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Grey - (7) Domingo, 22 de Mayo de 2011

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Domingo, 22 de Mayo de 2011

Me despierto con un sobresalto y un penetrante sentido de culpa, como si hubiese cometido un terrible pecado.
¿Es porque me he follado a Anastasia Steele? ¿Virgen?
Ella está acurrucada, dormida a mi lado. Compruebo la alarma de radio: son pasadas las tres de la mañana. Ana duerme el sueño profundo de una inocente. Bueno, no tan inocente ahora. Mi cuerpo se agita a medida que la observo.
Podría despertarla.
Follarla de nuevo.
Definitivamente hay algunas ventajas en tenerla en mi cama.
Grey. Detén este sinsentido.
Follarla fue simplemente un medio paraun fin, y una distracción placentera.
Sí. Muy placentera.
Más como increíble.
Solo fue sexo, joder.
Cierro mis ojos en lo que probablemente será un fútil intento por dormir. Pero la habitación está demasiado llena de Ana: su aroma, el sonido de su respiración suave, y el recuerdo de mi primer polvo vainilla. Visiones de su cabeza arrojada hacia atrás con pasión, de ella gritando una versión apenas reconocible de mi nombre, y su desenfrenado entusiasmo por perder la virginidad me abruma.
La Señorita Steele es una criatura carnal.
Será una dicha entrenarla.

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Mi polla se sacude en acuerdo.
Mierda.
No puedo dormir, a pesar de que esta noche no son pesadillas las que me mantienen despierto, es la pequeña Señorita Steele. Saliendo de la cama, recojo los condones usados del suelo, los ato, y los tiro en el bote de basura. De la cómoda, saco un par de pantalones de pijama y los arrastro. Con una mirada persistente en la mujer tentadora en mi cama, me aventuro en la cocina. Estoy sediento.
Una vez que he tomado mi vaso de agua, hago lo que siempre hago cuando no puedo dormir… compruebo mi correo electrónico en mi estudio. Taylor ha vuelto y está preguntando si puede bajar a Charlie Tango. Stephan debe de estar dormido arriba. Le envío un correo en respuesta con un ―sí‖, aunque a estas horas de la noche, es un hecho.
De vuelta en la sala, me siento en mi piano. Este es mi consuelo, donde puedo perderme a mí mismo durante horas. He sido capaz de tocar bien desde que tenía nueve, pero no fue hasta que tuve mi propio piano, mi propio lugar, que realmente se convirtió en mi pasión. Cuando quiero olvidar todo, esto es lo que hago. Y, ahora mismo, no quiero pensar acerca de habérmele propuesto a una virgen, haberla follado, o revelar mi estilo de vida a alguien sin experiencia. Con mis manos en las teclas, empiezo a tocar y me pierdo a mí mismo en la soledad de Bach.
Un movimiento me distrae de la música, y cuando levanto la mirada Ana está de pie al lado del piano. Envuelta en un edredón, su cabello salvaje y rizándose por su espalda, los ojos luminosos, se ve maravillosa.
—Perdona —dice—. No quería molestarte.
¿Por qué se está disculpando?
—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón. —Toco las últimas notas y me levantó—. Deberías estar en la cama —la riño.
—Un tema muy hermoso. ¿Bach?
—La transcripción es de Bach, pero originalmente es un concierto para oboe de Alessandro Marcello.
—Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.
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¿Melancólica? No sería la primera vez que alguien ha usado esa palabra para describirme.
—¿Puedo hablar libremente? Amo. —Leila está arrodillada a mi lado mientras trabajo.
—Puedes.
—Amo, está muy melancólico hoy.
—¿Lo estoy?
—Sí, Amo. ¿Hay algo que le gustaría que hiciera…?
Me sacudo el recuerdo. Ana debería estar en la cama. Se lo digo de nuevo.
—Me desperté y no estabas.
—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie. —Le he dicho esto, ¿y por qué me estoy justificando? Envuelvo mi brazo alrededor de sus hombros desnudos, disfrutando la sensación de su piel, y la guío de regreso al dormitorio.
—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.
—A los seis años. —Soy abrupto.
—Oh —dice. Creo que ha captado la indirecta… no quiero hablar sobre mi niñez.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto mientras enciendo la luz de la mesita de noche.
—Estoy bien.
Hay sangre en mis sábanas. Su sangre. Evidencia de su virginidad ahora ausente. Sus ojos se lanzan de las manchas a mí y aparta la mirada, avergonzada.
—Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar.
Parece mortificada.
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Es solo tu cuerpo, cariño. Agarro su barbilla e inclino su cabeza hacia atrás para poder ver su expresión. Estoy a punto de darle un sermón corto acerca de cómo no debe estar avergonzada de su cuerpo, cuando se estira para tocar mi pecho.
Joder.
Doy un paso fuera de su alcance a medida que emerge la oscuridad.
No. No me toques.
—Métete en la cama —ordeno, un poco más brusco de lo que había pretendido, pero espero que no detecte mi miedo. Sus ojos se ensanchan con confusión y tal vez lastimada.
Maldición.
—Me acostaré contigo —agrego, como una ofrenda de paz, y de la cómoda, saco una camiseta y me deslizo en ella rápidamente, por protección.
Todavía está de pie, mirándome.
—A la cama —ordeno más enérgicamente. Se apresura a mi cama y se acuesta y yo trepo detrás de ella, doblándola en mis brazos. Entierro el rostro en su cabello e inhalo su dulce aroma: otoño y manzanos. Mirando en la otra dirección, no puede tocarme, y mientras me acuesto ahí decido hacer cucharita con ella hasta que se duerma. Luego me levantaré y haré algo de trabajo.
—Duerme, dulce Anastasia. —Beso su cabello y cierro los ojos. Su aroma llena mis fosas nasales, recordándome de un tiempo feliz y dejándome repleto… contento, incluso…
Mami está feliz hoy. Está cantando.
Cantando acerca de qué tiene el amor que ver con ello.
Y cocinando. Y cantando.
Mi barriguita gruñe. Está cocinando tocino y waffles.
Huelen bien. A mi barriguita le gusta el tocino y los waffles.
Huelen tan bien.
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Abriendo los ojos, la luz está filtrándose a través de las ventanas y hay un aroma delicioso viniendo de la cocina. Tocino. Estoy momentáneamente confundido. ¿Volvió Gail de la casa de su hermana?
Entonces recuerdo.
Ana.
Un vistazo al reloj me dice que es tarde. Salto fuera de la cama y sigo mi nariz hasta la cocina.
Ahí está Ana. Está usando mi camisa, su cabello trenzado, bailando con algo de música. No puedo escucharla. Está usando audífonos. Sin ser observado, tomo un asiento en la encimera de la cocina y observo el espectáculo. Está batiendo huevos, haciendo desayuno, sus trenzas rebotando mientras se sacude de un pie al otro, y me doy cuenta que no está usando ropa interior.
Buena chica.
Tiene que ser una de las mujeres más descoordinadas que he visto alguna vez. Es divertido, encantador, y extrañamente excitante al mismo tiempo; pienso en todas las maneras en que puedo mejorar su coordinación. Cuando se gira y me ve, se congela.
—Buenos días, señorita Steele. Está muy… activa esta mañana. —Se ve incluso más joven con sus trenzas.
—He… He dormido bien —tartamudea.
—No imagino por qué —digo sarcásticamente, admitiéndome que yo también lo hice también. Es después de las nueve. ¿Cuándo fue la última vez que dormí más allá de las seis treinta?
Ayer.
