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Grey - (19) Viernes, 3 de Junio de 2011

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Viernes, 3 de Junio de 2011
No puedo dormir. Son pasadas las dos y llevo mirando al techo por una hora. Esta noche no son mis pesadillas las que me mantienen despierto. Es una pesadilla viviente.
Leila Williams.
El detector de incendios me guiña desde el techo, su luz verde me cabrea.
¡Demonios!
Cierro los ojos y dejo mis pensamientos correr.
¿Por qué era Leila una suicida? ¿Qué le habrá poseído? Su desesperada infelicidad se parece a mí joven y miserable yo. Estoy intentando reprimir mis recuerdos, pero el enfado y desolación de mis solitarios años de adolescencia resurgen y no se van a ir. Me recuerda al daño y a cómo dejaba fuera a todos en mi juventud. El suicidio me cruzó en la mente a menudo, pero siempre me eché atrás. Resistí por Grace. Sabía que la destrozaría. Sabía que se culparía a sí misma si me quitaba la vida y había hecho tanto por mí, ¿cómo podría herirle así? Y después de conocer a Elena… todo cambió.
Levantándome de la cama, empujo las ideas al fondo de mi mente. Necesito el piano.
Necesito a Ana.
Si hubiera firmado el contrato y todo hubiera salido acorde al plan, estaría conmigo, arriba, durmiendo. Podría despertarle y perderme en ella… o, bajo nuestro nuevo acuerdo, podría estar a mi lado y podría follarla y después verle dormir.
¿Qué diría de Leila?
Cuando me siento en el banco del piano, sé que Ana nunca conocerá a Leila, lo que es una cosa buena. Sé cómo se siente acerca de Elena. Dios sabe cómo se sentirá sobre una ex… una loca ex.
N
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Esto es lo que no llego a entender: Leila era feliz, traviesa y brillante cuando la conocí. Era una sumisa excelente; pensaba que se había sentado cabeza y que estaba felizmente casada. Sus correos nunca me indicaron que algo iba mal. ¿Qué pasó?
Empiezo a tocar… y mis pensamientos empiezan a retroceder hasta que solo quedamos la música y yo.
Leila se está metiendo mi polla en la boca.
Su boca talentosa.
Tiene las manos atadas detrás de su espalda.
Su cabello trenzado.
Está de rodillas.
Los ojos fijos en el suelo. Modesta. Atractiva.
No me está mirando.
Y, de repente, es Ana.
Ana de rodillas delante de mí, desnuda, preciosa.
Con mi polla en la boca.
Pero los ojos de Ana están fijos en los míos.
Sus brillantes ojos azules lo ven todo.
Me ven. Mi alma.
Ve la oscuridad y el monstruo que se esconde en mi interior.
Sus ojos se abren por el horror y, de repente, desaparece.
¡Mierda! Me despierto con una erección dolorosa que se me baja tan pronto como recuerdo el pánico en la mirada de Ana en mi sueño.
¿Qué diablos?
Raramente tengo sueños eróticos. ¿Por qué ahora? Compruebo la alarma, le he ganado por unos minutos. El sol matutino se cuela entre
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los edificios al salir. Estoy inquieto, sin duda por mi inquietante sueño, así que decido ir a correr para quemar algo de energía. No tengo nuevos correos, ni mensajes, ni noticias de Leila. El apartamento está en silencio cuando me voy. No hay ninguna señal de Gail todavía. Espero que se haya recuperado de la experiencia de ayer.
Abro las puertas de cristal del vestíbulo y salgo al refrescante y soleado día y, con cuidado, escaneo la calle. Cuando empiezo a correr, compruebo los callejones y las puertas al pasar y tras los autos para ver si Leila está ahí.
¿Dónde estás, Leila Williams?
Subo el volumen de Foo Fighters y mis pies golpean el pavimento.
~ * ~
Olivia está especialmente irritante hoy. Ha derrapado mi café, perdió una llamada importante y sigue mirándome con esos grandes ojos marrones.
—Póngame con Ros —le ladro—. Mejor todavía, haga que suba. —Cierro la puerta de la oficina y vuelvo a mi escritorio; tengo que intentar no desquitarme con mi personal.
Welch no tiene noticias, excepto que los padres de Leila creen que su hija sigue en Portland con su marido. Alguien llama a la puerta.
—Entre. —Espero, por Dios, que no sea Olivia. Ros asoma su cabeza.
—¿Querías verme?
—Sí. Claro. Entra. ¿Dónde estamos con Woods?
~ * ~
Ros se va justo después de las diez. Todo va sobre ruedas: Woods ha decidido aceptar el trato y la ayuda para Darfur estará pronto en camino a Múnich para preparar el puente aéreo.
No tengo ninguna noticia todavía de Savannah y su oferta.
Compruebo la bandeja del correo y veo contento que hay un correo electrónico de Ana.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 12:53 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Rumbo a casa
Querido señor Grey:
Ya estoy de nuevo cómodamente instalada en primera, lo cual te agradezco. Cuento los minutos que me quedan para verte esta noche y quizá torturarte para sonsacarte la verdad sobre mis revelaciones nocturnas.
Tu Ana x
¿Torturarme? Oh, señorita Steele, creo que las cosas van al revés. Como que tengo un buen acuerdo que hacer, respondo de forma breve.
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 09:58
Para: Anastasia Steele
Asunto: Rumbo a casa
Anastasia, estoy deseando verte.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
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Pero Ana no está satisfecha.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:01 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Rumbo a casa
Queridísimo señor Grey:
Confío en que todo vaya bien con respecto al ―problema‖. El tono de tu correo resulta preocupante.
Ana x
Al menos recibo un beso. ¿No debería de estar embarcando en el avión ahora?
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 10:04
Para: Anastasia Steele
Asunto: Rumbo a casa
Anastasia:
El problema podría ir mejor. ¿Has despegado ya? Si lo has hecho, no deberías estar mandándome correos electrónicos. Te estás poniendo en peligro y contraviniendo directamente la norma relativa a tu seguridad personal. Lo de los castigos iba en serio.
