antes de seguir hablando.
—En textos muy antiguos sobre La primavera, se afirmaba que Flora era La bella Simonetta, la musa de Botticelli. Si eso es cierto, una simple ojeada nos dice que Simonetta es también la inspiración para Beatriz, Venus y la Virgen María, ya que las cuatro tienen los mismos rasgos.
»Por lo tanto, tenemos a iconos de amor incondicional, amor erótico, amor familiar y amistad, todos con la misma cara, la de Simonetta. Para expresarlo de otra manera, podría decirse que Botticelli ve en su amada musa los cuatro tipos de amor; los cuatro ideales de la feminidad: santa, amante, amiga y esposa.
»Para acabar, debo regresar al punto de partida, Beatriz. No es casualidad que la musa que hay detrás de una de las obras cumbre de la literatura italiana tenga las facciones de Simonetta. Cuando un hombre se encuentra con una persona como ella, con su belleza y su bondad, es imposible que no quiera quedarse a su lado para siempre.
Gabriel recorrió el auditorio con una mirada solemne.
—Citando al poeta: «Aquí aparece mi bendición». Gracias.
Mientras Gabriel acababa la conferencia y el público aplaudía con entusiasmo, Julia parpadeó para contener las lágrimas, emocionada.
El dottore Vitali retomó su lugar en el estrado, agradeciendo al profesor Emerson su iluminador discurso, y un pequeño grupo de políticos locales le ofrecieron varios obsequios, entre ellos un medallón con un grabado de la ciudad de Florencia.
Julia permaneció en su asiento, esperando a que Gabriel fuera a buscarla, pero varios especialistas en historia del arte se abalanzaron sobre él para hacerle preguntas. (Consideraban muy atrevido que un profesor de literatura se atreviera a analizar las joyas de la colección de los Uffizi.)
A regañadientes, finalmente se levantó y siguió a Gabriel y al séquito de periodistas que se había agolpado a su alrededor. Cuando sus miradas se encontraron, él le dedicó una sonrisa tensa antes de posar para los fotógrafos.
Frustrada, ella recorrió varias de las salas adyacentes, admirando los cuadros, hasta que llegó a uno de sus favoritos, La Anunciación de Leonardo da Vinci.
Estaba cerca del cuadro, demasiado cerca de hecho, admirando los detalles del pilar de mármol, cuando una voz en italiano le dijo al oído:
—¿Le gusta esta obra? 24
Al volverse, Julia se encontró con los ojos de un hombre de pelo negro y piel muy bronceada. Era más alto que ella, pero no demasiado y tenía un cuerpo atlético. Llevaba un traje negro, caro, con una rosa en la solapa. Lo reconoció como uno de los asistentes a la conferencia, en la que se había sentado detrás de ella, en la segunda fila.
—Sí, mucho —respondió en italiano.
—Siempre he admirado la profundidad que Da Vinci da a sus obras. Me encanta el sombreado y los detalles del pilar.
Sonriendo, Julia se volvió hacia el cuadro.
—Eso es exactamente lo que estaba mirando. Eso y las alas del ángel. Son increíbles.
Él hizo una reverencia.
—Permítame que me presente. Soy Giuseppe Pacciani.
Julia dudó unos instantes al reconocer el apellido de uno de los más famosos asesinos en serie de Florencia.
Pero el hombre seguía esperando una respuesta, así que reprimió las ganas de salir corriendo.
—Julia Mitchell —dijo, tendiéndole la mano.
Él la sorprendió sujetándosela entre las suyas y llevándosela a los labios, sin dejar de mirarla a los ojos mientras lo hacía.
—Encantado. Y permítame decirle que rivaliza en belleza con La bella Simonetta. Especialmente después de haber escuchado la conferencia de esta noche.
Julia apartó la mano y la mirada.
—¿Le apetece una copa? —le ofreció él, haciéndole un gesto a un camarero que se acercaba con una bandeja.
Pacciani brindó con ella haciendo chocar las copas y le deseó salud.
Julia bebió el spumante Ferrari con agradecimiento, ya que le daba una excusa para apartar la vista de su interlocutor. Era encantador, pero no se fiaba de él. Y su apellido no ayudaba.
El hombre le dedicó una sonrisa depredadora.
—Soy profesor de literatura. ¿y usted?
—Yo estudio a Dante.
—Ah, il Poeta. Yo también estoy especializado en Dante. ¿Dónde estudia? En Florencia seguro que no —dijo adulador, recorriéndola con la mirada de arriba abajo y deteniéndose unos instantes en sus zapatos antes de volver a mirarla a la cara.