Después de que había dormido con ella.
—¿Tienes hambre?
—Mucha. —Y no estoy seguro de si es por desayuno, o por ella.
—¿Tortitas, tocino y huevos?
—Suena muy bien.
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—No sé dónde están los manteles individuales —dice, pareciendo perdida, y creo que está avergonzada, porque la atrapé bailando. Apiadándome de ella, le ofrezco poner los platos para el desayuno y añado:
—¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?
Sus mejillas se sonrojan y baja la vista al piso.
Demonios. La he molestado.
—Por favor, no te detengas por mí. Es muy entretenido.
Con un puchero, gira su espalda hacia mí y continúa batiendo los huevos con entusiasmo. Me pregunto si tiene alguna idea de lo irrespetuoso que es esto para alguien como yo… pero, por supuesto no lo sabe, y por alguna razón incomprensible me hace sonreír. Deslizándome sigilosamente hacia ella, tiro de una de sus trenzas suavemente.
—Me encantan. No te protegerán.
No de mí. No ahora que te he tenido.
—¿Cómo quieres tus huevos? —Su tono es inesperadamente altivo. Y quiero carcajearme, pero me resisto.
—Completamente batidos —respondo, tratando y fallando en sonar inexpresivo. Ella intenta esconder su diversión también, y continúa con su tarea.
Su sonrisa es fascinante.
Precipitadamente, coloco los manteles, preguntándome cuando fue la última vez que hice esto por alguien más.
Nunca.
Normalmente, durante el fin de semana mi sumisa se hace cargo de todas las tareas domésticas.
No hoy, Grey, porque ella no es tu sumisa… aún.
Nos sirvo jugo de naranja a los dos y enciendo el café. Ella no bebe café, solo té.
—¿Quieres un té?
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—Sí, por favor. Si tienes.
En la alacena, encuentro las bolsas de té Twinings que le había pedido comprar a Gail.
Bueno, bueno, ¿quién habría pensado que alguna vez llegaría a usarlas?
Frunce el ceño cuando las ve.
—El final estaba cantado, ¿no?
—¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele —respondo con una mirada severa.
Y no hables de ti así.
Agrego su auto-desprecio a la lista de comportamientos que necesitarán modificaciones.
Evita mi mirada, ocupándose en servir el desayuno. Dos platos son colocados en los manteles, luego va por el jarabe de maple del refrigerador.
Cuando levanta la vista hacia mí, estoy esperando que se siente.
—Señorita Steele. —Indico dónde se debería sentar.
—Señor Grey —responde, con formalidad artificial, y hace una mueca de dolor cuando se sienta.
—¿Estás muy dolorida? —Soy sorprendido por una inquieta sensación de culpa. Quiero follarla de nuevo, preferiblemente después del desayuno, pero si está demasiado adolorida eso estará fuera de cuestión. Tal vez podría usar su boca esta vez.
Los colores en su rostro se alzan.
—Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo —dice agriamente—. ¿Querías ofrecerme tu compasión? —Su tono sarcástico me toma por sorpresa. Si fuera mía, le ganaría unos azotes por lo menos, tal vez sobre la encimera de la cocina.
—No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.
—Oh. —Se sobresalta.
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Sí, Ana, podemos tener sexo durante el día también. Y me gustaría llenar esa inteligente boca tuya.
Tomo un bocado de mi desayuno y cierro los ojos en apreciación. Sabe impresionantemente bien. Cuando trago, todavía está mirándome.
—Come, Anastasia —ordeno—. Por cierto, esto está buenísimo.
Puede cocinar, y bien.
Ana toma un bocado de su comida, luego empuja su desayuno alrededor de su plato. Le pido que deje de morderse el labio.
—Es muy distractor, y resulta que me he dado cuenta que no llevas nada debajo de mi camisa.
Juega con su bolsa de té y la tetera, ignorando mi irritación.
—¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? —pregunta.
Ella siempre está curiosa… veamos que tan lejos irá.
—Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.
Balbucea en su taza de té.
Demonios. No quiero asfixiar a la chica. Suavemente, la golpeo en la espalda y le entrego un vaso de jugo de naranja.
—Si quieres quedarte, claro. —No debería presionar a mi suerte.
—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.
—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?
—A las nueve.
—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.
¿Qué? ¿Quiero que se quede?
Es una sorpresa para mí.
Sí, quiero que se quede.
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—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.
—Podemos conseguirte algo aquí.
Sacude su cabello y mordisquea nerviosamente su labio… otra vez.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Tengo que volver a casa esta noche.
Chico, es obstinada. No quiero que se vaya, pero a esta altura, sin un acuerdo, no puedo insistir que se quede.
—De acuerdo, esta noche. Ahora cómete tu desayuno.
Examina su comida.
—Come, Anastasia. No comiste nada anoche.
—Realmente no tengo tanta hambre —dice.
Bueno, esto es frustrante.
—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno. —Mi voz es grave.
—¿Qué problema tienes con la comida? —espeta.
Oh, nena, realmente no quieres saber.
—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come. —La miro fijamente. No me presiones en esto, Ana. Me da una mirada testaruda y empieza a comer.
Mientras la observo colocar un bocado de huevos en su boca, me relajo. Es bastante desafiante en su propia manera. Y es única. Nunca he lidiado con esto. Sí. Eso es. Ella es una novedad. Esa es la fascinación… ¿Cierto?
Cuando termina su comida, tomo su plato.
—Tú cocinaste, yo limpiaré.
—Muy democrático —dice, arqueando una ceja.
—Sí. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe, tomaremos un baño.
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Y puedo poner a prueba sus habilidades orales. Tomo una respiración repentina para controlar mi excitación instantánea ante el pensamiento.
Demonios.
Su teléfono timbra y ella deambula al extremo de la habitación, concentrada en la conversación. Me detengo cerca del fregadero y la observo. A medida que se detiene contra la pared de cristal, la luz matinal contornea su cuerpo en mi camisa blanca. Mi boca se seca. Es esbelta, con largas piernas, pechos perfectos, y un trasero perfecto.
Todavía en su llamada, se gira hacia mí y yo pretendo que mi atención está en otra parte. Por alguna razón no quiero que me atrape comiéndomela con los ojos.
¿Quién está en el teléfono?
Escucho mencionar el nombre de Kavanagh y me tenso. ¿Qué está diciendo? Nuestros ojos se entrelazan.
¿Qué estás diciendo, Ana?
Se da la vuelta y un momento después cuelga, luego camina de regreso a mí, sus caderas meciéndose en un ritmo suave y seductor debajo de mi cabeza. ¿Debería decirle lo que puedo ver?
—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —pregunta, deteniéndome en seco mientras cerraba el armario de la despensa.
—¿Por qué? —¿A dónde está yendo con esto? ¿Qué le ha dicho a Kavanagh?
Toma una respiración profunda.
—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes, sobre sexo. Y me gustaría comentarlas con Kate.
—Puedes comentarlas conmigo.
—Christian, con todo el respeto… —Se detiene.
¿Está avergonzada?
—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del Cuarto Rojo del Dolor —dice en un apuro.
—¿Cuarto Rojo del Dolor?
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¿Qué demonios?
—Se trata sobre todo de placer, Anastasia. Créeme. Y además, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.
No quiero que Elliot sepa nada de mi vida sexual. Nunca me dejaría en paz.
—¿Sabe algo tu familia de tus… uhm, preferencias?
—No. No son asunto suyo.
Está muriendo por preguntar algo.
—¿Qué quieres saber? —pregunto, parándome enfrente de ella, escudriñando su rostro.
