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Grey - (17) Miércoles, 1 de Junio de 2011

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Miércoles, 1 de Junio de 2011
Ha sido una mañana interesante. Salimos de Boeing Field a las once y media, hora del Pacifico; Stephan está volando con su primer oficial, Jill Beighley, y estamos por llegar a Georgia a las siete y media de la noche hora del este.
Bill ha logrado organizar una reunión con la Autoridad de Reurbanización de Savannah Brownfield mañana, y podría reunirme con ellos para tomar una copa esta noche.
Así que si Anastasia, por otra parte, está ocupada, o no quiere verme, el viaje no será una completa pérdida de tiempo.
Sí, sí. Dite eso a ti mismo, Grey.
Taylor se me ha unido para un almuerzo ligero y ahora estoy clasificando algunos papeles de trabajo, y tengo un montón de lectura para hacer.
La única parte de la ecuación que todavía tengo que resolver es arreglármelas para ver Ana. Voy a ver cómo va una vez que llegue a Savannah; Estoy esperando que algo de inspiración llegue a mí en el vuelo.
Me paso la mano por mi cabello, y por primera vez en mucho tiempo me recuesto y me quedo dormido mientras el G550 mantiene la velocidad a treinta mil pies, con destino al aeropuerto internacional Hilton Head de Savannah.El zumbido de los motores es relajante, y estoy cansado. Tan cansado.
Eso sería por las pesadillas, Grey.
No sé por qué son peores en este momento. Cierro los ojos.
—Así es cómo estarás conmigo. ¿Entiendes?
H
Página 478
—Sí, Ama.
Ella corre una uña escarlata a través de mi pecho.
Me estremezco y tiro de las restricciones mientras la oscuridad emerge, quemando mi piel como consecuencia de su contacto. Pero no hago un sonido.
No me atrevo.
—Si te portas bien, te dejaré venir. En mi boca.
Mierda.
—Pero no todavía. Tenemos un largo camino por recorrer antes de eso.
Su uña quema mi piel, desde la parte superior de mi esternón hasta el ombligo.
Quiero gritar.
Ella agarra mi cara, presionando para abrir mi boca, y me besa.
Su lengua demandante y húmeda.
Sacude el látigo de cuero.
Y sé que esto será difícil de soportar.
Pero tengo mis ojos en el premio. Su puta boca.
Cuando el primer latigazo cae y ampolla en toda mi piel, doy la bienvenida al dolor y a la avalancha de endorfina.
—Señor Grey, aterrizaremos en veinte minutos —me informa Taylor, despertándome asustado—. ¿Está bien, señor?
—Sí. Claro. Gracias.
—¿Quiere un poco de agua?
—Por favor. —Tomo una respiración profunda para bajar mi ritmo cardíaco y Taylor me pasa un vaso de Evian fría. Tomo un sorbo de bienvenida, me alegro de que solo sea Taylor a bordo. No es frecuente que sueñe con mis días embriagadores con la señora Lincoln.
Página 479
Fuera de la ventana el cielo es azul, las nubes dispersas rosáceas por el sol de la tarde. La luz aquí es brillante. Dorada. Tranquila. El sol escondiéndose reflejado en los cúmulos de nubes. Por un momento, desearía estar en mi planeador. Apuesto a que las térmicas son fantásticas aquí arriba.
¡Sí!
Eso es lo que debería hacer: llevar a Ana a planear. Eso debería ser más, ¿no lo sería?
—Taylor.
—Sí, señor.
—Me gustaría llevar a Anastasia a planear en Georgia, mañana al amanecer, si podemos encontrar un lugar para hacerlo. Pero más tarde estaría bien, también.
Si es más tarde, voy a tener que mover mi reunión.
—Voy a ponerme en ello.
—No importa el costo.
—Está bien, señor.
—Gracias.
Ahora solo tengo que decirle a Ana.
~ * ~
Hay dos autos esperando por nosotros cuando el G550 se detiene en la pista cerca de la terminal de Signature Flight Support en el aeropuerto. Taylor y yo salimos fuera del avión y hacia el calor sofocante.
Infiernos, es pegajoso, incluso en esta época.
El representante entrega las llaves de los dos autos a Taylor. Levanto una ceja.
—¿Ford, Mustang?
—Es todo lo que pude encontrar en Savannah en un corto plazo. — Taylor se ve avergonzado.
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—Por lo menos es un convertible rojo. Aunque, con este calor, espero que tenga aire acondicionado.
—Debería tener todo, señor.
—Bien. Gracias.
Tomo las llaves de él y, agarrando mi maletín, lo dejo para descargar el resto del equipaje del avión en su Suburban.
Estrecho la mano con Stephan y Beighley y les doy las gracias por un vuelo sin problemas. En el Mustang, cruzo al salir del aeropuerto y de allí a la ciudad de Savannah, escuchando a Bruce en mi iPod a través del sistema de sonido del auto.
~ * ~
Andrea me ha reservado una suite en el Bohemian Hotel, el cual tiene vista al río Savannah. Es casi de noche y la vista desde el balcón es impresionante: el río es luminoso, lo que refleja los colores degradados del cielo y las luces del puente colgante y los muelles. El cielo es incandescente, los colores sombreados de morado intenso a un color rosa.
Es casi tan sorprendente como el crepúsculo sobre el sonido.
Pero no tengo tiempo para estar de pie aquí y admirar la vista. Configuro mi portátil, pongo en marcha el aire acondicionado a tope, y llamo a Ros para una actualización.
—¿Por qué el repentino interés en Georgia, Christian?
—Es personal.
Ella resopla el teléfono.
—¿Desde cuándo dejas que tu vida personal interfiera con los negocios?
Desde que conocí a Anastasia Steele.
—No me gusta Detroit—chasqueo.
—Está bien. —Ella retrocede.
—Podría reunirme con el enlace de Savannah Brownfield para tomar una copa después —agrego, tratando de aplacarla.
Página 481
—Lo que sea, Christian. Hay algunas otras cosas que tenemos que hablar. La ayuda ha llegado a Rotterdam. ¿Todavía quieres seguir adelante?