Christian Grey
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Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Estoy a punto de llamar a Welch para una actualización de la situación, pero vuelve a sonar; Ana de nuevo.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:06 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Reacción desmesurada
Querido señor Cascarrabias:
Las puertas del avión aún están abiertas. Llevamos retraso, pero solo de diez minutos. Mi bienestar y el de los pasajeros que me rodean está asegurado. Puedes guardarte esa mano suelta de momento.
Señorita Steele
Me sorprendo sonriendo. ¿Señor Cascarrabias, eh? Y sin un beso. Oh, cariño.
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 10:08
Para: Anastasia Steele
Asunto: Disculpas; mano suelta guardada
Te extraño a ti y a tu lengua viperina, señorita Steele. Quiero que lleguen a casa, sanas y salvas.
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Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:10 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Disculpas aceptadas
Están cerrando las puertas. Ya no vas a oír ni un solo pitido más de mí, y menos con tu sordera.
Hasta luego.
Ana x
Mi beso está de vuelta. Bueno, es un alivio. A regañadientes, me arrastro lejos de la pantalla delacomputadora y recojo el teléfono para llamar a Welch.
~ * ~
A la una en punto, rechazo la oferta de Andrea de comer en mi escritorio. Necesito salir. Las paredes de la oficina se me cierran alrededor y creo que es porque no ha habido ninguna noticia de Leila.
Estoy preocupado por ella. Mierda, vino a verme. Decidió usar mi casa como su escenario. ¿Cómo podría no tomarme eso como algo personal? ¿Por qué no me manda un correo o me llama? Si estuviera metida en algún problema, podría haberle ayudado. Habría ayudado, lo he hecho antes.
Necesito algo de aire fresco. Paso por delante de Olivia y Andrea, ambas parecen ocupadas, aunque veo que Andrea me mira confusa mientras me meto en el ascensor.
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Fuera, hay una brillante y rebosante tarde. Tomo una respiración profunda y detecto algo de la humedad del agua salada del Sound. ¿Quizás debería cogerme el resto del día libre?
Pero no puedo, tengo una reunión con el alcalde esta tarde. Es irritante, le voy a ver mañana en la gala de la Cámara de Comercio.
¡La gala!
De repente tengo una idea, y con un renovado sentimiento de resolución, voy hacia la pequeña tienda que conozco.
~ * ~
Después de la reunión en la oficina del alcalde, camino los diez bloques que hay, aproximadamente, hasta el Escala; Taylor se ha ido a recoger a Ana del aeropuerto. Gail está en la cocina cuando entro al salón.
—Buenas noches, señor Grey.
—Hola, Gail. ¿Cómo estuvo su día?
—Bien, gracias, señor.
—¿Se siente mejor?
—Sí, señor. La ropa para la señorita Steele llegó, la he desenvuelto y colgado en el armario de su habitación.
—Genial. ¿Ninguna señal de Leila? —pregunta tonta. Gail me habría llamado.
—No señor. También llegó esto. —Levanta una pequeña bolsa roja.
—Bien. —Agarro la bolsa de su mano, ignorando el encantador guiño que me dedica.
—¿Cuántos para cenar esta noche?
—Dos, gracias. Y, Gail…
—¿Señor?
—¿Puede poner las sábanas de satén en el cuarto de juegos?
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Espero poder llevar a Ana ahí en algún momento del fin de semana.
—Sí, señor Grey —dice ella un poco sorprendida. Se vuelve a lo que sea que está haciendo en la cocina, dejándome un poco confuso por su comportamiento.
Puede que Gail no lo apruebe, pero es lo que quiero de Ana.
En mi estudio,tomo la bolsa de Cartier. Es un regalo para Ana, que le daré mañana a tiempo para la gala: unos pendientes. Simples. Elegantes. Bonitos. Justo como ella. Sonrío, incluso en sus zapatillas y jeans es una chica encantadora.
Espero que acepte mi regalo. Como mi sumisa, no tiene otra opción, pero bajo nuestro acuerdo alternativo, no sé cuál será su reacción. Cualquiera que sea su salida, será interesante. Siempre me sorprende. Cuando pongo la bolsa en mi escritorio oigo que me suena lacomputadora y me distraigo. Los últimos diseños de tablets de Barney están en mi bandeja de entrada, y estoy ansioso por verlos.
Cinco minutos después, Welch me llama.
—Señor Grey. —Respira con dificultad.
—Sí. ¿Tiene noticias?
—Hablé con Russell Reed, el marido de la señorita Reed.
—¿Y? —Inmediatamente estoy inquieto. Salgo como una bala de mi oficina y cruzo la sala de estar hacia las ventanas.
—Dice que su mujer está fuera visitando a sus padres —reporta Welch.
—¿Qué?
—Precisamente. —Welch suena tan cabreado como yo.
Contemplando a Seattle bajo mis pies, saber que la señora Reed, mejor conocida como Leila Williams, está ahí fuera en algún lugar, aumenta mi irritación. Paso mis dedos por mi cabello.
—Tal vez eso es lo que ella le dijo.
—Tal vez —dice—. Pero no hemos encontrado nada hasta ahora.
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—¿No hay rastro? —No puedo creer que solo pudiera desaparecer.
—Nada. Pero si utiliza un cajero automático, cobra un cheque, o ingresa en medios sociales, la encontraremos.
—Está bien.
—Nos gustaría buscar en las imágenes del circuito cerrado de cámaras de todo el hospital. Esto costará dinero y tomará algo más de tiempo. ¿Es eso aceptable?
—Sí. —Un cosquilleo hace a mi cuero cabelludo hormiguear, no de la llamada. Por alguna razón desconocida, siento que estoy siendo observado. Dando la vuelta, veo a Ana de pie en el umbral de la habitación, escudriñándome, con el ceño fruncido y labios pensativos, y está vistiendo una corta, corta falda. Ella es toda ojos y piernas... especialmente piernas. Me las imagino envueltas alrededor de mi cintura.
Deseo, crudo y real, enciende mi sangre mientras la observo fijamente.
