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Grey - (14) Domingo, 29 de Mayo de 2011

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Domingo, 29 de Mayo de 2011

Con la canción Shake Your Hips de los Rolling Stones sonando en mi oídos, acelero por toda la Cuarta Avenida y giro a la derecha en Vine. Son las seis y cuarenta y cinco de la mañana, y es cuesta abajo todo el camino… hacia su apartamento. Me siento atraído. Solo quiero ver donde vive.
Está entre maniático del control y acosador.
Me río dentro de mí. Solo estoy corriendo. Es un país libre.
El bloque de apartamentos es de normales ladrillos rojos, con marcos de ventanas color verde oscuro, típicos en el área. Está en un buen lugar cerca de la intersección de la calle Viney la Western. Me imagino a Ana acurrucada debajo de su edredón y de su colcha color crema y azul.
Corro varias cuadras y giro hacia el mercado; los vendedores están colocando sus puestos. Esquivo los caminos de fruta y vegetales y los furgones refrigerados que entregan la venta del día. Este es el corazón de la ciudad, vibrante, incluso en esta temprana mañana gris y fría. El agua del Sound es de un vidrioso color plomizo, haciendo juego con el cielo. Pero no hace nada para amortiguar mi ánimo.
Hoy es el día.
Después de mi ducha, me pongo unos jeans y una camiseta de lino, y de mi cómoda saco una liga para el cabello. La deslizo en mi bolsillo y me dirijo a mi estudio para mandarle un correo a Ana.
De: Christian Grey
Asunto: Mi vida en cifras.
Fecha: 29 de Mayo de 2011 08:04.
C
Página 360
Para: Anastasia Steele.
Si vienes en auto, vas a necesitar este código de acceso para el garaje subterráneo del Escala: 146963.
Estaciona en la plaza 5: es una de las mías.
El código del ascensor es: 1880.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Un segundo o dos después hay una respuesta.
De: Anastasia Steele
Asunto: Una excelente cosecha.
Fecha: 29 de Mayo de 2011 08:08.
Para: Christian Grey
Sí, Amo. Entendido.
Gracias por el champán y el globo de Charlie Tango, que ahora está atado a mi cama.
Ana.
Una imagen de Ana atada a su cama con mi corbata viene a mi mente. Me muevo en mi silla. Espero que haya traído esa cama a Seattle.
Página 361
De: Christian Grey
Asunto: Envidia
Fecha: 29 Mayo 2011 08:11.
Para: Anastasia Steele
De nada.
No llegues tarde.
Suertudo Charlie Tango.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
No responde, así que voy al refrigerador por algo de desayuno. Gail me ha dejado algunos croissantsy, para el almuerzo, una ensalada César con pollo, suficiente para dos. Espero que Ana coma esto; no me importa tenerlo comerlo dos días seguidos.
Taylor aparece mientras como mi desayuno.
—Buenos días, señor Grey. Aquí está el periódico del domingo.
—Gracias. Anastasia va a venir hoy a la una, y la doctora Greene a la una y media.
—Muy bien, señor. ¿Algo más en la agenda?
—Sí. Ana y yo iremos a cenar esta noche a casa de mis padres.
Taylor inclina su cabeza, luciendo momentáneamente sorprendido, pero se compone y deja la habitación. Regreso a mi croissant y le aplico mermelada.
Sí. La voy a llevar a conocer a mis padres. ¿Cuál es el problema?
~ * ~
Página 362
No puedo calmarme. Estoy inquieto. Son las doce y cuarto del mediodía. El tiempo está muy lento hoy. Me rindo con el trabajo y, tomando el periódico del domingo, me voy de regreso a la sala de estar, donde pongo algo de música y leo.
Para mi sorpresa, hay una fotografía de Ana y mía en el periódico local, tomada en la ceremonia de graduación en la Estatal de Washington. Ella se ve adorable, y un poco asustada.
Escucho las puertas dobles abrirse, y ahí está ella… Lleva su cabello suelto, un poco salvaje y sexy, y está usando ese vestido púrpura que usó en la cena en el Heathman. Se ve maravillosa.
Bravo, señorita Steele.
—Umm… ese vestido. —Mi voz está llena de admiración mientras camino hacia ella.
—Bienvenida de nuevo, señorita Steele —susurro, y tomando su mentón, le doy un tierno beso en los labios.
—Hola —dice ella, sus mejillas un poco sonrosadas.
—Llegas a tiempo. Me gusta la puntualidad. Ven. —Tomando su mano, la llevo hasta el sofá—. Quiero enseñarte algo. —Ambos nos sentamos, y le paso el Seattle Times, la fotografía la hace reír. No es exactamente la reacción que esperaba.
—Así que ahora soy tu ―amiga‖ —se burla.
—Eso parece. Y sale en el periódico, así que debe ser verdad.
Estoy más calmado ahora que ella está aquí… probablemente porque está aquí. No ha huido. Coloco su suave y sedoso cabello detrás de su oreja; mis dedos están picando por trenzarlo.
—Entonces, Anastasia, tienes una idea mucho más clara de lo que soy desde la última vez que estuviste aquí.
—Sí. —Su mirada es intensa… consciente.
—Y, sin embargo, volviste.
Asiente, dándome una tímida sonrisa.
No puedo creer mi suerte.
Sabía que eras extraña, Ana.
Página 363
—¿Ya comiste?
—No.
¿Nada? Bien. Tendremos que arreglar esto. Arrastro mi mano por mi cabello y, en un tono que puedo manejar, pregunto:
—¿Tienes hambre?
—No de comida —se burla.
Vaya. Bien podría estar dirigiéndose a mi ingle.
Inclinándome, presiono mis labios en su oreja y atrapo su intoxicante esencia.
——Tan impaciente como siempre, señorita Steele. ¿Te cuento un secreto? Yo también. Pero la doctora Greene no tardará en llegar. —Me inclino contra el sofá—. Me gustaría que comieras. —Es una petición.
—¿Qué puedes decirme acerca de la Dra. Greene? —Cambia hábilmente de tema.
——Es la mejor especialista en ginecología y obstetricia de Seattle. ¿Qué más puedo decir?
De cualquier manera, eso es lo que mi doctor le dijo a mi asistente.
—Pensaba que me iba a atender tu doctora. Y no me digas que en realidad eres una mujer, porque no te creo.
Suprimo mi carcajada.
—Creo que es más apropiado que veas a un especialista ¿no?
Me da una mirada burlona, pero asiente.
Un tema más para tachar.
—Anastasia, a mi madre le gustaría que vinieras a cenar esta noche. Tengo entendido que Elliot se lo va a pedir a Kate también. No sé si te apetece. A mí seme hace raro presentarte a mi familia.
Se toma un segundo en procesar la información, pone su cabello sobre su hombro en la forma que hace antes de una pelea. Pero se ve herida, no con ganas de discutir.
Página 364
—¿Estás avergonzado de mí? —Suena sorprendida.
Oh, por el amor del cielo.
—Por supuesto que no. —¡De todas las cosas ridículas para decir! La miro, agraviado. ¿Cómo puede pensar eso sobre sí misma?
—¿Por qué es raro? —pregunta.
—Porque no lo he hecho nunca. —Sueno molesto.
—¿Por qué puedes poner tus ojos en blanco y yo no?
—No me di cuenta de que lo hice. —Me está regañando. De nuevo.
—Normalmente, yo tampoco —estalla.
Mierda. ¿Estamos peleando?
Taylor se aclara su garganta.
—La doctora Greene está aquí, señor —dice.
—Acompáñala a la habitación de la señorita Steele.
Ana se gira para mirarme y le extiendo mi mano.
—No vendrás, ¿verdad? —Está horrorizada y sorprendida al mismo tiempo.
Río, y mi cuerpo se agita.
—Pagaría un buen dinero por mirar, créeme, Anastasia, pero no creo que la doctora lo apruebe. —Coloca su mano en la mía, y la jalo a mis brazos y la beso. Su boca es suave, cálida e invitante; mis manos se deslizan entre su cabello y profundizo el beso. Cuando la alejo, se ve mareada. Presiono mi frente contra la suya—. Estoy tan agradecido de que estés aquí. Estoy impaciente por desnudarte. —No puedo creer cuánto te he extrañado—. Vamos. Quiero conocer a la doctora Greene, también.
—¿No la conoces?
—No.
Tomo la mano de Ana mientras subimos las escaleras a la que será su habitación.
Página 365
La doctora Greene tiene una de esas miradas miopes, es penetrante y eso me pone un poco incómodo.
—Señor Grey —dice, sacudiendo la mano que me estrecha con un firme agarre sin sentido.
—Gracias por venir en tan poco tiempo. —Le doy mi sonrisa más benigna.
—Gracias por hacer que valga la pena, señor Grey. Señorita Steele —dice cortésmente a Ana, y sé que está evaluando nuestra relación. Estoy seguro de que piensa que me estoy torciendo el bigote como un villano de una película silenciosa. Se gira y me da una significativa mirada que dice ―váyase ahora‖.
Está bien.
—Estaré abajo —cedo. Aunque me hubiera gustado ver. Estoy seguro de que la reacción de la buena doctora no tendría precio si hago esa petición. Sonrío ante el pensamiento y me dirijo abajo, hacia la sala de estar.
Ahora que Ana no está conmigo, me siento inquieto de nuevo. Como distracción, preparo el mostrador con dos lugares. Es la segunda vez que he hecho esto, y la primera vez fue por Ana también.
Te estás suavizando, Grey.
Selecciono un Chablis para tomar con el almuerzo, uno de los pocos vinos blancos que me gustan y, cuando termino, tomo asiento en el sofá y busco en la sección de deportes del periódico.
Subiendo el volumen de mi iPod con el control, espero que la música me ayude a concentrarme en el resultado del juego de la noche pasada de los Mariners contra los Yankees, en lugar de lo que está pasando en la parte de arriba con Ana y la doctora Greene.
Eventualmente sus pisadas hacen eco en el pasillo, y alzo la mirada mientras entran.
—¿Terminaron? —pregunto, y presiono el control para el iPod, acallando la música.
—Sí, señor Grey. Cuide de ella, es una mujer hermosa, joven y brillante.
Página 366
¿Qué es lo que le dijo Ana?
—Eso me propongo —digo con una rápida mirada a Ana que dice ―¿qué diablos?‖.
Ella bate sus pestañas, sin tener idea. Bien. No es nada que haya dicho entonces.
—Le enviaré la factura —dice la doctora Greene—. Buen día, y buena suerte, Ana.
Los bordes de sus ojos se arrugan con una sonrisa cálida mientras sacuden sus manos.
Taylor la escolta hacia el elevador y, sabiamente, cierra las puertas dobles en el vestíbulo.
—¿Cómo fue? —pregunto, un poco perplejo por las palabras de la doctora Greene.
—Bien, gracias —responde Ana—. Dice que tengo que abstenerme de cualquier actividad sexual por las siguientes cuatro semanas.
¿Qué demonios? Jadeo en sorpresa.
La serena expresión de Ana se disuelve en una de divertido triunfo.
—¡Caíste!
Bien jugado, señorita Steele.
Mis ojos se entrecierran y su sonrisa se desvanece.
—¡Caíste! —No puedo evitar sonreír. Tomándola por su cintura, la jalo contra mí, mi cuerpo hambriento por ella—. Eres usted incorregible, señorita Steele. —Paso mis manos por su cabello y la beso duro, preguntándome si debería follarla sobre el mostrador de la cocina como una lección.
