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Grey - (5) Viernes, 20 de Mayo de 2011

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Viernes, 20 de Mayo de 2011
He dormido bien por primera vez en cinco días. Tal vez estoy sintiendo el cierre por el que había esperado, ahora que le he enviado esos libros a Anastasia. Mientras me rasuro, el cabrón en el espejo me regresa la mirada con fríos ojos grises.
Mentiroso.
Joder.
De acuerdo. De acuerdo. Estoy esperando que llame. Ella tiene mi número.
La señora Jones levanta la vista cuando entro en la cocina.
—Buenos días, Señor Grey.
—Buenos días, Gail.
—¿Qué le gustaría desayunar?
—Un omelette. Gracias. —Me siento a la mesa de la cocina mientras prepara mi comida y hojeo a través del Wall Street Journal y el New York Times, luego leo cuidadosamente The Seattle Times. Mientras estoy perdido en los periódicos, mi teléfono vibra.
Es Elliot. ¿Qué demonios querrá mi hermano mayor?
—¿Elliot?
—Amigo. Necesito salir de Seattle este fin de semana. Esta chica está toda embelesada con mis genitales y tengo que escaparme.
—¿Tus genitales?
—Sí. Lo sabrías si tuvieras algunos.
Ignoro su burla, y luego un retorcido pensamiento se me ocurre.

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—¿Qué tal hacer senderismo alrededor de Portland? Podríamos ir esta tarde. Quedarnos ahí. Volver el domingo.
—Suena genial. ¿En helicóptero, o quieres conducir?
—Es un helicóptero, Elliot, y nos llevaré en auto. Ven a la oficina a la hora del almuerzo y saldremos.
—Gracias, hermano. Te lo debo. —Elliot cuelga.
Elliot siempre ha tenido problemas para contenerse. Como también lo tienen las mujeres con las que se asocia: quien quiera que sea esta desafortunada chica, es solo una más en una larga, larga línea de sus encuentros casuales.
—Señor Grey. ¿Qué le gustaría que le preparara de comida para este fin de semana?
—Solo prepare algo ligero y déjelo en el refrigerador. Tal vez volveré el domingo.
O tal vez no.
Ella no te dio un segundo vistazo, Grey.
Habiendo gastado una gran parte de mi vida profesional dirigiendo las expectativas de otros, debería ser mejor en dirigir las mías.
~ * ~
Elliot duerme la mayoría del camino hacia Portland. El pobre hijo de puta debe estar frito. Trabajar y follar: esa es la razón de ser de Elliot. Se desparrama en el asiento del pasajero y ronca.
Vaya compañía que será.
Serán más de las tres cuando lleguemos a Portland, así que llamo a Andrea por el manos libres.
—Señor Grey —contesta al segundo timbre.
—¿Puede hacer que entreguen dos bicicletas en el Heathman?
—¿Para qué hora, señor?
—A las tres.
—¿Las bicicletas son para usted y su hermano?
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—Sí.
—¿Su hermano es como de 1,85mt?
—Sí.
—Me pongo en ello de inmediato.
—Excelente. —Cuelgo, luego llamo a Taylor.
—Señor Grey —responde al primer timbre.
—¿A qué hora estarás aquí?
—Me registraré alrededor de las nueve en punto esta noche.
—¿Traerás el R8?
—Será un placer, señor. —Taylor también es un fanático de los autos.
—Bien. —Termino la llamada y enciendo la música. Vamos a ver si Elliot puede dormir con The Verve.
Mientras cruzamos la quinta interestatal, mi emoción incrementa.
¿Ya han sido entregados los libros? Estoy tentado a volver a llamar a Andrea, pero sé que la dejé con una tonelada de trabajo. Además, no quiero darle a mi personal una excusa para chismear. Normalmente no hago este tipo de mierda.
¿Entonces por qué se los enviaste en primer lugar?
Porque quiero verla otra vez.
Pasamos la salida hacia Vancouver y me pregunto si terminó su examen.