—Vamos a llegar directo a ello —dice Welch.
Termino con él, con mis ojos fijos en Ana, y vago hacia ella, quitándome la chaqueta y la corbata y tirándolos en el sofá.
Ana.
Envuelvo mis brazos a su alrededor, tirando de su cola de caballo, levantando sus ansiosos labios con los míos. Sabe a cielo, hogar, rendición y Ana. Su aroma invade mis fosas nasales mientras tomo toda su cálida boca que tiene para ofrecerme. Mi cuerpo se endurece con la expectación y hambre cuando nuestras lenguas se entrelazan. Quiero perderme en ella, para olvidar el final de mierda de esta semana, olvidarme de todo menos ella.
Mis labios febriles contra los de ella, tiro de su cola de caballo mientras enreda sus dedos en el mío. De repente estoy abrumado por mi necesidad, desesperado por ella. Y me alejo, bajando mi mirada a un rostro que está aturdido con pasión.
Me siento igual. ¿Qué está haciéndome?
—¿Qué pasa? —susurra.
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Y la respuesta es clara, resonando en mi cabeza.
Te he echado de menos.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto. Dúchate conmigo. Ahora.
—Sí —responde, con voz ronca. La tomo de la mano y nos dirigimos a mi cuarto de baño. Enciendo la ducha, y luego la enfrento. Es hermosa, con sus ojos brillantes y relucientes en anticipación, mientras me mira. Mi mirada examina de su cuerpo a sus piernas desnudas. Nunca la había visto en una falda así de corta, con gran parte de su cuerpo expuesta, y no estoy seguro de si lo apruebo. Ella es solo para mis ojos.
—Me gusta tu falda. Es muy corta. —Demasiada corta—. Tienes unas hermosas piernas. —Saliendo de mis zapatos, quito mis calcetines, y sin romper el contacto visual, ella, también se desliza fuera de sus zapatos.
A la mierda la ducha. La quiero ahora.
Caminando hacia ella, agarro su cabeza, y retrocedemos así está en contra de la pared de azulejos, sus labios se parten cuando inhala. Sosteniendo su cara y entrelazando mis dedos en su cabello, la beso: su mejilla, su cuello, su boca. Es el néctar y no puedo conseguir suficiente. Su respiración se atrapa en su garganta y agarra mis brazos, pero en su toque no hay protestas por parte de la oscuridad interior. Solo hay Ana, en toda su belleza y la inocencia, besándome de vuelta con un fervor que coincide con el mío.
Mi sangre es espesa de deseo, mi erección dolorosa.
—Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro —gimo, mientras mi mano se extiende hasta su muslo desnudo debajo de su falda—. ¿Aún estás con el período?
—No.
—Bien. —Empujo la falda hasta sus caderas, enganchando ambos pulgares en sus bragas de algodón y cayendo al suelo, me pongo de rodillas, y luego las deslizo por sus piernas.
Jadea cuando agarro sus caderas y beso la dulce unión por debajo de su vello púbico. Moviendo mis manos a la parte trasera de sus muslos, separo sus piernas, dejando al descubierto su clítoris con mi
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lengua. Cuando comienzo mi asalto sensual sus dedos se sumergen en mi cabello. Mi lengua la inquieta, y ella gime e inclina su cabeza hacia atrás contra la pared.
Huele exquisito. Sabe mejor.
Mientras ronronea inclina su pelvis hacia mi invasiva, insistente lengua, y sus piernas empiezan a temblar.
Suficiente. Quiero venir dentro de ella.
Será mi piel contra su piel otra vez, como en Savannah.Liberándola, me levanto y agarro la cara, capturando su boca sorprendida y decepcionada con la mía, besándola duro.Me desabrocho la bragueta y la levanto, agarrándola bajo sus muslos.
—Enrosca las piernas alrededor de mí, nena. —Mi voz es áspera y urgente. Tan pronto como lo hace, empujo hacia adelante, deslizándome en su interior.
Es mía. Es el cielo.
Aferrándose a mí, gime cuando me sumerjo en ella, lentamente al principio, luego marcando mi ritmo mientras mi cuerpo toma el control, conduciéndome hacia adelante, conduciéndome en ella, cada vez más rápido, cada vez más duro, mi cara en su garganta. Gime y siento su vibración a mí alrededor, y estoy perdido, en ella, en nosotros, mientras llega a su clímax, gritando su liberación. La sensación de su pulso a mí alrededor me lleva al borde y me vengo profundo y duro dentro de ella, gruñendo una versión distorsionada de su nombre.
Beso la garganta, sin querer retirarme, esperando a que se calme. Estamos en una nube de vapor de la ducha, y mi camisa y pantalones están pegados a mi cuerpo, pero no me importa. La respiración de Ana se desacelera, y se siente más pesada en mis brazos mientras se relaja. Su expresión es desenfrenada y aturdida cuando la tiro hacia mí, así la sostengo rápido mientras encuentra sus pies. Sus labios se elevan en una sonrisa encantadora.
—Parece que te alegras de verme —dice.
—Sí, señorita Steele, creo que mi alegría es más que evidente. Ven, deja que te lleve a la ducha.
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Me desnudo rápidamente, y cuando estoy desnudo empiezo a deshacer los botones de la blusa de Ana. Sus ojos se mueven de mis dedos a mi rostro.
—¿Qué tal tu viaje? —pregunto.
—Bien, gracias —dice, con la voz un poco ronca—. Gracias otra vez por los tiquetes de primera. Es una forma mucho más agradable de viajar. —Toma una respiración rápida, como si ella misma se estuviera preparando—. Tengo algo que contarte —dice.
—¿Enserio? —¿Y ahora qué? Remuevo su blusa y la deposito encima de mi ropa.
—Tengo trabajo. —Suena reticente.
¿Por qué? ¿Pensaba que estaría enojado? Por supuesto que encontró un trabajo. El orgullo crece en mi pecho.
—Felicitaciones, señorita Steele. ¿Me vas a decir ahora dónde? —le pregunto sonriendo.