Todo en su momento, Grey.
—Aunque me encantaría hacértelo aquí y ahora, tienes que comer, y yo también. No quiero que te me desmayes después —susurro.
—¿Es mi cuerpo todo lo que quieres de mí? —pregunta.
Página 367
—Eso y lengua viperina. —La beso una vez más, pensando en lo que viene… mi beso se profundiza y el deseo tensa mi cuerpo. Deseo a esta mujer. Antes de que la folle en el suelo, la suelto, y ambos estamos sin aliento.
—¿Qué música es? —dice, su voz ronca.
—Es una pieza de Villa-Lobos, de sus Bachianas Brasileiras. Buena, ¿verdad?
—Sí —dice, mirando la barra de desayuno. Saco la ensalada César del refrigerador, colocándola en la mesa entre los platos, y le pregunto si está bien con la ensalada.
—Sí, perfecto, gracias. —Sonríe.
Del congelador de vinos, saco el Chablis, sintiendo sus ojos sobre mí. No sabía que podía ser tan doméstico.
—¿Qué estás pensando? —pregunto.
—Estaba viendo la forma en que te mueves.
—¿Y? —pregunto, momentáneamente sorprendido.
—Eres muy elegante —dice bajo, sus mejillas rosadas.
—Vaya, gracias, señorita Steele. —Me siento a su lado, inseguro de cómo responder ante su dulce cumplido. Nadie me ha llamado elegante antes—. ¿Chablis?
—Por favor.
—Sírvete tú misma la ensalada. Dime, ¿por cuál método optaste?
—Mini píldora —dice.
—¿Y recordarás tomártela todos los días a la misma hora?
Un sonrojo pasa por su sorprendida cara.
—Estoy segura de que me lo recordarás —dice con un poco de sarcasmo, que opto por ignorar.
Debiste de haber tomado la inyección.
—Pondré una alarma en mi agenda. Come.
Página 368
Toma un mordisco, después otro… y otro. ¡Está comiendo!
—¿Entonces puedo poner la ensalada César de pollo en la lista para la señora Jones? —pregunto.
—Pensé que cocinaría.
—Sí. Lo harás.
Ella termina antes que yo. Debe haber estado hambrienta.
—¿Impaciente como de costumbre, señorita Steele?
—Sí —dice, con esa mirada recatada mirando bajo las pestañas.
Mierda. Ahí está.
La atracción.
Como si estuviera bajo su hechizo, me levanto y la pongo en mis brazos.
—¿Quieres hacerlo? —susurro, suplicando por dentro que diga que sí.
—No he firmado nada.
—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas.
—¿Me vas a pegar?
—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo, no quiero castigarte. Si te hubiera pillado anoche… bueno, eso habría sido otra historia.
Su cara se vuelve blanca.
Oh, nena.
—Que nadie intente convencerte de otra cosa, Anastasia: una de las razones por las que la gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de sencillo. A ti no, así que ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.
La rodeo con mis brazos, sujetándola contra mi creciente erección.
—¿Llegaste a alguna conclusión? —susurra.
Página 369
—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin sentido. ¿Estás preparada para eso?
Su expresión facial se vuelve oscura, sensual y llena de curiosidad carnal.
—Sí —dice; la palabra le sale tan suave como un suspiro.
Joder, gracias.
—Bien. Vamos. —La llevo escaleras arriba, hacia mi cuarto de juegos. Mi sitio seguro. Donde puedo hacerlo que desee con ella. Cierro los ojos, saboreando brevemente la euforia.
¿He estado alguna vez tan excitado?
Cerrando la puerta tras nosotros, suelto su mano y la estudio. Sus labios se separan al inhalar; la respiración se le ha acelerado y es poco profunda. Tiene los ojos bien abiertos. Preparada. Esperando.
—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mía. Harás lo que me apetezca. ¿Entendido?
Se lame su labio inferior y asiente.
Buena chica.
—Quítate los zapatos.
Traga saliva y empieza a quitarse las sandalias de tacón alto. Las recojo y las dejo junto a la puerta.
—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el vestido, algo que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria.
Hago una pausa, comprobando si sigue aquí conmigo.
—Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, Anastasia. Tienes un cuerpo que me gusta mirar. Es fantástico contemplarlo. De hecho, podría mirarlo todo el día, y quiero que te desinhibas y no te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Mi tono es más brusco.
—Sí, Amo.
Página 370
—¿Lo dices en serio? —Te quiero desinhibida, Ana.
—Sí, Amo.
—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.
Despacio, levanta sus brazos. Agarro el vestido y se lo subo por su cuerpo, revelándolo centímetro a centímetro, solo para mis ojos. Cuando está fuera, retrocedo para poder así llenarme de ella.
Piernas, muslos, estómago, culo, tetas, hombros, cara, boca… es perfecta. Doblo el vestido y lo dejo en la cómoda de juguetes. Alargo la mano y le agarro la barbilla.
—Te estás mordiendo el labio —le regaño—. Date la vuelta.
Hace lo que le digo y se vuelve hacia la puerta. Le suelto el sujetador y le bajo los tirantes por los brazos, rozándole la piel con los dedos mientras lo hago y siento que tiembla bajo mi toque. Le quito el sujetador y lo pongo sobre el vestido. Me quedo cerca, sin casi tocarle, escuchando su rápida respiración y sintiendo el calor que irradia su piel. Está excitada y no es la única. Le agarro el cabello con ambas manos para que le caiga por la espalda.
Es tan suave al tacto. Lo agarro todo con una mano y tiro para que esté mirando hacia un lado, exponiendo el cuello para mi boca.
Recorro con la nariz desde la oreja al hombro, y de nuevo a la oreja, inhalando su aroma del cielo.
Joder, huele bien.
—Hueles tan divinamente como siempre, Anastasia. —Le doy un beso con suavidad bajo la oreja, justo donde le late el pulso.
Gime.
—Calla. No hagas ni un solo ruido.
Del bolsillo de mis jeans, saco una goma de cabello y le recojo el cabello. Lo trenzo, despacio, disfrutando de los tirones y giros contra su bonita y perfecta espalda. Hábilmente, le ato la goma al final y le doy un tirón, forzándole a echarse hacia atrás y presionar su cuerpo contra el mío.
—Aquí dentro me gusta que lleves trenza —susurro—. Date la vuelta.
Página 371
Hace lo que le digo inmediatamente.
—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en braguitas. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí, Amo.
—Buena chica. —Aprende rápido. Tiene los brazos a los lados y los ojos fijos en los míos. Esperando—.Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señalo la esquina de la habitación junto a la puerta—. Hazlo.
Parpadea un par de veces, pero antes de que se lo diga otra vez, da la vuelta y se arrodilla, mirándome a mí y a la habitación.
Le doy permiso para sentarse sobre los talones y lo hace.
—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. —Quiero verte, nena—. Más. —Ver tu coño—. Perfecto. Mira al suelo.
No me mires ni a mí ni a la habitación. Puedes quedarte sentada y dejar que corran los pensamientos, imaginando qué es lo que voy a hacerte.
Voy hacia ella y estoy complacido de que siga con la cabeza hacia abajo. Me arrodillo y le agarro de la trenza, tirando para que me mire a los ojos.
—¿Podrás recordar esta posición, Anastasia?
—Sí, Amo.
—Bien. Quédate ahí, no te muevas.
Paso por delante de ella, abro la puerta y, por un momento, me quedo mirándole. Tiene la cabeza agachada y los ojos fijos en el suelo.
Qué buena vista. Buena chica.
Quiero correr, pero contengo mi impaciencia y bajo las escaleras hacia mi habitación.
Mantén algo de puta dignidad, Grey.
Página 372
En mi vestidor, echo la ropa a un lado y, de un cajón, saco mis jeans favoritos. Mis DJs. Mis jeans de Amo.
Me los pongo y ato los botones, todos menos el último. Del mismo cajón, saco la fusta nueva y la bata gris. Mientras salgo, agarro un par de condones y me los meto en el bolsillo.
Allá vamos. Es la hora del espectáculo, Grey.
Cuando vuelvo, sigue en la misma posición: su cabeza inclinada, la trenza cayéndole por la espalda, sus manos en las rodillas. Cierro la puerta y cuelgo la bata del pomo. Ando hacia ella.
—Buena chica, Anastasia. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.
Se levanta pero sigue con la mirada en el suelo.
—Me puedes mirar.
Impacientes ojos azules me miran.
—Ahora voy a encadenarte, Anastasia. Dame la mano derecha. —Saco la mano y pone la mano en la mía. Sin desviar la mirada de sus ojos, vuelvo su palma hacia arriba y, desde la espalda, saco la fusta. Rápidamente le doy en la palma. Se sobresalta y encorva la mano, parpadeando por la sorpresa.
—¿Cómo te ha sentado eso? —pregunto.
Se le acelera la respiración y me mira antes de volver su mirada a la mano.
—Respóndeme.
—Bien. —Frunce el ceño.
—No frunzas el ceño —advierto—. ¿Te dolió
—No.
—Esto te va a doler. ¿Entendido?
—Sí. —Le tiembla un poco la voz.
—Va en serio —enfatizo y le enseño la fusta. Cuero marrón trenzado. ¿Lo ves? Escucho.
Página 373
Me mira a los ojos. Sonrío divertido.
—Nos proponemos complacer, señorita Steele. Ven.
Le llevo al centro de la habitación, bajo la rejilla.
—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella. —Se queda mirando a la rejilla y después a mí.
—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquella pared. —Señalo a la cruz de San Andrés—. Pon las manos por encima de la cabeza.
Lo hace inmediatamente. Agarro las esposas de cuero que cuelgan de la rejilla, ato una a su muñeca y me vuelvo. Soy metódico, pero me está distrayendo. Estar tan cerca de ella, sentir su excitación, su ansiedad, tocarla. Encuentro difícil concentrarme. Una vez que está esposada, doy un paso atrás e inhalo una respiración profunda, aliviado.
Al fin te tengo donde quiero, Ana Steele.
Despacio, ando a su alrededor, admirando la vista. ¿Podría parecer más caliente?
—Estás fabulosa atada así, señorita Steele. Y con esa lengua viperina quieta de momento. Me gusta. —Me detengo frente a ella, meto los dedos en sus bragas y, oh, muy despacio, las bajo por sus piernas hasta que estoy de rodillas a sus pies.
Admirándola. Es gloriosa.
Con los ojos fijos en los suyos, le quito las bragas, me las llevo a la nariz e inhalo profundamente. Abre la boca completamente y se le abren más los ojos por la sorpresa.
Sí. Sonrío satisfecho. La reacción perfecta.
Meto las bragas en el bolsillo de atrás de mis jeans y me levanto, pensando mi siguiente movimiento. Saco la fusta, le doy un golpe en el estómago y, suavemente, hago círculos en el ombligo con la punta… la lengua de cuero. Ella toma una respiración y tiembla por el toque.
Estará bien, Ana. Confía en mí.
Página 374
Despacio, empiezo a acariciarle, pasando la fusta por su piel, su estómago, los costados, la espalda. En la segunda vuelta, la sacudo y le doy justo por debajo del culo, en su vulva.
—¡Ah! —chilla y tira de las ataduras.