Ella dio un paso atrás.
—En la Universidad de Toronto.
—Ah, canadiense. Una de mis antiguas alumnas está estudiando allí en estos momentos. Tal vez la conozca —dijo Giuseppe Pacciani, dando otro paso hacia ella.
Sin corregirlo sobre su nacionalidad, Julia dio un nuevo paso atrás.
—No creo. La de Toronto es una universidad muy grande.
Él sonrió, lo que dejó al descubierto unos dientes muy blancos, que brillaban de un modo extraño a la luz del museo.
—¿Ha visto ya la Liberación de Andrómeda, de Piero di Cosimo? —preguntó, señalando una de las pinturas cercanas.
Julia asintió.
—Hay elementos flamencos en su obra, ¿no cree? Fíjese en las figuras de este grupo —añadió, señalando un grupo a la derecha del cuadro.
Ella se desplazó hasta allí para verlo más de cerca. El hombre se acercó también y la contempló observar el cuadro, demasiado cerca para el gusto de Julia.
—¿Le gusta? 25
—Sí, pero prefiero a Botticelli.
Mantuvo la vista clavada en el cuadro, esperando que él se cansara y se alejara. (A ser posible al otro lado del Arno.)
—¿Es alumna del profesor Emerson?
Julia tragó saliva con dificultad.
—No. Yo... estudio con otros profesores.
—Tiene fama de ser muy buen docente, por eso lo han invitado, pero claro, los baremos de las universidades americanas son distintos de las europeas. La conferencia de esta noche ha sido una vergüenza. ¿Cómo descubrió usted a Dante?
Julia estaba a punto de discutirle su opinión sobre la conferencia cuando Pacciani levantó la mano y le tocó el cabello.
Ella se encogió y se apartó bruscamente, pero el italiano tenía brazos largos y su mano la siguió. Julia abrió la boca para protestar, pero un gruñido cercano la interrumpió.
Tanto Julia como el hombre se volvieron hacia el sonido y vieron a Gabriel, que lanzaba fuego por sus ojos azules. Tenía los brazos en jarras, lo que hizo que la americana se le abriera como las plumas de un pavo real enfadado.
Dio un paso adelante, amenazador.
—Veo que ha conocido a mi fidanzata. Le sugiero que se meta las manos en los bolsillos si no quiere perderlas.
Pacciani frunció el cejo, pero en seguida sonrió educadamente.
—Es curioso. Llevamos varios minutos hablando y no le ha mencionado ni una sola vez.
Julia no quería que Gabriel le arrancara al hombre los brazos de los hombros. Sería una lástima que los impecables suelos de la galería de los Uffizi se mancharan de sangre. Para impedirlo, se interpuso entre los dos y apoyó una mano en el pecho de Gabriel.
—Gabriel, te presento al profesor Pacciani. Es especialista en Dante, como tú.
Cuando los dos se fulminaron con la mirada, Julia supo que Pacciani era la persona que había tosido tan groseramente durante la conferencia.
El italiano alzó las manos, fingiendo rendirse.
—Mil disculpas. Debería haberme dado cuenta de que era suya por cómo la miraba durante la... charla. Disculpe..., Simonetta —añadió, mirándola con una sonrisa burlona.
Al notar su sarcasmo, Gabriel dio un paso hacia él con los puños apretados.
—Cariño, tengo que buscar un sitio donde dejar la copa. —Julia la sacudió ante sus ojos, tratando de distraerlo.
Gabriel se la arrebató de la mano y se la entregó a Pacciani.
—Estoy seguro de que sabrá dónde... ponerla.
Y agarrando a Julia de la mano se la llevó de allí. Los invitados se abrían a su paso como el mar Rojo, mientras atravesaban la sala Botticelli.
Ella vio que todo el mundo los miraba y se ruborizó.
—¿Adónde vamos?
Gabriel la guió hasta una galería lateral y luego hasta el otro extremo de la misma, lejos de oídos indiscretos. Empujándola hacia un rincón oscuro, la colocó entre dos grandes estatuas de mármol de altos pedestales. Al lado de las gigantescas figuras, a ella se la veía muy pequeña.
Gabriel le quitó el bolso de las manos y lo tiró al suelo. El sonido de la piel chocando con el mármol resonó por el pasillo.
—¿Qué estabas haciendo con él? —Sus ojos ardían, igual que sus mejillas, lo
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que no era habitual en él.
—Estábamos charlando de nada en particular...