—¿No lo sabes?
—¿Por qué iba a saberlo?
—Dada tu tendencia al acoso, pensé que igual… —Se detiene para estudiar mi rostro.
—Anastasia, jamás se me ocurriría interferir en tu carrera profesional, salvo que me lo pidieras, claro.
—Entonces, ¿no tienes ni idea de qué editorial es?
—No. Sé que hay cuatro editoriales en Seattle, así que imagino que es una de ellas.
—SIP —anuncia.
—Oh, la más pequeña, bien. Bien hecho. —Es la empresa que Ros ha identificado como desarrollada para comprarla. Esto será fácil.
Beso la frente de Ana.
—Chica lista. ¿Cuándo empiezas?
—El lunes.
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—Qué pronto, ¿no? Más vale que disfrute de ti mientras pueda. Date la vuelta.
Obedece inmediatamente. Remuevo su sujetador y falda, y luego la acuno por detrás y beso su hombro. Inclinándome en contra de ella, acaricio su cabello. Su olor perdura en mis fosas nasales, calmante, familiar, y únicamente Ana. La sensación de su cuerpo contra el mío es a la vez relajante y embriagadora. Es ciertamente el paquete completo.
—Me embriagas, señorita Steele, y me calmas. Una mezcla interesante.
Agradecido de que ella esté aquí, beso su cabello, luego tomo su mano y tiro de ella en la ducha caliente.
—Ay —chilla y cierra los ojos, estremeciéndose bajo la cascada de vapor.
—No es más que un poco de agua caliente. —Sonrío hacia ella. Abriendo un ojo, levanta su barbilla y lentamente se rinde ante el calor.
—Date la vuelta —ordeno—. Quiero lavarte. —Obedece, y presiono un poco de gel de ducha en mi mano, haciendo espuma, y comienzo a masajear sus hombros.
—Tengo algo más que contarte —dice, sus hombros tensándose.
—¿Ah, sí? —Mantengo mi voz suave. ¿Por qué está tensa? Mis manos se deslizan sobre su torso a sus hermosos pechos.
—La exposición fotográfica de mi amigo José se inaugura el jueves en Portland.
—Sí, ¿y qué pasa?
¿El fotógrafo de nuevo?
—Le dije que iría. ¿Quieres venir conmigo? —Las palabras vienen apresuradas, como si estuviera ansiosa de sacarlas.
¿Una invitación? Estoy aturdido. Solo recibo invitaciones de mi familia, del trabajo, y de Elena.
—¿A qué hora?
—La inauguración es a las siete y media.
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Esto contará como más, sin duda alguna. Beso su oreja y susurro:
—Está bien. —Sus hombros se suavizan cuando se inclina hacia atrás en contra de mí. Parece aliviada y no estoy seguro de sí estar divertido o molesto. ¿Soy realmente tan inaccesible?
—¿Estabas nerviosa porque tenías que preguntármelo?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Anastasia, se te acaba de relajar todo el cuerpo. —Enmascaro mi irritación.
—Bueno, parece que eres… un poco celoso.
Sí. Estoy celoso. El pensamiento de Ana con nadie más es... inquietante. Muy inquietante.
—Sí, lo soy. Y harías bien en recordarlo. Pero, gracias por preguntar. Iremos en el Charlie Tango.
Me muestra una rápida sonrisa mientras mis manos se deslizan por su cuerpo, el cuerpo que me ha dado a mí y a nadie más.
—¿Puedo lavarte yo a ti? —pregunta, desviándome.
—Me parece que no. —Beso su cuello mientras enjuago su espalda.
—¿Me dejarás tocarte algún día? —Su voz es una súplica suave, pero no detiene la oscuridad que está arremolinándose repentinamente de la nada y aprieta alrededor de mi garganta.
No.
Fuerzo mi voluntad, acunando y concentrándome en el culo de Ana, su muy gloriosa parte trasera.
Mi cuerpo responde en un nivel primario… a la guerra con la oscuridad. La necesito. La necesito para alejar mis temores.
—Apoya las manos en la pared, Anastasia. Voy a follarte otra vez —susurro, y con una mirada de sorpresa en mí, aplana sus manos sobre las baldosas. Agarro sus caderas, tirando de ella detrás de la pared—. Aférrate, Anastasia —le advierto, mientras las corrientes de agua cubre su espalda.
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Inclina su cabeza y se prepara a sí misma cuando mis manos barren a través de su vello púbico. Se retuerce, su trasero rozando mi excitación.
¡Mierda! Y así como así, mi miedo residual se derrite.
—¿Quieres esto? —pregunto mientras mis dedos se burlan de ella. En respuesta menea su trasero contra mi erección, haciéndome sonreír—. Dímelo —exijo, mi voz tensa.
—Sí. —Su respuesta positiva se desliza a través del agua vertida manteniendo la oscuridad a raya.
Oh, nena.
Está todavía húmeda de antes, de mí, de ella, no lo sé. En el momento en que doy una palabra silenciosa de agradecimiento a la Dra. Greene; no más condones. Me meto en Ana con facilidad y poco a poco, deliberadamente haciéndola mía nuevamente.
~ * ~
La envuelvo en una bata de baño y la beso profundamente.
—Seca tu cabello —ordeno, entregándole un secador de cabello sin usar—. ¿Tienes hambre?
—Estoy hambrienta —admite, y no sé si lo quiere decir, o si lo dijo solo para complacerme. Pero me complace.
—Excelente. Yo también. Voy a comprobar si la Señora Jones se encuentra con la cena. Tienes diez minutos. No te vistas. —La beso una vez más y camino hacia la cocina.
Gail está lavando algo en el fregadero. Mira por encima del hombro cuando me asomo
—Almejas, señor Grey —dice.
Delicioso. Pasta Alle Vongole, uno de mis favoritos.
—¿Diez minutos? —pregunto.
—Doce —dice.
—Excelente.
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Me mira cuando me dirijo al estudio. La ignoro. Me ha visto en menos de mi albornoz antes, ¿cuál demonios es su problema?