¿Qué es, Ana?
—De momento, nada en concreto —susurra.
—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche. —Mi respiración se hace superficial mientras espero por su respuesta. Todo nuestro acuerdo podría pender de su respuesta.
—Bien —dice, y me da una suave sonrisa sexy.
Es lo que quiero escuchar.
—Para mí también. Nunca había echado un polvo vainilla. Y no ha estado nada mal. Aunque, quizá es porque ha sido contigo.
Su sorpresa y placer ante mis palabras son obvios. Acaricio su regordete labio inferior con mi pulgar. Estoy ansioso por tocarla… de nuevo.
—Ven, vamos a bañarnos. —La beso y la llevo al baño.
—Quédate aquí —ordeno, girando la llave del agua, luego añado aceite aromático al agua humeante. La bañera se llena rápidamente mientras me observa. Normalmente, esperaría que cualquier mujer con la que estuviera a punto de bañarme, bajara sus ojos con modestia.
Pero no Ana.
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Ella no baja su mirada, y sus ojos brillan con anticipación y curiosidad. Pero tiene los brazos envueltos alrededor de sí; es tímida.
Es excitante.
Y pensar que nunca se ha bañado con un hombre.
Puedo reclamar otra primera vez.
Cuando la bañera está llena, me saco mi camiseta y sostengo mi mano.
—Señorita Steele.
Ella acepta mi invitación y da un paso dentro de la bañera.
—Gírate y mírame —le instruyo—. Sé que ese labio es delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás adolorida, ¿de acuerdo?
Inhala agudamente, liberando su labio.
—Eso es. ¿Lo has entendido?
Todavía de pie, me da un asentimiento enfático.
—Bien. —Aún está usando mi camisa y tomo el iPod del bolsillo de la camisa y lo coloco cerca del lavamanos—. El agua y el iPod… no son una combinación muy inteligente. —Agarro el dobladillo y se la quito. Inmediatamente baja su cabeza cuando doy un paso atrás para admirarla.
—Oye. —Mi voz es amable y la alienta a alzar la vista hacia mí—. Anastasia eres una mujer muy hermosa, el paquete completo. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer contemplarte. —Sosteniendo su barbilla, inclino su cabeza hacia atrás.
No te escondas de mí, nena.
—Ya puedes sentarte.
Se sienta con prisa indecente y hace una mueca a medida que su cuerpo adolorido golpea el agua.
De acuerdo…
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Cierra sus ojos con fuerza mientras se recuesta, pero cuando los abre, se ve más relajada.
—¿Por qué no te unes? —pregunta con una sonrisa tímida.
—Creo que lo haré. Muévete hacia adelante. —Desnudándome, trepo detrás de ella, la atraigo hacia mi pecho, y coloco mis piernas alrededor de las suyas, mis pies sobre sus tobillos, y luego separo sus piernas.
Se menea contra mí, pero ignoro su movimiento y entierro mi nariz en su cabello.
—Hueles tan bien, Anastasia —susurro.
Se tranquiliza y agarro el gel de baño del estante a nuestro lado. Exprimiendo un poco en mi mano, trabajo en el jabón hasta que se hace espuma y empiezo a masajear su cuello y hombros. Ella gime a medida que su cabeza cae hacia un lado bajo mi tierna atención.
—¿Te gusta eso? —pregunto.
—Mmm —canturrea con satisfacción.
Lavo sus brazos y sus axilas, entonces alcanzo mi meta principal: sus pechos.
Señor, la sensación de ella.
Tiene pechos perfectos. Los amaso y los atormento. Ella gime y flexiona sus caderas y su respiración se acelera. Está excitada. Mi cuerpo responde a su vez, creciendo debajo de ella.
Mis manos rozan sobre su torso y su abdomen hacia mi segunda meta. Antes de alcanzar su vello púbico me detengo y agarro un paño. Exprimiendo algo de jabón en el paño, empiezo el lento proceso de lavarla entre las piernas. Suave, lento pero seguro, frotando, lavando, limpiando, estimulando. Empieza a jadear y sus caderas se mueven en sincronización con mi mano. Su cabeza descansando contra mi hombro, sus ojos cerrados, su boca abierta en un gemido silencioso mientras se rinde a mis dedos implacables.
—Siéntelo, nena. —Paso mis dientes a lo largo del lóbulo de su oreja—. Siéntelo para mí.
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—Oh, por favor —gimotea, y trata de enderezar sus piernas, pero las tengo aprisionadas debajo de mí.
Suficiente.
Ahora que está toda llena de espuma, estoy listo para proceder.
—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —anuncio, y alejo mis manos de ella.
—¿Por qué te detienes? —protesta, sus ojos revoloteando abiertos, revelando frustración y decepción.
—Porque tengo otros planes para ti, Anastasia.
Ella está jadeando y, si no me equivoco, haciendo pucheros.
Bien.
—Gírate. Necesito lavarme también.
Ella lo hace, su cara sonrojada, sus ojos brillantes, sus pupilas dilatadas.
Alzando mis caderas, tomo mi polla.
—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le tengo mucho cariño.
Su boca cae abierta mientras mira de mi pene a mi cara… y de regreso. No puedo evitar mi sonrisa malvada. Su cara es una imagen de una modesta indignación.
Pero, mientras mira, su expresión cambia. Primero pensativa, después evaluativa, y cuando sus ojos se encuentran con los míos, el reto en ellos es claro.
Oh, adelante, señorita Steele.
Su sonrisa es una de deleite mientras se estira por el jabón de cuerpo. Tomándose su dulce tiempo, esparce algo de jabón en la palma de su mano y, sin quitar sus ojos de los míos, restriega sus manos juntas. Sus labios se abren y ella muerde su labio inferior, pasando su lengua a través de las pequeñas marcas que dejaron sus dientes.
¡Ana Steele, seductora!
Página 150
Mi polla responde en apreciación, endureciéndose más. Estirándose hacia adelante, me toma, su mano cerrándose alrededor de mí. Mi aliento silba entre mis dientes apretados y cierro los ojos, saboreando el momento.
Aquí, no me importa ser tocado.
No, no me importa para nada… Colocando mi mano sobre la suya, le enseño qué hacer.
—Así. —Mi voz es ronca mientras la guío. Ella aprieta su agarre a mí alrededor y su mano se mueve de arriba hacia abajo sobre mí.
Oh, sí.
—Así es. Muy bien, nena.
La suelto y la dejo continuar, cerrando los ojos y rindiéndome ante el ritmo que ha marcado.
Oh, Dios.
¿Qué tiene su inexperiencia que es tan excitante? ¿Es que estoy disfrutando todas sus primeras veces?
De pronto, me atrae a su boca, succionando duro, su lengua torturándome.
Joder.
—Vaya… Ana.
Ella succiona más duro, sus ojos iluminados con astucia femenina. Esta es su venganza, su ojo por ojo. Se ve maravillosa.
—Cristo —gruño, y cierro los ojos, así no me voy a venir inmediatamente. Ella continúa su dulce tortura, y mientras su confianza crece, flexiono mis caderas empujándome más profundo en su boca.
¿Qué tan lejos puedo ir, nena?
Verla es estimulante, tan estimulante. Tomo su cabello y comienzo a trabajar su boca mientras ella se sostiene con sus manos en mis muslos.
—Oh… nena… es fantástico.
Página 151
Ella coloca sus dientes detrás de sus labios y me empuja hacia su boca una vez más.