Gabriel la agarró entonces por los hombros y la besó apasionadamente, enredándole una mano en el pelo y acariciándola por encima del vestido con la otra mano. La fuerza de su contacto la empujó hacia atrás, hasta que notó el frío de la pared de la galería contra la piel desnuda de los hombros. El firme cuerpo de él la apretó contra la pared.
—No quiero volver a ver las manos de ningún hombre tocándote. —Separándole los labios, le penetró la boca con la lengua, mientras le acariciaba la espalda con fuerza.
Julia se dio cuenta de que Gabriel había dejado de contenerse. Hasta ese momento había sido muy cuidadoso con ella. Pero ahora no lo estaba siendo en absoluto. Parte de ella se inflamó, desesperada por seguir hasta el final. Otra parte se preguntó cómo reaccionaría él si le pidiera que se detuviera.
Levantándole una pierna, Gabriel se la enlazó detrás de la cadera y apretó, tratando de clavarse en ella.
Julia lo sintió a través del tafetán del vestido, que crujía y se quejaba como una mujer sin aliento. Era evidente que también quería más.
—¿Qué tengo que hacer para que seas mía? —gruñó él, con la boca pegada a la de Julia.
—Soy tuya.
—No lo suficiente, al parecer. —Gabriel le succionó el labio inferior y se lo metió en la boca, mordisqueándoselo—. ¿No has entendido lo que trataba de decirte en la conferencia? Cada palabra, cada cuadro iba dirigido a ti. —La acarició por debajo del vestido, subiéndole la mano por el muslo hasta llegar al hilillo que le cruzaba la cadera.
Se apartó un poco para mirarla a la cara.
—¿Hoy no llevas liguero?
Julia negó con la cabeza.
—Entonces, ¿qué es esto? —preguntó, tirando del hilo.
—Bragas —murmuró ella.
Los ojos de Gabriel brillaron en la penumbra.
—¿Qué tipo de bragas?
—Un tanga.
La sonrisa de él estaba llena de sensualidad.
—¿Y te lo has puesto para mí? —le susurró al oído.
—Sólo para ti. Siempre.
Sin previo aviso, Gabriel la levantó del suelo y la apoyó contra la fría pared. Con los labios pegados a su cuello, empujó con las caderas. Los largos y finos tacones de los zapatos de Julia se le clavaron en el culo y la miró enloquecido de pasión.
—Te deseo. Ahora.
Con una mano, tiró del tanga hasta romperlo. Nada se interponía entre ellos. Gabriel se metió la diminuta prenda en el bolsillo de la americana. Para compensar el movimiento, Julia se apoyó más en él, con lo que le clavó los tacones en las nalgas con tanta fuerza que Gabriel hizo una mueca de dolor.
—¿Es que no sabes lo que me ha costado controlarme después de la conferencia? Al acabar quería cogerte en brazos y salir corriendo. Tener que charlar con la gente ha sido una tortura.
»Ojalá pudieras ver lo sexy que estás pegada a esta pared y rodeándome con las piernas. Así es exactamente como quiero verte. No. También quiero que digas mi nombre entre jadeos.
Cuando le pasó la lengua por la base de la garganta, Julia cerró los ojos. Sus 27
pasiones luchaban con su mente, que le decía que le diera un empujón para apartarlo y reflexionara un momento. En ese estado, Gabriel era peligroso.
De pronto, oyeron voces que se acercaban por la galería y Julia abrió los ojos alarmada.
El sonido de pasos y risas se acercó. Gabriel le dijo al oído:
—No hagas ruido.
Julia sintió que sus labios, pegados a su piel, se curvaban en una sonrisa.
Los pasos se detuvieron a escasos metros de distancia. Eran dos hombres que hablaban en italiano. Ella se esforzó por escuchar cualquier nuevo movimiento por encima de los latidos desbocados de su corazón. Gabriel seguía acariciándola suavemente, ahogando con su boca cualquier ruido que Julia pudiera hacer. De vez en cuando, le susurraba al oído frases que la ruborizaban.
Uno de los hombres se echó a reír con ganas. Ella levantó la cabeza sorprendida y Gabriel aprovechó para besarle el cuello, mordisqueándole la delicada piel.
—Por favor, no me muerdas.
Las voces resonaban a su alrededor y las palabras de Julia tardaron unos segundos en atravesar la nebulosa en la que su excitación lo había sumido. Le apartó la cara del cuello.
Estaban tan juntos que Gabriel notaba el latido del corazón de ella. Cerró los ojos, como hipnotizado por su ritmo. Cuando volvió a abrirlos, el fuego había desaparecido de su mirada casi por completo.