—Calla —le advierto y ando a su alrededor otra vez. Le doy con la fusta en el mismo dulce sitio y se estremece con el contacto, los ojos cerrados al absorber la sensación. Con otra vuelta, le atizo en el pezón. Echa la cabeza hacia atrás y gime. Apunto de nuevo y la fusta besa su otro pezón y veo cómo se endurece y alarga bajo el golpe del cuero.
—¿Te gusta esto?
—Sí —jadea, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás.
Le vuelvo a azotar en el trasero, esta vez más fuerte.
—Sí, ¿qué?
—Sí, señor —gimotea.
Despacio y con cuidado, le doy pequeños picotazos con la fusta sobre el vientre y el ombligo, hacia mi meta. Con un solo golpe, la lengua de cuero le da en el clítoris y grita un gemido.
—¡Por favor!
—Calla —ordeno y la castigo con un azote fuerte en su trasero.
La acaricio con el cuero hacia abajo a través de su vello púbico, contra su vulva y hasta la entrada de su vagina. El cuero marrón está brillando con sus fluidos cuando lo aparto.
—Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Anastasia. Abre los ojos y la boca.
Está respirando rápido, pero abre los labios y me mira con los ojos aturdidos y perdidos en el momento sexual del momento. Y le meto la punta en la boca.
—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, nena.
Cierra los labios alrededor de la fusta y es como si estuvieran alrededor de mi polla.
Joder.
Página 375
Es demasiado caliente y no puedo resistirme a ella.
Saco la fusta de la boca y la rodeo con los brazos. Abre la boca para mí cuando la beso y exploro con la lengua, lo que me revela el sabor de su lujuria.
—Oh, Anastasia, sabes fenomenal —susurro—. ¿Hago que te vengas?
—Por favor —suplica.
Otro chasquido de muñeca y le doy otro azote en el trasero.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señor —susurra.
Buena chica. Doy un paso atrás.
—¿Con esto? —pregunto con la fusta levantada para que pueda verla.
—Sí, señor —dice sorprendiéndome.
—¿Estás segura? —No puedo creerme la suerte que tengo.
—Sí, por favor, Amo.
Oh, Ana. Eres una jodida diosa.
—Cierra los ojos.
Hace lo que le ordeno. Y, con infinito cuidado y no poca gratitud, le doy pequeños azotes sobre su vientre una vez más. En seguida está jadeando otra vez, cada vez más excitada.
Moviéndome hacia abajo, le paso la punta de cuero sobre el clítoris. Una vez. Otra vez. Y otra vez.
Tira de las esposas, gimiendo y gimiendo. Entonces, se queda callada y sé que está cerca. De repente, echa la cabeza hacia atrás y abre la boca, gritando en su orgasmo mientras le recorre todo el cuerpo. Al instante, dejo caer la fusta y le agarro, sujetándole mientras se le disuelve el cuerpo. Se derrumba contra mí.
Oh. No hemos acabado, Ana.
Página 376
Con las manos en sus muslos, levanto su cuerpo tembloroso y la llevo, todavía atada a la rejilla, hasta la cruz de San Andrés. Ahí la suelto, le sostengo de pie, presionada entre la cruz y mis hombros. Me agarro los pantalones, deshago todos los botones, y dejo libre mi polla. Saco un condón del bolsillo, rompo el envoltorio con los dientes y, con una mano, lo desenrollo sobre mi erección.
Suavemente, le levanto y le susurro.
—Levanta las piernas, nena, enróscamelas en la cintura. —Sujetándole la espalda contra la madera, le ayudo a ponerme las piernas alrededor de la cadera y le pongo los codos sobre mis hombros.
Eres mía, nena.
En una embestida, estoy dentro de ella.
Joder. Es exquisita.
Me tomo un momento para saborearla. Después, me empiezo a mover, degustando cada embestida. Sintiéndola, una y otra vez; mi propia respiración se acelera y jadeo por aire, perdiéndome en esta preciosa mujer. Tengo la boca abierta en su cuello, probándola. Su aroma me llena los orificios de la nariz, me llena a mí. Ana. Ana. Ana. No quiero parar.
De repente, se tensa y su cuerpo convulsiona a mí alrededor.
Sí. Otra vez. Y me vengo. Llenándola. Sosteniéndola. Venerándola.
Sí. Sí. Sí.
Es tan preciosa. Y dulce infierno, eso fue alucinante.
Salgo de ella y, cuando colapsa contra mí, rápidamente suelto las muñecas de la rejilla y la sujeto mientras nos llevo al suelo. La acurruco entre mis piernas, rodeándola con mis brazos, y se hunde contra mí con los ojos cerrados y respirando con dificultad.
—Muy bien, nena. ¿Te dolió?
—No. —Casi no puedo oírla.
—¿Esperabas que te doliera? —pregunto apartándole unos mechones de cabello de la cara para poderla ver mejor.
Página 377
—Sí.
—¿Lo ves, Anastasia? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. —Acaricio su cabeza—. ¿Lo harías otra vez? —pregunto.
No responde inmediatamente y creo que se ha dormido.
—Sí —susurra un momento después.
Gracias, querido Señor.
La rodeo con mis brazos.
—Bien. Yo también. —Una y otra vez. Tiernamente,deposito un beso en su cabeza e inhalo. Huele a Ana, sudor y sexo—. Y aún no he terminado contigo —le advierto. Estoy muy orgulloso de ella. Ha hecho todo lo que quería.
Ella es todo lo que quiero.
Y, de repente, soy sobrecogido por una emoción poco familiar que me llena, cortando mis tendones y huesos, dejándome lleno de miedo e inquietud a su paso. Ella vuelve la cabeza y comienza a acariciar con la nariz el pecho.
Crece la oscuridad, sorprendente y familiar, sustituyendo mi malestar con sensación de temor. Cada músculo de mi cuerpo se tensa. Ana parpadea y mira con ojos impávidos mientras lucho por controlar mi miedo.
—No hagas eso —susurro. Por favor.
Se aparta un poco y mira mi pecho.
Contrólate, Grey.
—Arrodíllate junto a la puerta—le ordeno, quitándola de mí.
Vamos. No me toques.
Temblando, se levanta y tambalea hasta la puerta, donde regresa a su posición de rodillas.
Doy una respiración profunda para centrarme.
¿Qué estás haciéndome, Ana Steele?
Me levanto y estiro, más calmado ahora.
Página 378
Ahí arrodillada al lado de la puerta, es cada centímetro de una sumisa ideal. Tiene los ojos vidriosos, está cansada. Estoy seguro de que es por el bajón de adrenalina. Sus párpados se cierran.
Oh, esto nunca funcionará. La quieres como una sumisa, Grey. Demuéstrale el significado de ello.
Del armario de juguetes agarrouna de las bridas para cables que compré en Clayton’s y unas tijeras.
—La aburro, ¿verdad, señorita Steele? —le pregunto, enmascarando la diversión. Me mira con sus ojos bien abiertos, como sintiéndose culpable.
—Levántate—le ordeno.
Despacio, se levanta sobre sus pies.
—Estás destrozada, ¿verdad?
Asiente con una tímida sonrisa.
Oh, nena, lo has hecho muy bien.
—Aguante, señorita Steele. Aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.
Frunce el ceño por un momento, pero presiona las palmas juntas y levanta sus manos. Ato el cable alrededor de sus muñecas. Sus ojos se encienden al reconocerlo.
—¿Te resulta familiar? —le sonrío y acaricio el plástico, comprobando que haya espacio para que no esté demasiado ajustado.
—Tengo unas tijeras aquí. —Las levanto para que las vea—. Puedo cortarlas en un segundo. —Parece aliviada.
—Ven. —Agarro sus manos, dirigiéndola hacia la cama de cuatro postes del otro extremo de la habitación.
—Quiero más… muchísimo más —le susurro al oído mientras mira a la cama—. Pero, seré rápido. Estás cansada. Agárrate al poste.
Vacilante, se aferra al pilar de madera.
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—Más abajo—ordeno. Mueve sus manos hacia abajo, hasta la base, hasta estar totalmente inclinada—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?
—Sí, Amo—dice ella.
—Bien. —Lasostengo por la cadera, aproximándola a mí para que esté bien posicionada, con su precioso traseroal aire a mi disposición.
—No te sueltes, Anastasia—le advierto—. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio, ¿Entendido?
—Sí.
La azoto una vez en el culo.
—Sí, Amo —dice inmediatamente.
—Separa las piernas. —Empujo mi pie derecho contra el suyo, haciéndome espacio—. Eso está mejor. Después de esto, te dejaré dormir.
Su espalda tiene la curva perfecta, cada vértebra desde su cuello a su fino, fino trasero. Recorro la línea con mis dedos.
Tienes una piel preciosa, Anastasia, me digo a mí mismo. Inclinándome sobre ella, recorro el camino que he trazado con los dedos, pero ahora dejando suaves besos. Mientras lo hago, acaricio sus pechos, agarrando sus pezones entre mis dedos y los pellizco.
Se retuerce bajo mi toque y le doy un suave beso la cintura, después chupo y mordisqueo su piel mientras sigo trabajando sus pezones.
Gime. Me detengo y alejo para admirar la vista, poniéndome más duro de solo contemplarla. Voy por el segundo condón en el bolsillo, rápidamente quito mis pantalones y abro el paquete. Usando ambas manos, lo deslizo sobre mi polla.
Me encantaría reclamar su trasero. Ahora. Pero es muy pronto para eso.
—Tienes un culo muy sexy y cautivador, Anastasia Steele. Las cosas que me gustaría hacerle. —Acaricio con ambas manos las nalgas,
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a continuación bajo mis manos y deslizo dos dedos en su interior, ensanchándola.
Vuelve a gemir.
Está lista.
—Qué húmeda… Nunca me decepciona, señorita Steele. Agárrate fuerte… esto será rápido, nena.
Sosteniéndola por la cadera, posiciono mi cuerpo en su entrada, luego levantándome, agarro su trenza y la enrosco en mi muñeca, agarrándola fuertemente. Con una mano en mi polla y otra en la trenza, me deslizo en su interior.
Es. Tan. Jodidamente. Dulce.
Despacio, salgo de ella, después, con la mano libre, le agarro por la cadera y aprieto más la trenza.
Sumisa.
Entro de golpe, provocándole un grito.
—¡Aguanta, Anastasia! —le recuerdo. Si no espera, saldrá herida.
Sin respiración, se aprieta contra mí, apoyándose en sus piernas.
Buena chica.
Entonces comienzo a embestirla, provocándole pequeños gritos mientras se aferra al poste... Pero no se echa atrás. Se junta conmigo en cada embestida.
Bravo, Ana.
Y entonces lo siento. Despacio. Sus paredes internas se aprietan a mí alrededor. Perdiendo el control, me deslizo completamente en ella, permaneciendo inmóvil.
—Vamos, Ana, dámelo —gruño mientras me vengo, fuerte, con su orgasmo prolongando el mío mientras la sostengo.
Introduciéndola entre mis brazos, nos bajo al suelo con Ana sobre mí, ambos mirando al techo. Está completamente relajada, exhausta sin ninguna duda; su peso es un bienvenido confort. Permanezco mirando a los mosquetones y me pregunto si alguna vezme permitirá suspenderla.
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Probablemente no.
Y no me importa.