—¡Ah! —gimo, y me pregunto qué tan profundo me dejará ir. Su boca me atormenta, sus dientes protegidos succionando duro. Y quiero más. —Dios, ¿has dónde puedes llegar?
Sus ojos encuentran los míos y frunce el ceño. Entonces, con una mirada de determinación, se desliza hacia abajo hasta que golpeo la parte trasera de su garganta.
Joder.
—Anastasia, me voy a venir en tu boca. —La prevengo, sin aliento—. Si no quieres que lo haga, detente ahora. —Me entierro en ella una y otra vez, viendo mi polla desaparecer y reaparecer de su boca. Es más allá de lo erótico. Estoy tan cerca. De pronto, desnuda sus dientes, apretándome gentilmente, y estoy desecho, eyaculando en la parte trasera de su garganta, gritando de placer.
Joder.
Mi respiración es laboriosa. Ella me desarmó completamente… ¡De nuevo!
Cuando abro mis ojos, está brillando con orgullo.
Y debería. Eso fue un infierno de mamada.
—¿No tienes náuseas? —Me maravillo de ella mientras recupero mi respiración. —Dios, Ana… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme. —La elogio por un trabajo bien hecho.
Espera, eso fue demasiado bueno, tal vez tiene algo de experiencia después de todo.
—¿Lo habías hecho antes? —pregunto, y no estoy seguro de querer saber.
—No —dice con evidente orgullo.
—Bien. —Espero que mi alivio no sea demasiado obvio—. Entonces, otra novedad, Señorita Steele. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama. Te debo un orgasmo.
Página 152
Salgo de la bañera algo mareado y enredo una toalla alrededor de mi cintura. Tomando otra, la alzo y la ayudo a salir de la bañera, enredándola en ella,de modo que está atrapada. La sostengo contra mí, besándola, realmente besándola. Explorando su boca con mi lengua.
Saboreo mi eyaculación en su boca. Agarrando su cabeza, profundizo el beso.
La quiero.
A toda ella.
Su cuerpo y su alma.
Quiero que sea mía.
Mirando hacia sus perplejos ojos, le imploro.
—Dime que sí.
—¿A qué? —susurra.
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, Ana. —Y es lo más cercano que he estado a rogar en un largo tiempo. La beso de nuevo, vertiendo mi fervor en mi beso. Cuando tomo su mano, se ve deslumbrada.
Deslúmbrala mucho más, Grey.
En mi habitación, la suelto.
—¿Confías en mí? —pregunto.
Ella asiente.
—Buena chica.
Buena. Hermosa. Chica.
Me dirijo a mi closet para tomar una de mis corbatas. Cuando estoy de regreso frente a ella, tomo su toalla y la dejo caer al suelo.
—Junta las manos por delante.
Ella lame sus labios en lo que creo que es un momento de inseguridad, entonces estira sus manos. Rápidamente, ato sus muñecas con la corbata. Pruebo el nudo. Sí. Es seguro.
Página 153
Hora de más entrenamiento, Señorita Steele.
Sus labios se abren mientras inhala… está excitada.
Gentilmente jalo sus dos coletas.
—Pareces muy joven con estas trenzas. —Pero no me van a detener. Dejo caer mi toalla—. Oh, Anastasia, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo la parte superior de sus brazos y la empujo gentilmente hacia la cama, manteniendo mi agarre en ella para que no se caiga. Una vez que está recostada, me acuesto a su lado, coloco sus manos y las alzo sobre su cabeza—. Deja las manos así. No las muevas. ¿Entendido?
Ella traga.
—Contéstame.
—No moveré las manos —dice, su voz es ronca.
—Buena chica. —No puedo evitar sonreír. Ella descansa a mi lado, con las muñecas atadas. Indefensa. Mía.
No del todo que ver con lo que quería, aún, pero estamos llegando ahí.
Inclinándome, la beso ligeramente y le dejo saber que la besaré por completo.
Ella suspira mientras mis labios se mueven de la base de su oreja hacia abajo, hasta el hueco en la parte inferior de su cuello. Soy recompensado con un gemido apreciativo. Abruptamente, baja sus brazos para que puedan cerrarse alrededor de mi cuello.
No. No. No. Esto no pasará, señorita Steele.
Mirándola, los coloco firmemente de regreso arriba de su cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar.
—Quiero tocarte —susurra.
—Lo sé. —Pero no puedes—. Pero deja las manos quietas.
Sus labios están entreabiertos y su pecho está agitado con rápidas respiraciones. Está encendida.
Página 154
Bien.
Tomando su barbilla, comienzo a besar mi camino por su cuerpo. Mi mano pasa sobre sus pechos, mis labios en una búsqueda caliente. Con una mano en su vientre, sosteniéndola en su lugar, rindo homenaje a cada uno de sus pezones, succionándolos y pellizcándolos gentilmente, deleitándome cuando se endurecen en respuesta.
Ella maúlla y sus caderas comienzan a moverse.
—No te muevas —le advierto contra su piel. Coloco besos sobre su vientre, donde mi lengua explora el sabor y la profundidad de su ombligo.
—Ah —gime y se retuerce.
Tendré que enseñarle a mantenerse quieta.
Mis dedos rozan su piel.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele. —Pellizco gentilmente el camino entre su ombligo y su vello púbico, entonces me siento entre sus piernas. Tomando sus tobillos, estiro sus largas piernas. Así, desnuda, vulnerable, es una gloriosa vista. Tomando su pie izquierdo, doblo su rodilla y alzo sus dedos hacia mis labios, viendo su cara mientras lo hago. Beso cada dedo, entonces muerdo la suave almohadilla de cada uno.
Sus ojos son amplios y su boca está abierta, moviéndose alternativamente entre una pequeña a una gran O. Cuando muerdo la almohadilla de su dedo pequeño un poco más duro, su pelvis se flexiona y gime. Paso mi lengua sobre su empeine hacia su tobillo. Ella aprieta sus ojos, su cabeza moviéndose de un lado a otro, mientras continúo atormentándola.
—Oh, por favor —suplica cuando succiono y muerdo su dedo pequeño.
—Lo mejor para usted, señorita Steele —bromeo.
Cuando llego a su rodilla, no me detengo sino que continúo, lamiendo, succionando y mordiendo hacia el interior de su muslo, abriendo sus piernas más ampliamente mientras lo hago.
Ella tiembla en sorpresa, anticipando mi lengua en el vértice de sus muslos.
Página 155
Oh, no… todavía no, señorita Steele.
Regreso mi atención a su pierna izquierda, besando y pellizcando desde la parte de arriba de su rodillas hasta el interior de su muslo.
Ella se tensa cuando finalmente caigo entre sus piernas. Pero mantiene sus brazos alzados.
Buena chica.
Gentilmente, paso mi nariz de arriba hacia abajo por su vulva.
Se retuerce debajo de mí.
Me detengo. Tiene que aprender a mantenerse quieta.
Alza su cabeza pasa mirarme.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —Manteniendo su mirada con la mía, empujo mi nariz en su vello púbico e inhalo profundamente. Su cabeza cae hacia atrás en la cama y gime.
Soplo gentilmente arriba y abajo sobre su vello púbico.
—Me gusta —murmuro. Ha pasado un largo tiempo desde que he visto vello púbico tan cerca y personalmente como éste. Lo jalo suavemente—. Quizás lo conservaremos.
A pesar de que no es bueno para el juego de cera…
—Oh, por favor —suplica.
—Mmm… me gusta que me supliques, Anastasia.