—Oye, hombre, ¿en dónde estamos? —deja escapar Elliot.
—Mirad, él despierta —murmuro—. Casi estamos ahí. Vamos a hacer bicicleta de montaña.
—¿Vamos?
—Sí.
—Genial. ¿Recuerdas que papá solía llevarnos?
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—Sí. —Sacudo mi cabeza ante el recuerdo. Mi padre es un erudito, un verdadero hombre renacentista: académico, deportista, cómodo en la ciudad, más cómodo en el buen aire libre. Había recibido con los brazos abiertos tres niños adoptados… y yo soy el que no estuvo a la altura de sus expectativas.
Pero, antes de que llegara a la adolescencia, teníamos un vínculo. Él había sido mi héroe. Solía amar llevarnos de campamento y hacer todas las actividades al aire libre que yo ahora disfruto: navegar, piragüismo, ciclismo, lo hicimos todo.
La pubertad arruinó todo eso para mí.
—Supuse que si llegábamos a media tarde, no tendríamos el tiempo para una excursión.
—Bien pensado.
—Así que, ¿de quién te estás escapando?
—Hombre, soy del tipo ámalas y déjalas. Lo sabes. Sin ataduras. No lo sé, las chicas se enteran de que diriges tu propio negocio y empiezan a tener ideas locas. —Me da una mirada de reojo—. Has tenido la idea correcta al mantener tu polla para ti mismo.
—No creo que estemos discutiendo sobre mi polla, estamos discutiendo sobre la tuya, y quién ha tenido en el afilado final dentro de sí recientemente.
Elliot suelta una risita.
—He perdido la cuenta. De cualquier manera, suficiente de mí. ¿Cómo está el estimulante mundo del comercio y las altas finanzas?
—¿En verdad quieres saber? —Le echo un vistazo.
—Nop —deja salir y me rio ante su apática falta de elocuencia.
—¿Cómo está el negocio? —pregunto.
—¿Estás revisando tus inversiones?
—Siempre. —Es mi trabajo.
—Bueno, rompimos esquemas en el proyecto Spokani Eden la semana pasada y está dentro del plazo, pero bueno, ha pasado solo una semana. —Se encoge de hombros. Debajo de su, en cierto modo,
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casual exterior, mi hermano es un eco-guerrero. Su pasión por la vida sustentable da lugar a algunas intensas conversaciones en las cenas dominicales con la familia, y su último proyecto es un eco-amigable desarrollo de viviendas de bajo costo al norte de Seattle.
—Estoy esperando instalar ese nuevo sistema de aguas grises del que te estaba hablando. Esto significaría que todos los hogares reducirán su gasto de agua y sus facturas un veinticinco por ciento.
—Impresionante.
—Eso espero.
Conducimos en silencio hacia el centro de Portland y justo mientras nos estacionamos dentro del garaje subterráneo en el Heathman —el último lugar donde la vi—, Elliot murmura:
—Sabes que nos vamos a perder el juego de los Mariners esta noche.
—Tal vez puedas tener una noche en frente de la TV. Dale a tu polla un descanso y mira el béisbol.
—Suena como un plan.
~ * ~
Conservar el ritmo con Elliot es un reto. Destroza el camino con la misma jodida temeridad que aplica a la mayoría de las situaciones. Elliot no conoce el miedo, por eso lo admiro. Pero, pedaleando a este ritmo, no tengo oportunidad de apreciar nuestros alrededores. Estoy vagamente consiente de la exuberante vegetación que me pasa parpadeando, pero mis ojos están en el camino, tratando de evadir los baches.
Para el final de la pedaleada, ambos estamos sucios y exhaustos.
—Esa fue la mayor diversión que he tenido con mi ropas puestas en un tiempo —dice Elliot mientras le entregamos nuestras bicicletas al botones en el Heathman.
—Sí —murmuro, y entonces recuerdo sostener a Anastasia cuando la salvé del ciclista. Su calidez, sus pechos presionados contra mí, su esencia invadiendo mis sentidos.
Tenía mi ropa puesta entonces…
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—Sí — murmuro de nuevo.