Ha sido nuestra primera vez aquí y ha sido de ensueño. Le doy un beso en la oreja.
—Levanta las manos. —Tengo la voz rasposa. Despacio, las levanta como si pesaran una tonelada y deslizo las tijeras bajo el cable.
—Declaro inaugurada esta Ana—murmuro y corto el plástico, librándola. Se ríe, lo que provoca que se mueva contra mi cuerpo. Es extraño y bienvenido el sentimiento, lo que me hace sonreír.
—Qué sonido tan hermoso —susurro mientras acaricio sus muñecas. Me siento, de manera que está en mi regazo.
Me encanta hacerla sonreír. No sonríe lo suficiente.
—Eso es culpa mía—admito a mí mismo mientras la acaricio en sus hombros y brazos para reanimarla. Se vuelve para mirarme con una mirada cansada pero como buscando—. Que no rías más a menudo. —aclaro.
—No soy muy risueña—dice y bosteza.
―—Oh, pero cuando ocurre, señorita Steele, es una maravilla y un deleite contemplarlo.
—Muy florido, señor Grey—dice ella, provocándome.
Sonrío.
—Aparentemente te han follado bien y te hace falta dormir.
—Eso no es nada florido—se burla, regañándome.
Levantándola de mi regazo para poder levantarme, voy por mis pantalones y me los pongo.
—No quiero asustar a Taylor, ni tampoco a la señora Jones.
No sería la primera vez.
Ana se sienta en el suelo como aturdida y cansada. La agarro por la parte de arriba de sus brazos y la levanto, llevándola hacia la puerta. Del pomo de la puerta, agarro el vestido gris y se lo pongo. No ayuda, está verdaderamente exhausta.
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—A la cama —digo, besándola rápidamente.
Una expresión alarmada cruza por su rostro.
—Para dormir—le aseguro. Me agacho, agarrándola en mis brazos y la acerco a mi pecho, y me dirijo al cuarto de las sumisas. Ahí, aparto el edredón y la acuesto, y, en un momento de debilidad, me meto con ella. Nos cubro a ambos con el edredón y la abrazo.
Solo la abrazaré hasta que se quede dormida.
—Duerme, preciosa. —La beso en su cabello sintiéndome completamente saciado… y agradecido. Lo hicimos. Esta dulce e inocente mujer me permitió perderme en ella. Y creo lo ha disfrutado. Yo sé que lo hice… más que nunca.
Mami se sienta y me mira en el espejo con el gran crack.
Cepillo su cabello. Es suave y huele a mami y flores.
Agarra el cepillo y le da vueltas y vueltas al cabello.
Así es como una serpiente en su espalda.
Ya está, dice ella.
Se voltea y me mira.
Hoy está contenta.
Me gusta cuando mami está contenta.
Me gusta cuando me sonríe.
Está guapa cuando sonríe.
Hagamos una tarta, Maggot.
Tarta de manzana.
Me gusta cuando mami hornea.
Me despierto repentinamente con un dulce aroma invadiéndome la mente. Es Ana. Está dormida a mi lado. Me tumbo sobre mi espalda y permanezco mirando al techo.
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¿Cuándo me quedé dormido en esta habitación?
Nunca.
La idea me enoja y, por alguna insondable razón, me incomoda.
¿Qué te está pasando, Grey?
Me siento cuidadosamente, sin pretender despertarla, y me quedo mirándoladormir. Sé lo que es, estoy inquieto porque estoy aquí con ella. Salgo de la cama para dejarla dormir y voy hacia mi cuarto de juegos. Ahí, recojo el cable usado, los condones y los deslizo dentrodel bolsillo, donde encuentro las bragas de Ana. Con la fusta, su ropa y zapatos en la mano, salgo y cierro la puerta. De vuelta en su habitación, cuelgo su vestido en la puerta del armario, pongo sus zapatos bajo la silla y dejo el sujetador encima. Saco las bragas del bolsillo y una idea cruza por mi mente.
Voy al baño. Necesito una ducha antes de ir a cenar con mis padres. Dejaré dormir un poco más a Ana.
Llueven cascadas de agua caliente sobre mí y se llevan toda la ansiedad y el malestar de antes. Para ser la primera vez, no ha estado mal, para ninguno de nosotros. Y yo que pensaba que una relación con Ana era imposible; pero ahora, el futuro parece lleno de posibilidades. Hago una nota mental de llamar a Caroline Acton por la mañana para vestir a mi chica.
Después de una productiva hora en mi oficina, poniéndome al día con mis tareas de lectura, decido que Ana ya ha dormido lo suficiente. Ha oscurecido fuera y tenemos que irnos en 45 minutos a cenar a casa de mis padres. Me ha sido más fácil concentrarme en mi trabajo sabiendo que está arriba, en su cuarto.
Raro.
Bueno, sé que está a salvo arriba.
Del refrigerador, saco un cartón de zumo de arándanos y una botella de agua con gas. Los mezclo en un vaso y subo las escaleras.
Todavía está dormida, acurrucada donde la dejé. Dudo se haya movido un milímetro. Tiene los labios entreabiertos y respira suavemente. Está despeinada, con hebras saliendo desde la trenza. Me siento en el borde de la cama, a su lado, y me inclino para depositar un beso en su sien. Gime y protesta, aún dormida.
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—Anastasia, despierta. —Mi voz es amable mientras la acaricio para que despierte.
—No—gimotea, abrazándose contra la almohada.
—En media hora tenemos que irnos a cenar a casa de mis padres.
Abre los ojos y parpadea, después se centra en mí.
—Vamos, bella durmiente. Levántate. —Vuelvo a besarla en la sien—. Te traje algo de beber. Estaré abajo. No vuelvas a dormirte o te meterás en problemas—le advierto mientras se estira. Le doy un beso más y, con una mirada hacia la silla donde no encontrará sus bragas, hago mi camino escaleras abajo, sin poder resistir la sonrisa.
Hora de jugar, Grey.
Mientras espero a la señorita Steele, le doy al botón del iPod remoto y la música viene a la vida en una lista al azar. Inquieto, ando hasta las puertas del balcón y me quedo mirando al temprano cielo nocturno, escuchando And She Was de Talking Heads. Taylor entra.
—Señor Grey. ¿Traigo el auto?
—Danos cinco minutos.
—Sí, señor—dice, desapareciendo por el ascensor del servicio.
Ana aparece minutos después en la entrada de la sala de estar. Está luminosa, incluso impresionante… y parece divertida. ¿Qué dirá sobre sus bragas desaparecidas?
—Hola —dice con una sonrisa críptica.
—Hola. ¿Cómo te encuentras?
Su sonrisa se ensancha.
—Bien, gracias. ¿Y tú? —Finge indiferencia.
—Fenomenal, Señorita Steele. —El suspenso es tangible y espero que mi anticipación no esté escrita por todo mi rostro.
—Frank. Jamás te habría tomado por fan de Sinatra—dice, ladeando su cabeza y mirándome curiosamente mientras los ricos tonos de “Witchcraft” llenan la habitación.
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—Soy ecléctico, señorita Steele. —Doy un paso hacia ella hasta que estoy justo enfrente. ¿Se romperá? Estoy buscando una respuesta en sus brillantes ojos azules.
Pregúntame por tus bragas, nena.
Acaricio sus mejillas con mis dedos. Se acerca hacia mi toque y estoy completamente seducido por su dulce gesto, por su expresión tentadora y por la música. La quiero entre mis brazos.
—Baila conmigo—susurro al tomar el control remoto del bolsillo y subo el volumen hasta que la voz de Frank canturrea sobre nosotros. Ofrece su mano. Le rodeo por la cintura y acerco su hermoso cuerpo contra el mío, y empezamos un lento y simple ritmo. Me agarra por los hombros, pero estoy preparado para que me toque y, juntos, nos movemos por el suelo, su radiante rostro iluminando la habitación… y a mí. Cae en mi ritmo y, cuando la canción termina, está temblorosa y sin respiración.
Y yo también lo estoy.
—No hay bruja más linda que tú. —Le doy un tierno beso en los labios—. Vaya, esto ha devuelto el color a sus mejillas, señorita Steele. Gracias por el baile. ¿Vamos a conocer a mis padres?
—De nada, y sí, estoy impaciente por conocerlos—me responde, aún colorada y preciosa.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, sí—dice con confianza.
—¿Estás segura?
Asiente y se le curvan los labios en una sonrisa.
Dios, tiene agallas.
Sonrío.
—Muy bien. —No puedo ocultar mi satisfacción—. Si así es como quiere jugar, señorita Steele. —Tomando mi chaqueta, nos dirigimos hacia el ascensor.
Nunca deja de sorprenderme, impresionarme ni desarmarme. Ahora, tendré que permanecer sentado en la cena con mis padres sabiendo que mi chica no está llevando nada de ropa interior. De
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hecho, estoy aquí en el ascensor, sabiendo que está desnuda bajo su falda.
Te está pagando con la misma moneda, Grey.
~ * ~
Ella está silenciosa mientras Taylor nos lleva hacia el norte por la quinta interestatal. Atrapo un vistazo del Lago Unión; la luna desaparece detrás de una nube, y el agua se oscurece, como mi estado de ánimo. ¿Por qué la estoy llevando a ver a mis padres? Si la conocen, tendrán ciertas expectativas. Y lo mismo hará Ana. Y no estoy seguro de si la relación que quiero con Ana estará a la altura de esas expectativas. Y para empeorar las cosas, puse todo esto en movimiento cuando insistí en que ella conociera a Grace. Soy el único culpable. Yo, y el hecho de que Elliot está follando a su compañera de piso.
¿A quién estoy engañando? Si no quisiera que conociera a mi familia, ella no estaría aquí. Simplemente desearía no estar tan preocupado por ello.
Sí. Ese es el problema.
—¿Dónde has aprendido a bailar? —pregunta, interrumpiendo mi cadena de pensamientos. Oh, Ana. Ella no va a querer que vaya allí.
—Christian, sostenme. Ahí. Adecuadamente. Derecha. Un paso. Dos. Bien. Mantén el tiempo de la música. Sinatra es perfecto para el fox-trot. —Elena se encuentra en su elemento.
—Sí, Ama.
—¿En serio quieres saberlo? —respondo.
—Sí —responde, pero su tono dice lo contrario.
Tú preguntaste. Suspiro en la oscuridad junto a ella.
—A la señora Robinson le gustaba bailar.
—Debía de ser muy buena maestra. —Su susurro se tiñe de pesar y renuente admiración.
—Lo era.
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—Está bien. Una vez más. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cariño, lo tienes.
Elena y yo nos deslizamos por su sótano.
—Una vez más. —Se ríe, con la cabeza echada hacia atrás, y se ve como una mujer de la mitad de su edad.
Ana asiente y estudia el paisaje, sin duda elaborando alguna teoría sobre Elena. O tal vez está pensado sobre conocer a mis padres. Me gustaría saber. Tal vez está nerviosa. Como yo. Nunca he llevado a una chica a casa.
Cuando Ana comienza a moverse nerviosamente, percibo que algo la está preocupando. ¿Está preocupada por lo que hicimos hoy?
—No lo hagas —digo, mi voz más suave de lo que me propongo.
Ella se gira hacia mí, su expresión indescifrable en la oscuridad.
—¿Qué no haga qué?