Compruebo a través de algunos correos electrónicos y mi teléfono para ver si hay alguna noticia sobre Leila. Nada, pero desde la llegada de Ana, no me siento tan desesperado como antes.
Ana entra a la cocina, al mismo tiempo que yo, sin duda atraída por el tentador olor de nuestra cena. Cuando ve a la señora Jones sostiene el cuello de la bata.
—Justo a tiempo —dice Gail, sirviendo la comida en dos grandes platos colocados en el mostrador.
—Toma asiento. —Señalo a uno de los taburetes. Los ojos ansiosos de Ana pasan de mí a la señora Jones.
Está cohibida.
Nena, tengo personal. Supéralo.
—¿Más vino? —Ofrezco, para distraerla.
—Por favor —dice, sonando reservada cuando toma su asiento.
Abro una botella de Sancerre y lo vierto en dos copas pequeñas.
—Hay de queso en la nevera si le gustaría, señor —dice Gail. Asiento, y sale de la habitación, para gran alivio de Ana. Tomo asiento.
—Salud. —Levanto mi copa.
—Salud —responde Ana, y las copas suenan cuando las tintineamos. Toma un bocado de su comida y hace un ruido apreciativo desde la parte baja de su garganta. Tal vez está muerta de hambre.
—¿Vas a decirme? —pregunta.
—¿Decirte qué? —La señora Jones se ha superado a sí misma; la pasta tiene un sabor delicioso
—Lo que te dije en mis sueños.
Niego con la cabeza.
—Hasta que comas. Sabes que me gusta verte comer.
Hace pucheros con fingida exasperación.
Página 575
—Eres tan pervertido —exclama bajo su respiración.
Oh, cariño, no tienes ni idea. Y un pensamiento viene a la mente; tal vez deberíamos explorar algo nuevo en el cuarto de juegos esta noche. Algo divertido.
—Háblame de ese amigo tuyo —pido.
—¿Amigo?
—El fotógrafo. —Mantengo mi voz ligera pero ella me premia con un fugaz ceño fruncido.
—Bueno, nos encontramos en el primer día de universidad. Él es un gran ingeniero, pero su pasión es la fotografía.
—¿Y?
—Eso es todo. —Sus respuestas evasivas son irritantes—. ¿Nada más?
Sacude su cabello sobre sus hombros.
—Nos hemos convertido en buenos amigos. Resulta que mi papá y el papá de José sirvieron juntos en el ejército antes de que yo naciera. Ellos han estado nuevamente en contacto, y son ahora mejores amigos.
Oh.
—¿Tu papá y su papá?
—Sí. —Hace girar más pasta en su tenedor.
—Ya veo.
—Esto sabe delicioso. —Me da una sonrisa contenida, y su bata se abre un poco, revelando la curva de supecho. La visión de ello provoca mi polla.
—¿Cómo te sientes? –-pregunto.
—Bien —dice.
—¿Mejor para más?
—¿Más?
—¿Más vino?
Página 576
¿Más sexo? ¿En el cuarto de juegos?
—Un poquito, por favor.
Le vierto un poco más de Sancerre. No quiero que ninguno de nosotros beba demasiado si vamos a jugar.
—¿Cómo va el ―problema‖ que te trajo a Seattle?
Leila. Mierda. No quiero discutir esto.
—Descontrolado. Pero tú no te preocupes por eso, Anastasia. Tengo planes para ti esta noche.
Quiero ver si podemos jugar en este llamado acuerdo de ambos sentidos.
—¿Ah, sí?
—Sí. Te quiero en el cuarto de juegos dentro de quince minutos. —Me pongo de pie, mirándola de cerca para medir su reacción. Toma un sorbo de su vino, sus pupilas amplían—. Puedes prepararte en tu habitación. Por cierto, el vestidor ahora está lleno de ropa para ti. No admito discusión al respecto.
Su boca se coloca en una O sorprendida. Y yo le doy una mirada severa, desafiándola a discutir conmigo. Sorpresivamente, no dice nada, y me dirijo a mi estudio para enviar un breve correo electrónico a Ros diciéndole que quiero empezar el proceso para adquirir SIP tan pronto como sea posible.
Escaneo un par de correos electrónicos del trabajo, pero no veo nada en mi bandeja de entrada de la señora Reed. Alejo los pensamientos sobre Leila fuera de mi mente; me ha preocupado por las últimas veinticuatro horas. Esta noche me centraré en Ana y pasar un buen rato.
Cuando regreso a la cocina, Ana ha desaparecido; asumo que se está preparando en el piso de arriba.
En el armario me quito la bata y me deslizo en mis jeans favoritos. Cuando lo hago, las imágenes de Ana en mi cuarto de baño vienen a mi mente, su perfecta espalda, luego sus manos presionadas contra los azulejos, mientras la follaba.
Hombre, la chica tiene resistencia.
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Veremos cuánto.
Con una sensación de euforia, tomo mi iPod desde el salón y me dirijo arriba al cuarto de juegos.
Cuando encuentro Ana arrodillada como debería estar en la entrada frente a la sala, mirada baja, las piernas separadas, y vistiendo solo su ropa interior, mi primera sensación es de alivio.
Todavía está aquí; se acabó el juego.
Mi segunda reacción es orgullo: ha seguido mis instrucciones al pie de la letra. Mi sonrisa es dura de esconder.
La señorita Steele no da marcha atrás ante un desafío.
Cerrando la puerta detrás de mí, noto que su bata ha sido colgada en la percha. Camino por delante de ella descalzo y coloco mi iPod en el pecho. He decidido que voy a privarla de todos sus sentidos, menos del tacto, y ver cómo ella lidia con eso. La cama ha sido preparada con sábanas de satén.
Y los grilletes de cuero están en su lugar.
De la cómoda saco una cinta para cabello, una venda para ojos, un guante de piel, auriculares y el práctico transmisor que Barney diseñó para mi iPod. Dejo afuera los objetos en una fila ordenada, conectando el transmisor en la parte superior del iPod, dejando esperando a Ana. La anticipación es la mitad de la preparación para una escena. Una vez que estoy satisfecho voy y me paro junto a ella. La cabeza de Ana está inclinada, la luz ambiental dándole brillo a su cabello. Luce modesta y hermosa, el epítome de una sumisa.