Ella gime.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele —susurro contra su carne—. Pero hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa. —Y sostengo sus muslos, abriéndola con mi lengua, y comienzo a hacer círculos contra su clítoris.
Ella grita, su cuerpo alzándose de la cama.
Pero no me detengo. Mi lengua es implacable. Sus piernas se tensan, sus dedos apuntando.
Página 156
Ah, está cerca, y lentamente deslizo mi dedo medio dentro de ella.
Está mojada.
Mojada y esperando.
—Oh, nena. Me encanta que estés tan mojada para mí. —Comienzo a mover mi dedo en círculos, extendiéndola. Mi lengua continúa atormentando su clítoris, una y otra vez. Se tensa debajo de mí y finalmente grita mientras su orgasmo rompe a través de ella.
¡Sí!
Me pongo de rodillas y tomo un condón. Una vez que está puesto, la penetro lentamente.
Joder, se siente bien.
—¿Cómo estás? —pregunto.
—Bien. Muy bien. —Su voz es ronca.
Oh…Comienzo a moverme, deleitándome con la sensación de ella a mí alrededor. Una y otra vez, más y más rápido, perdiéndome en esta mujer. Quiero que se venga de nuevo.
La quiero satisfecha.
La quiero feliz.
Finalmente, se tensa una vez más y gime.
—Vente para mí, nena —le digo entre dientes, y explota alrededor de mí.
—Un polvo de agradecimiento —susurro, y me dijo ir, encontrando mi propio dulce liberación. Brevemente me derrumbo sobre ella, disfrutando de su suavidad. Ella mueve sus manos de modo que están alrededor de mi cuello, pero como está atada no puede tocarme.
Tomando una respiración profunda, sostengo mi peso en mis brazos y la miro maravillado.
—¿Ves lo buenos que somos juntos? Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía en mí, Anastasia, puedo transportarte a lugares
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que ni siquiera sabes que existen. —Nuestras frentes se tocan y cierro mis ojos.
Por favor, di que sí.
Escuchamos voces fuera de la puerta.
¿Qué demonios?
Son Taylor y Grace.
—¡Mierda! Es mi madre.
Ana chilla mientras me alejo de ella.
Saltando fuera de la cama, tiro el condón en la papelera.
¿Qué diablos está haciendo mi madre aquí?
Taylor la ha desviado, gracias al cielo. Bueno, ella está a punto de tener una sorpresa.
Ana sigue recostada en la cama.
—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre. —Le sonrío a Ana mientras me pongo mis pantalones. Se ve adorable.
—Christian… no puedo moverme —protesta, pero está sonriendo también.
Inclinándome, deshago el nudo y beso su frente.
Mi madre va a emocionarse.
—Otra novedad —susurro, incapaz de esconder mi sonrisa.
—No tengo ropa limpia aquí.
Me deslizo en una camiseta blanca y cuando me giro, ella se está sentando, abrazando sus rodillas.
—Tal vez debería quedarme aquí.
—Oh, no, claro que no —le advierto—. Puedes usar algo mío.
Me gusta cuando usa mi ropa.
Su cara cae.
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—Anastasia, podrías estar usando un saco y aun así te verías encantadora. Por favor, no te preocupes. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Iré a calmarla. Te espero en el salón en cinco minutos, de otra forma, vendré y te arrastraré hasta ahí yo mismo lleves lo que lleves puesto. Mis camisetas están en este cajón. Mis camisas en el armario. Busca tú misma.
Sus ojos se amplían.
Sí. Hablo enserio, nena.
Advirtiéndole con una dura mirada, abro la puerta y salgo para encontrar a mi madre.
Grace está de pie en el corredor opuesto a la puerta del vestíbulo, y Taylor está hablando con ella. Su cara se enciende cuando me ve.
—Querido, no tenía idea de que tendrías compañía —exclama, y se ve un poco avergonzada.
—Hola, Madre. —Beso la mejilla que me ofrece—. Trataré con ella ahora —le digo a Taylor.
—Sí, Sr. Grey. —Asiente, viéndose exasperado, y se dirige de regreso a su oficina.
—Gracias, Taylor —le grita Grace, entonces gira toda su atención hacia mí.
—¿Tratar conmigo? —dice en reprensión—. Estaba de compras en el centro y pensé que podía venir por un café. —Se detiene—. Si hubiera sabido que no estabas solo… —Se encoje de hombros de una extraña manera femenina.
Se ha detenido seguido por un café antes y había una mujer aquí… solo que ella nunca lo supo.
—Ella vendrá en un momento —admito, sacándola de su miseria—. ¿Quieres sentarte? —Señalo en dirección al sofá.
—¿Ella?
—Sí, madre. Ella. —Mi tono es seco mientras trato de no reírme. Y por una vez, ella está en silencio mientras deambula por la sala.
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—Veo que han desayunado —observa, viendo los trastes sin lavar.
—¿Quieres algo de café?
—No. Gracias, querido. —Se sienta—. Conoceré a tu… amiga y después me iré. No quiero interrumpirlos. Tenía el presentimiento de que estarías trabajando como un esclavo en tu estudio. Trabas duro, cariño. Pensé que tendría que arrastrarte para sacarte. —Se ve casi disculpándose cuando me uno a ella en el sofá.
—No te preocupes. —Estoy divertido por su reacción—. ¿Por qué no estás en la iglesia esta mañana?
—Carrick tenía que trabajar, así que decidimos ir a la eucaristía de la tarde. Supongo que es demasiado desear que vengas con nosotros.
Alzo una ceja en un desprecio cínico.
—Madre, sabes que eso no es lo mío.
Dios y yo nos dimos la espalda el uno al otro mucho tiempo atrás.
Ella suspira, pero entonces Ana aparece… vestida con su propia ropa, viéndose tímida en la puerta de entrada. La tensión entre madre e hijo es notable, y me pongo de pie aliviado.
—Aquí está.
Grace se gira y se pone de pie.
—Mamá, te presento a Anastasia Steele. Anastasia, está es Grace Trevelyan-Grey.
Sacuden sus manos.
—Encantada de conocerte —dice Grace con un demasiado entusiasta para mi agrado.
—Dra. Trevelyan-Grey —dice Ana educadamente.
—Llámame Grace —dice, de pronto toda amigable e informal.
¿Qué? ¿Tan pronto?
Grace continúa:
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—Suelen llamarme Dra. Trevelyan y la señora Grey es mi suegra. —Ella le guiña un ojo a Ana y se sienta. Me muevo hacia Ana y golpeo el asiento a mi lado, y ella viene y se sienta.
—Bueno, ¿y ustedes cómo se conocieron? —pregunta Grace.
—Anastasia me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a entregar los títulos.
—Así que te gradúas esta semana —pregunta Grace a Ana.
—Sí.
El celular de Ana comienza a sonar y se excusa para contestarlo.
—Y yo daré el discurso de graduación —le digo a Grace, pero mi atención está en Ana.
¿Quién es?
—Mira, José, ahora no es un buen momento. —La escucho decir.
Ese maldito fotógrafo. ¿Qué es lo que quiere?
—Dejé un mensaje para Elliot, y luego descubrí que está en Portland. No lo he visto desde la semana pasada —está diciendo Grace.
Ana cuelga.
Grace continúa mientras Ana se aproxima a nosotros de nuevo:
—…y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo, cariño.
—¿Elliot lo sabía? —pregunto.
¿Qué es lo que el fotógrafo quiere?
—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que tienes otros planes, así que no quiero interrumpirlos. —Grace se pone de pie, y por una vez estoy agradecido que sea intuitiva y pueda leer una situación. Me ofrece su mejilla de nuevo. La beso de despedida.