—No le des tantas vueltas a las cosas, Anastasia. —Lo que sea que estés pensando. Me estiro, tomo su mano, y beso sus nudillos—. La pasé estupendamente esta tarde. Gracias.
Consigo un breve destello de dientes blancos y una sonrisa tímida.
—¿Por qué usaste una brida? —pregunta.
Preguntas sobre esta tarde; esto es bueno.
—Es rápido, es fácil y es una sensación y una experiencia distinta para ti. Sé que parece bastante brutal, pero me gusta que las sujeciones sean así. —Mi voz es seca mientras trato de inyectar nuevamente un poco de humor en nuestra conversación—. Lo más eficaz para evitar que te muevas.
Sus ojos se mueven rápidamente hacia Taylor en el asiento delantero.
Cariño, no te preocupes por Taylor. Él sabe exactamente lo que está pasando, y ha hecho esto durante cuatro años.
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—Forma parte de mi mundo, Anastasia. —Le doy a su mano un apretón tranquilizador antes de liberarla. Ana se gira para mirar por la ventana; somos rodeados por agua a medida que cruzamos el Lago Washington en el puente 520, mi parte favorita de este viaje. Ella levanta los pies y, se acurruca en el asiento, envolviendo los brazos alrededor de sus piernas.
Algo pasa.
Cuando me mira, pregunto:
—¿Un dólar por tus pensamientos?
Suspira.
Mierda.
—¿Tan malos son?
—Ojalá supiera lo que piensas tú —dice.
Sonrío, aliviado de escuchar esto, y me alegro de que no sepa lo que realmente está en mi mente.
—Lo mismo digo, nena —respondo.
~ * ~
Taylor se detiene frente a la puerta principal de mis padres.
—¿Estás preparada para esto? —pregunto.
Ana asiente y aprieta mi mano.
—También es la primera vez para mí —susurro. Cuando Taylor sale por la puerta, le doy una malvada sonrisa lasciva—. Apuesto que ahora te gustaría llevar tu ropita interior.
Su respiración se engancha y frunce el ceño, pero salgo del auto para saludar a mis padres, quienes esperan en el umbral de la puerta. Ana se ve bien y tranquila a medida que rodea el auto y se dirige hacia nosotros.
—Anastasia, ya conoces a mi madre, Grace. Este es mi padre, Carrick.
—Señor Grey, es un placer conocerlo. —Sonríe y estrecha su mano extendida.
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—El placer es todo mío, Anastasia.
—Por favor, llámeme Ana.
—Ana, cuánto me alegro de volver a verte. —Grace la abraza—. Pasa, querida. —Tomando el brazo de Ana, la lleva dentro y la sigo en su estela sin ropa interior.
—¿Ya ha llegado? —grita Mia desde algún lugar dentro de la casa. Ana me da una mirada sorprendida.
—Esa es Mia, mi hermana menor.
Ambos nos giramos en dirección a los altos tacones traqueteando a través de la sala. Y ahí está ella.
—¡Anastasia! He oído hablar tanto de ti… —Mia la envuelve en un enorme abrazo. Aunque es más alta que Ana, recuerdo que casi son de la misma edad. Mia toma su mano y la arrastra al vestíbulo mientras mis padres y yo las seguimos.
—Christian nunca ha traído a una chica a casa —le dice Mia a Ana con voz chillona.
—Mia, cálmate —la reprende Grace.
Sí, por el amor de D. Deja de hacer una escena.
Ana me atrapa rodando los ojos y me lanza una mirada fulminante.
Grace me saluda con un beso en ambas mejillas.
—Hola, cariño. —Está brillando, feliz de tener a todos sus hijos en casa.
Carrick me ofrece su mano.
—Hola, hijo. Cuánto tiempo sin verte.
Estrechamos las manos y seguimos a las mujeres a la sala de estar.
—Papá, me viste ayer —murmuro.
—Bromas de papá. —Mi padre destaca en ellas.
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Kavanagh y Elliot están abrazados en uno de los sofás. Pero Kavanagh se levanta y abraza a Ana cuando entramos.
—Christian. —Me da un educado asentimiento.
—Kate.
Y ahora Elliot tiene sus enormes garras sobre Ana.
Mierda, ¿quién sabía que mi familia fuera tan cariñosa de repente? Bájala. Fulmino con la mirada a Elliot y él sonríe, una expresión de solo-te-estoy-mostrando-cómo-se-hace embarrada por todo su rosto. Deslizo mi brazo alrededor de la cintura de Ana y tiro de ella a mi lado. Todos los ojos están puestos en nosotros.
Demonios. Esto se siente como un espectáculo de fenómenos.
—¿Algo de beber? —Ofrece papá—. ¿Prosecco?
—Por favor —respondemos Ana y yo al unísono.
Mia salta en su lugar y aplaude.
—Pero si hasta dicen las mismas cosas. Ya voy yo. —Sale de la habitación.
¿Qué diablos está mal con mi familia?
Ana frunce el ceño. Probablemente también los está encontrando raros.
—La cena está casi lista —dice Grace mientras sigue a Mia fuera de la habitación.
—Siéntate —le digo a Ana y la llevo hasta uno de los sofás. Ella hace lo que le dicen y yo me siento a su lado, con cuidado de no tocarla. Tengo que ser un ejemplo para mi familia excesivamente demostrativa.
¿Tal vez ellos siempre han sido de esta manera?
Mi padre me distrae.
—Estábamos hablando de las vacaciones, Ana. Elliot ha decidido irse con Kate y su familia a Barbados una semana.
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¡Amigo! Me le quedo viendo a Elliot. ¿Qué diablos pasó con el Sr. Ámalas y Déjalas? Kavanagh debe ser buena en la cama. Ella ciertamente parece bastante engreída.
—¿Te tomarás un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —le pregunta Carrick a Ana.
—Estoy pensando en irme unos días a Georgia —responde.
—¿A Georgia? —exclamo, incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Mi madre vive allí —dice, con voz vacilante—, y hace tiempo que no la veo.
—¿Cuándo pensabas irte? —chasqueo.
—Mañana, a última hora de la tarde.
¡Mañana! ¿Qué demonios? ¿Y me vengo a enterar de esto ahora?
Mia regresa con Prosecco rosa para Ana y para mí.
—¡Porque tengan buena salud! —Papá levanta su copa.
—¿Cuánto tiempo? —persisto, tratando de mantener mi tono de voz.
—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.
¿Entrevistas? ¿Mañana?
—Ana se merece un descanso —interrumpe Kavanagh, mirándome con antagonismo mal disimulado. Quiero decirle que se meta en sus propios jodidos asuntos, pero por el bien de Ana contengo mi lengua.
—¿Tienes entrevistas? —le pregunta papá a Ana.
—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.
¿Cuándo iba a decirme esto? ¡Estoy aquí con ella durante dos minutos y estoy descubriendo detalles de su vida que yo debería saber!
—Te deseo toda la suerte del mundo —le dice Carrick con una sonrisa.
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—La cena está lista —llama Grace desde el otro lado del pasillo.
Dejo que los otros salgan de la habitación, pero agarro el codo de Ana antes de que pueda seguirlos.
—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas? —Mi temperamento está rápidamente revelándose.
—No me voy, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad. —Ana me hace caso omiso, como si fuera un niño.
—¿Y qué pasa con nuestro contrato?
—Aún no tenemos ningún contrato.
Pero…
Nos guío por la puerta de la sala y el pasillo.
—Esta conversación no ha terminado —advierto mientras entramos al comedor.
Mamá ha ido por todo —la mejor vajilla china, el mejor cristal—, para beneficio de Ana y Kavanagh. Saco una silla para Ana; ella se sienta y tomo asiento a su lado. Mia nos sonríe desde el otro lado de la mesa.
—¿Dónde conociste a Ana? —pregunta Mia.
—Me entrevistó para la revista de la Universidad Estatal de Washington.
—Que Kate dirige —interviene Ana.
—Quiero ser periodista —le dice Kate a Mia.
Mi padre le ofrece a Ana algo de vino mientras Mia y Kate hablan sobre periodismo. Kavanagh tiene una pasantía en el Seattle Times, sin duda arreglada para ella por su padre.
Por el rabillo del ojo, me doy cuenta de que Ana me está analizando.
—¿Qué? —pregunto.
—No te enfades conmigo, por favor —dice, tan bajo que solo yo puedo oírlo.
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—No estoy enfadado contigo —miento.
Sus ojos se estrechan, y es obvio que no me cree.
—Sí, estoy enfadado contigo —confieso. Y ahora siento como que estoy exagerando. Cierro los ojos.
Contrólate, Grey.
—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —susurra.
—¿De qué están cuchicheando? —interrumpe Kavanagh.
¡Buen Dios! ¿Ella siempre es así? ¿Tan intrusiva? ¿Cómo diablos Elliot la soporta? La fulmino con la mirada, y tiene el sentido común de retroceder.
—De mi viaje a Georgia —dice Ana, con dulzura y encanto.
Kate sonríe.
—¿Qué tal en el bar el viernes con José? —pregunta, con una mirada descarada en mi dirección.
¿Qué. Demonios. Es. Esto?
Ana se tensa a mi lado.
—Muy bien —dice tranquilamente.
—Como para que me pique la palma de la mano —le susurro—. Especialmente ahora.
Así que fue a un bar con el chico que estaba tratando de embestir su lengua hasta su garganta la última vez que lo vi. Y ella ya había aceptado ser mía. ¿Ir furtivamente a un bar con otro hombre? Y sin mi permiso…
Merece ser castigada.
A mi alrededor, la cena está siendo servida.
He acordado no ir demasiado duro con ella… tal vez debería utilizar un flagelador. O quizás debería darle una azotina directa, más dura que la anterior. Aquí, esta noche.
Sí. Eso tiene posibilidades.
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Ana baja la mirada hacia sus dedos. Kate, Elliot y Mia están en una conversación sobre cocina francesa, y papá regresa a la mesa. ¿Dónde ha estado?
—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Grace.
—Empiecen sin mí, por favor —dice mamá, pasándole un plato de comida a Ana.
Huele bien.
Ana lame sus labios y la acción resuena en mi ingle. Debe de estar muriendo de hambre. Bien. Eso es algo.
Mamá se ha superado a sí misma; chorizo, vieiras, pimientos. Bien. Y me doy cuenta de que también tengo hambre. Eso no puede ser de ayuda a mi estado de ánimo. Pero me alegra ver comer a Ana.
Grace regresa, luciendo preocupada.
—¿Va todo bien? —pregunta papá, y todos levantamos la mirada hacia ella.
—Otro caso de sarampión —suspira Grace pesadamente.
—Oh, no —dice papá.
—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va del mes. Si la gente vacunara a sus hijos. —Grace sacude la cabeza—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso. Gracias a Dios, nunca sufrieron nada peor que la varicela. Pobre Elliot. —Todos miramos a Elliot, que deja de comer, a medio masticar, con la boca llena de relleno, tonto. Él se siente incómodo siendo el centro de atención.
Kavanagh le da a Grace una mirada interrogante.
—Christian y Mia tuvieron suerte —explica Grace—. Ellos la tuviera muy flojita, algún granito nada más.
Oh, dale un descanso, mamá.
—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —Elliot claramente está dispuesto a cambiar de conversación, como yo.
—No puedo creer que vencieron a los Yankees —dice Carrick.
—¿Viste el juego, pez gordo? —me pregunta Elliot.