Revisamos nuestros teléfonos en el ascensor mientras nos dirigimos hacia el último piso.
Tengo correos, un par de textos de Elena preguntando qué haré este fin de semana, pero ninguna llamada perdida de Anastasia. Es justo antes de las siete de la tarde; ya debe haber recibido los libros para este momento. El pensamiento me deprime: he venido todo el camino hacia Portland en una persecución imposible, otra vez.
—Hombre, esa chica me ha llamado cinco veces y me ha enviado cuatro textos. ¿No se da cuenta de lo desesperada que parece? —lloriquea Elliot.
—Tal vez está embarazada.
Elliot palidece y yo rio.
—No es gracioso, pez gordo —refunfuña—. Además, no le conocido tanto tiempo. O tan seguido.
~ * ~
Después de una rápida ducha, me uno a Elliot en su habitación y nos sentamos a ver el resto del juego de los Mariners contra los Padres de San Diego. Ordenamos filete, ensalada, papas fritas y un par de cervezas, y me siento y disfruto el juego en la relajada compañía de Elliot. Me he resignado al hecho de que Anastasia no va a llamar. Los Mariners están a la cabeza y parece que podría ser una paliza.
Decepcionantemente, no lo es, aunque los Mariners ganan 4 a 1.
¡Vamos Mariners! Elliot y yo chocamos las botellas de cerveza.
Mientras el análisis del post juego suena, mi teléfono vibra y el número de la Señorita Steele parpadea en la pantalla.
Es ella.
—¿Anastasia? —No escondo mi sorpresa o mi placer. El fondo es ruidoso y se escucha como que está de fiesta en un bar. Elliot me da un vistazo, así que me levanto del sofá y me alejo del alcance de su oído.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —Está arrastrando sus palabras, y una ola de aprensión se propaga por mi columna vertebral.
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—Anastasia, ¿estás bien? Tienes una voz rara.
—La rara no soy yo, sino tú. —Su tono es acusador.
—Anastasia, ¿has bebido?
Infiernos.¿Con quién está? ¿El fotógrafo? ¿Dónde está su amiga Kate?
—¿A ti que te importa? —Suena malhumorada y beligerante, y sé que está ebria, pero también necesito saber que está bien.
—Tengo curiosidad… ¿dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —Dime. La ansiedad brota en mis entrañas. Es una mujer joven, ebria, en algún lugar de Portland. No está segura.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa? —Presiono el puente de mi nariz con la vana esperanza de que la acción me distraiga de mi temperamento combatiente.
—Ya me las arreglaré.
¿Qué demonios? ¿Conducirá? Le preguntó otra vez en cuál bar está y ella ignora la pregunta.
—¿Por qué me has mandado esos libros, Christian?
—Anastasia ¿dónde estás? Dímero ahora mismo.
¿Cómo va a llegar a casa?
—Eres tan… dominante. —Suelta una risita. En cualquier otra situación, encontraría esto encantador. Pero, justo ahora… quiero mostrarle lo dominante que puedo ser. Me está volviendo loco.
—Ana, contéstame, ¿dónde mierda estás?
Suelta una risita de nuevo. ¡Mierda, se está riendo de mí!
¡Otra vez!
—En Portland… bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
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—Buenas noches, Christian. —La línea muere.
—¡Ana!
¡Me colgó! Me quedo viendo al teléfono con incredulidad. Nunca nadie me ha colgado. ¡Qué mierda!
—¿Cuál es el problema? —me pregunta Elliot desde el sofá.
—He recibido una ―llamada en estado de ebriedad‖. —Lo miro de cerca y su boca cae abierta por la sorpresa.
—¿Tú?
—Sip. —Presiono el botón de devolución de llamada, tratando de contener mi temperamento, y mi ansiedad.
—Hola —dice ella, toda jadeante y tímida, y está en alrededores más tranquilos.
—Voy a buscarte. —Mi voz es ártica mientras lucho con mi enojo y estampo mi teléfono.