—Tengo que llevar a Anastasia a Portland.
—Claro, cariño. —Grace vuelve su animada… y, si no me equivoco, agradecida sonrisa a Ana.
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Es irritante.
—Anastasia, ha sido un gran placer. —Grace se acerca y toma la mano de Ana—. Espero que volvamos a vernos.
—¿Sra. Grey? —Taylor aparece en el umbral de la puerta.
—Gracias, Taylor —responde Grace, y él la escolta fuera de la habitación y a través de las puertas dobles del vestíbulo.
Bueno, eso fue interesante.
Mi madre siempre pensó que era gay. Pero como siempre respetó mis límites, nunca me preguntó.
Bueno, ahora lo sabe.
Ana está mordiendo su labio inferior, irradiando ansiedad… como debería.
—Así que te llamó el fotógrafo —sueno brusco.
—Sí.
—¿Qué quería?
—Solo pedirme perdón, ya sabes… por lo del viernes.
—Ya veo. —Tal vez quiere otra oportunidad con ella. El pensamiento es desagradable.
Taylor se aclara la garganta.
—Señor Grey, hay un problema con el envío a Darfur.
Mierda. Esto es lo que pasa por no revisar mi correo esta mañana. He estado muy ocupado con Ana.
—¿Charlie Tango está de vuelta en Boeing Field? —le pregunto a Taylor.
—Sí, señor.
Taylor saluda a Ana con un asentimiento.
—Señorita Steele.
Ella le da una amplia sonrisa y él se va.
—¿Taylor vive aquí? —pregunta Ana.
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—Sí.
Dirigiéndome a la cocina, tomo mi teléfono y rápidamente veo mi correo. Hay un mensaje marcado de Ros y un par de textos. La llamo inmediatamente.
—Ros, ¿cuál es el problema?
—Christian, hola. El reporte que traen de Darfur no es bueno. No pueden garantizar la seguridad de las embarcaciones en el mantenimiento de la carretera, y el Departamento de Estado no está dispuesto a sancionar el alivio sin la aprobación de la ONG.
A la mierda esto.
—No voy a poner en peligro a la tripulación. —Ros sabe esto.
—Podríamos tratar y atraer mercenarios —dice.
—No, cancélalo…
—Pero el costo —protesta.
—Los lanzaremos desde el aire.
—Sabía que dirías eso, Christian. Tengo un plan en las obras. Será costoso. Mientras tanto, los contenedores pueden ir a Rotterdam fuera de Philly y podemos tomarlo desde ahí. Eso es todo.
—Bien. —Cuelgo. Más apoyo del Departamento de Estado sería útil. Me acuerdo de llamar a Blandino para discutir esto mucho mejor.
Mi atención regresa a la señorita Steele, quien está de pie en mi sala de estar, mirándome con cautela. Necesito ponernos de nuevo en marcha.
Sí. El contrato. Ese es el siguiente paso en nuestra negociación.
En mi estudio, reúno los papeles que están en mi escritorio y los coloco en un sobre de manila.
Ana no se ha movido de donde la dejé en la sala de estar. Tal vez está pensando en el fotógrafo… mi estado de ánimo se va en picada.
—Este es el contrato. —Sostengo el sobre—. Léelo y lo comentamos el fin de semana que viene. Te sugiero que investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando.—Ella mira desde el
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sobre de manila hacia mí, su rostro pálido—. Bueno, si aceptas, y espero de verdad que aceptes—añado.
—¿Que investigue?
—Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet.
Frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—No tengo computadora. Suelo utilizar las de la facultad. Veré si puedo utilizar la computadora portátil de Kate.
¿Sin computadora? ¿Cómo puede una estudiante no tener computadora? ¿Está en quiebra? Le entrego el sobre.
—Seguro que puedo… bueno… prestarte una. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en auto y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
—Tengo que hacer una llamada —dice, su voz suave y vacilante.
—¿Al fotógrafo? —espeto. Ella se ve culpable.
¿Qué demonios?
—No me gusta compartir, Señorita Steele. Recuérdelo. —Salgo hecho una furia de la habitación antes de decir algo más.
¿Estáenamorada de él?
¿Me estaba usando para amaestrarla?
Mierda.
Quizás es el dinero. Ese es un pensamiento depresivo…aunque no me parece que sea una caza fortunas. Fue bastante vehemente sobre que le comprara cualquier prenda. Me saco los jeans y me pongo unos bóxer. Mi corbata Brioni está en el suelo. Me agacho para recogerla.
Tomó bien que la atara…Hay esperanza, Grey. Esperanza.
Meto la corbata y otras dos en un maletín junto con calcetas, ropa interior y condones.
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¿Qué estoy haciendo?
En el fondo, sé que me voy a quedar en el Heathman toda la semana que viene…para estar cerca de ella. Reúno un par de trajes y camisas que Taylor puede llevar más tarde en la semana. Necesitaré una para la ceremonia de graduación.
Me deslizo en unos jeans limpios y agarro una chaqueta de cuero, y mi teléfono suena. Es un mensaje de texto de Elliot.
Estoy conduciendo de vuelta en tu auto.
Espero que eso no arruine tus planes.
Le regreso el mensaje.
No. Volveré a Portland ahora.
Déjale saber a Taylor cuando llegues.
Llamo a Taylor a través del sistema interno telefónico.
—¿Señor Grey?
—Elliot trae la camioneta de vuelta en algún momento de esta tarde. Llévala a Portland mañana. Me voy a quedar en el Heathman hasta la ceremonia de graduación. Dejé un poco de ropa que me gustaría que me llevaras también.
—Sí, señor.
—Y llama a Audi. Puede que necesite el A3 más pronto de lo que pensé.
—Está listo, Sr. Grey.
—Oh. Bueno. Gracias.
Así que arreglado el auto; ahora la computadora. Llamo a Barney, asumiendo que estará en su oficina, y sabiendo que tendrá una portátil de última generación por ahí.
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—¿Sr. Grey? —responde.
—¿Qué está haciendo en la oficina, Barney? Es domingo.
—Estoy trabajando en el diseño de la Tablet. El problema de las celdas solares me está molestando.
—Necesita una vida en el hogar.
Barney tiene la gracia de reír.
—¿Qué puedo hacer por usted, Sr. Grey?
—¿Tiene alguna computadora portátil nueva?
—Tengo dos aquí, de Apple.
—Genial. Necesito una.
—Por supuesto.
—¿Puede configurarla con una cuenta de correo electrónico para Anastasia Steele? Ella será su dueña.
—¿Cómo se deletrea?¿―Steal‖?
—S.T.E.E.L.E.
—Perfecto.
—Bien. Andrea se pondrá en contacto hoy para organizar la entrega.
—Claro que sí, señor.
—Gracias, Barney… y váyase a casa.
—Sí, señor.
Le envío un mensaje de texto a Andrea con las instrucciones para enviar la computadora portátil al domicilio de Ana, luego regreso al salón. Ana está sentada en el sofá, jugueteando con sus dedos. Me da una mirada cautelosa y se levanta.
—¿Lista? —pregunto.
Ella asiente.
Taylor aparece desde su oficina.
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—Mañana, pues —le digo.
—Sí, señor. ¿Qué auto va a llevarse?
—El R8.
—Buen viaje, Sr. Grey. Señorita Steele —dice Taylor, mientras abre las puertas del vestíbulo para nosotros. Ana se agita a mi lado mientras esperamos el elevador, su diente en su regordete labio inferior.