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—No. Pero leí la columna de deportes.
—Los Mariners están haciendo una gran carrera. Nueve juegos ganados de los últimos once, me da esperanza. —Papá suena emocionado.
—Ciertamente están teniendo una mejor temporada que en el 2010 —añado.
—Gutiérrez en el campo central estuvo impresionante. ¡Esa atrapada! Vaya. —Elliot alza sus brazos. Kavanagh se arrastra sobre él como una tonta enamorada.
—¿Qué talsu nueva casa, querida? —le pregunta Grace a Ana.
—Solo hemos estado allí una noche, y todavía tengo que desempacar, pero me encanta, está tan céntrica, a una corta caminata de Pike Place, y cerca del agua.
—Oh, así que estás cerca de Christian, entonces —comenta Grace.
La ayudante de mamá limpia la mesa. Todavía no puedo recordar su nombre. Ella es suiza, o australiana o algo, y no para de sonreír estúpidamente y batir sus pestañas hacia mí.
—¿Has estado en París, Ana? —pregunta Mia.
—No, pero me encantaría ir.
—Nosotros fuimos de luna de miel a París —dice mamá. Ella y papá intercambian una mirada a través de la mesa, que francamente preferiría no ver. Obviamente la pasaron bien.
—Es una ciudad preciosa, a pesar de los parisinos. Christian, deberías llevar a Ana a París —exclama Mia.
—Me parece que Anastasia preferiría Londres —respondo a la ridícula sugerencia de mi hermana. Posicionando mi mano en la rodilla de Ana, exploro su pierna a un ritmo lento, su vestido subiéndose mientras mis dedos continúan. Quiero tocarla; acariciarla donde sus bragas deberían estar. Mientras mi polla despierta en anticipación suprimo un gemido y me remuevo en mi asiento.
Ella se aleja de mí como para cruzar sus piernas, y cierro mi mano alrededor de su pierna.
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¡Ni te atrevas!
Ana toma un sorbo de vino, sin sacar sus ojos de la empleada de mi madre, ella está sirviendo nuestras entradas.
—¿Qué tienen de malo los parisinos? ¿No sucumbieron a tus encantos? —se burla Elliot de Mia.
—Uy, qué va. Además, Monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era un tirano dominante.
Ana se ahoga con el vino.
—Anastasia, ¿te encuentras bien? —pregunto, y libero su pierna.
Asiente, sus mejillas están rojas, doy golpecitos en su espalda y gentilmente acaricio su cuello. ¿Tirano dominante? ¿Yo? El pensamiento me molesta. Mia me lanza una mirada de aprobación por mi demostración pública de afecto.
Mamá ha cocinado su plato especial, ternera a la Wellington, una receta que aprendió en Londres. Tengo que decir que clasifica cerca del pollo frito de ayer. A pesar de su episodio de tos, Ana zampa su comida y es tan bueno verla comer. Probablemente está hambrienta después de nuestra enérgica tarde. Tomo un sorbo de mi vino mientras contemplo otras formas de ponerla hambrienta.
Mia y Kavanagh están discutiendo las ventajas de St. Bart’s contra Barbados, donde la familia Kavanagh se estará quedando.
—¿Recuerdas a Elliot y la medusa? —Los ojos de Mia brillan con regocijo mientras mira de Elliot a mí.
Río entre dientes.
—¿Gritando como una chica? Sí.
—¡Oye, ese podría haber sido un buque de guerra! Odio a las medusas. Arruinan todo. —Elliot es enfático. Mia y Kate rompen a reír, asintiendo en acuerdo.
Ana está comiendo sinceramente y escuchando las bromas. Todo el mundo se está calmando, y mi familia está siendo menos rara. ¿Por qué estoy tan tenso? Esto pasa todos los días en todo el país, familias reuniéndose a disfrutar de la comida y la compañía de otros. ¿Estoy tenso porque tengo a Ana aquí? ¿Estoy preocupado porque ella
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no les agrade, o porque a ella no le agraden? ¿O es porque se va a Georgia malditamente mañana y yo no sabía nada sobre eso?
Es confuso.
Mia es el centro del escenario, como es usual. Sus historias sobre la vida francesa y la comida francesa son interesantes.
—Oh, Madre, les pâtisseries sont tout simplement fabuleuses. La tarte aux pommes de M. Floubert est incroyable —dice ella.
—Mia, chérie, tu parles français —la interrumpo—. Nous parlons anglais ici. Eh bien, à l’exception bien sûr d’Elliot. Il parle idiote, couramment.
Mia tira su cabeza hacia atrás y comienza a reír como una boba, y es imposible no unírsele.
Pero para el final de la cena, la tensión me está desgastando. Quiero estar solo son mi chica. Tengo cierta tolerancia para una charla estúpida, incluso con mi familia, y he llegado a mi límite. Volteo hacia Ana, me estiro y tiro de su barbilla.
—No te muerdas el labio. Me dan ganas de hacértelo.
Tengo que establecer un par de normas básicas. Tenemos que discutir su repentino viaje a Georgia y salir por unos tragos con hombres que están encaprichados con ella. Pongo mi mano en la rodilla de Ana otra vez; necesito tocarla. Además, ella debería aceptar mi toque, cuando sea que quiera tocarla. Mido su reacción mientras mis dedos viajan hacia arriba en su pierna hacia su zona libre de bragas, provocando a su piel. Su respiración se detiene y aprieta sus piernas juntas, bloqueando mis dedos, frenándome.
Eso es.
Tengo que disculparme de la mesa.
—¿Quieres que te enseñe la finca? —le pregunto a Ana, y no le doy opción de responder. Sus ojos están luminosos y serios mientras pone su mano en la mía.
—Si me disculpa… —le dice ella a Carrick, y la guío fuera del comedor.
En la cocina, Mia y mamá están limpiando.
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—Voy a enseñarle el patio a Anastasia —le anuncio a mi madre, pretendiendo sonar alegre.
Afuera, mi humor se hunde mientras mi ira emerge.
Bragas. Fotógrafo. Georgia.
Cruzamos la terraza y subimos los escalones al jardín. Ana hace una pausa un momento para admirar la vista.
Sí, sí. Seattle. Luces. Luna. Agua.
Continúo a través del vasto jardín hacia la casa del bote de mis padres.
—Para, por favor —suplica Anastasia.
Lo hago, y le doy una mirada.
—Los tacones. Tengo que quitarme los zapatos.
—No te molestes —gruño, y la levanto rápidamente sobre mi hombro. Ella chilla en sorpresa. Demonios. Golpeo su trasero, duro—. Baja la voz —chasqueo, y doy zancadas por el jardín.
—¿A dónde me llevas? —lloriquea mientras se balancea en mi hombro.
—Al embarcadero.
—¿Por qué?
—Necesito estar a solas contigo.
—¿Para qué?
—Porque te voy a dar unos azotes y luego te voy a follar.
—¿Por qué? —se queja.
—Ya sabes por qué —le lanzo.
—Pensé que eras un hombre impulsivo.
—Anastasia, estoy siendo impulsivo, te lo aseguro.
Abriendo la puerta de la casa del embarcadero, pongo un pie dentro y enciendo la luz. Mientras los fluorescentes saltan a la vida, me
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dirijo escaleras arriba hacia el cuarto. Ahí enciendo otro interruptor, y los halógenos iluminan el cuarto.
Deslizo a Ana abajo, disfrutando de sentirla, y la pongo en sus pies. Su cabello es oscuro y descontrolado, sus ojos chispeando con el brillo de las luces, y sé que no está usando sus bragas. La deseo. Ahora.
—No me pegues, por favor —susurra.
No lo entiendo. La miro fijamente en blanco.
—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.
Pero… la miro boquiabierto, paralizado. Es por eso que estamos aquí. Levanta su mano, y por un momento no sé lo que va a hacer. La oscuridad se agita y gira alrededor de mi cuello, amenazando con asfixiarme si me toca. Pero posiciona sus dedos en mi mejilla y gentilmente rozándola hasta mí barbilla. La oscuridad se convierte en olvido y cierro mis ojos, sintiendo las yemas de sus dedos en mí. Con la otra mano agita mi cabello, corriendo sus dedos a través de él.
—Ah —gimo, y no sé si es de miedo o de anhelo. Estoy sin aliento, parado en un precipicio. Cuando abro mis ojos, ella da un paso adelante, así su cuerpo se descarga contra el mío. Empuña ambas manos en mi cabello y tira de él ligeramente, elevando sus labios hacia los míos. Y la estoy viendo hacer esto, como un testigo, sin estar presente en mi cuerpo. Soy un espectador. Nuestros labios se tocan y cierro mis ojos mientras ella fuerza su lengua dentro de mi boca. Y es el sonido de mi gemido el que rompe el hechizo.
Ana.
Envuelvo mis brazos alrededor de ella, besándola de vuelta, liberando dos horas de ansiedad y tensión en nuestro beso, mi lengua poseyéndola, reconectando con ella. Mis manos agarran su cabello y la saboreo, su lengua, su cuerpo contra el mío mientras mi cuerpo se enciende como gasolina.
Mierda.
Cuando me alejo, ambos respiramos con dificultad, sus manos apretando mis brazos. Estoy confundido. Quiero azotarla. Pero ha dicho que no. Como lo hizo en la cena.
—¿Qué me estás haciendo? —le pregunto.
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—Besarte.
—Me has dicho que no.
—¿Qué? ¿No a qué? —Luce desconcertada, o tal vez haya olvidado lo que pasó.
—En el comedor, cuando has juntado las piernas.
—Cenábamos con tus padres.
—Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso… me excita. —Y es diferente. Deslizo mi mano por su espalda y le doy una sacudida contra mí, tratando de recuperar el control.
—¿Estás furioso y excitado porque te he dicho que no? —Su voz es gutural.
—Estoy furioso porque no me habías contado lo de Georgia. Estoy furioso porque saliste de copas con ese tipo que intentó seducirte cuando te emborrachaste y te dejó con un completo desconocido cuando te pusiste enferma. ¿Qué clase de amigo es ese? Y estoy furioso y excitado porque juntaste las piernas cuando quise tocarte.
Y porque no estás usando bragas.
Mis dedos levantan lentamente su vestido por sus piernas.
—Te deseo, y te deseo ahora. Y si no me vas a dejar que te azote, aunque te lo mereces, te voy a follar en el sofá ahora mismo, rápido, para darme placer a mí, no a ti.
Sosteniéndola contra mí, veo que jadea mientras deslizo mi mano a través de su vello púbico y deslizo mi dedo medio dentro de ella. Escucho un bajo, sonido sexy de apreciación en su garganta. Está tan lista.
—Esto es mío. Todo mío. ¿Entendido? —Deslizo mi dedo dentro y fuera de ella, sosteniéndola, mientras sus labios se abren de sorpresa y deseo.
—Sí, tuyo —susurra.
Sí. Mío. Y no te dejaré olvidarlo, Ana.
La empujo hacia el sofá, desabrocho mi bragueta, y me tumbo sobre ella, depositándola debajo de mí.
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—Las manos sobre la cabeza —gruño entre dientes. Me arrodillo y extiendo mis piernas, obligando las suyas a abrirse más. Desde adentro del bolsillo de mi chaqueta saco un condón, y tiro mi chaqueta en el suelo. Con mis ojos en ella, abro el paquete y lo desenrollo sobre mi pene ansioso. Ana pone sus manos en su cabeza, mirándome, sus ojos destellando con necesidad. Mientras me arrastro sobre ella, se retuerce debajo de mí, sus caderas alzándose para atraparme y complacerme.