—Tengo que ir por esta chica y llevarla a casa. ¿Quieres venir?
Elliot se me queda viendo como si me hubieran crecido tres cabezas.
—¿Tú? ¿Con una chica? Esto lo tengo que ver. —Elliot agarra sus sneakers y comienza a ponérselos.
—Solo tengo que hacer una llamada. —Deambulo por su habitación mientras decido si debería llamar a Barney o a Welch. Barney es el mayor ingeniero en jefe en la división de telecomunicaciones de mi empresa. Es un genio de la tecnología. Pero lo que quiero no es estrictamente legal.
Lo mejor será mantener esto lejos de mi empresa.
Llamo con el marcado rápido a Welch y, dentro de segundos, su áspera voz responde.
—¿Señor Grey?
—En verdad me gustaría saber dónde está Anastasia en este momento.
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—Ya veo. —Se detiene por un momento—. Déjemelo a mí, Señor Grey.
Sé que esto está fuera de la ley, pero ella podría estar metiéndose en problemas.
—Gracias.
—Volveré con usted en unos minutos.
Elliot está frotando sus manos con regodeo, con una estúpida mueca en su cara cuando regreso a la sala de estar.
Oh, por el jodido amor de Dios.
—No me perdería esto por nada en el mundo—dice, alardeando.
—Solo voy a buscar las llaves del auto. Te veré en el garaje en cinco —gruño, ignorando su cara petulante.
~ * ~
El bar está abarrotado, lleno de estudiantes determinados a pasarla bien. Hay algo de basura indie sonando a través del sistema de sonido y la pista de baile está atestada con cuerpos jadeantes.
Me hace sentir viejo.
Ella está aquí en algún lugar.
Elliot me ha seguido a través de la puerta de entrada.
—¿La ves? —grita por encima del ruido. Escaneando la habitación, localizo a Katherine Kavanagh. Está con un grupo de amigos, todos ellos hombres, sentados en un reservado. No hay señal de Ana, pero la mesa está hasta el borde con vasos de chupitos y envases de cerveza.
Bueno, vamos a ver si la Señorita Kavanagh es tan leal a su amiga como Ana lo es con ella.
Me mira con sorpresa cuando llegamos a su mesa.
—Katherine —digo a manera de saludo, y ella me interrumpe antes de que pueda preguntarle por el paradero de Ana.
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—Christian, que sorpresa verte aquí —grita por arriba del ruido. Los tres tipos en la mesa nos contemplan a Elliot y a mí con recelo hostil.
—Estaba en el vecindario.
—¿Y quién es este? —Sonríe bastante más brillantemente a Eliot, interrumpiéndome otra vez. Qué mujer tan exasperante.
—Este es mi hermano Elliot. Elliot, Katherine Kavanagh. ¿Dónde está Ana?
Su sonrisa se amplía hacia Elliot, y estoy sorprendido por la sonrisa que él le da en respuesta.
—Creo que salió por algo de aire fresco —responde Kavanagh, pero no me ve. Solo tiene ojos para el señor ―ámalas y déjalas‖. Bueno, es su funeral.
—¿Afuera? ¿Por dónde? —grito.
—Oh. Por ahí. —Apunta hacia unas puertas dobles en el extremo del bar.
Empujando a través del gentío, hago mi camino hacia la puerta, dejando a tres hombres disgustados y a Kavanagh y a Elliot envueltos en una sonrisa.
Al otro lado de las puertas dobles, hay una fila para el tocador de damas, y más allá de eso una puerta que da hacia el exterior. Es la parte trasera del bar. Irónicamente, se dirige hacia el estacionamiento donde Elliot y yo acabamos de estar.
Caminando hacia afuera, me encuentro a mí mismo en un espacio de reunión adyacente al estacionamiento, un lugar flanqueado por arriates elevados, donde unas cuantas personas están fumando, bebiendo y platicando. Liándose. La localizo.