Me recuerda a su diente en mi polla.
—¿Qué pasa, Anastasia? —pregunto, mientras extiendo el brazo y agarro su barbilla—. Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no —gruño.
Está sorprendida, creo, aunque porque lo estaría después de todo lo que hemos hecho…Mi humor se suaviza.
—Christian, tengo un problema —dice ella.
—¿Ah, sí?
En el ascensor, presiono el botón para el garaje.
—Bueno… —tartamudea, insegura. Luego endereza los hombros—. Tengo muchas preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado implicado. Si quieres que haga todas esas cosas, ¿cómo voy a saber…? —Se detiene, como si midiera sus palabras—. Es que no tengo puntos de referencia.
No esto otra vez. Ya hemos hablado de esto. No quiero que hable con nadie. Ha firmado un acuerdo de confidencialidad. Pero lo preguntó de nuevo. Así que debe ser importante para ella.
—Si no hay más remedio, habla con ella. Pero asegúrate de que no comente nada con Elliot.
—Kate no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si me contara algo —insiste.
Le recuerdo que no estoy interesado en la vida sexual de Elliot, pero coincido en que pueda hablar sobre lo que hemos hecho hasta ahora. Su compañera de habitación tendría mis bolas si supiera mis verdaderas intenciones.
—De acuerdo —dice Ana, y me da una sonrisa brillante.
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—Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto.
—¿Acabamos con qué?
—Con tus desafíos.—La beso rápidamente y sus labios sobre los míos inmediatamente me hacen sentir mejor.
—Bonito auto —dice, mientras nos acercamos al R8 en el garaje subterráneo.
—Lo sé. —Le destello una rápida sonrisa, y soy recompensado con otra sonrisa, antes de que ella ponga los ojos en blanco. Abro la puerta para ella, preguntándome si debería comentar sobre el asunto de entornar los ojos.
—¿Qué auto es? —pregunta, cuando estoy detrás del volante.
—Es un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una gorra. Bueno, debería haber dos.
Enciendo el motor y retracto el techo, y The Boss llena el auto.
—Va a tener que gustarte Bruce.—Le sonrío a Ana y conduzco el R8 por su lugar seguro en el garaje.
Abriéndome paso entre los autos en zigzag en la quinta interestatal, nos dirigimos hacia Portland. Ana está tranquila, escuchando la música y mirando fijamente fuera de la ventana. Es difícil ver su expresión, detrás de los lentes y bajo mi gorra de los Marines. El viento silba sobre nosotros mientras aceleramos pasado Boeing Field.
Hasta el momento, este fin de semana ha sido inesperado. ¿Pero qué esperaba? Pensé que tendríamos cena, discutiríamos el contrato, ¿y luego qué? Tal vez follarla era inevitable.
Le echo un vistazo al otro lado.
Sí…Y quiero follarla otra vez.
Desearía saber lo que estaba pensando. Dice poco, pero he aprendido algunas cosas sobre Ana. A pesar de su inexperiencia, está dispuesta a aprender. ¿Quién habría pensado que debajo de ese tímido exterior tenía el alma de una sirena? Una imagen de sus labios en torno a mi polla viene a mi mente y reprimo un gemido.
Sí…está más que dispuesta.
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El pensamiento es excitante.
Espero que pueda verla antes del próximo fin de semana.
Incluso ahora, estoy con ganas de tocarla de nuevo. Extendiendo el brazo, ponga la mano sobre su rodilla.
—¿Tienes hambre?
—No especialmente —responde, moderada.
Esto me está aburriendo.
—Tienes que comer, Anastasia. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia. Pararemos allí.
~ * ~
Cuisine Sauvage es pequeña y llena de parejas y familias disfrutando el almuerzo del domingo. Con la mano de Ana en la mía, seguimos a la anfitriona hacia nuestra mesa. La última vez que vine aquí, fue con Elena. Me pregunto lo que ella diría de Anastasia.
—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han cazado o recogido—digo, haciendo una mueca, fingiendo mi horror. Ana se ríe.
¿Por qué me siento de diez metros de alto cuando la hago reír?
—Dos vasos de Pinot Grigio —pido de la mesera, quien me está haciendo ojitos desde debajo de su rubio flequillo. Es molesto.
Ana frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —pregunto, preguntándome si la mesera la está molestando también.
—Yo quería una Coca-Cola light.
¿Por qué no lo dijiste? Frunzo el ceño.
—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida, nos traigan lo que nos traigan.
—¿Nos traigan lo que nos traigan? —pregunta, sus ojos ruedan con alarma.
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—Sí. —Y le doy mi sonrisa de muchos megavatios para reparar no dejarla ordenar su propia bebida. No estoy acostumbrado a preguntar—. A mi madre le has gustado —añado, esperando que esto la complazca y recordando la reacción de Grace por Ana.
—¿En serio? —dice, viéndose halagada.
—Claro. Siempre ha pensado que era gay.
—¿Por qué pensaba que eras gay?
—Porque nunca me ha visto con una chica.
—Vaya… ¿con ninguna de las quince?
—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.
—Oh.
Sí…solo tú, nena. El pensamiento es inquietante.
—Mira, Anastasia, para mí también ha sido un fin de semana de novedades.
—¿Sí?
—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?
Sí. ¿Qué demonios me estás haciendo? Este no soy yo.
La mesera nos trae nuestro vino frío, y Ana inmediatamente toma un rápido sorbo, sus ojos brillantes puestos en mí.
—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad—dice con un tímido deleite en su voz. Yo igual, y me doy cuenta que no he disfrutado un fin de semana por un tiempo…desde que Susannah y yo nos separamos. Le digo eso.
—¿Qué es un polvo vainilla?—pregunta ella.
Rio ante su inesperada pregunta y completo cambio de tema.
—Sexo convencional, Anastasia, sin juguetes ni accesorios —me encojo de hombros—. Ya sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.
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—Oh —dice, y se ve un poco cabizbaja.
¿Qué pasa ahora?
La mesera nos desvía, dejando dos tazones con sopa llena de verdor.
—Sopa de ortigas —anuncia, y se pavonea de nuevo a la cocina. Nos miramos entre sí, luego de vuelta a la sopa. Una rápida probada nos informa que está delicioso. Ana se ríe ante mi exagerada expresión de alivio.
—Qué sonido tan bonito —digo suavemente.
—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho… bueno… lo que hagas?—Es tan curiosa como siempre.
—Más o menos.—Y luego me pregunto si debería profundizar en esto. Más que nada, quiero que sea comunicativa conmigo; quiero que confíe en mí. Nunca soy tan franco, pero creo que puedo confiar en ella, así que elijo mis palabras cuidadosamente.
—Una de las amigas de mi madre me sedujo cuando tenía quince años.
—Oh. —La cuchara de Ana hace una pausa a mitad del tazón hacia su boca.
—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumiso durante seis años.
—Oh —respira ella.
—Así que sé lo que implica, Anastasia. —Más de lo que sabes—. En realidad, no tuve una introducción común y corriente al sexo. —No podía ser tocado. Todavía no puedo.
Espero por su reacción, perocontinúa con su sopa, dándole vuelta a este cotilleo de información.
—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad? —pregunta, cuando ha terminado su última cucharada.
—No.
La mesera nos interrumpe para recoger nuestros tazones vacíos. Ana espera a que se vaya.
—¿Por qué?
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—¿De verdad quieres saber?
—Sí.
—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a palos.
Parpadea un par de veces mientras absorbe estas noticias.
—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?