—Estás preciosa. —Acuno su rostro e inclino su cabeza hacia arriba hasta que ojos azules encuentran los grises—. Eres una mujer hermosa, Anastasia. Y eres toda mía —murmuro—. Levántate.
Está un poco rígida mientras se pone de pie.
—Mírame —ordeno, y cuando miro sus ojos sé que podría ahogarme en su seria y absorta expresión. Tengo toda su atención—. No hemos firmado el contrato, Anastasia, pero ya hemos hablado de los límites. Además, te recuerdo que tenemos palabras de seguridad, ¿de acuerdo?
Parpadea un par de veces, pero sigue estando muda.
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—¿Cuáles son? —exijo.
Ella duda.
Oh, esto nunca va a funcionar.
—¿Cuáles son las palabras de seguridad, Anastasia?
—Amarillo.
—¿Y?
—Rojo.
—No lo olvides.
Levanta una ceja con evidente desdén, y está a punto de decir algo.
Oh no. No en mi cuarto de juegos.
—Cuidado con esa boquita, señorita Steele, si no quieres que te folle de rodillas. ¿Entendido?
Tan agradable como es el pensamiento, es su obediencia lo que quiero ahora mismo.
Traga su disgusto.
—¿Y bien?
—Sí, señor —dice rápidamente.
—Buena chica. No es que vayas a necesitar las palabras de seguridad porque te vaya a doler, sino que lo que voy a hacerte va a ser intenso, muy intenso, y necesito que me guíes. ¿Entendido?
Su rostro permanece impasible, sin apartarse.
—Vas a necesitar el tacto, Anastasia. No vas a poder verme ni oírme, pero podrás sentirme. —Haciendo caso omiso de su mirada confundida, me dirijo al reproductor de audio por encima de la cómoda y lo pongo en modo auxiliar.
Solo tengo que elegir una canción; y en ese momento recuerdo nuestra conversación en el auto después de que se acostó en mi cama en el Heathman. Veamos si le gusta un poco de música coral de los Tudor.
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—Te voy a atar a la cama, Anastasia, pero primero te voy a vendar los ojos y no vas a poder oírme —le muestro el iPod—, lo único que vas a oír es la música que te voy a poner.
Creo que es sorpresa lo que veo en su cara, pero no estoy seguro.
—Ven. —La dirijo al fondo de la cama—. Ponte aquí de pie—. Inclinándome, respiro su dulce aroma y le susurro al oído—: Espera aquí. No apartes la vista de la cama. Imagínate ahí tumbada, atada y completamente a mi merced.
Contiene el aliento.
Sí, nena. Piensa en ello. Me resisto a la tentación de plantar un suave beso en su hombro. Primero necesito trenzar su cabello y buscar un flogger. Desde la parte superior de la cómoda agarro el guante de pelo y, desde el estante selecciono mi flogger favorito, que meto en el bolsillo trasero de mis jeans.
Cuando vuelva a estar de pie detrás de ella, tomo suavemente su cabello y lo trenzo.
—Aunque me gustan tus trencitas, Anastasia, estoy impaciente por tenerte, así que tendrá que funcionar con una. —Sujeto el extremo con la cinta y tiro de la trenza por lo que se ve obligada a dar un paso atrás contra mí. Enredando el final alrededor de mi muñeca, tiro a la derecha, inclinando su cabeza para exponer su cuello. Recorro con mi nariz desde el lóbulo de oreja hasta su hombro, chupando y mordiendo suavemente.
Mmm... Huele tan bien.
Se estremece y tararea en el fondo de su garganta.
—Calla —advierto y sacando el flogger de mi bolsillo, la rodeo, mis brazos rozando los suyos y mostrándoselo ella.
La escucho contener el aliento y veo sus dedos contraerse.
—Tócalo —susurro, sabiendo que es lo que quiere. Levanta la mano, hace una pausa, y luego pasa los dedos por las suaves colas de gamuza. Es excitante—. Lo voy a usar. No te va a doler, pero hará que te corra la sangre por la superficie de la piel y te la sensibilice. ¿Cuáles son las palabras de seguridad, Anastasia?
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—Eh… ―amarillo‖ y ―rojo‖, señor —murmura, paralizada por el flogger.
—Buena chica. Recuerda, la mayor parte de tu miedo está en tu mente. —Dejo caer el flogger en la cama y cepillo mis dedos por sus costados, más allá de la suave curva de sus caderas, y los deslizo dentro de sus bragas—. No las vas a necesitar. —Las arrastro por sus piernas y me arrodillo detrás de ella. Se agarra del soporte para salir torpemente de su ropa interior.
—Quédate quieta —le ordeno, y beso su trasero, gentilmente pellizcando cada nalga—. Acuéstate. Boca arriba. —La azoto una vez, y ella salta, sobresaltada, y se escabulle en la cama. Se acuesta frente a mí, con los ojos en los míos, brillando de emoción y un poco de temor, creo.
—Las manos por encima de la cabeza.
Hace lo que le digo. Mientras recupero los auriculares, la venda para ojos, el iPod, y el control remoto desde lo alto de la cómoda. Sentado a su lado en la cama, le muestro el iPod con el transmisor. Su mirada se mueve de mi cara a los dispositivos y viceversa.
—Esto transmite al equipo del cuarto lo que se reproduce en el iPod. Voy a oír lo mismo que tú, y tengo un control remoto para controlarlo.
Una vez que ha visto todo, inserto los auriculares en sus orejas y coloco el iPod en la almohada.
—Levanta la cabeza. —Obedece y deslizo la venda sobre sus ojos. Levantándome, tomo su mano izquierda y esposo su muñeca en el grillete de cuero en la esquina superior de la cama. Dejo que mis dedos acaricien su brazo extendido y se retuerce en respuesta. Mientras camino lentamente alrededor de la cama, con su cabeza sigue el sonido de mis pasos; Repito el proceso con su mano derecha, esposando su muñeca.