—Sí. Vamos a terminarlo. Hice un compromiso con el End Global Hunger Launch10. Esto tiene que ocurrir antes de que pueda hacer frente a ese comité de nuevo. —Está bien. ¿Alguna idea más sobre la adquisición editorial? —Todavía estoy indeciso. —Creo que SIP tiene cierto potencial. —Sí. Puede Ser. Déjame pensar en ello durante un tiempo más. —Veré a Marco para discutir la situación de Lucas Woods. —Está bien, hazme saber cómo va. Llámame luego. —Lo haré. Adiós por ahora. Estoy evitando lo inevitable. Sé esto. Pero decidir que sería mejor para hacer frente a la señorita Steele —a través del correo electrónico o por teléfono—, todavía tengo que decidir cuál, con el estómago lleno, así que ordeno la cena. Mientras estoy esperando, hay un texto de Andrea dejándome saber que mi cita de bebidas ha sido cancelada. Estoy bien con eso. Los veré mañana en la mañana, siempre que no esté volando con Ana. Antes de que llegue el servicio de habitaciones, Taylor llama. —Señor Grey. —Taylor. ¿Te has registrado? —Sí, señor. Su equipaje estará en camino en un momento. —Grandioso. —La Asociación de Brunswick Soaring tiene un planeador libre. Le pedí a Andrea que envíe un fax con sus credenciales de vuelo para ellos. Una vez que se hayan firmado los documentos, estamos bien para ir.
—Grandioso.
10End Global Hunger Launch:Final global del hambre.
Página 482
—Lo harán en cualquier momento desde las seis de la mañana.
—Mejor aún. Que estén listos a partir de entonces. Envíame la dirección.
—Lo haré.
Hay un golpe en la puerta, mi equipaje y el servicio de habitaciones llegan de forma simultánea. La comida huele deliciosa: tomates verdes fritos, camarones y sémola. Bien, estoy en el Sur.
Mientras como, contemplo mi estrategia con Ana. Podría hacer una visita a su madre mañana en el desayuno. Llevarbagels. Luego llevarla a planear. Ese es probablemente el mejor plan. Ella no ha estado en contacto durante todo el día, así que supongo que está enojada. Vuelvo a leer su último mensaje una vez he terminado de cenar.
¿Qué demonios tiene contra Elena? Ella no sabe nada acerca de nuestra relación.
Lo que sucedió pasó hace mucho tiempo y ahora solo somos amigos. ¿Qué derecho tiene Ana de estar enojada?
Y si no fuera por Elena, Dios sabe lo que hubiera sido de mí.
Hay un golpe en la puerta. Es Taylor.
—Buenas noches señor. ¿Feliz con su habitación?
—Sí, está bien.
—Tengo el papeleo para la Asociación Brunswick Soaring aquí.
Analizo el contrato de alquiler. Se ve bien. Lo firmo y se lo devuelvo.
—Voy a conducir mañana. ¿Nos vemos allí?
—Sí, señor. Estaré allí desde las seis.
—Te haré saber si hay cambios.
—¿Desempaco por usted, señor?
—Por favor. Gracias.
Él asiente y entra mi maleta a la habitación.
Página 483
Estoy inquieto, y necesito tener claro en mi mente lo que voy que decirle a Ana. Echo un vistazo a mi reloj; son las nueve y veinte minutos. He dejado esto realmente tarde. Tal vez debería tomar primero una copa rápida. Dejo a Taylor para desempacar y decido revisar el bar del hotel antes de hablar con Ros de nuevo y escribirle a Ana.
El bar de la azotea está lleno de gente, pero encuentro un lugar al final de la barra y pido una cerveza. Es uno de moda, un lugar contemporáneo, con una iluminación regulable y un ambiente relajado. Analizo el bar, evitando el contacto visual con dos mujeres sentadas a mi lado... y un movimiento capta mi atención: un mechón de cabello rebelde de brillante caoba que capta y refleja la luz.
Es Ana. Mierda.
Está de espaldas a mí, sentada frente a una mujer que solo podía ser su madre. El parecido es sorprendente.
¿Cuáles son las jodidas probabilidades? De todos los bares... Jesús.
Las veo, petrificado. Están bebiendo cócteles, Cosmopolitans, por el aspecto. Su madre es impresionante: al igual que Ana, pero más vieja; luce como a finales de los treinta, con cabello largo y oscuro, y los ojos que son la sombra del azul de Ana. Tiene un algo bohemio en ella... no alguien que asociaría automáticamente con el conjunto de club de golf. Tal vez está vestida de esa manera porque está fuera con su joven y hermosa hija.
Esto no tiene precio.
Aprovecha el día, Grey.
Busco mi teléfono en el bolsillo de mis jeans. Es hora de enviar un correo a Ana. Esto debería ser interesante. Voy a probar su estado de ánimo... y me pongo a observar.
De: Christian Grey
Asunto: Compañera de cena
Fecha: 01 de junio 2011 21:40 EST
Para: Anastasia Steele
Página 484
Sí, cené con la señora Robinson. Ella es solo una vieja amiga, Anastasia.
No puedo esperar a volver a verte otra vez. Te extraño.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Su madre luce seria; tal vez está preocupada por su hija, o tal vez está tratando de extraer información de ella.
Buena suerte, señora Adams.
Y, por un momento, me pregunto si están hablando de mí. Su madre se levanta; parece que irá a los baños. Ana revisa su bolso y saca su BlackBerry.
Aquí vamos...
Comienza a leer, con los hombros encorvados, sus dedos flexionándose y tamborileando sobre la mesa. Comienza a golpear furiosamente las teclas. No puedo ver su cara, lo cual es frustrante, pero no creo que este impresionada con lo que acaba de leer. Un momento después, abandona el teléfono sobre la mesa con lo que parece estar disgustada.
Eso no es bueno.
Su madre regresa y señala a uno de los camareros para otra ronda de bebidas. Me pregunto cuántas han tenido.
Reviso mi teléfono, y por supuesto, hay una respuesta.
De: Anastasia Steele
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42 EST
Para: Christian Grey
Asunto: VIEJOS compañeros de cena
Página 485
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otro adolescente al cual hincarle el diente?
¿Te has hecho demasiado mayor para ella?
¿Por eso terminó su relación?
¿Qué demonios? Mi temperamento hierve a fuego lento mientras leo.
Isaac está a finales de sus veinte.
Como yo.
¿Cómo se atreve?
¿Es la bebida hablando?
Es hora de anunciarte, Grey.
De: Christian Grey
Asunto: Cuidado
Fecha: 1 junio de 2011 21:45
Para: Anastasia Steele
No me apetece hablar de esto por correo electrónico.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Página 486
Ella estudia su teléfono, sentándose derecha de repente, y mira alrededor de la habitación.
Hora del espectáculo, Grey.
Deposito diez dólares en el mostrador y camino tranquilamente hacia ellas.
Nuestros ojos se encuentran. Ella palidece —conmocionada, creo—, y no sé si me va a saludar o cómo contendré mi temperamento si dice algo más sobre Elena.
Mete su cabello detrás de sus orejas con dedos inquietos. Una clara señal de que está nerviosa.
—Hola —dice, con voz tensa y aguda.