¡Infiernos! Está con el fotógrafo, creo, aunque es difícil de decir a la débil luz. Está en sus brazos, pero parece estar retorciéndose lejos de él. Él le murmura algo, lo cual no escucho, y la besa, a lo largo de su mandíbula.
—José, no —dice ella, y luego está claro. Está tratando de empujarlo.
Ella no quiere esto.
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Por un momento quiero arrancarle su cabeza. Con mis manos empuñadas a mis costados, marcho hacia ellos.
—Creo que la señorita ha dicho que no. —Mi voz está cargada, fría y siniestra, en relativa calma, mientras lucho para contener mi ira.
Él libera a Ana y ella me entorna los ojos con una expresión aturdida y borracha.
—Grey —dice él, su voz brusca, y toma cada onza de mi autocontrol no destrozar la decepción de su cara.
A Ana le dan arcadas, luego se dobla y vomita en el suelo.
¡Oh, mierda!
—Uf, ¡Dios mío, Ana! —José salta fuera del camino con disgusto.
Pendejo idiota.
Ignorándolo, agarro su cabello y lo sostengo fuera del camino mientras continúa vomitando todo lo que ha tomado esta noche. Es con algo de molestia que noto que, al parecer, ella no ha comido. Con mi brazo alrededor de sus hombros la guío lejos de los curiosos mirones hacia los arriates.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro. —Es más oscuro aquí. Puede vomitar en paz. Ella vomita una y otra vez, sus manos en los ladrillos. Es lamentable. Una vez que su estómago está vacío, continúa con arcadas, largas y secas arcadas.
Chico, lo tiene mal.
Finalmente, su cuerpo se relaja y creo que ha terminado. Liberándola, le doy mi pañuelo, el cual tengo por algún milagro dentro del bolsillo de mi saco.
Gracias, Señora Jones.
Limpiando su boca, se gira y descansa contra los ladrillos, evitando hacer contacto visual porque está avergonzada y apenada. Y aun así, estoy complacido de verla. Se ha ido mi furia hacia el fotógrafo. Estoy deleitado de estar aquíparado en el estacionamiento de un bar para estudiantes en Portland con la Señorita Anastasia Steele.
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Pone su cabeza entre sus manos, se encoge, luego me da un vistazo, todavía mortificada. Girando hacia la puerta, mira con furia sobre mi hombro. Asumo que es hacia su ―amigo.‖
—Bueno… nos vemos adentro —dice José, pero no me giro a sostenerle la mirada y, para mi placer, ella lo ignora también, regresando sus ojos a los míos.
—Lo siento —dice finalmente, mientras sus dedos retuercen el suave lino.
De acuerdo, vamos a divertirnos.
—¿Qué sientes, Anastasia?
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmura.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti. —¿Por qué es tan divertido molestar a esta mujer?—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Anastasia. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?
Quizá tiene un problema con el alcohol. El pensamiento es preocupante, y considero si debería llamar a mi madre para que me recomiende una clínica de desintoxicación.
Ana frunce el ceño por un momento, como si estuviera enojada, esa pequeña ―v‖ se forma entre sus cejas, y suprimo la urgencia de besarla. Pero cuando habla, se escucha contrita.
—No —dice—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita. —Levanta la mirada hacia mí, sus ojos desenfocados, y se balancea un poco. Podría desmayarse así que, sin pensarlo, la levanto en mis brazos.
Es sorprendentemente ligera. Demasiado ligera. El pensamiento me irrita. No hay duda de por qué está ebria.
—Vamos, te llevaré a casa.
—Tengo que decírselo a Kate—dice, mientras su cabeza descansa en mi hombro.
—Puede decírselo mi hermano.
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—¿Qué?
—Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.
—¿Cómo?
—Estaba conmigo cuando me llamaste.
—¿En Seattle?
—No, estoy en el Heathman.
Y mi persecución imposible ha valido la pena.
—¿Cómo me encontraste?
—Rastreé tu teléfono celular, Anastasia. —Me dirijo hacia el auto. Quiero llevarla a casa—. ¿Has traído chaqueta o bolso?
—Este… sí, las dos cosas. Christian, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.