—Los suficientes para saber lo que hacía.
—¿Sigues viéndola? —Suena sorprendida.
—Sí.
—¿Todavía… bueno…?—Se sonroja carmesí, su boca baja.
—No —digo rápidamente. No quiero que tenga una idea equivocada de mi relación con Elena—. Es una buena amiga —le aseguro.
—Oh. ¿Tu madre sabe?
—Claro que no.
Mi madre me mataría… y a Elena también.
La mesera regresa con el plato principal: carne de venado. Ana toma un largo trago de su vino.
—Pero no estarías con ella todo el tiempo… —Está ignorando su comida.
—Bueno, estaba solo con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Después de todo, todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come, Anastasia.
—No tengo hambre, Christian, de verdad —dice ella.
Entrecierro los ojos.
—Come —mantengo mi voz baja, mientras intento controlar mi temperamento.
—Espera un momento —dice, su tono tan tranquilo como el mío.
¿Cuál es su problema? ¿Elena?
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—De acuerdo —concuerdo, preguntándome si le he dicho demasiado, y tomo un bocado de mi carne de venado.
Finalmente, recoge sus cubiertos y comienza a comer.
Bien.
—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación?—pregunta—. ¿Estarás dándome órdenes todo el rato? —Examina el plato de comida en frente de ella.
—Sí.
—Ya veo. —Sacude su cola de caballo sobre su hombro.
—Es más, querrás que lo haga.
—Es mucho decir —dice.
—Lo es. —Cierro los ojos. Quiero hacer esto con ella, ahora más que nunca. ¿Qué puedo decir para convencerla de darle una oportunidad a nuestro acuerdo?
—Anastasia, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo problema en comentar cualquier detalle. Estaré en Portland hasta el viernes, por si quieres que hablemos antes del fin de semana. Llámame… Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De verdad quiero que esto funcione. Nunca he querido nada tanto.
Vaya. Gran discurso, Grey. ¿Acabas de pedirle una cita?
—¿Qué pasó con las otras quince? —pregunta ella.
—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a… Incompatibilidad.
—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?
Eso espero…
—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.
—No, Anastasia. Soy monógamo.
—Ya veo.
—Investiga un poco, Anastasia.
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Baja su cuchillo y tenedor, lo que indica que ha terminado su cena.
—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
Ella asiente, colocando las manos en su regazo, y su boca se pone de esa manera testaruda que tiene…y sé que será una lucha persuadirla de limpiar su plato. No es de extrañar que sea tan delgada. Sus problemas alimenticios serán algo en lo que trabajar, si está de acuerdo con ser mía. Mientras continúo comiendo, sus ojos se lanzan hacia mí cada pocos segundos y un rubor lento mancha sus mejillas.
¿Oh, qué es esto?
—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo. —Claramente está pensando en sexo—. Ya me imagino… —la provoco.
—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.
—El pensamiento no, Anastasia, pero tu cuerpo… loconozco bastante bien desde ayer. —Le doy una sonrisa lobuna y pido la cuenta.
—Vamos.
Cuando nos vamos, su manos están firmes en las mías. Está en silencio, sumida en sus pensamientos, al parecer, y permanece así todo el camino hacia Vancouver. Le he dado mucho que pensar.
Pero ella también me ha dado un gran acuerdo en el que pensar.
¿Querrá hacer esto conmigo?
Maldición, eso espero.
Todavía está claro cuando llegamos a su casa, pero el sol se hunde en el horizonte y brilla con una luz color rosa y perla en el Monte St. Helens. Ana y Kate viven en un lugar pintoresco con una vista increíble.
—¿Quieres entrar? —pregunta ella, después de que he apagado el motor.
—No. Tengo trabajo. —Sé que si acepto su invitación, estaré cruzando una línea que no estoy preparado a cruzar. No soy material
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de novio, y no quiero darle falsas expectativas del tipo de relación que tendrá conmigo.
Su rostro cae y, desinflada, aparta la mirada.
No quiere que me vaya.
Es humillante. Extendiendo la mano, agarro la suya y beso sus nudillos, con la esperanza de quitar la picadura del rechazo.
—Gracias por este fin de semana, Anastasia. Ha sido… estupendo.—Se da la vuelta con los ojos brillantes.
—¿Nos vemos el miércoles? —continúo—. Pasaré a buscarte por el trabajo o por donde me digas.
—Nos vemos el miércoles —dice ella, y la esperanza en su voz es desconcertante.
Mierda. No es una cita.
Beso su mano otra vez y salgo del auto para abrirle la puerta. Tengo que salir de aquí antes de hacer algo de lo que me arrepienta.
Cuando sale del auto, se alegra, en desacuerdo con la forma en la que se veía hace un momento. Marcha hasta su puerta, pero antes de que llegue a los peldaños se da vuelta repentinamente.
—Ah… por cierto, me he puesto unos calzoncillos tuyos —dice en señal de triunfo, y tira de la pretina para que pueda ver las palabras ―Polo‖ y ―Ralph‖ asomándose sobre sus jeans.
¡Me ha robado la ropa interior!
Estoy aturdido. Y, en ese instante no quiero nada más que verla en mis calzoncillos…y solo en ellos.
Echa hacia atrás su cabello y se pavonea hacia su apartamento, dejándome de pie en su acera, mirando como un tonto.
Niego con la cabeza, me subo al auto, y cuando enciendo el motor no puedo evitar mi sonrisa de idiota.
Espero que diga que sí.
~ * ~
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Termino mi trabajo y tomo un sorbo de fino Sancerre, entregado por el servicio de habitaciones por la mujer con ojos muy oscuros. Arrastrarme por mis correos electrónicos y responder cuando se requería ha sido una distracción bienvenida de pensamientos sobre Anastasia. Y ahora estoy gratamente cansado. ¿Son las cinco horas de trabajo? ¿O toda la actividad sexual de anoche y esta mañana? Recuerdos de la deliciosa señorita Steele invaden mi mente: en Charlie Tango, en mi cama, en mi bañera, bailando alrededor de mi cocina. Y pensar que todo comenzó aquí el viernes…y ahora ella está considerando mi propuesta.
¿Ha leído el contrato? ¿Está haciendo su tarea?
Reviso mi teléfono otra vez en busca de un mensaje de texto o una llamada pérdida, por supuesto, no hay nada.
¿Estará de acuerdo?
Eso espero…
Andrea me ha enviado el nuevo correo electrónico de Ana y me asegura que la computadora portátil será entregada mañana en la mañana. Con eso en mente, escribo un correo.
De: Christian Grey
Asunto: Su nueva computadora
Fecha: 22 de Mayo 2011 23:15
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Confío en que haya dormido bien.
Espero que haga buen uso de esta portátil, como comentamos.
Estoy impaciente por cenar con usted el miércoles.
Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta vía correo electrónico, si lo desea.
Christian Grey
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Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
El correo no rebota, así que la dirección está activa. Me pregunto cómo irá a reaccionar Ana en la mañana cuando lo lea. Espero que le guste la portátil. Supongo que lo sabré mañana. Recogiendo mi última lectura, me acomodo en el sofá. Es un libro de dos reconocidos economistas que examinan porqué los pobres piensan y se comportan como lo hacen. Una imagen de una mujer joven cepillándose su largo y oscuro cabello viene a mi mente; su cabello brilla en la luz de la ventanilla amarilla entreabierta, y el aire está lleno de motas de polvo bailando. Está cantando suavemente, como una niña.
Me estremezco.
No vayas ahí, Grey.
Abro el libro y comienzo a leer.

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