La respiración de Ana se altera, volviéndose errática y rápida a través de sus labios entreabiertos. Un rubor se arrastra hasta su pecho, y ella se retuerce y levanta las caderas en la anticipación.
Bien.
En la parte inferior de la cama, agarro ambos tobillos.
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—Levanta la cabeza otra vez —ordeno. Lo hace de inmediato, y la arrastro hacia abajo por la cama para que sus brazos estén completamente extendidos.
Deja escapar un gemido silencioso y levanta las caderas una vez más.
Esposo cada uno de sus tobillos a la esquina correspondiente de la cama así que está despatarrada delante de mí y retrocedo para admirar la vista.
Joder.
¿Alguna vez ha lucido así de caliente?
Está totalmente y de buena gana a mi merced. El conocimiento es intoxicante, y me quedo quieto por un momento para maravillarme con su generosidad y valentía.
Me arrastro lejos de la fascinante vista y desde la cómoda recojo el guante de pelo de conejo. Antes de ponérmelo presiono reproducir en el control remoto; hay un breve silbido, y luego comienza la cuadragésima parte del motete, la voz angelical de la cantante suena a través del cuarto de juegos y sobre la deliciosa señorita Steele.
Se queda inmóvil mientras escucha.
Y yo camino alrededor de la cama, bebiendo de la vista.
Extendiendo la mano, acaricio su cuello con el guante. Inhala fuertemente y tira de sus esposas, pero no llora ni me dice que me detenga. Poco a poco, paso mi enguantada mano por su garganta, por encima de su esternón, entonces, sobre su pecho, disfrutando de como se retuerce contenidamente Rodeando sus pechos, tiro suavemente de cada uno de sus pezones, y su gemido de agradecimiento me anima a dirigirme hacia abajo. A un ritmo deliberadamente pausado exploro su cuerpo: su vientre, sus caderas, el vértice de sus muslos, y abajo en cada pierna. La música es como una ola, más voces se unen al coro en el contrapunto perfecto a mí mano en movimiento. Observo su boca para determinar cómo se siente; ahora abre la boca en placer, ahora se muerde el labio. Cuando corro mi mano sobre su sexo aprieta su trasero, empujándose en mi mano.
A pesar de que normalmente me gusta que no se mueva, el movimiento me complace.
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La señorita Steele está disfrutando de esto. Es una glotona.
Cuando acaricio sus pechos de nuevo, sus pezones se endurecen por el roce del guante.
Sí.
Ahora que su piel está sensibilizada remuevo el guante y recojo el flogger. Con mucho cuidado recorro el final con cuentas sobre su piel, siguiendo el mismo patrón: sobre su pecho, sus pechos, su vientre, a través de su vello púbico, y por sus piernas. A medida que más coristas prestan sus voces para el motete levanto el mango del flogger y paso las tiras sobre su vientre. Grita, creo que por la sorpresa, pero no usa la palabra de seguridad. Le doy un momento para absorber la sensación, y luego hacerlo de nuevo… un poco más fuerte esta vez.
Tira de sus grilletes y grita una vez más, un grito confuso… pero no es la palabra de seguridad. Azoto el flogger sobre sus pechos, y ella inclina su cabeza hacia atrás y deja escapar un silencioso grito, su boca se afloja mientras se retuerce en el satén rojo.
Todavía no hay palabra de seguridad. Ana está abrazando su monstruo interior.
Me siento mareado con deleite mientras paso las tiras de arriba a abajo sobre su cuerpo, viendo su cálida piel bajo su quemadura. Cuando los coristas se detienen, yo también
Cristo. Se ve impresionante.
Comienzo de nuevo mientras la música llega al crescendo, todas las voces cantando juntas; chasqueo el flogger sobre ella, una y otra vez, y se retuerce debajo de cada golpe.
Cuando las últimas notas suenan a través de la habitación, me detengo, dejando caer el flogger en el suelo. Estoy sin aliento, jadeante de deseo y necesidad.
Joder.
Está acostada en la cama, impotente, su piel bastante rosa, y está jadeando, también.
Oh, nena.
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Me subo a la cama entre sus piernas y me arrastro sobre ella, sosteniéndome por encima de ella. Cuando la música comienza de nuevo, una sola voz canta una seráfica nota dulce, sigo el mismo patrón con el guante y el flogger… pero esta vez con mi boca, besando y chupando y adorando cada centímetro de su cuerpo. Me burlo de cada uno de sus pezones hasta que están brillando con mi saliva y en posición de firmes. Se retuerce tanto como las restricciones le permiten y gime debajo de mí. Mi lengua se arrastra hasta su vientre, alrededor de su ombligo, lamiéndola. Probándola. Venerándola. Moviéndose hacia abajo a través de su vello púbico a sus dulce clítoris expuesto que está pidiendo el toque de mi lengua. Por aquí y por allá, arremolinándose, bebiendo su aroma, bebiendo su reacción, hasta que la siento temblar debajo de mí.
Oh, no. Todavía no, Ana. Todavía no.
Me detengo y ella jadea su muda decepción.
Me arrodillo entre sus piernas y abro mi bragueta, liberando mi erección. Luego, inclinándome, puedo deshacer suavemente el grillete alrededor de su tobillo izquierdo. Curva su pierna a mí alrededor en una caricia de largas extremidades mientras libero su otro tobillo. Una vez que está libre masajeo y sobro para devolver la vida a sus piernas, desde las pantorrillas hasta los muslos. Se retuerce debajo de mí, levantando sus caderas a un ritmo perfecto con el motete de Tallis, mientras mis pulgares se abren camino hasta sus muslos internos, bañados con su excitación.
Reprimo un gruñido y agarro sus caderas, levantándola de la cama, y en un rápido, áspero movimiento me entierro en su interior.
Joder.
Está resbaladiza y caliente y húmeda y su cuerpo late mí alrededor, en el borde.