Me detengo y muerdo mi lengua. Kavanagh no estaba preocupada porque ella estuviera aquí afuera con el excesivamente amoroso fotógrafo. Rodríguez. Ese es su nombre. ¿Qué clase de amiga es ella? Las luces del bar iluminan su cara ansiosa.
Por mucho que me duele, la bajo y accedo a llevarla adentro. Tomados de la mano, caminamos de vuelta hacia el bar, deteniéndonos en la mesa de Kate. Uno de los muchachos todavía está sentado ahí, viéndose molesto y abandonado.
—¿Dónde está Kate? —grita Ana por encima del ruido.
—Bailando —dice el tipo, sus ojos oscuros viendo hacia la pista de baile. Ana recoge su chaqueta y bolso y, estirándose, inesperadamente agarra mi brazo.
Me congelo.
Mierda.
Mi ritmo cardíaco se dispara a toda marcha mientras la oscuridad surge, estirándose y tensando sus garras alrededor de mi garganta.
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—Está en la pista de baile —grita, sus palabras haciendo cosquillas a mi oreja, distrayéndome de mi miedo. Y de repente la oscuridad desaparece y el martilleo en mi corazón se detiene.
¿Qué?
Pongo los ojos en blanco para esconder mi confusión y la llevo hacia la barra, ordeno un vaso grande de agua, y se lo paso.
—Bebe.
Viéndome por encima del vaso, toma un vacilante sorbo.
—Bébetela toda —ordeno. Estoy esperando que esto sea suficiente control de daños para evitar un infierno de resaca por la mañana.
¿Qué le pudo haber pasado si yo no hubiera intervenido? Mi humor se hunde.
Y pienso en lo que acaba de sucederme.
Su toque. Mi reacción.
Mi humor se desploma aún más.
Ana se balancea un poco mientras bebe, así que la equilibro con una mano en su hombro. Me gusta la conexión, de mí tocándola. Ella es aceite en mis turbulentas y profundas aguas oscuras.
Hmm… florido, Grey.
Termina su bebida y, recuperando el vaso, lo coloco en la barra.
De acuerdo. Quiere hablar con su supuesta amiga. Inspecciono la abarrotada pista de baile, incómodo ante el pensamiento de todos esos cuerpos presionándose contra mí mientras forcejeamos para pasar.
Endureciéndome, agarro su mano y la dirijo hacia la pista de baile. Ella duda, pero si quiere hablar con su amiga, solo hay una manera; va a tener que bailar conmigo. Una vez que Elliot se pone en onda, no hay manera de detenerlo; vaya que tendrá una noche tranquila.
Con un tirón, ella está en mis brazos.
Esto lo puedo manejar. Cuando sé que va a tocarme, está bien. Puedo lidiar con ello, especialmente porque estoy usando mi saco. Nos
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balanceo a través de la multitud hacia donde Elliot y Kate están haciendo un espectáculo de ellos mismos.
Todavía bailando, Elliot se inclina hacia mí en un semi contoneo cuando estamos junto a él y nos estudia con una mirada de incredulidad.
—Voy a llevar a Ana a casa. Díselo a Kate —grito en su oído.
Él asiente y hala a Kavanagh hacia sus brazos.
Correcto. Déjame llevar a la ebria Señorita Ratón de Biblioteca a casa pero, por alguna razón, parece reacia a irse. Está observando a Kavanagh con preocupación. Cuando salimos de la pista de baile, mira de vuelta hacia Kate, luego hacia mí, balanceándose y un poco aturdida.
—¡Joder! —Por algún milagro, la atrapo mientras se desmaya en medio del bar. Estoy tentado a tirarla sobre mi hombro, pero sería demasiado sospechoso, así que la levanto otra vez, acunándola contra mi pecho, y la llevo afuera hacia el auto.
—Cristo —murmuro mientras pesco las llaves fuera de mis jeans y al mismo tiempo la sostengo. Extraordinariamente, consigo meterla en el asiento de enfrente y le abrocho el cinturón.