Julia se había disimulado la marca del mordisco de Simon con maquillaje, pero Gabriel la encontró y la resiguió suavemente con el dedo antes de besársela. Negó con la cabeza mientras soltaba el aire muy lentamente.
—Eres la primera mujer que me ha dicho que no.
—No te estoy diciendo que no.
Al mirar por encima del hombro, Gabriel vio a dos caballeros de cierta edad, uno de ellos el dottore Vitali, absortos en su conversación. Estaban tan cerca, que si miraban en su dirección los verían.
Volviéndose hacia Julia, sonrió con pesar.
—Te mereces algo mejor que un amante celoso tomándote contra la pared. Y no me apetece que nuestro anfitrión nos encuentre así. Perdóname.
La besó y le recorrió el labio inferior con el pulgar, limpiándole el carmín que había manchado la blanca piel de su barbilla.
—No pienso perder la confianza que vi ayer en tus ojos. Cuando recupere el juicio y tengamos el museo para nosotros solos... —Los ojos de Gabriel se oscurecieron de deseo mientras fantaseaba—. Tal vez otro día.
Apartándose los tacones de la espalda, la dejó en el suelo, inclinándose para colocarle bien el vestido. El tafetán susurró al sentir sus manos y luego se quedó en silencio, desolado.
Por suerte, el dottore Vitali y su acompañante eligieron ese momento para marcharse. Sus pasos sonaban cada vez más débiles mientras se alejaban.
—El banquete no tardará en empezar. Si nos marcháramos ahora sería un insulto, pero ya verás cuando lleguemos a la habitación. —La miró fijamente—. La primera parada será contra la pared de la entrada.
Ella asintió, aliviada al ver que ya no estaba enfadado. Aunque se sentía un poco nerviosa, reconocía que la perspectiva de un polvo contra la pared la excitaba.
Gabriel se puso bien los pantalones y se abrochó la chaqueta, intentando calmarse. Trató de peinarse con los dedos, pero lo único que consiguió fue que pareciera aún más que acababa de arrastrar a su amante a un rincón oscuro para un asalto de sexo 28
museístico.
(El sexo museístico es una aflicción muy característica de ciertos académicos, pero nadie debería despreciarlo sin haberlo probado alguna vez.)
Julia le arregló un poco el pelo y la corbata y se aseguró de que no tuviera pintalabios en el cuello de la camisa ni en la cara. Cuando acabó, Gabriel recogió el bolso y el chal y se los dio, acompañados de un beso. Con una sonrisa traviesa, se guardó el tanga más profundamente en el bolsillo.
Ella dio un paso adelante, insegura, pero la sensación de no llevar ropa interior le resultó agradable y liberadora.
—Podría beberte como si fueras champán —susurró Gabriel.
Ella se puso de puntillas para besarle la mejilla.
—A ver si me enseñas tus trucos de seducción.
—Sólo si tú me enseñas a amar.
La acompañó hasta la sala de la planta baja donde el banquete estaba a punto de empezar.
El profesor Pacciani llegó tambaleándose al edificio de los apartamentos cercano al palacio Pitti a altas horas de la madrugada, lo que no era del todo infrecuente.
Buscó las llaves, maldiciendo cuando se le cayeron al suelo y luego entró en el piso. Antes de dirigirse hasta su estudio, arrastrando los pies, entró un momento en la habitación donde dormían sus hijos gemelos de cuatro años y les dio un beso en la cabeza.
Mientras esperaba a que el ordenador se encendiera y se cargara el correo, se fumó un cigarrillo. Sin mirar los mensajes de la bandeja de entrada, redactó un breve mensaje para una antigua alumna y amante. Desde su graduación, habían perdido el contacto.
En el correo mencionó que había conocido al profesor Emerson y a su jovencísima fidanzata canadiense. Comentó que, aunque le había gustado la monografía que Emerson había publicado en la Oxford University Press, la conferencia había pecado de una pseudointelectualidad que estaba fuera de lugar en un ámbito académico. Uno debía decidir si quería ser un intelectual y un académico o si quería hacer carrera entreteniendo al público. No se podían hacer las dos cosas a la vez. Pacciani le preguntó también con bastante grosería si aquello era lo que se consideraba excelencia en las universidades norteamericanas.
Acabó el correo electrónico con una explícita y detallada descripción de lo que podía ser su próximo encuentro sexual, en primavera, si a ella le fuera bien. Tras apagar el cigarrillo, se reunió con su esposa en el lecho conyugal.

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