—Hola. —Me inclino y beso su mejilla. Huele increíble, incluso si está tensa mientras mis labios rozan su piel. Se ve encantadora; ha tomado algo de sol, y no lleva sujetador. Sus pechos están presionando contra el material sedoso de su blusa, pero ocultos por su largo cabello.
Solo para mis ojos, espero.
Y a pesar de que está molesta, me alegro de verla. La he extrañado.
—Christian, esta es mi madre, Carla. —Ana hace un gesto hacia su mamá.
—Encantado de conocerla, señora Adams.
Los ojos de su mamá están completamente sobre mí.
¡Mierda! Me está dando un vistazo. Es mejor ignorarlo, Grey.
Después de una pausa más larga de lo necesario, se estira para estrecharme la mano.
—Christian.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Ana, con tono acusatorio.
—Vine verte, claro. Me alojo en este hotel.
—¿Te alojas aquí? —chilla.
Sí. Yo tampoco puedo creerlo.
Página 487
—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Estoy tratando de calibrar su reacción. Hasta el momento ha habido: inquietud, nervios, tensión, un tono acusatorio, y una voz tensa. Esto no está yendo bien—. Nos proponemos complacer, señorita Steele —añado, inexpresivo, con la esperanza de ponerla de buen humor.
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Christian? —dice gentilmente la señora Adams, y llama la atención del camarero.
Necesito algo más fuerte que la cerveza.
—Tomaré un gin-tonic —le digo al camarero—. Hendricks, si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
—Y otros dos Cosmos, por favor —añade Ana, con una mirada inquieta hacia mí. Tiene razón al estar ansiosa. Creo que ya ha tenido suficiente de beber.
—Acerca una silla, Christian.
—Gracias, señora Adams.
Hago lo que me pide, y me siento al lado de Ana.
—Así que, ¿casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —El tono de Ana es tenso.
—O casualmente están tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo. Acabo de cenar, vine aquí y te vi. Andaba distraído, pensando en tú último correo —le doy una mirada penetrante—, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ana luce nerviosa.
—Mi madre y yo hemos fuimos compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego decidimos salir de copas esta noche —dice a toda prisa, como si tuviera que justificar el beber en un bar con su madre.
—¿Ese top es nuevo? —pregunto. Realmente luce impresionante. Su camisola es verde esmeralda; he hecho la elección correcta, colores de gemas, para los vestuarios que Caroline Acton ha seleccionado para ella—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.
Página 488
Sus mejillas se sonrojan y sus labios se levantan ante mi elogio.
—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde… —Tomo su mano, porque quiero tocarla, y le doy un suave apretón. Poco a poco acaricio sus nudillos con mi pulgar, y su respiración se altera.
Sí, Ana. Siéntelo.
No estés molesta conmigo.
Sus ojos se encuentran con los míos, y soy recompensado con su sonrisa tímida.
—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la diste tú a mí, Anastasia, cuando te vi aquí. No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente. —Me resisto a besar sus nudillos. No sé qué le ha dicho a su madre acerca de nosotros, si es que le ha dicho algo.
—Christian, me alegro mucho de conocerte. Ana me ha hablado muy bien de ti —dice la señora Adams, con una sonrisa encantadora.
—¿En serio? —Miro a Ana, quien se ha sonrojado.
Muy bien, ¿eh?
Estas son buenas noticias.
El camarero coloca un gin tonic frente a mí.
—Hendricks, señor.
—Gracias.
Les sirve a Ana y a su madre Cosmopolitan frescos.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Christian? —pregunta su mamá.
—Hasta el viernes, señora Adams.
—¿Cenarás con nosotras mañana? Y, por favor, llámame Carla.
—Me encantaría, Carla.
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—Estupendo —dice—. Si me disculpan un momento, tengo que ir al lavabo. —¿No acababa de haber ido al baño?
Me pongo de pie mientras se va, luego me siento de nuevo para enfrentarme a la ira de la señorita Steele. Tomo su mano una vez más.
—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga. —Beso cada nudillo.
—Sí. —Es cortante.
¿Está celosa?
—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Anastasia. Solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?
—Pues para mí es una pederasta, Christian.
Mi cuero cabelludo hormiguea en estado de shock.
—Eso es muy crítico de tu parte. No fue así. —Suelto su mano en señal de frustración.
—Ah, ¿cómo fue entonces? —chasquea, sacando su obstinada y pequeña barbilla. ¿Es esta la bebida hablando?
Continúa:
—Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Mia, por ejemplo?
Oh, ahora está siendo ridícula.
—Ana, no fue así.
Sus ojos relampaguean. Realmente está enojada. ¿Por qué? Esto no tiene nada que ver con ella. Pero no quiero una enorme discusión aquí en el bar. Modero mi voz.
—De acuerdo, no lo sentí así. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba. —Buen Dios, probablemente estaría muerto ahora, si no fuera por Elena. Estoy luchando por controlar mi temperamento.
Su ceño se frunce.
—No lo entiendo.
Página 490
Tranquilízala, Grey.
—Anastasia, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.
Su expresión cambia a pánico.
—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido —añade rápidamente.
¿Encantada? Podrías haberme engañado.
—Solo quiero que entiendas —dice—, que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a José. José es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…
—¿Estás celosa?
¿Cómo puedo hacerla darse cuenta de que Elena y yo somos amigos? No tiene que estar celosa de eso.
Claramente, la señorita Steele es posesiva.
Y me toma un momento darme cuenta de que eso me gusta.
—Sí, y furiosa por lo que te hizo —continúa.
—Anastasia, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Anastasia. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.
Sus ojos se abren.
Oh. ¿No lo había mencionado?
¿Por qué lo mencionaría? No tiene nada que ver con ella.
—Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.
—¿Por qué terminó su relación?
Página 491
—Su esposo se enteró. ¿Te importaría que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto?
—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.
¡Maldita sea, Ana! ¡Suficiente, es suficiente!
—Y no lo veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya!
—¿La querías?
¿Qué?
—¿Cómo van? —Carla está de regreso. Ana fuerza una sonrisa que hace que mi estómago se revuelva.
—Bien, mamá.
¿Quería a Elena?
Tomo un sorbo de mi bebida. Malditamente la adoraba… pero, ¿la quería? Qué pregunta tan ridícula. No sé nada sobre el amor romántico. Esa es la mierda de flores-y-corazones que quiere. Las novelas del siglo XIX que ha leído le han llenado la cabeza de tonterías.
He tenido suficiente.
—Bueno, señoras, las dejo disfrutar de su velada. Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Anastasia. Hasta mañana, Carla.
—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.
—Un nombre precioso para una chica preciosa. —Estrecho la mano de Carla, sincero sobre el cumplido pero no hay ninguna sonrisa en mi rostro.