—Ana. —Le doy una pequeña sacudida, porque está preocupantemente tranquila—. ¡Ana!
Murmura algo incoherente y sé que aún está consciente. Sé que debería llevarla a casa, pero es un largo viaje hasta Vancouver, y no sé si va a enfermarse de nuevo. No me emociona la idea de que mi Audi apeste a vómito. El olor emanando de su ropa ya es evidente.
Me dirijo hacia el Heathman, diciéndome que lo estoy haciendo por su bien.
Sí, síguete diciendo eso, Grey.
~ * ~
Duerme en mis brazos mientras viajamos en el ascensor desde el garaje. Necesito sacarla de sus jeans y zapatos. La pestilencia viciada de vómito invade el espacio. En serio quisiera darle un baño, pero eso sería pasarse de los límites del decoro.
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¿Y esto no lo es?
En mi habitación, dejo su bolso en el sofá, luego la cargo hacia el dormitorio y la acuesto en la cama. Murmura otra vez, pero no se despierta.
Rápidamente, remuevo sus zapatos y calcetines y los pongo en la bolsa de plástico de lavandería proveída por el hotel. Luego, desabrocho sus vaqueros y se los quito, revisando sus bolsillos antes de meter los jeans en la bolsa de lavandería. Se cae de vuelta en la cama, desparramada como una estrella de mar, toda brazos y piernas pálidos, y por un momento imagino esas piernas envueltas alrededor de mi cintura mientras sus muñecas están atadas a mi cruz de San Andrés. Hay un raspón desvanecido en su rodilla y me pregunto si es de la caída que se dio en mi oficina.
Ella ha estado marcada desde entonces… como yo.
La siento y abre sus ojos.
—Hola, Ana —susurro, mientras le quito su chaqueta lentamente sin nada de cooperación de su parte.
—Grey. Labios —murmura.
—Sí, cariño. —La acomodo sobre la cama. Cierra sus ojos otra vez y gira hacia su costado, pero esta vez se hace bolita, viéndose pequeña y vulnerable. Jalo las cobijas sobre ella y planto un beso en su cabello. Ahora que su ropa sucia se ha ido, un rastro de su esencia ha reaparecido. Manzanas, otoño, frescura, delicioso… Ana. Sus labios están separados, pestañas abanicando sobre sus pálidas mejillas, y su piel se ve impecable. Un toque más es todo lo que me permito mientras acaricio su mejilla con el dorso de mi dedo índice.
—Duerme bien —murmuro, y luego me dirijo hacia la sala para completar la lista de la lavandería. Cuando está hecha, coloco la ofensiva bolsa fuera de mi habitación para que el contenido sea recolectado y lavado.
Antes de revisar mi correo electrónico, le envío un texto a Welch, pidiéndole ver si José Rodríguez tiene algún antecedente penal. Estoy curioso. Quiero saber si caza muchachas ebrias. Luego, abordo el problema de la ropa para la Señorita Steele: envío un rápido correo electrónico a Taylor.
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De: Christian Grey.
Asunto: Señorita Anastasia Steele.
Fecha: 20 de mayo de 2011 23:46
Para: J B Taylor
Buenos días,
¿Puedes, por favor, encontrar los siguientes artículos para la Señorita Steele y enviarlos a mi habitación habitual antes de las diez cde la mañana?
Jeans: mezclilla azul. Talla 4
Blusa: azul. Bonita. Talla 4
Converse: negros talla 7
Calcetines: talla 7
Lencería: ropa interior, talla pequeña. Brasier estimado 34C.
Gracias.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Una vez que ha desaparecido de mi buzón de salida, le envío un texto a Elliot.
Ana está conmigo. Si todavía estás con Kate, dile.
Él me manda un texto de vuelta.
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Lo haré. Espero que eches un polvo.
En seeeeeeeerio lo necesitas. ;)
Su respuesta me hace resoplar.
Yo también lo espero, Elliot. Yo también.
Abro mi correo electrónico del trabajo y empiezo a leer.


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