—No tenemos mucho tiempo. Esto va a ser rápido, y es para mí, no para ti. ¿Entendido? Como te vengas, te doy unos azotes —ordeno, enfocándome en sus ojos aturdidos de par en par, y con un veloz, duro movimiento, me entierro dentro de ella. Grita en bienvenida y da un lloriqueo familiar de placer. La sostengo hacia abajo para que no se mueva, y empiezo a follarla, consumiéndola. Pero ella inclina su pelvis en conformidad, encontrándome estocada tras estocada, estimulándome.
Oh, Ana. Sí, nena.
Me lo devuelve, igualando mi ferviente ritmo, una y otra vez.
Oh, la sensación de ella.
Y estoy perdido. En ella. En esto. En su esencia. Y no sé si es porque estoy molesto o tenso o…
Sííííí. Me vengo rápido, perdiendo la razón y explotando dentro de ella. Continúo. Llenándola. Poseyéndola. Recordándole que es mía.
Mierda.
Eso fue…
Salgo de ella y me arrodillo.
—No te masturbes. —Mi voz es ronca y sin aliento—. Quiero que te sientas frustrada. Así es como me siento yo cuando no me cuentas las cosas, cuando me niegas lo que es mío.
Asiente, tumbada debajo de mí, su vestido apiñado alrededor de su cintura así puedo ver que está abierta y húmeda y deseosa, y veo cada pedazo de lo gloriosa que es. Me pongo d pie, remuevo el desgraciado condón y lo ato, luego me visto, tomando mi chaqueta del piso.
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Tomo una respiración profunda. Estoy más calmado ahora. Mucho más calmado.
Mierda, eso fue bueno.
—Más vale que volvamos a la casa.
Se sienta, mirándome fijamente con ojos oscuros, inescrutables.
Dios, es adorable.
——Toma, ponte esto. —Del bolsillo de mi chaqueta, saco sus bragas de encaje y se las paso. Creo que está tratando de no reírse.
Sí, sí. Juego, punto y partido para ti, señorita Steele.
—¡Christian! —grita Mia desde el piso de abajo.
Mierda.
—Justo a tiempo. Dios, qué pesadita es cuando quiere. —Pero esa es mi hermana menos. Alarmado, miro a Ana deslizándose en su ropa interior. Me frunce el ceño mientras se pone de pie para alisar su vestido y arregla su cabello con sus dedos—. Estamos aquí arriba, Mia —la llamo—. Bueno, señorita Steele, ya me siento mejor, pero sigo queriendo darle unos azotes.
—No creo que lo merezca, señor Grey, sobre todo después de tolerar su injustificado ataque. —Es fresca y formal.
—¿Injustificado? Me has besado.
—Ha sido un ataque en defensa propia.
—Defensa ¿de qué?
—De ti y de ese cosquilleo con la palma de tu mano. —Trata de suprimir una sonrisa.
Los tacones de Mia traquetean en la escalera.
—Pero, ¿ha sido tolerable? —pregunto.
Sonríe.
—Apenas.
—Ah, aquí están —exclama Mia, sonriéndonos. Dos minutos antes y esto podría haber sido realmente raro.
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—Le estaba enseñando a Anastasia todo esto. —Le extiendo mi mano a Ana y la toma. Quiero besar sus nudillos, pero lo dejo en un suave apretón.
—Kate y Elliot están a punto de marcharse. ¿Han visto a esos dos? No paran de sobarse. —Mia arruga su nariz en disgusto—. ¿Qué han estado haciendo aquí?
—Le enseñaba a Anastasia mis trofeos de remo. —Con mi mano libre, hago un gesto hacia las estatuillas de metal falso de mis días de escuela en Harvard acomodados en los estantes al final del cuarto—. Vamos a despedirnos de Kate y Elliot.
Mia se voltea para irse y dejo a Ana precederme, pero antes de llegar a las escaleras, golpeo su trasero.
Ella suaviza su chillido.
—Lo volveré a hacer, Anastasia, y pronto —susurro en su oído, y envolviéndola en mis brazos, beso su cabello.
Caminamos de la mano a través del jardín, de vuelta a la casa mientras Mia parlotea a nuestro lado. Es una noche hermosa; ha sido un bello día. Me alegro de que Ana haya conocido a mi familia.
¿Por qué no he hecho esto antes?
Porque nunca he querido.
Aprieto la mano de Ana, y me da una tímida mirada y una sonrisa de oh-que-tierno. En mi otra mano, sostengo sus zapatos, y en los escalones de piedra me inclino a abrochar cada una de sus sandalias.
—Ahí —anuncio cuando termino.
—Gracias por eso, Sr. Grey —dice ella.
—El placer es, y fue, todo mío.
—Estoy al tanto de eso, señor —bromea.
—¡Oh, ustedes dos son taaan tiernos! —arrulla Mia mientras nos dirigimos a la cocina. Ana me mira de reojo.
De vuelta en el corredor, Kavanagh y Elliot están a punto de irse. Ana abraza a Kate, pero luego la empuja a un costado para tener una acalorada conversación privada. ¿Sobre qué demonios se trata? Elliot
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toma el brazo de Kavanagh y mis padres los saludan mientras se suben a la camioneta de Elliot.
—Nosotros también deberíamos irnos… Tienes las entrevistas mañana. —Tenemos que llevarla de vuelta a su nuevo apartamento y son casi las once.
—¡Pensábamos que nunca encontraría una chica! —suelta Mia mientras abraza a Ana, fuerte.
Oh, por el amor de Dios…
—Cuídate, Ana, querida —dice Grace, sonriéndole cálidamente a mi chica. Tira de Ana a mi lado.
—No me la espanten ni me la mimen demasiado.
—Christian, déjate de bromas —me reprende Grace a su manera.
—Mamá. —Le doy un rápido beso—. Gracias por invitar a Ana. Ha sido una revelación.
Ana se despide de mi papá, y nos dirigimos al Audi, donde Taylor espera, sosteniendo la puerta trasera abierta para ella.
—Bueno, parece que también le has caído bien a mi familia —observo cuando me he unido a Ana en la parte trasera. Sus ojos reflejan la luz del porche de mis padres, pero no puedo adivinar lo que piensa. Sombras oscurecen su rostro mientras Taylor conduce tranquilamente por la carretera.
La atrapo observándome bajo el destello de una luz callejera. Está ansiosa. Algo anda mal.
—¿Qué? —pregunto.
Ella se queda en silencio al principio, y cuando habla hay un vacío en su voz.
—Me parece que te viste obligado a traerme a conocer a tus padres. Si Elliot no se lo hubiera propuesto a Kate, tú jamás me lo habrías pedido a mí.
Maldita sea. Ella no entiende. Era la primera vez para mí. Estaba nervioso. Seguramente sabe ahora que si no la quería aquí, no estaría
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aquí. Al pasar de la luz a la sombra debajo de las lámparas de la calle, luce distante y molesta.
Grey, esto no va a bastar.
—Anastasia, me encanta que hayas conocido a mis padres. ¿Por qué eres tan insegura? No deja de asombrarme. Eres una mujer joven, fuerte, independiente, pero tienes una muy mala opinión de ti misma. Si no hubiera querido que los conocieras, no estarías aquí. ¿Así es como te sentiste todo el rato que estuviste allí? —Niego con la cabeza, alcanzo su mano, y le doy otro apretón tranquilizador.
Ella mira nerviosamente a Taylor.
—No te preocupes por Taylor. Contéstame.
—Pues sí. Pensaba eso —dice en voz baja—. Y otra cosa, yo solocomenté lo de Georgia porque Kate estaba hablando de Barbados. Aún no me he decidido.
—¿Quieres ir a ver a tu madre?
—Sí.
Mi ansiedad emerge. ¿Quiere irse? Si va a Georgia, su madre podría convencerla de encontrar a alguien más… adecuado, alguien quien, como su madre, crea en el romance.
Tengo una idea. Ella ha conocido a mis padres; he conocido a Ray; tal vez debería conocer a su madre, la romántica incurable. Cautivarla.
—¿Puedo ir contigo? —pregunto, sabiendo que va a decir que no.
—Eh… no creo que sea buena idea —responde, sorprendida por mi pregunta.
—¿Por qué no?
—Confiaba en poder alejarme un poco de toda esta… intensidad para poder reflexionar.
Mierda. Quiere dejarme.
—¿Soy demasiado intenso?
Se ríe.
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—¡Eso es quedarse corto!
Maldita sea, me encanta hacerla reír, aunque sea a costa mía; y me siento aliviado de que haya conservado su sentido del humor. Tal vez que no quiere dejarme después de todo.
—¿Se está riendo de mí, señorita Steele? —bromeo.
—No me atrevería, señor Grey.
—Me parece que sí y creo que sí te ríes de mí, a menudo.
—Es que eres muy divertido.
—¿Divertido?
—Oh, sí.
Se está burlando de mí. Es innovador.
—¿Divertido por peculiar o por gracioso?
—Uf… mucho de una cosa y algo de la otra.
—¿Qué parte de cada una?
—Te dejo para que lo adivines tú.
Suspiro.
—No estoy seguro de poder averiguar nada contigo, Anastasia. —Mi tono es seco—. ¿Sobre qué tienes que reflexionar en Georgia?
—Sobre lo nuestro.
Mierda.
—Dijiste que lo intentarías —le recuerdo gentilmente.
—Lo sé.
—¿Tienes dudas?
—Puede.
Es peor de lo que temía.
—¿Por qué?
Ella me mira en silencio.
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—¿Por qué, Anastasia? —insisto. Ella se encoge de hombros, su boca cae, y espero que vaya a encontrar su mano en la mía tranquilizador—. Háblame, Anastasia. No quiero perderte. Esta última semana…
Ha sido la mejor de mi vida.
—Sigo queriendo más —suspira.
Oh, no, no esto otra vez. ¿Qué necesita que diga?
—Lo sé. Lo intentaré. —Sujeto su barbilla—. Por ti, Anastasia, lo intentaré.
Te acabo de llevar a conocer a mis padres, por amor de Dios.
De repente, se desabrocha el cinturón de seguridad, y antes de darme cuenta se ha lanzado a mi regazo.
¿Qué demonios?
Me siento inmóvil mientras sus brazos se deslizan alrededor de mi cabeza, y sus labios encuentran los míos, y persuaden un beso de mi parte antes de que la oscuridad tenga oportunidad de moverse. Mis manos se deslizan por su espalda hasta que estoy sosteniendo su cabeza y devolviendo su pasión, explorando su dulce, dulce boca, tratando de encontrar respuestas… Su inesperada muestra de afecto es totalmente encantadora. Y nueva. Y confusa. Pensé que quería irse, y ahora ella está en mi regazo, excitándome, de nuevo.
Nunca he… nunca… No te vayas, Ana.
—Quédate conmigo esta noche. Si te vas, no te veré en toda la semana. Por favor —susurro.
—Sí —murmura—. Yo también lo intentaré. Firmaré el contrato.
Oh, nena.
—Firma después de Georgia. Piénsalo. Piénsalo mucho, nena. —Quiero que haga esto voluntariamente, no quiero forzarla. Bueno, parte de mí no quiere. La parte racional.