Ana está silenciosa, implorándome con una mirada que ignoro. Beso su mejilla.
—Hasta luego, nena —murmuro en su oído, luego me giro, camino a través del bar y de regreso a mi habitación.
Esa chica me provoca como nadie lo ha hecho antes.
Página 492
Y está enojada conmigo; tal vez tiene el SPM. Dijo que su período llegaba esta semana.
Irrumpo en mi habitación, cierro la puerta de golpe, y me dirijo directamente al balcón. Hace calor afuera, y tomo una respiración profunda, inhalando el picante olor salado del río. Ha caído la noche, y el río es negro tinta, como el cielo… como mi estado de ánimo. Ni hablar de la discusión de mañana. Descanso mis manos en la barandilla del balcón. Las luces en la orilla y el puente mejoran la vista… pero no mi temperamento.
¿Por qué estoy defendiendo una relación que comenzó cuando Ana todavía estaba en cuarto grado? No es su asunto. Sí, fue poco convencional. Pero eso es todo.
Paso ambas manos por mi cabello. Este viaje no está saliendo como esperaba, en absoluto. Tal vez fue un error venir aquí. Y pensar que fue Elena quien me animo a hacer el viaje.
Mi teléfono vibra, y espero que sea Ana. Es Ros.
—Sí —espeto.
—Vaya, Christian. ¿Estoy interrumpiendo algo?
—No. Lo siento. ¿Qué pasa? —Cálmate, Grey.
—Pensé que te pondría al tanto de mi conversación con Marco. Pero si ahora es un mal momento, te llamaré nuevamente en la mañana.
—No, está bien.
Hay un golpe en la puerta.
—Espera, Ros. —Abro, esperando a Taylor o a alguien de la limpieza para hacer la cama, pero es Ana, de pie en el pasillo, luciendo tímida y hermosa.
Ella está aquí.
Abriendo más la puerta, le hago señas para que entre.
—¿Están listas todas las indemnizaciones? —le pregunto a Ros, sin apartar mis ojos de Ana.
—Sí.
Página 493
Ana entra en la habitación, mirándome con recelo, sus labios están entreabiertos y húmedos, sus ojos oscureciéndose. ¿Qué es esto? ¿Un cambio de parecer? Conozco esa mirada. Es deseo. Me desea. Y yo también, sobre todo después de nuestra discusión en el bar.
¿Por qué más ella estaría aquí?
—¿Y el coste? —le pregunto a Ros.
—Casi dos millones de dólares.
Silbo a través de mis dientes.
—Uf, nos ha salido caro el error.
—GEH consigue explotar la división de fibra óptica. —Ella tiene razón. Este era una de nuestras metas.
—¿Y Lucas? —pregunto.
—Reaccionó mal.
Abro el mini bar y le hago señas a Ana para que se sirva. Dejándola allí, camino a la habitación.
—¿Qué hizo?
—Lanzó un ataque.
En el baño, abro el grifo para llenar de agua la enorme bañera de mármol y añado un poco de aceite de baño perfumado. Hay espacio para seis personas aquí.
—La mayor parte de ese dinero es para él —le recuerdo a Ros mientras compruebo la temperatura del agua—. Y tiene el precio de compra de la empresa. Siempre puede empezar de nuevo.
Vuelvo a salir, pero en el último momento decido encender las diversas velas que están ingeniosamente dispuestas en el banco de piedra. Velas encendidas cuenta como “más”, ¿no?
—Bueno, está amenazando a los abogados, aunque no entiendo por qué. Estamos a prueba de balas en esto. ¿Es agua lo que escucho? —pregunta Ros.
—Sí, estoy preparando un baño.
—¿Oh? ¿Quieres que me vaya?
Página 494
—No. ¿Algo más?
—Sí, Fred quiere hablar contigo.
—¿De verdad?
—Ha analizado el nuevo diseño de Barney’s.
Mientras deambulo de regreso a la sala de estar, acepto la solución de diseño de Barney’s para la tableta y le pido que tenga a Andrea enviándome las gráficas revisadas. Ana ha tomado una botella de jugo de naranja.
—¿Este es tu nuevo estilo de dirección: no estando aquí? —pregunta Ros. Me río a carcajadas, pero sobre todo por la elección de Ana de bebida. Mujer sabia. Y le digo a Ros que no estaré de regreso en la oficina hasta el viernes.
—¿En serio vas a cambiar de opinión con respecto a Detroit?
—Estoy interesado en un terreno de por aquí.
—¿Bill está al tanto de esto? —Ros es insolente.
—Sí, que me llame Bill.
—Lo hará. ¿Conseguiste tomar una bebida con las personas de Savannah esta noche?
Le digo que los veré mañana. Estoy más conciliador y consciente de mi tono, y este es un botón caliente para Ros.
—Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí. —Tomo un vaso de la estantería, se lo entrego a Ana, y señalo el cubo de hielo.
—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios.
Ana sirve su bebida.
—Es tarde para que cambies tu opinión en esto, Christian. Pero podría darnos alguna ventaja con Detroit —reflexiona Ros.
—Estoy de acuerdo, Detroit también tiene sus ventajas, y es fresca.
Pero allí hay demasiados fantasmas para mí.
Página 495
—Consigue que Bill me llame. Mañana. Es tarde ahora y tengo una visita. No muy temprano —advierto. Ros dice buenas noches y cuelgo.
Ana me mira con reservas mientras me empapo de ella. Su abundante cabello cae sobre sus pequeños hombros, enmarcando su adorable y pensativo rostro.
—No has contestado a mi pregunta —murmura.
—No. No lo hice.
—¿No, no contestaste mi pregunta o no, no la querías?
No va a dejarlo ir. Me inclino contra la pared y doblo mis brazos para que así no pueda tirarla ella hacia ellos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Anastasia?
—Te lo acabo de decir.
Sácala de su miseria, Grey.
—No. No la quería.
Sus hombros se relajan y su cara se suaviza. Es lo que ella quería escuchar.
—Tú eres la diosa de ojos verdes, Anastasia. ¿Quién lo habría pensado?
¿Pero eres mi diosa de ojos verdes?
—¿Está burlándose de mí, señor Grey?
—No me atrevería —replico.
—Oh, creo que lo harías, y creo que lo haces… a menudo. —Sonríe y hunde sus perfectos dientes en su labio.
Lo está haciendo a propósito.
—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, no he puesto los ojos en ti desde hace casi tres días y he volado un largo trayecto para verte. —Necesito saber si estamos bien, en la única forma que lo sé. Quiero follarla, duro.
Página 496
Mi teléfono vibra, pero lo apago sin comprobar quién llama. Quien quiera que sea puede esperar.