No. Demasiado pronto. Demasiado pronto.
Me detengo, sosteniéndome todavía sobre ella y dentro de ella, mientras el sudor gotea de mi frente.
—Por favor —dice en voz alta, y aprieto mi agarre sobre ella mientras sofoco el impulso de moverme y perderme en ella. Cerrando mis ojos, así no puedo verla maravillosamente acostada debajo de mí, me concentro en la música; y una vez que estoy en control de nuevo,
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empiezo a moverme poco a poco. A medida que la intensidad de la pieza coral crece, lentamente aumento mi ritmo, coincidiendo con el poder y el ritmo de la música, acariciando cada apretado centímetro dentro de ella.
Empuña sus manos e inclina su cabeza hacia atrás y gime.
Sí.
—Por favor —suplica entre dientes.
Te escucho, nena.
Acostada boca arriba en la cama, me extiendo sobre ella, apoyando mi peso sobre los codos, y sigo el ritmo, entrando y perdiéndome en ella y la música.
Dulce, valiente Ana.
El sudor se desliza por mi espalda.
Vamos, nena.
Por favor.
Y finalmente explota a mí alrededor, gritando su liberación y empujándome hacia un intenso y exhaustivo clímax donde pierdo todo el sentido. Me dejo caer encima de ella mientras mi mundo cambia y se reorganiza, dejando que la desconocida emoción arremolinándose en mi pecho, me consuma.
Niego con la cabeza, tratando de ahuyentar la ominosa y confusa sensación. Estirándome hacia arriba, agarro el control remoto y apago la música.
No más Tallis.
La música sin duda contribuyó a lo que era casi una experiencia religiosa. Frunzo el ceño, intentando pero fallando en conseguir dominar mis sentimientos. Me deslizo fuera de Ana y me estiro para liberarla de cada esposa.
Suspira mientras flexiona sus dedos, y suavemente le quito la venda de los ojos y los auriculares.
Grandes ojos azules parpadean hacia mí.
—Hola —le susurro.
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—Hola —dice, juguetona y tímida. Su respuesta es una delicia e, inclinándome, planto un tierno beso en sus labios.
—Lo hiciste muy bien. —Mi voz está llena de orgullo.
Ella lo hizo. Lo tomó. Lo tomó todo.
—Date la vuelta.
Sus ojos se abren con alarma.
—Solo te voy a dar un masaje en los hombros.
—Ah, de acuerdo.
Se da la vuelta y se acuesta en la cama con los ojos cerrados. Me siento a horcajadas sobre ella y masajeo sus hombros.
Un placentero estruendo resuena en lo profundo de su garganta.
—¿Qué música era esa? —pregunta.
—Es el motete a cuarenta voces de Thomas Tallis, titulado Spem in alium.
—Ha sido… impresionante.
—Siempre he querido follar al ritmo de esa pieza.
—¿No me diga que también ha sido otra primera vez, señor Grey?
Sonrío.
—En efecto, señorita Steele.
—Bueno, también es la primera vez que yo follo con esa música —dice, su voz traicionando su cansancio.
—Mmm… tú y yo nos estamos estrenando juntos en muchas cosas.
—¿Qué te he dicho en sueños, Chris… eh… señor?
No otra vez. Sácala de su miseria, Grey.
—Me has dicho un montón de cosas, Anastasia. Me has hablado de jaulas y fresas, me has dicho que querías más y que me extrañabas.
—¿Y ya está? —Suena aliviada.
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¿Por qué estaría aliviada?
Me estiro a su lado para poder ver su rostro.
—¿Qué pensabas que habías dicho?
Abre los ojos por un breve momento, y los cierra de nuevo rápidamente.
—Que me parecías feo y arrogante, y que eras un desastre en la cama. —Un ojo azul se entreabre y me mira con recelo.
Oh... está mintiendo.
—Bueno, está claro que todo eso es cierto, pero ahora me tienes intrigado de verdad. ¿Qué es lo que me ocultas, señorita Steele?
—No te oculto nada.
—Anastasia, mientes fatal.
—Pensaba que me ibas a hacer reír después del sexo; esto no está funcionando para mí.
Su respuesta es inesperada, y le doy una sonrisa renuente.
—No sé contar chistes —confieso.
—¡Señor Grey! ¿Una cosa que no sabes hacer? —Me recompensa con una amplia sonrisa contagiosa.
—Los cuento fatal —le digo, como si fuera una insignia de honor.
Se ríe.
—También los cuento fatal.
—Me encanta oírte reír —susurro, y la beso. Pero todavía quiero saber por qué está aliviada—. ¿Me ocultas algo, Anastasia? Voy a tener que torturarte para sonsacártelo.
—¡Ja! —El espacio entre nosotros está lleno de su risa—. Creo que has hecho la suficiente tortura.
Su respuesta borra la sonrisa de mi rostro, y su expresión se suaviza inmediatamente.
—Tal vez voy a dejar que me tortures así de nuevo —dice tímidamente.
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El alivio me recorre.
—Me gustaría mucho eso, señorita Steele.
—Nuestro objetivo es complacer, señor Grey.
—¿Estás bien? —le pregunto, humillado y ansioso a la vez.
—Más que bien. —Me da su sonrisa tímida.
—Eres increíble. —Beso su frente, luego salgo de la cama mientras esa ominosa sensación ondea a través de mí una vez más. Sacudiéndola, abrocho mi bragueta y sostenga mi mano para ayudarla a salir de la cama. Cuando está de pie la pongo en mis brazos y la beso, saboreando su sabor.
—Cama —murmuro, y la llevo a la puerta. No la envuelvo en el albornoz que queda colgando en la clavija, y antes de que pueda protestar la cargo y la llevo a la planta baja a mi dormitorio.
—Estoy tan cansada —murmura una vez que está en mi cama.
—Duerme ahora —le susurro, y la envuelvo en mis brazos. Cierro los ojos, luchando contra la inquietante sensación que surge y llena mi pecho una vez más. Es como la nostalgia y la bienvenida, todo en uno... y es aterrador.


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