—Lo haré —dice, y se acurruca contra mí.
Esta mujer me tiene hecho nudos.
Irónico, Grey.
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Y quiero reír porque me siento aliviado y feliz, pero la sostengo, respirando su aroma fragante y reconfortante.
—Deberías ponerte el cinturón de seguridad —la regaño, pero no quiero que se mueva. Ella permanece envuelta en mis brazos, su cuerpo lentamente relajándose contra el mío. La oscuridad dentro de mí está tranquila, contenida, y estoy confundido por mis emociones en conflicto. ¿Qué quiero de ella? ¿Qué necesito de ella?
Así no es cómo deberíamos estar avanzando, pero me gusta ella en mis brazos; me gusta acunarla así. Beso su cabello, me inclino hacia atrás y disfruto del viaje a Seattle.
Taylor se detiene frente a la entrada a Escala.
—Ya estamos en casa —le susurro a Ana. Estoy reacio a soltarla, pero la levanto sobre su asiento. Taylor abre la puerta y ella se une a mí en la entrada del edificio.
Un escalofrío la recorre.
—¿Por qué no llevas chaqueta? —pregunto a medida que quito la mía y la dejo caer sobre sus hombros.
—La tengo en mi auto nuevo —dice, bostezando.
—¿Cansada, señorita Steele?
—Sí, señor Grey. Hoy me han convencido de que hiciera cosas que jamás había creído posibles.
—Bueno, si tienes muy mala suerte, a lo mejor consigo convencerte de hacer alguna cosa más. —Si tengo suerte.
Se inclina contra la pared del ascensor mientras subimos al pent-house. Bajo mi chaqueta se ve delgada, alta y sexy. Si no estuviera usando ropa interior podría tomarla aquí dentro… me estiro y libero su labio de sus dientes.
—Algún día te follaré en este ascensor, Anastasia, pero ahora estás cansada, así que creo que nos conformaremos con la cama. —Me agacho y suavemente tomo su labio inferior entre mis dientes. Su respiración se queda atrapada y devuelve el gesto con sus dientes y mi labio superior.
Lo siento en mi ingle.
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Quiero llevarla a la cama y perderme en ella. Después de nuestra conversación en el auto, simplemente quiero estar seguro de que es mía. Cuando salimos del ascensor le ofrezco una bebida, pero declina.
—Bien. Vámonos a la cama.
Luce sorprendida.
—¿Te vas a conformar con una simple y aburrida relación vainilla?
—Ni es simple ni aburrida… tiene un sabor fascinante.
—¿Desde cuándo?
—Desde el sábado pasado. ¿Por qué? ¿Esperabas algo más exótico?
—Ay, no. Ya he tenido suficiente exotismo por hoy.
—¿Segura? Aquí tenemos para todos los gustos… por lo menos treinta y un sabores. —Le doy una mirada lasciva.
—Ya lo he observado. —Arquea una delgada ceja.
—Vamos, señorita Steele, mañana le espera un gran día. Cuanto antes se acueste, antes la follaré y antes podrá dormirse.
—Es usted todo un romántico, señor Grey.
—Y usted tiene una lengua viperina, señorita Steele. Voy a tener que someterla de alguna forma. Ven.
Sí. Creo que puedo pensar en una forma.
Al cerrar la puerta de mi habitación, me siento más ligero de lo que estaba en el carro. Ella todavía está aquí.
—Manos arriba —ordeno, y hace lo que le dicen. Agarro el dobladillo de su vestido y en un movimiento suave tiro de él hacia arriba y sobre su cuerpo para revelar la hermosa mujer debajo.
—¡Tachán! —Soy un mago. Ana se ríe y me da una ronda de aplausos. Me inclino, disfrutando del juego, antes de colocar su vestido sobre mi silla.
—¿Cuál es el siguiente truco? —pregunta, con los ojos brillando.
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—Ay, mi querida señorita Steele. Métete en la cama, que enseguida lo vas a ver.
—¿Crees que por una vez debería hacerme la dura? —bromea, inclinando su cabeza hacia un lado así su cabello cae sobre su hombro.
Un nuevo juego. Esto es interesante.
—Bueno, la puerta está cerrada. No sé cómo vas a evitarme. Me parece que el trato está hecho.
—Pero soy buena negociadora —dice, su voz suave pero determinada.
—Y yo.
Está bien, ¿qué está pasando aquí? ¿Está reacia? ¿Demasiado cansada? ¿Qué?
—¿No quieres follar? —pregunto, confundido.
—No —susurra.
—Ah. —Bueno, eso es decepcionante.
Ella traga, luego dice en voz baja:
—Quiero que me hagas el amor.
La miro fijamente, perplejo.
¿A qué se refiere exactamente?
¿Hacer el amor? Lo hacemos. Lo hemos hecho. Es solo otro término para follar.
Ella me estudia, con expresión seria. Demonios. ¿Esta es su idea de más? Toda la mierda de flores-y-corazones, ¿eso es lo que quiere decir? Pero solo estamos hablando de semántica, ¿no?
—Ana, yo… —¿Qué quiere de mí?—. Pensé que ya lo habíamos hecho.
—Quiero tocarte.
Mierda. No. Doy un paso hacia atrás mientras la oscuridad se cierra alrededor de mis costillas.
—Por favor —susurra.
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No. No. ¿No lo he dejado claro? No puedo soportar ser tocado. No puedo. Nunca.
—Ah, no, señorita Steele, ya le he hecho demasiadas concesiones esta noche. La respuesta es no.
—¿No? —pregunta.
—No.
Y por un momento, quiero enviarla a su casa, o arriba, a cualquier lugar lejos de mí. Aquí no.
No me toques.
Me está observando con cuidado y pienso en el hecho de que se va mañana y no la veré en un tiempo. Suspiro. No tengo energía para esto.
—Mira, estás cansada, y yo también. Vámonos a la cama y ya está.
—¿Así que el que te toquen es uno de tus límites infranqueables?
—Sí. Ya lo sabes. —No puedo evitar la exasperación en mi voz.
—Dime por qué, por favor.
No quiero ir allí. Esta no es una conversación que quiero tener. Nunca.
—Ay, Anastasia, por favor. Déjalo ya.
Su rostro cae.
—Es importante para mí —dice, con una súplica vacilante en su voz.
—A la mierda con esto —murmuro para mí mismo. De la cómoda saco una camiseta y se la lanzo—. Póntela y métete en la cama. —¿Por qué incluso la estoy dejando dormir? Pero es una pregunta retórica; en el fondo, sé la respuesta. Es porque duermo mejor con ella.
Ella es mi atrapa sueños.
Ella mantiene mis pesadillas a raya.
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Se aleja de mí y se quita el sujetador, después se pone la camiseta.
¿Qué le dije en la habitación de juegos esta tarde? No debería ocultar su cuerpo de mí.
—Necesito ir al baño —dice.
—¿Ahora me pides permiso?
—Eh… no.
—Anastasia, ya sabes dónde está el baño. En este extraño momento de nuestro acuerdo, no necesitas permiso para usarlo. —Desabrocho mi camisa y la deslizo fuera, y ella pasa corriendo a mi lado fuera de la habitación mientras trato de contener mi temperamento.
¿Qué se le ha metido?
Una noche en casa de mis padres y está esperando serenatas, puestas de sol, y jodidas caminatas bajo la lluvia. Eso no es por lo que voy. Ya le he dicho esto. No hago el romance. Suspiro pesadamente a medida que me quito los pantalones.
Pero ella quiere más. Quiere toda esa mierda romántica.
Mierda.
En mi armario, lanzo mis pantalones en el cesto de la ropa sucia, me pongo mis pantalones de pijama, y camino de nuevo a mi dormitorio.
Eso no va a funcionar, Grey.
Pero quiero que funcione.
Deberías dejarla ir.
No. Puedo hacer que esto funcione. De alguna manera.
El despertador marca las once cuarenta y seis. Hora de dormir. Reviso mi teléfono por cualquier correo electrónico urgente. No hay nada. Le doy a la puerta del baño un golpe rápido y enérgico.
—Pasa —espeta Ana. Está cepillándose los dientes, literalmente echando espuma por la boca con mi cepillo de dientes. Escupe en el lavabo mientras me paro a su lado, y nos miramos entre sí en el espejo. Sus ojos brillan con picardía y humor. Enjuaga el cepillo de dientes y sin
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decir una palabra me lo entrega. Lo pongo en mi boca y luce satisfecha consigo misma.
Y solo así, toda la tensión de nuestro intercambio anterior se evapora.
—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —digo sarcásticamente.
—Gracias, Amo. —Sonríe, y por un momento creo que va a hacer una reverencia, pero me deja para que me cepille los dientes.
Cuando regreso a la habitación, está tendida debajo de las cobijas. Debería estar tendida debajo de mí.
—Para que sepas, no es así como tenía previsto que fuera esta noche. —Sueno hosco.
—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme —dice, tan argumentativa como siempre.
Ella no dejará pasar esto. Me siento en la cama.
—Anastasia, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro en la vida; no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué?
¡Nadie debería tener esta mierda en su cabeza!
—Porque quiero conocerte mejor.
—Ya me conoces bastante bien.
—¿Cómo puedes decir eso? —Se sienta y arrodilla frente a mí, seria y ansiosa.
Ana. Ana. Ana. Déjalo ir. Por el amor de Dios.
—Estás poniendo los ojos en blanco —dice—. La última vez que yo hice eso, terminé tumbada en tus rodillas.
—Huy, no me importaría volver a hacerlo. —Justo ahora. Su rostro se ilumina.
—Si me lo cuentas, te dejo que lo hagas.
—¿Qué?
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—Lo que has oído.
—¿Me estás haciendo una oferta? —Mi voz traiciona mi incredulidad. Ella asiente.
—Negociando.
Frunzo el ceño.
—Esto no va así, Anastasia.
—Du acuerdo. Cuéntamelo y luego te pongo los ojos en blanco.
Me río. Ahora está siendo ridícula, y linda en mi camiseta. Su rostro brilla con anhelo.
—Siempre tan ávida de información. —Me asombro. Y un pensamiento se me ocurre; podría azotarla. He querido hacer eso desde la cena, pero podría hacerlo divertido.
Salgo de la cama.
—No te vayas —advierto, y dejo la habitación. De mi estudio, recojo la llave del cuarto de juegos y me dirijo arriba. Del baúl de la habitación de juegos saco los juguetes que quiero y contemplo también el lubricante, pero pensándolo bien, y a juzgar por la experiencia reciente, no creo que Ana vaya a necesitar ninguno.
Ella está sentada en la cama cuando regreso, su expresión brillante con curiosidad.
—¿A qué hora es tu primera entrevista mañana? —pregunto.
—A las dos.
Excelente. No tan temprano por la mañana.
—Bien. Sal de la cama. Ponte aquí de pie. —Señalo un lugar frente a mí. Ana se apresura a salir de la cama sin dudarlo, ansiosa como siempre. Lo está esperando—. ¿Confías en mí?
Asiente, y extiendo mi mano, revelando dos bolas plateadas de Kegel. Ella frunce el ceño y mira de las bolas a mí.
—Son nuevas. Te las voy a meter y luego voy a dar unos azotes, no como castigo, sino para darte placer y dármelo yo.


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