Doy un paso hacia ella.
—Te deseo, Anastasia. Ahora. Y tú me deseas. Por eso estás aquí.
—Realmente quería saber la respuesta —dice.
—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas? —pregunto, en pie delante de ella.
—Me quedo —dice, con sus ojos fijos en los míos.
—Oh, me alegro. —Bajo la mirada hacia ella, maravillado cuando sus iris se oscurecen.
Me desea.
—Estabas tan enojada conmigo… —susurro.
Todavía es una novedad, lidiar con su furia, tener en cuenta sus sentimientos.
—Sí.
—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.—Amablemente toco su cara con la punta de mis dedos, y los bajo a su barbilla. Ella cierra sus ojos e inclina su mejilla a mi toque. Inclinándome, deslizo mi nariz a lo largo de su hombro desnudo, hacia su oreja, inhalando su dulce aroma mientras el deseo fluye por mi cuerpo. Mis dedos se mueven a su nuca y en su cabello.
—Deberíamos hablar —susurra.
—Más tarde.
—Hay tantas cosas que quiero decirte.
—Yo también. —Le beso bajo su oreja y tiro de su cabello, echando hacia atrás su cabeza para exponer su garganta. Mis dientes y labios rozan su barbilla y hacia abajo a su cuello mientras mi cuerpo zumba con necesidad—. Te deseo —susurro, mientras beso el lugar donde su pulso late bajo su piel. Ella gime y sostiene mis brazos. Me tenso por un momento, pero la oscuridad se mantiene dormida.
—¿Estás con el período? —pregunto entre besos.
Página 497
Se detiene.
—Sí —dice.
—¿Tienes dolores?
—No. —Su voz es tranquila, aunque intensa con vergüenza.
Dejo de besarla y la miro a los ojos. ¿Por qué está avergonzada? Es su cuerpo.
—¿Te tomaste la píldora?
—Sí —responde.
Bien.
—Vamos a darnos un baño.
En el desmesurado baño, suelto la mano de Ana. La atmosfera está caliente y húmeda, el vapor se eleva ligeramente por sobre la espuma. Es este calor estoy demasiado vestido, mi camiseta de lino y jeans pegándose en mi piel.
Ana me mira, su piel rociada por la humedad.
—¿Tienes una cinta para el cabello? —pregunto. Su cabello empezará a pegarse a su piel. Ella tira de una goma para el cabello del bolsillo de sus jeans.
—Recógetelo —le digo y miro mientras sigue mi orden con rápida y eficiente gracia.
Buena chica. No más discusiones.
Unas hebras se escapan de su cola de caballo, pero ella se ve adorable. Cierro el grifo y, tomando su mano, la guío hasta la otra parte del baño, dónde un gran espejo dorado cuelga sobre dos lavabos de mármol. Mis ojos en los suyos en el espejo, me quedo detrás de ella y le digo que se quite sus sandalias. Rápidamente se las quita y las deja caer en el suelo.
—Levanta los brazos —susurro. Tomando el dobladillo de su bonita camiseta, la subo por sobre su cabeza, liberando sus pechos. Rodeándola, deshago el botón y la cremallera de sus vaqueros—. Te lo voy a hacer en el baño, Anastasia. —Sus ojos divagan por mi boca y lame sus labios. Bajo la suave luz sus pupilas brillan con excitación.
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Inclinándome le doy besos suaves en su cuello, engancho mis pulgares en la cintura de sus pantalones, y lentamente tiro hacia abajo sobre su buen culo, atrapando sus bragas con mis manos en el camino hacia abajo. Arrodillándome detrás de ella, termino de bajar por sus piernas a sus pies.
—Saca los pies de los pantalones —ordeno. Agarrando el borde del lavabo, ella obedece, ahora está desnuda y yo estoy cara a cara con su trasero. Lanzo sus pantalones, bragas y camiseta al taburete blanco bajo el lavabo y considero todas las cosas que puedo hacer con ese trasero. Me fijo en la cuerda azul entre sus piernas, su tampón sigue en su lugar, así que deposito un beso y muerdo si trasero suavemente antes de levantarme. Nuestros ojos se conectan en el espejo una vez más y extiendo mi mano sobre su delicada y delgada barrida—. Mírate. Eres tan hermosa. Siéntete. —Su respiración se acelera cuando tomo sus manos en las mías y extiendo sus dedos en su vientre bajo mis manos extendidas.
—Siente lo suave que es tu piel —susurro. Ligeramente guío sus manos a través de su torso en un amplio y extenso círculo, y las llevo hacia sus pechos.
—Siente lo turgentes que son tus pechos. —Sostengo sus manos bajo sus pechos,de modo que está ahuecándolos. Ligeramente rozo sus pezones con mis pulgares. Ella gime y arquea su espalda, presionando sus pechos en nuestras manos unidas. Atrapando sus pezones entre sus pulgares y los míos, tiro suavemente una y otra vez, y complaciéndome verlos endurecer y alargarse en respuesta.
Como cierta parte de mi anatomía.
Ella cierra sus ojos y se retuerce contra mí, frotando su trasero contra mi erección. Gime, su cabeza inclinada contra mi hombro.
—Eso es, nena —murmuro contra su cuello, disfrutando de su cuerpo revivir bajo su toque. Guío sus manos hacia abajo a sus caderas, después hacia su vello púbico. Empujo mi pierna entre las suyas y con mi pie ampliando su postura mientras guío sus manos sobre su vulva, una mano a la vez, una y otra vez, presionando sus dedos sobre su clítoris una y otra vez.
Gime y la veo retorcerse contra mí en el espejo.
Señor, es una diosa.
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—Mira cómo resplandeces, Anastasia. —La beso y muerdo su cuello y hombro, entonces la suelto, dejándola colgada, y abre sus ojos mientras doy un paso atrás.
—Continúa —le digo, preguntándome qué hará.
Ella titubea por un momento, entonces se frota a sí misma con una mano, pero ni de cerca con entusiasmo.
Oh, esto nunca funcionará.
Rápidamente me quito mi pegajosa camiseta, pantalones y ropa interior, liberando mi erección.
—¿Prefieres que lo haga yo? —pregunto, sus ojos abrasando los míos en el espejo.
—Oh, sí, por favor —dice, desesperada, la necesidad en el borde de su voz. Envuelvo mis brazos alrededor de ella, mi pecho contra su espalda, mi polla descansando en la grieta de su buen, buen trasero. Tomo sus manos en las mías una vez más, guiándola sobre su clítoris, una a la vez, una y otra vez, presionando, acariciando y excitándola. Ella suspira mientras chupo y muerdo su cuello. Sus piernas empiezan a temblar. De pronto la hago girar de modo que está enfrentándome. Agarro sus muñecas con una de mis manos, sosteniéndolas en su espalda, mientras agarro su cola de caballo con la otra, trayendo sus labios a los míos. La beso, consumiendo su boca, deleitándome con su sabor: zumo de naranja y dulce, dulce Ana. Su respiración es áspera, como la mía.
—¿Cuándo empezó tu periodo, Anastasia?
Quiero follarte sin condón.
—Ayer —suspira.
—Bien. —Doy un paso atrás y la hago girar—. Agárrate del lavabo —ordeno. Tiro de sus caderas, levantándola y tirando de ella hacia atrás por lo que se dobla. Mi mano se desliza hacia abajo a su trasero, a la cuerda azul, y tiro de su tampón, el cual tiro al inodoro. Ella jadea, sorprendida, creo, pero agarro mi polla y la deslizo dentro de ella rápidamente.
Mi respiración silba entre mis dientes.
Joder. Se siente bien. Tan bien. Piel contra piel.
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Me retiro y entonces me empujo en ella una vez más, despacio, sintiendo cada centímetro suave y precioso de ella. Gruñe y se empuja contra mí.
Oh, sí, Ana.
Aprieta su agarre en el mármol mientras tomo velocidad, y agarro sus caderas, construyendo... construyendo, entonces martilleando dentro de ella. Reclamándola. Poseyéndola.
No estés celosa, Ana. Solo te deseo a ti.
A ti.
A ti.
Mis dedos encuentran su clítoris y la provoco, acaricio y estimulo hasta que sus piernas empiezan a temblar una vez más.
—Eso es, nena. —murmuro, mi voz ronca mientras palpito dentro de ella con un castigador ritmo posesivo.
No discutas conmigo. No pelees conmigo.
Sus piernas se endurecen mientras me empujo en ella y su cuerpo empieza a estremecerse. Entonces grita mientras su orgasmo la supera, llevándome con ella.
—¡Oh, Ana! —jadeo mientras me dejo ir, el mundo se desdibuja y me vengo dentro de ella.
Mierda.
—Oh, nena, ¿alguna vez voy a tener suficiente de ti? —susurro mientras me hundo en ella.
Despacio, me bajo al suelo, trayéndola conmigo y rodeando mis brazos a su alrededor. Se sienta, su cabeza contra mi hombro, todavía jadeando.
Dulce Señor.
¿Ha sido alguna vez así?
Beso su cabello y se tranquiliza, sus ojos cerrados, su respiración despacio vuele a la normalidad mientras la sostengo. Estamos ambos sudados y calientes en el húmedo baño, pero no quiero estar en ningún otro lugar.
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Ella se mueve.
—Estoy sangrando —dice.
—No me molesta. —No quiero dejarla ir.
—Me di cuenta. —Su tono es seco.
—¿Te molesta a ti? —No debería. Es natural. Solo he conocido a una mujer que era remilgada sobre el sexo durante el periodo, pero no tomaría nada de esa mierda de ella.
—No, en absoluto. —Ana me mira con claros ojos azules.
—Bien. Vamos a tomar un baño. —La libero y frunce el ceño por un momento mientras observa mi pecho. Su rostro rosado pierde algo de su color, y ojos nubosos se encuentran con los míos.
—¿Qué pasa? —pregunto, alarmado por su expresión.
—Tus cicatrices. No son de varicela.
—No, no lo son. —Mi tono es ártico.
No quiero hablar sobre esto.
En pie, extiendo mi mano a ella y tiro para ponerla en sus pies. Sus ojos están amplios con horror.
La pena viene después.
—No me mires así —advierto y suelto su mano.
No quiero tu maldita compasión, Ana. No vayas allí.
Ella estudia su mano, adecuadamente disciplinada, espero.
—¿Ella te hizo eso? —Su voz es casi inaudible.
Frunzo el ceño, sin decir nada, mientras trato de contener mi ira. Mi silencio la hace mirarme.
—¿Ella? —gruño—. ¿La señora Robinson?
Ana palidece ante mi tono.
—No es una salvaje, Anastasia. Por supuesto que no lo hizo. No entiendo por qué te empeñas en demonizarla.
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Inclina su cabeza para evitar contacto visual, camina rápidamente pasándome, y entra en la bañera, encogida en la espuma por lo que ya no puedo ver su cuerpo. Mirándome, su rostro arrepentido y abierto, dice:
—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido en ese… estilo de vida
Maldita sea. Volvemos a Elena.
Camino hacia la bañera, me deslizo dentro del agua, y siento en el rincón bajo el agua lejos de su alcance. Ella me mira, esperando por una respuesta. El silencio entre nosotros crece hasta que puedo oír la sangre bombeando a través de mis orejas.
Mierda.
Ella no quita los ojos de los míos.
¡Desiste, Ana!
No. No va a pasar.
Sacudo la cabeza. Mujer imposible.
—De no haber sido por la señora Robinson, probablemente habría seguido los pasos de mi madre biológica.
Mete un húmedo rizo detrás de su oreja, quedándose muda.
¿Qué puedo decir sobre Elena? Pienso en nuestra relación: Elena y yo. Aquellos excitantes años. El secretismo. Los encuentros furtivos. El dolor. El placer. La liberación. El orden y la calma que ella trajo a mi mundo.
—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —medito, casi para mí mismo.
—¿Aceptable? —dice Ana incrédula.
—Sí.
La expresión de Ana es expectante.
Quiere más.
Mierda.
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—Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme cuenta. —Mi voz es baja—. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecto.
Inhala profundamente.
Infiernos. Odio hablar sobre esto.
—¿Aún te quiere?
¡No!
—No creo, no así. Sigo diciéndote que fue hace mucho tiempo. Está en el pasado. No podría cambiarlo incluso si lo quisiera, que no quiero. Me salvó de mí mismo. Nunca he hablado de esto con nadie. Salvo con el doctor Flynn, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es que quiero que confíes en mí.
—Confío en ti —dice—, pero quiero conocerte mejor, y cuando quiero hablar contigo me distraes. Hay tanto que quiero saber.
—Oh, por el amor de Dios, Anastasia. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer? —Mira a sus manos bajo la superficie del agua.
—Solo intento entender, eres como un enigma. Diferente de cualquier persona que haya conocido antes. Me alegro que me estés diciendo lo que quiero saber.
De pronto, con decisión, se mueve por el agua a sentarse a mi lado, inclinándose contra mí por lo que mi piel se pega a la suya.
—Por favor, no te enfades conmigo —dice.
—No estoy enfadado contigo, Anastasia. Solo no estoy acostumbrado a esta clase de conversación, este tanteo. Esto solo lo hago con el Dr. Flynn y con...
Maldita sea.
—¿Con ella? ¿La señora Robinson? Hablas con ella —dice, su voz tranquila.
—Sí, lo hago.
—¿Sobre qué?
Me vuelvo hacia ella tan de repente que el agua chapotea saliendo de la bañera y hacia el suelo.
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—Eres insistente, ¿eh? De la vida, del universo… de negocios.La señora Robinson y yo hace tiempo que nos conocemos, Anastasia. Hablamos de todo.
—¿De mí? —pregunta.
—Sí.
—¿Por qué hablan de mí? —pregunta, y ahora suena hosca.
—Nunca he conocido a nadie como tú, Anastasia.
—¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?
Niego con la cabeza.No
—Necesito consejo.
—¿Y te lo da doña Pedófila? —espeta.
—Anastasia… basta ya —casi grito—. O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía. Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotros que a mí me benefició muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio… pero esa parte de nuestra relación ya terminó.
Cuadra sus hombros.
—¿Y tus padres nunca se enteraron?
—No —gruño—. Ya te lo he dicho.
Me mira con recelo, y creo que sabe que me ha empujado mi límite.
—¿Has terminado? —pregunto.
—De momento.
Gracias a Dios por eso. No estaba mintiendo cuando me dijo que había mucho que quería decir. Pero no estamos hablando de lo que yo quiero hablar. Necesito saber en dónde estoy. Si nuestro acuerdo tiene una oportunidad.
Aprovecha el día, Grey.
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—Correcto, ahora me toca a mí. No has contestado mi correo electrónico.
Se mete el cabello detrás de la oreja, y luego niega con la cabeza.
—Iba a contestar. Pero viniste.
—¿Habrías preferido que no viniera? —Aguanto la respiración.
—No, me encanta que hayas venido —dice.
—Bien. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque haya venido hasta aquí para verte. Para nada, señorita Steele. Quiero saber lo que sientes.
Sus cejas se fruncen.
—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí. —Suena sincera.
—Ha sido un placer. —Me inclino hacia abajo y la beso, y ella se abre como una flor, ofreciendo y queriendo más. Me hago hacia atrás—. No. Me parece que necesito algunas respuestas antes de que hagamos más.
Ella suspira, su mirada cautelosa regresa.
—¿Qué quieres saber?
—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.
Hace una mueca con su boca, como si su respuesta fuera a ser desagradable.
Oh querida.
—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero siendo alguien que no soy.—Mira hacia abajo, lejos de mí.
Eso no es un "no". Es más, creo que tiene razón.
Agarrando su barbilla, inclino su cabeza hacia arriba para que pueda ver sus ojos.
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—No, yo tampoco creo que pudieras.
—¿Te estás riendo de mí?
—Sí, pero sin mala intención. —La beso de nuevo—. No eres muy buena sumisa.
Su boca se abre. ¿Está fingiendo ofensa? Y entonces se ríe, una dulce risa contagiosa, y sé que no está ofendida.
—A lo mejor no tengo un buen maestro.
Buena puntualización, señorita Steele.
Me río, también.
—A lo mejor. Igual debería ser más estricto contigo.—Busco su rostro—. ¿Tan mal lo pasaste cuando te di los primeros azotes?
—No, la verdad es que no —dice, con las mejillas un poco ruborizadas.
—¿Es más por lo que implica? —le pregunto, presionándola más.
—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.
—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.
Finalmente estamos teniendo la discusión.
—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Anastasia. No lo olvides. Y si sigues las normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.
—¿Por qué necesitas controlarme?
—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de formación.
—Entonces, ¿es una especie de terapia?
—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.
Asiente con la cabeza.
—Pero el caso es que en un momento me dices ―No me desafíes‖, y al siguiente me dices que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.
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—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.
—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecha un auténtico lío, me veo atada de pies y manos.
—Me gusta eso de atarte de pies y manos.
—¡No lo decía en sentido literal!—Lanza su mano a través del agua, salpicándome.
—¿Me salpicaste?
—Sí.—dice.
—Ay, señorita Steele. —Envuelvo mi brazo alrededor de su cintura y tiro de ella en mi regazo, derramando agua sobre el suelo una vez más—. Creo que ya hemos hablado bastante por hoy.
Sostengo su cabeza entre mis manos y la beso, mi lengua burlándose de sus labios separados, entonces profundizo en su boca, dominando la suya. Ella pasa los dedos por mi cabello, devolviéndome el beso, torciendo su lengua alrededor de la mía. Inclinando su cabeza con una mano, la muevo con la otra así está a horcajadas sobre mí.
Me hago hacia atrás para tomar un respiro. Sus ojos están oscuros y carnales, su lujuria a la vista. Pongo muñecas a su espalda y las agarro con una mano.
—Te la voy a meter —declaro y la levanto sobre mí, de manera que mi erección está posicionada debajo de ella—. ¿Lista?
—Sí —respira, y poco a poco la bajo sobre mí, viendo su expresión mientras la lleno. Gime y cierra los ojos, empujando sus pechos hacia adelante en mi cara.
Oh, dulce Jesús.
Doblo mis caderas, levantándola, enterrándome aún más profundo dentro de ella, y me inclino hacia adelante para que nuestras frentes se toquen.
Se siente tan bien.
—Suéltame las manos, por favor —susurra.
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Abro los ojos y veo su boca abierta mientras arrastra el aire en sus pulmones.
—No me toques —pidoy suelto sus manos y agarro sus caderas. Agarra el borde de la bañera y poco a poco comienza a tomarme. Arriba. Luego hacia abajo. Oh, tan lentamente. Abre los ojos para encontrar los míos en su rostro. Observándola. Montándome. Inclinándose, me besa, su lengua invadiendo mi boca. Cierro los ojos, deleitándome en la sensación.
Oh, sí, Ana.
Sus dedos están en mi cabello, tirando y tirando mientras me besa, su lengua húmeda entrelazándose con la mía mientras se mueve. Sostengo sus caderas y empiezo a levantarla más alto y más rápido, vagamente consciente de que el agua cae en cascada fuera de la bañera.
Pero no me importa. La deseo. De esta manera.
Esta hermosa mujer que gime en mi boca.
Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Una y otra vez.
Dándose a mí. Tomándome.
—Ah. —El placer está atrapado en su garganta.
—Eso es, nena —susurro, mientras acelera a mí alrededor, entonces grita mientras explota en su orgasmo.
Envuelvo mis brazos alrededor de ella, abrazándola, sosteniéndola con fuerza mientras me pierdo y corro dentro de ella.
—¡Ana, nena! —grito, y sé que nunca quiero volver a dejarla ir.
Besa mi oreja.
—Eso fue… —jadea ella.
—Sí. —Sosteniendo sus brazos, la insto a acostarse para poder estudiarla. Se ve somnoliento y saciada, y me imagino que debo lucir igual—. Gracias —susurro.
Se ve confundida.
—Por no tocarme —aclaro.
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Su rostro se suaviza y levanta la mano. Me tenso. Pero niega con la cabeza y traza mis labios con su dedo.
—Dijiste que es un límite infranqueable. Lo entiendo. —Y se inclina hacia adelante y me besa. Los sentimientos desconocidos salen a la superficie, hinchándose en mí pecho, sin nombre y peligrosos.
—Vamos a llevarte a la cama. ¿A menos que tengas que ir a casa? —Estoy alarmado por a dónde van mis emociones.
—No. No tengo que irme.
—Bien. Quédate.
La pongo de pie y salimos de la bañera para buscar toallas para ambos, y descarto mis inquietantes sentimientos.
La envuelvo en una toalla, envuelvo una alrededor de mi cintura, y dejo caer otra en el suelo en un vano intento de limpiar el agua derramada. Ana camina hacia los lavabos mientras yo seco el baño.
Bien. Esta fue una noche interesante.
Y ella tenía razón. Fue bueno hablar, aunque no estoy seguro de que hayamos resuelto nada.
Está cepillándose los dientes con mí cepillo de dientes cuando camino a través del cuarto de baño hacia el dormitorio. Me hace sonreír. Recojo mi teléfono y veo que la llamada perdida era de Taylor.
Le envío un texto.
¿Todo bien?
Voy a estar saliendo alrededor de las seis de la mañana.
Él responde inmediatamente.
Es por eso que estaba llamando.
El tiempo se ve bien.
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Lo veré ahí.
Buenas noches, señor.
¡Llevaré a volar a la señorita Steele! Mi alegría brota en una amplia sonrisa que se ensancha cuando sale del baño envuelta en la toalla.
—Necesito mi bolso —dice, luciendo un poco tímido.
—Creo que lo dejaste en la sala de estar.
Corretea hacia afuera para buscarlo, y cepillo mis dientes, sabiendo que el cepillo de dientes acaba de estar en su boca.
En el dormitorio descarto la toalla, tiro de las sábanas, y me acuesto, esperando a Ana. Ella desapareció en el cuarto de baño y cerró la puerta.
Momentos después, regresa. Deja caer su toalla y se acuesta a mi lado, desnuda salvo por una tímida sonrisa. Estamos tumbados en la cama el uno frente al otro, abrazando nuestras almohadas.
—¿Quieres dormir? —pregunto. Sé que tenemos que madrugar, y son casi las once.
—No. No estoy cansada —dice, con sus ojos brillantes.
—¿Qué quieres hacer? —¿Más sexo?
—Hablar.
Más charla. Oh, Señor. Sonrío, resignado.
—¿De qué?
—De cosas.
—¿De qué cosas?
—De ti.
—De mí, ¿qué?
—¿Cuál es tu película favorita?
Me gustan sus preguntas rápidas.
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—Actualmente, El Piano.
Me devuelve la sonrisa.
—Por supuesto. Qué boba soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes interpretar? Cuántos logros, señor Grey.
—Y el mayor eres tú, señorita Steele.
Su sonrisa se ensancha
—Entonces soy la número diecisiete.
—¿Diecisiete?
—El número de mujeres con las que… has tenido sexo.
Oh, mierda.
—No exactamente.
Su sonrisa desaparece.
—Tú me dijiste que habían sido quince.
—Me refería al número de mujeres que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas mujeres había tenido sexo.
—Ah. —Sus ojos se agrandan—. ¿Vainilla?—pregunta.
—No. Tú eres mi única relación vainilla. —Y por alguna extraña razón, me siento increíblemente satisfecho de mí mismo—. No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas en el poste de la cama ni nada parecido.
—¿De cuántas hablamos… decenas, cientos… miles?
—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia. —Finjo indignación.
—¿Todas sumisas?
—Sí.
—Deja de sonreírme —dice con arrogancia, tratando y fallando para mantener su seriedad.
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—No puedo. Eres divertida. —Y me siento un poco mareado, mientras nos sonreímos el uno al otro.
—¿Divertida por peculiar o por graciosa?
—Un poco de ambas, creo.
—Eso es bastante insolente, viniendo de ti —dice.
Le beso la nariz para prepararla.
—Esto te va a sorprender, Anastasia. ¿Preparada?
Sus ojos están bien abiertos y hambrientos, llenos de entusiasmo.
Dile.
—Todas eran sumisas en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en Seattle y los alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —dice.
—Ah —exclama.
—Pues sí, yo he pagado por sexo, Anastasia.
—Eso no es algo de lo que estar orgulloso —me regaña—. Y tienes razón, me has dejado pasmada. Y enfadada por no poder dejarte pasmada yo.
—Te pusiste mis calzoncillos.
—¿Eso te sorprendió?
—Sí.Y fuiste sin bragas a conocer a mis padres.
—¿Eso te sorprendió?
Su entusiasmo está de regreso.
—Sí.
—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.
—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.
—Sí, tu cara era un poema. De foto. —Se ríe, y su rostro se ilumina.
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—Me dejaste que te excitara con una fusta.—Estoy sonriendo como el jodido gato de Cheshire. ¿Cuándo he estado acostado desnudo junto a una mujer y simplemente hablado?
—¿Eso te sorprendió?
—Pues sí.
—Bueno, igual te dejo volverlo a hacer.
—Uy, eso espero, señorita Steele. ¿Este fin de semana?
—De acuerdo —dice.
—¿De acuerdo?
—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.
—Me llamas por mi nombre.
—¿Eso te sorprende?
—Me sorprende lo mucho que me gusta.
—Christian —susurra, y el sonido de mi nombre en sus labios propaga el calor a través de mi cuerpo.
Ana.
—Mañana quiero hacer una cosa.
—¿Qué cosa?
—Una sorpresa. Para ti.
Bosteza.
Suficiente. Está cansada.
—¿La aburro, señorita Steele?
—Nunca —confiesa. Me inclino de un lado a otro y le doy un beso rápido.
—Duerme —ordeno, y apago la luz de la mesa junto a la cama.
Y unos minutos más tarde,incluso escucho su respiración; se duerme rápidamente. Pongo una sábana sobre ella, ruedo sobre mi espalda, y miro el chirriante ventilador del techo.
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Bueno, hablar no es tan malo.
Hoy funcionó, después de todo.
Gracias, Elena...
Y con una sonrisa saciada, cierro mis ojos.


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